Jesús A. Núñez Villaverde/Manuel Llusia
Ucrania. Del Maidán a los dos golpes de Estado
Entrevista a Jesús A. Núñez Villaverde (*) con notas y comentarios de Manuel Llusia, que esperamos se distingan fácilmente.
(Página Abierta, 231, marzo-abril de 2014).

Conversamos con este analista de conflictos internacionales poco días después de la defenestración el pasado 22 de febrero del presidente de Ucrania Viktor Yanukovich. O, dicho de otro modo, del golpe de Estado de las fuerzas opositoras que protagonizaron las movilizaciones del Maidán (la Plaza), también llamado “Euromaidán”, llevadas a cabo, fundamentalmente, en la capital ucraniana, Kiev, desde noviembre de 2013.

De un modo desordenado vamos entrando en lo sucedido, hablando primero sobre los personajes políticos claves de esta revuelta, con tintes muy violentos, contra el poder constituido. 

De un lado, Yanukovich, que al frente del Partido de las Regiones, ganó las elecciones presidenciales en febrero de 2010 y las parlamentarias de octubre de 2012 (1). Dejando –comenta Núñez Villaverde– en el camino a Yulia Timoshenko, personaje controvertido, muy ligada a Putin, con quien negoció el acuerdo del gas que luego le costó, de algún modo, la cárcel (2). Timoshenko, ya excarcelada tras las revueltas, es la  máxima dirigente de Patria, la segunda fuerza parlamentaria tras esas elecciones de hace casi dos años.  

Para él, Yanukovich es un representante de una oligarquía cada vez más decididamente corrupta que controla las palancas del poder. Su hijo Alexander es ya uno de los aspirantes a entrar en el grupo de los cuatro o cinco mayores oligarcas del país. Y en ello encontramos una seña de identidad del funcionamiento del poder político en Ucrania: «Corrupción y oligarquía representada en este caso por el propio presidente intentando crear unas reglas de juego que le permitan beneficiarse de ese poder». Luego volveríamos a hablar de ello.

Frente a Yanukovich y su entorno nos cita tres personajes, los que son considerados el liderazgo del Euromaidán, más allá de los nuevos grupos que allí aparecen. Primero, el  boxeador Vitali Klitschko, de la Alianza Democrática Ucraniana para la Reforma (Udar), tercera fuerza parlamentaria, de perfil conservadora. Sobre él, Núñez Villaverde apunta que no parece que tenga la capacidad necesaria para estar dentro de quienes dirigirán, probablemente, el nuevo poder establecido ahora.

Quienes sí están, y estarán seguramente, son los representantes del segundo grupo de la Rada (Parlamento): Unión de Todos los Ucranianos (Patria), parte de quienes protagonizaron y se beneficiaron de la revolución “naranja” de 2004. Es el caso de Arseni Yatseniuk –ahora nombrado primer ministro–, mano derecha de Yulia Timoshenko, quien probablemente pueda ser la nueva presidenta de la República, según Villaverde. De Yatseniuk dice que es un tecnócrata y que no tenía ni carisma ni capacidad para movilizar a la opinión pública y liderarla, si no hubiera sido por su contacto con la propia Timoshenko.

Y en tercer lugar se encuentra Oleg Tiagnibok, líder de Svoboda (Unión Panucraniana “Libertad”), partido ultranacionalista, cuarta fuerza en la Rada, cuya identidad parece acercarse a la de una extrema derecha. Muy presente, junto al Sector de Derechas formado en el Maidán, en la acción radical de esa movilización.

En opinión de Núñez Villaverde «ninguno de los tres parece representar a una opinión pública mayoritaria, sino que, con unas relaciones entre los tres muy complicadas, han tratado de presentar una imagen de unidad solo en la medida en que se han sentido atraídos por Bruselas, por la UE y por la propia Merkel».

En el poder provisional establecido después de nuestra entrevista aparecen las tres fuerzas, la primera de modo más bien simbólico. Patria, con la presidencia (Alexander Turchinov), la jefatura de Gobierno (Yatseniuk), los ministerios claves y el mando de la Defensa y la Seguridad, capitalizando el cambio. Y una presencia también destacada en el nuevo Gobierno de miembros de Svoboda.

