José Abu-Tarbush

¿Con quién negocia Israel?

No es la primera vez que Israel se retira de un territorio árabe, desmantela sus asentamientos y evacúa a sus colonos. Su retirada de la península egipcia del Sinaí tras el acuerdo de paz alcanzado con Egipto en 1979 es el mejor ejemplo. Sin embargo, es de temer que no sea un precedente válido para su reciente evacuación de Gaza. Entonces la acción israelí estaba contemplada en los denominados acuerdos de paz de Camp David, obtenía contrapartidas de El Cairo y garantías internacionales de Washington. Actualmente ninguna de estas pautas se cumple.

El repliegue israelí de la franja de Gaza ha sido una acción unilateral, sin negociaciones ni consultas previas con los palestinos. Por tanto, tampoco se esperan mayores contrapartidas. Sólo se sigue insistiendo en la seguridad. Por lo general, la de una sola de las dos partes, la israelí. Paradójicamente la potencia ocupante hace responsable de su seguridad a la población ocupada. En cuanto a las garantías internacionales, Israel prácticamente no las necesita, puesto que las fronteras de Gaza siguen bajo su soberanía y cuenta con el apoyo estadounidense en un mundo que, al menos en el aspecto militar, es unipolar.

El plan de desconexión de Gaza viene precedido por la ruptura de las negociaciones israelo-palestinas tras el fracaso de las negociaciones en Camp David entre Ehud Barak y Yasser Arafat bajo la égida de Bill Clinton (julio de 2000). El consiguiente estallido de la segunda Intifada (septiembre de 2000) y el ascenso de Sharon a primer ministro (2001) contribuyó a ahondar aún más dicha crisis. La nueva coyuntura creada tras el 11-S complicó todavía más el ensombrecido panorama internacional. La guerra contra el terrorismo de la neoconservadora administración Bush fue hábilmente instrumentalizada por Sharon en su cruzada particular contra los palestinos. Aprovechó el paréntesis entre las guerras de Estados Unidos contra Afganistán (2001) y contra Irak (2003) para desmantelar la infraestructura paraestatal de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con la reocupación de las zonas autónomas palestinas (2002).

El asedio a Arafat, confinado en su Muqata de Ramallah (2001-2004), intentó personalizar el conflicto. Tel Aviv y Washington hicieron recaer sobre el presidente de la ANP toda la responsabilidad por el fracaso de las negociaciones en Camp David y el estallido de la violencia en los territorios. Desde entonces Israel se cruzó de brazos a la espera de un interlocutor palestino válido con quien negociar. Con la muerte de Arafat (noviembre de 2004) y su reemplazo por Mahmud Abbas (Abu Mazen) desapareció la excusa de la inmovilidad israelí. De ahí su reciente movimiento en Gaza, pero de forma unilateral, sin negociaciones ni consultas previas.

Fruto de la desproporción de fuerzas entre las partes negociadoras, Israel se enfrenta a una ANP extremadamente debilitada y una población igualmente agotada por el incesante binomio de acción/represión durante los últimos cinco años de Intifada. En consecuencia, Sharon concibe el momento actual como una oportunidad para imponer sus condiciones y su particular visión de lo que debería ser la resolución del conflicto.

En realidad, pese a las apariencias mediáticas, las actuales relaciones entre israelíes y palestinos no se encuentran precisamente en medio de un proceso de negociación, caracterizado por las coordenadas del toma y daca que brindan ganancias a ambos actores, aunque uno gane más que otro. En lugar de la lógica de la cooperación, dichas relaciones se encuentran más cerca de la del conflicto: la de un juego de suma cero en el que las ganancias de una de las dos partes son equivalentes a las pérdidas de la otra. En síntesis, Israel no negocia con los palestinos, sólo dicta sus condiciones. Desde su posición de fuerza, de saberse la potencia ocupante, Israel coacciona a su contraparte palestina que, a su vez, negocia desde la posición de debilidad que supone ser la población ocupada.