José Álvarez Junco

Las dificultades de la II República
Entrevista realizada por Manuel Llusia
(Página Abierta, 176-177, diciembre de 2006/enero de 2007)


            Sabemos que las tareas se acumulan en estos momentos. Al trabajo habitual, se suman los viajes, congresos como el de la Guerra Civil, o jornadas, como las de homenaje a los profesores represaliados por el franquismo. Sin embargo, espero sólo siete minutos, y José Álvarez Junco se disculpa. Siento entonces que estoy, pues, en buenas manos. Y ahora transcribimos la conversación, manteniendo el tono coloquial, opción que nos hace responsables de los posibles defectos de la expresión escrita.

            Empezamos la entrevista hablando de la evolución de los apoyos sociales y electorales hacia los impulsores de la II República. La abrumadora victoria de la izquierda y los republicanos radicales y moderados en el 31, la posterior victoria de la derecha en el 33, la polarización electoral y social, el triunfo del Frente Popular... Surge la pregunta de qué pudo llevar, por un lado, al desencanto en sectores amplios de la población y, por otro, a la inhibición de algunos sectores del republicanismo, o incluso, en algún caso de este grupo, a contemplar el golpe de Estado como un mal menor.


– En primer lugar, los apoyos sociales en ese momento no los conocemos bien porque no hay encuestas, no tenemos sondeos de opinión. Es decir, todo lo que tenemos son los resultados electorales. Y los últimos resultados electorales, que son los de febrero del 36, muestran una victoria clara de la izquierda. No sabemos cuál era el grado de desencanto o de distanciamiento respecto del régimen, pero las últimas elecciones las gana la izquierda, aunque por un margen estrecho, y con arreglo a aquella ley electoral, que era bastante desastrosa, consigue una mayoría amplia en las Cortes. Y, en principio, en un clima todavía de relativa tranquilidad; en febrero del 36 no se podía predecir que iba a haber una guerra civil seis meses después.
            Que sectores del republicanismo hubieran evolucionado incluso hasta apoyar el golpe de Estado, eso me parece demasiado. Que sectores del republicanismo estaban desencantados y poco entusiastas, acercándose, como usted dice, a la inhibición o al abstencionismo, eso es cierto. Pero tanto como para apoyar un golpe de Estado, quizá eso es un poco excesivo. Alguno, desde luego, había. El golpe de Estado estuvo propiciado, fundamentalmente, por la derecha, por viejos sectores monárquicos, por algunos sectores militares –algunos, no todos– y por nuevas fuerzas políticas, las fascistas.

– ¿Y el cambio electoral entre el 31 y el 36?  ¿O no cabe establecer esa comparación entre ambas fechas?


– Es que los resultados de las elecciones del 31 son un poco especiales, algo “falsos” se podría decir, en el sentido de que se viven en un momento de euforia. Lo que llamó Mitterrand, con cierto humor, el “estado de gracia”. Los republicanos estaban en estado de gracia. Estas primeras elecciones las ganaron de una forma abrumadora.
            En cambio, en el 33 ganó la derecha, y en el 36 volvió a ganar la izquierda...

– Pero se puede apreciar una división social fuerte, en dos polos casi iguales.


– Sí, hay una división fuerte. Ése fue el error, que se polarizó todo demasiado. Y los sectores del centro no se desarrollaron, como, por ejemplo, el partido de Alejandro Lerroux. El Partido Radical, que hubiera podido constituir el centro –en ese momento eran republicanos, no hay duda de que eran republicanos, pero a la vez republicanos de derechas–, se hunde.

– ¿Cómo influye el contexto internacional europeo –en concreto, la crisis económica, el auge del fascismo, la radicalización de la clase obrera y las perspectivas revolucionarias– en el impulso y devenir específico de la II República?