Nos preguntamos qué ha pasado con el Partido de las Regiones, que lideraba Yanukovich, el presidente huido. Un partido que doblaba en diputados (209) al de Timoshenko, Patria (101) [3]. Lo que muestra que, sin duda, recibió un fuerte apoyo de los ucranianos, aunque no al mismo nivel en el este como en el oeste: «En términos generales, era el que más visibilidad tenía ante la opinión pública. Luego cabe pensar que hoy no va a ser una fuerza irrelevante, aunque sí parece que ha empezado un cierto sálvese quien pueda». Ya en los días posteriores a los violentos hechos que se cobraron varias vidas (4) y que desencadenaron el cambio, «se veía a diputados saltar del barco para intentar montarse en otro que les permitiese seguir flotando en defensa de sus propios intereses».

No es previsible una desintegración del partido teniendo la base de poder y la presencia que tenía, afirma este analista, pero le resulta sorprendente que haya cedido tan fácilmente en la batalla parlamentaria sin obtener nada –hasta donde él sabe– y situándose, por tanto, en mala posición con respecto a las próximas elecciones.

Eso nos lleva a comentar la relación de las estructuras políticas creadas con los poderes económicos. La impresión de Villaverde es que esos grupos políticos son estructuras muy débiles, todas ellas financiadas básicamente por un grupo reducido de oligarcas con grandes fortunas (5). «Lo hacen otros muchos en otros países. Se trata, piensa cada uno, de poner dinero, por ejemplo, en el partido republicano y en el demócrata, no vaya a ser que ganen los que no tienen que ganar y salga yo perjudicado». Es lo que se ha ido haciendo, al parecer en Ucrania: apoyar estructuras débiles partidistas con opciones de poder para tener protegidos sus intereses en cualquiera de los casos. En definitiva, ese sistema política da una sensación de gran debilidad (6).

Se ha mantenido, pues, concluye Villaverde, una tendencia clara de corrupción, ya denunciada tiempo atrás: después de décadas de sistema político bloqueado con un alto nivel de corrupción al servicio de una oligarquía muy reducida, situada, sobre todo, pero no solo, en el este, y por lo tanto, en principio, más prorrusa (7). 

Llegados a este punto volvemos sobre lo ocurrido en el Maidán. Y Núñez Villaverde se pregunta si lo que había allí representaba en todo momento al grueso de la opinión pública ucraniana. Su sensación es que allí había grupos que tomaron la calle haciéndose pasar por portavoces de otros que no les habían dado esa representación. «Y eso vale para el considerado grupo de izquierdas Causa Común –por el que le había preguntado– como para el Sector de Derechas». Y en este segundo se detiene. «Bastaba con verlos: esos chalecos antibalas, esos cascos… todo el material, toda la parafernalia que llevaban alrededor, hablan de una organización que ha sido apoyada financieramente».

Lo que no invalida otras razones y objetivos de la protesta: el rechazo de la corrupción, las ilusiones democráticas o la aspiración europeísta; así como, con el paso de los días, la falta de diálogo de Yanukovich y su empecinamiento en la represión, que produjo una espiral de recrudecimiento de la violencia en la movilización.

Para Villaverde, la denuncia de Putin, más allá de hacerla en defensa de sus intereses, de que ha habido intervención extranjera apoyando a esos grupos es más que evidente. Cree, por tanto, que se ha vuelto a jugar con los ucranianos en una lucha de poder en la que ellos no estaban representados ni implicados. «Bastaba con esperar unos meses más, enero del próximo año, a la celebración de las elecciones previstas para que la sociedad ucraniana volviera a decidir».

Un interrogante aparece en el relato de las fuertes y masivas movilizaciones de Kiev: ¿más allá de la plaza, cómo se han vivido? ¿Se han extendido a otras ciudades importantes? La percepción de Núñez Villaverde, partiendo de lo que nos transmiten quienes han pisado el terreno, es que «ni siquiera la ciudad entera vivía una situación similar estas últimas semanas. No estamos hablando de una ciudad colapsada o movilizada en su totalidad. Todo se concentraba en centenares de metros alrededor de la plaza. Tampoco se han producido movilizaciones generales en el país; salvo en Lviv (8), que sí ha vivido algunas manifestaciones de protesta contra el Gobierno de Yanukovich».

Apunto después que sorprende la evolución de los acontecimientos, el salto tan brusco producido cuando parecía que se asistía a un acuerdo de tregua entre los representantes de la oposición y Yanukovich con su Gobierno: el asalto al Parlamento con las fuerzas de seguridad y el Ejército replegados.

Asiente ante ello y expone su opinión en relación con este oscuro proceso. Comienza con una anécdota: una conversación del ministro de Exteriores de Estonia con un alto diplomático estadounidense. En ella él afirma que los francotiradores presentes en la plaza no habían sido contratados por Yanukovich [como se había dicho] sino por algunos de los líderes del Maidán. Francotiradores que han matado a población civil… que han disparado indiscriminadamente contra unos y contra otros. 

«Esto refuerza mi idea –dice Villaverde– de que Yanukovich había jugado a la negociación y a un acuerdo, que incluso logró establecer, entendiendo que con ello, como mínimo, ganaba tiempo y se abría la posibilidad de pactar una transición política. Sin embargo, mientras, alguien deseaba reventar ese acuerdo».

Acuerdo, cuenta, en el que están presentes los representantes de  Francia, Alemania, Polonia y Rusia (9), y cuyo contenido completo no ha trascendido. Lo que sí se sabe es que –añade– el portavoz de Putin para el asunto ucraniano no lo firma, lo que hace entender que Rusia no se compromete con él. «Y ahí me pierdo… No conozco las razones de por qué Rusia no lo suscribe y por qué se produce un asalto que no viene explicado por lo que está ocurriendo en la plaza en ese momento».

¿Podemos hablar de un trabajo de cancillerías occidentales? Le pregunto. Su respuesta es taxativa: «No solo de cancillerías, porque eso sería solamente el juego clásico de poder en los despachos, no en la calle». Y dicho esto advierte que «cuando uno dice estas cosas corre el peligro de que parecería alinearse con Putin y, obviamente, no es mi caso. Putin es, por muchos motivos, un impresentable, pero él sabe cómo se lleva a la práctica este juego».

Tras esa aclaración se detiene a expresar su análisis sobre el juego de financiación internacional, tanto occidental como ruso, y el pulso correspondiente.

En su opinión, Putin cuenta con determinadas bazas que ya ha puesto en juego en otras ocasiones. Sabe, por ejemplo, que Occidente tiene la voluntad política de aguantar la tensión con Rusia, nunca va a llegar a mayores con esta potencia. Y eso supone una baza importante para el mandatario ruso.

Que EE. UU. ha financiado organizaciones no gubernamentales en Rusia, en Georgia y en Ucrania es un hecho, que sus autores defienden de muchas maneras: para la promoción de valores democráticos o de los derechos humanos. Y lo propio hace Rusia, por ejemplo en Alemania, para defender sus intereses con esos y otros medios, como el de la baza de tener pendiente a Alemania del abastecimiento del gas. Y para determinadas ocasiones, a eso añade su voluntad de utilizar medios militares si lo considera necesario [como ha sido el caso, se verá después, con Crimea]. Algo a lo que no está tan dispuesto Occidente. En ese pulso, Putin ya había avisado sobradamente de que en Georgia y en la propia Rusia no iba a consentir otra vez que el apoyo occidental a las organizaciones de la sociedad civil sirviera para cuestionar sus intereses vitales. Y en base a esa posición, Putin denuncia que en Ucrania algunos grupos, que además no son democráticos, han recibido apoyo financiero occidental.

Enlazando con ello, hablamos de la situación que se presentaba en el horizonte en aquellos momentos: la deriva posible hacia la fractura del país y los posibles planes de Rusia. Primero tratar de entenderse de nuevo con los dirigentes ucranianos que han tomado el poder, pensando, por ejemplo, en la vieja aliada, Yulia Timoshenko. O, si no es posible, poner todos los medios necesarios para recuperar Crimea, no perder la salida al mar Negro, mantener este enclave geoestratégico y militar. Que es lo que sucedió días después.

Ahora, podemos añadir nosotros, asoma una nueva situación. Ucrania, como tal Estado, y de la mano de sus nuevos dirigentes, parece inclinarse decididamente a seguir los pasos que le dicten las potencias europeas. Un acuerdo de asociación con la UE ya se ha firmado. Sin embargo, los problemas que arrastra el país no parece que vayan a calmarse con ello. Las presiones internas y externas sobre lo que más le conviene no cesarán.    