– El contexto internacional influyó de una manera muy negativa. Cuando se habla del proceso de 1930 a 1936, comparado con los años setenta, se olvida que el contexto internacional era completamente diferente. En los años setenta, Europa ofrece un único modelo político de democracia liberal parlamentaria, con bienestar económico, con un fuerte Estado social, etc. Porque el otro modelo que hay en Europa en ese momento, que es el de los países comunistas, está completamente desprestigiado y a punto de fenecer. Mientras que en el periodo de 1931-36 los modelos políticos que ofrece Europa, aparte de la democracia liberal, que está bastante desprestigiada y moribunda, son: uno, la revolución social, la revolución soviética, que ha hecho creer a los obreros radicalizados que el futuro es la revolución socialista, y no sólo a los comunistas, sino también a los socialistas y a los anarquistas; y dos, los fascismos, el otro gran modelo con gran atractivo para mucha gente, incluso para intelectuales de buena calidad; intelectuales y artistas, no sólo españoles y latinos, también ingleses, son profascistas. Es decir, los modelos son malos.
            Y no sólo los modelos influyen negativamente, sino también la ayuda militar. El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 se hubiera quedado en un golpe de Estado, y probablemente hubiera fracasado si no hubiera habido ayuda internacional. Hitler y Mussolini mandan aviones que permiten trasladar al Ejército de África a la Península, posibilitando el avance de las tropas del Ejército colonial, muy rápido en los cuatro primeros meses –en noviembre ya están ante Madrid. Y cuando llegan las Brigadas Internacionales y llega el apoyo soviético, la República puede sobrevivir. Ambas ayudas hacen, por lo tanto, que la guerra sea muy larga.

– ¿Influyó la situación internacional de crisis en la economía española?


– Yo creo que menos. La situación internacional influyó poco porque la economía española estaba bastante al margen de las grandes corrientes de los mercados internacionales. Era una economía bastante autosuficiente, muy protegida, y la gran crisis de 1929 se nota poco en España. Se nota quizá en el sector de la construcción, donde en ese periodo se produjo un nivel de paro importante. Ante esa situación, las medidas que adopta el Gobierno republicano son medidas keynesianas, de fomento de las obras públicas, que eran las medidas adecuadas.

– Produce admiración, sin duda, la ambición reformadora de la República. No obstante, hay quienes plantean dudas sobre su viabilidad. ¿Había demasiada ambición? ¿No midieron suficientemente sus fuerzas?


– Sí, estoy de acuerdo con eso, con las dos cosas. No fue culpa de los gobernantes sólo, fue culpa de todo el mundo. Todo el mundo esperó un cambio radical; es lo que se llama una expectativa milenaria: literalmente, de la noche a la mañana vamos a crear un régimen en el que reine la justicia y la igualdad, en el que se acabe la corrupción y la injusticia. Es imposible. La República prometió eso, la gente se creyó eso. Y hubo luego muy poca tolerancia. Por lógica, cuando se tienen esas expectativas, se tiene muy poca tolerancia con los fallos que naturalmente hay.
            La República pretendió resolver todo en un plazo de tiempo muy corto. Un problema educativo, un problema cultural no se puede resolver en tan poco tiempo. No se pueden crear escuelas e improvisar maestros en un año. Eso lleva su tiempo. Y no se puede reformar el Ejército y cambiar las arraigadas tendencias militares a intervenir en política –el pretorianismo militar– en un plazo muy corto. Eso debe hacerse poco a poco. Yo creo que la transición de los años setenta en eso ha sido modélica. El cambio del Ejército en España en los últimos treinta años ha sido brutal, pero ha sido en treinta años.
No se puede resolver el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado en tan poco tiempo. Ni la arraigada tendencia de la Iglesia española a intervenir en política.
            Y no digamos la reforma agraria. Si usted no quiere hacer una revolución sino una reforma, pues hay que esperar unos cuantos años. Claro, si el movimiento obrero estaba esperando –los anarquistas sobre todo– que rápidamente se hiciera la justicia social, parece lógico que se sintieran defraudados. Y al cabo de muy pocos meses o de un año ya estaban sublevándose.

– La alianza republicana del pacto de San Sebastián se rompe. ¿A qué cree que se debió?