Y de esto último sí aparecían datos en la conversación con nuestro analista: «Ucrania, como tal, es el actor más débil de toda esta historia». Ucrania mantiene cubiertas sus necesidades energéticas con el gas ruso y cobra un peaje por los gaseoductos que pasan por sus territorios camino de Alemania y otros sitios. Rusia es su principal socio comercial, lo que obliga a mantener fuertes relaciones. Los cuatro principales oligarcas ucranianos están en las zonas del este… y son fundamentalmente prorrusos. Tiene una fuerte deuda con Moscú. Y hasta ahora, Rusia ha prometido a Ucrania 15.000 millones de euros de inmediato para salvarle de la bancarrota y una rebaja del 33% del precio del gas.

¿Y qué le ofrece la UE? Como dice bien Núñez Villaverde, se ha confundido a la opinión pública aquí y en Ucrania con el señuelo europeo, como si se tratara de una oferta de entrada en el club de los 28. Nada más lejos de la realidad hasta aquí. De momento, se juega más a que Ucrania quede en la órbita de influencia occidental en vez de la rusa, me permito añadir al escribir este artículo.

Él en la entrevista insistía que, para la mirada de la UE, Ucrania significa fundamentalmente cargas, cargas económicas (“habría que salvar una economía en bancarrota cuando estamos todavía con socios como Portugal, Grecia, etc., en una situación de dependencia…”). Con un añadido: «Significa enfadar mucho a Moscú y Moscú tiene muchas bazas de retorsión para crearnos problemas». Aunque, tras el golpe dado en Crimea por Rusia –es de suponer, totalmente previsto por todos los países–, el juego cambia de manos.

Ya se vio, de todas formas, el tipo de reacción de los principales países de la UE ante los movimientos militares rusos puestos en marcha los primeros días posteriores al golpe de Estado de Kiev. Tres ejemplos trae a colación Villaverde. Francia dice: “yo mantengo mis acuerdos de defensa y le sigo vendiendo mis buques Mistral”. Por su parte, Alemania recuerda que depende del gas ruso y afirma que nada de lo que se haga –sanciones económicas, diplomáticas, etc.– debe afectar a su seguridad energética. Y desde la misma óptica, Londres señala que cualquier acción que se lleve a cabo o cualquier sanción que se aplique no puede afectar a los mercados financieros de la City, dada la presencia tan fuerte en ella de los inversores rusos; en definitiva, “yo no puedo hacer nada que dañe mi propia economía”.

Vuelvo mis pasos sobre Ucrania y planteo a Núñez Villaverde mi impresión de que hay una característica de ese país que, en parte, explica mucho lo que le ha venido sucediendo. Pienso en términos algo vagos que es un país no hecho, muy joven, como Estado. De entrada, asiente: «Esa es la forma más directa de definirlo».

Y continúa: «Ucrania significa “frontera” etimológicamente, y lo ha sido. He conocido personas que relatan cómo han oído a gente ucraniana decir que durante su vida han pasado por ser ciudadanos de tres países distintos, algo que a nosotros no nos entra en la cabeza, pero allí ha ocurrido. Ucrania, a lo largo de la historia, ha sido excepcional que haya existido como país único. Lo es ahora, tal y como lo conocemos».

Es una sociedad que está muy poderosamente fragmentada –seguimos comentando– tanto en términos lingüísticos como en otros aspectos identitarios. Y eso puede tener su importancia como adscripción o referencia del futuro deseable, como ya sucede en parte con esa clara división entre un oeste proeuropeo y un este prorruso. «Siempre se habla de la ciudad de Lviv como la pequeña París de Ucrania, pero cuando nos vamos a Donetsk, por ejemplo, estamos obviamente en Rusia… Y eso no va a cambiar de un día para otro».

Recordando, fuera de la conversación, que Ucrania es un Estado independiente desde 1991, me viene a la cabeza la existencia de un nacionalismo ucraniano de lejanas raíces y que bajo el dominio ruso pasó por muchas etapas. La última como República Socialista Soviética, dentro de la URSS, con luces y sombras sobre el trato a las reivindicaciones nacionalistas.

Y Núñez Villaverde, en un momento de la entrevista, aprovecha para dar valor a este país: «Ucrania, dentro de la URSS, al igual que Bielorrusia y la Federación Rusa, mantenía voto propio en la ONU y no siempre se alineaba con Moscú. De Ucrania puede decirse que es un peso pesado. Ha tenido armas nucleares y una base industrial que le ha permitido, en la división nacional del trabajo establecida para el conjunto de los países que formaban la URSS, ser líder en muchos sectores tecnológicos. Luego esa base está ahí. Dicho de otro modo, si Ucrania no tiene fundamentos para poder asentar su propio futuro de una manera sólida, quién los va a tener en la zona».  
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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
    
(1) Sustituyendo a Viktor Yushchenko en la presidencia y desplazando a Timoshenko del poder gubernamental. En 2004, el primer ministro Viktor Yanukovich fue declarado ganador de las elecciones presidenciales frente a Yushchenko. Se impugnaron los resultados y se produjo una protesta amplia pacífica que se llamó la revolución “naranja”. Se repitieron los comicios y Yushchenko, como presidente, y Yulia Timoshenko, como primera ministra, volvieron al poder; dos líderes aliados y enfrentados en distintas ocasiones. Sin embargo, en 2006 Yanukovich se convirtió de nuevo en primer ministro hasta que las elecciones al Parlamento ucraniano de 2007 llevaron a Timoshenko de vuelta a ese cargo.
(2) Fue condenada a siete años de cárcel en octubre de 2011 por “abuso de poder” en el contrato del gas, por considerarse oneroso.
(3) Les siguen Alianza Democrática para la Reforma (42), Svoboda (36), Partido Comunista de Ucrania (32) y otros pequeños grupos e independientes hasta sumar los 450 diputados de la Rada, única cámara de representación. Ucrania estaba dividida política y administrativamente, hasta ahora, en 24 provincias, una República autónoma (Crimea) y dos ciudades con un estatuto especial: Kiev y Sebastopol.
(4) Se calcula que 88 muertos y cerca de 2.000 heridos se ha cobrado esta crisis.(5) Es el caso de la propia Yulia Timoshenko y su marido, muy relacionados con el sector de la energía. En la cumbre se encuentran multimillonarios como Rinat Akhmetov, del que se dice que atesora un patrimonio de 15.000 millones de dólares, o Dimitri Fintash. Akhmetov tiene intereses en varios sectores industriales, banca y medios de comunicación y se le consideraba amigo de Yanukovich.
(6) «Es cierto, en todo caso, que las últimas elecciones que le dieron el poder a Yanukovich fueron validadas como transparentes y sin ningún problema por los observadores de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa)».
(7) Ucrania funciona sobre la base de una industria localizada en esa región. El oeste es una zona fundamentalmente agrícola y está poco desarrollado industrialmente.
(8) Provincia y ciudad en el extremo occidental de Ucrania, lindando con Polonia, cuna del nacionalismo ucraniano que combatió el dominio polaco.
(9) El socialdemócrata alemán, ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, el polaco Radek Sikorski, el francés Laurent Fabius y el portavoz de Putin para Ucrania, Dmitri Peskov.

Intereses y reacción de EE. UU.

En este tablero de peligroso y dramático juego nos faltaba un personaje muy importante: EE. UU. Sobre su papel pedimos opinión a este buen ensayista de la política internacional, especialmente, en el plano de la seguridad y los conflictos entre países. Para él, todo esto le pilla a Obama en mala situación interna y externa.

«Obama está cada vez más desgastado en la política interior porque no consigue llevar adelante sus reformas, como, por ejemplo, la sanitaria, entre otras. Y en cuanto a la política exterior, acaba de salir de Irak y pretende salir de Afganistán, y no quiere empantanarse militarmente en aquellos lugares en los que no haya intereses vitales en juego. Estados Unidos está volviendo a jugar al equilibrio de poderes. Hay una frase que lo define muy bien: leading from behind (“dirigir desde atrás”). No estar en primera línea e implicarse militarmente en cada conflicto que pueda ocurrir en el mundo. Sigo, eso sí, siendo una superpotencia –diría Washington–, no tengo capacidad para extender mis brazos a todas partes; por tanto selecciono, y sólo, cuando mis intereses vitales están en juego, yo me implico militarmente».

En Ucrania no hay en juego interés vital alguno para los estadounidenses. Tampoco lo hay, por cierto, para la UE. Y en relación con Rusia a él le sorprendió la noticia de que EE. UU. paralizaba todas las relaciones militares con ese país. Pero no creía que fuese a suceder tal cosa. Por varias razones, pero solo citó una: el sostenimiento logístico de la campaña en Afganistán. «Hay 50.000 soldados estadounidenses en Afganistán y, en buena medida, eso está funcionando porque frente a la vía de aprovisionamiento que entra por Pakistán, que cada vez es más complicada con la presencia de talibanes y yihadistas en la zona, buena parte de ese avituallamiento ya está entrando por territorio ruso, a través básicamente de Tayikistán y Uzbekistán».