– Pues se debió, básicamente, a la desconfianza, y a las pésimas relaciones tradicionales entre el Partido Socialista y los republicanos radicales, es decir, entre Lerroux y los herederos de Pablo Iglesias. Por un lado, los republicanos, como Azaña, consideraban –y yo creo que tenían razón– que era necesario incluir a los representantes del movimiento obrero, a los más moderados, que son los socialistas, en el Gobierno republicano, implicarles en la República; y, por otro lado, los lerrouxistas, que creían que la República era suya, eran muy contrarios a esa inclusión de los “obreros”, a los que consideraban unos parvenus, unos arribistas sin tradición republicana.
Además, la llegada de los socialistas al Gobierno, y especialmente las medidas de Largo Caballero, que favorecen a la UGT, y que convierten a la UGT en una especie de gran agencia de colocación, suscitan la desconfianza de la CNT; y esta organización obrera le declara la guerra a la República, porque se da cuenta de que la van a echar del escenario.
            Entonces, Azaña, que se ha convertido en el árbitro de la situación, entre finales del 31 y mediados del 32,  se ve obligado a optar entre los republicanos radicales de Lerroux y el Partido Socialista, y opta por el Partido Socialista y se rompe la coalición.

– ¿Y el empresariado, cómo recibe las reformas sociales? ¿Exagera en su oposición? ¿Hay división entre unos sectores y otros?


– Lo que parece es que el empresariado industrial no tiene una posición política unánime; parte del empresariado industrial simpatiza con la República, mientras que el empresariado agrícola –que no sé si llamar empresariado agrícola o más bien terratenientes sin ninguna mentalidad de empresarios– desconfía de la República desde el primer momento. ¿Por qué? Porque están acostumbrados a unas relaciones estrictamente jerárquicas: “aquí se hace lo que yo digo, y ya está”. Que les apliquen de repente la legislación laboral, no lo pueden comprender ni consentir. En los medios rurales desde el primer momento se produjo una tensión considerable.
            Ya he dicho que el empresariado como tal, en su conjunto, no tiene una voz política común. No hay una confederación empresarial. Declaran no estar bien organizados. Había empresarios catalanes que estaban en una posición, mientras que los empresarios vascos andaban en otra. Y dentro del empresariado madrileño había varias posiciones...

- ¿La II República fue una ocasión frustrada para impulsar una nueva conciencia nacional española unitaria, algo que se arrastra ahora? ¿Existía una corriente nacionalista española democrática?


–¿Si era la ocasión para un nacionalismo español de tipo liberal y republicano? Yo creo que sí. Estaba representado por un Azaña o por los herederos de la Institución Libre de Enseñanza, que eran muy españolistas. La Institución Libre de Enseñanza se inaugura en los altos del Hipódromo en Madrid, precisamente, un 2 de mayo. Eran muy nacionalistas españoles, con la vieja idea liberal de una España que había tenido su momento de esplendor, su momento mítico, en el que piensan todos los nacionalismos, en la Edad Media, cuando los municipios eran democráticos y el pueblo participaba en asambleas abiertas; cuando había unas Cortes que limitaban el poder del Rey y unos fueros...
Y que todo eso cayó en la decadencia –en la que también piensan todos los nacionalismos– cuando invaden los extranjeros. En este caso, cuando llega una dinastía extranjera, los Habsburgo, que no conoce las tradiciones españolas, y Carlos V aplasta a las Cortes, y a los castellanos, en la guerra de las Comunidades; Felipe II aplasta a los aragoneses y ejecuta a Lanuza; Felipe IV aplasta a los catalanes en 1640. Es decir, una monarquía extranjera acaba con las libertades y con el equilibrio maravilloso del pueblo español. Y, además, embarca a España en unas aventuras imperiales que nadie quería... Ésa tradición liberal de creer en esa serie de mitos, ésa es la tradición de los republicanos; hay en ellos, pues, un fuerte nacionalismo español.

– ¿Cómo se puede valorar, desde el punto de vista democrático, la legislación y las medidas concretas de los sucesivos Gobiernos republicanos y la concreción en la Constitución de la posición republicana de la separación Iglesia-Estado y de la libertad religiosa, si es que se puede hablar de este último principio en el mundo republicano?


– Bueno, por un lado, está la legislación republicana y, por otro, la reacción de la Iglesia. Lo primero fue una fuerte reacción de la Iglesia antes de que hubiera empezado la legislación republicana. Son las famosas declaraciones del cardenal Segura, a la semana de haberse proclamado la República, diciendo que ése era un régimen contrario a la tradición española. Es decir, la Iglesia le declara la guerra a la República, desde el primer momento. La Iglesia española no estaba acostumbrada ni estaba dispuesta a tolerar una separación Iglesia-Estado y un régimen laico de verdad. Y la Iglesia, como digo, adoptó una actitud belicosa, agresiva, y consideró una agresión simplemente esa separación. Simplemente quitar el crucifijo de las escuelas públicas lo consideró una terrorífica agresión. Eso fue causa, como seguramente usted sabe, de que fusilaran a algún maestro en el año 36, sólo por el hecho de haber quitado el crucifijo siguiendo las órdenes que recibía desde arriba.
Otra es la legislación republicana. Yo creo que la legislación republicana, sin duda también respondiendo a una vieja tradición anticlerical, y reaccionando contra esta actitud de la jerarquía de la Iglesia, se pasó un poquito, se pasó de la raya en algunos casos, como por ejemplo, colocar fuera de la ley a la Compañía de Jesús...

– ¿Se puede considerar antidemocrático?


– Yo creo que sí, creo que no hay necesidad de hacer eso. Si se leen de manera estricta los estatutos de la Compañía de Jesús y su voto de obediencia al Papa, no se puede decir que está obedeciendo a un poder extranjero. La Compañía de Jesús estaba permitida en muchos países democráticos a pesar de ese voto; no había necesidad alguna de llegar hasta ese extremo.
Tampoco había necesidad alguna de llevar a cabo la intención anunciada de eliminar todas las escuelas eclesiásticas, todas las escuelas llevadas por órdenes religiosas. Si usted quiere crear un buen sector público de la enseñanza, créelo...

– ¿No es poco democrático o no ajustado a la defensa de la libertad religiosa el impedimento de que las órdenes religiosas impartieran enseñanza?


– Yo creo que, más que democrático o no democrático, es no liberal. Es decir, es la vieja tradición jacobina; es la vieja idea de que la mayoría, el pueblo, domina; se va a hacer la voluntad del pueblo, y no vamos a tolerar minorías, y no vamos a respetar los derechos individuales, y no vamos a respetar esferas privadas de actuación o creencias. Eso, que era tan propio de la derecha española, y en lo que estaba de acuerdo la Iglesia, no respetar esferas privadas, pues se lo aplicaron a ella desde el otro lado. Y es una actuación plenamente antiliberal.

– Sí, yo quería ir un poco más lejos de la necesaria prudencia política, y considerar más, en el análisis, los principios liberal-democráticos...


– Sí. Hay cosas que eran cuestiones de principios. Que un buen liberal, alguien que estuviera formado en la tradición de Tocqueville o de Stuart Mill, no hubiera hecho este tipo de cosas; pero si estás formado en la tradición de Robespierre, sí las haces. Y es de donde venía la tradición izquierdista española, de muchos años.

– Siguiendo ese hilo, ¿qué relación mantenían las diversas izquierdas con el pensamiento y las posiciones del liberalismo democrático? ¿Qué valores democráticos asumen en profundidad y cuáles no?


– Pues yo creo que hay valores democráticos que asumen, pero son muy pocos los valores liberales asumidos. Democracia y liberalismo se pueden distinguir con bastante facilidad. La democracia se supone que es el gobierno del pueblo, de las mayorías. Se celebran unas elecciones y los que las ganan son los que tienen el derecho a gobernar, legítimamente. El liberalismo parte de la base de que el individuo es el soporte donde se apoyan los derechos, en el que se apoyan las creencias, las visiones del mundo, la ética, los valores. El individuo es la base de todo. Y, por tanto, yo, como individuo, tengo el derecho a pensar de forma diferente a como piensa la mayoría; y sin embargo, la mayoría me tiene que respetar. Naturalmente, no se va a hacer lo que yo digo, se va a hacer lo que diga la mayoría. Pero me tienen que dejar hablar y me tienen que dejar intentar convencer a otros de mis puntos de vista.
Todo eso –que el individuo es la base de la verdad y de la moral–, la Iglesia católica nunca lo había aceptado. La base de la verdad y de la moral está en un consejo de teólogos que somos nosotros, la Iglesia católica, que decimos cómo funciona el mundo y qué es lo bueno y qué es lo malo.
Y la izquierda repite esas actitudes; es lo que llamamos jacobinismo: una tendencia al Gobierno asambleario. Y las asambleas, como todo el mundo sabe, son manipulables, son la cosa menos libre del mundo, en la que gana el que más grita, y ganan los que más organizados están para sacar una resolución que tienen preparada de antemano y vociferar un poco y decir: “aprobada la resolución”. Eso es lo que se llama “democracia asamblearia”.
Ese tipo de cultura individualista, de respeto a las posiciones, eso de considerar que alguien que está diciendo lo contrario de lo que piensa la mayoría pueda tener razón, y que, por lo tanto, merece ser escuchado, eso, que es elemental en un mundo liberal, desde luego, en un clima revolucionario no se respeta.
Ahí hay toda una tradición española, que viene desde luego del catolicismo, en mi opinión, que es muy enemiga de la libertad individual y de la discrepancia.

– ¿Cómo se concibe la existencia, entonces, en las propias constituciones republicanas de un catálogo de derechos individuales?


– Bueno, hay constituciones españolas, que se llaman liberales, como la de Cádiz de 1812, que no tienen catálogo de derechos individuales.

– Yo hablo de las republicanas.


– Ya, pero llamamos liberal a una Constitución como la de Cádiz que no tiene catálogo de derechos individuales, y que dice en un célebre artículo 12: «La religión católica, apostólica y romana, única y verdadera, es y será siempre la religión de todos los españoles». Si eso es liberal, que venga Dios y lo vea.

– Quizá está mal calificada. Hablo de otros momentos en los que las corrientes progresistas o de izquierdas promueven en las constituciones un catálogo de derechos individuales. La Constitución de 1812 está hecha con un pensamiento liberal relativo...


– Sí, es muy relativo, estoy de acuerdo. Es muy pronto. Pero, luego, aunque las constituciones hablen de derechos individuales, la práctica no era muy respetuosa ni con individuos discrepantes ni con las minorías, en general.
            Las situaciones revolucionarias en España, que han sido liberales, democráticas, progresistas en el siglo XIX, republicanas, no han sido muy respetuosas con las minorías. Han sido más bien dictaduras de izquierdas. Igual que, desde luego, las situaciones que propiciaban dictaduras de derechas. Liberalismo ha habido poco, me parece a mí.
            Y en la II República, ciertamente, ésa fue una carencia. Cuando decimos que la II República es el antecedente de la democracia actual, bueno, cuidado..., por supuesto que es el antecedente, claro que sí, no va a ser el franquismo; pero es un antecedente con muchas matizaciones. No es una República liberal-democrática; la situación actual es, en principio, liberal-democrática.

– Aunque no sea republicana...


– Aunque no sea republicana. Eso, en definitiva, es lo de menos. Quizá se ha dado demasiada importancia a la jefatura del Estado.

– No, yo hablo de otra cosa, yo hablo de las corrientes republicanas en las que se incluye algo más que la elección libre de la jefatura de Estado, las que afirman que la soberanía ha de residir en los ciudadanos, libres y sujetos de derechos... Desde ese punto de vista, por cierto, resulta curioso lo que a este respecto se señala en la Constitución de la II República. No está del todo claro quién es el sujeto de la soberanía. Ésta parece residir en el “pueblo”, del que emanan los poderes de España, que “es una República democrática de trabajadores de toda clase”.


– No está claro, cierto. Tampoco está claro en la Constitución de 1978. Parece que es un ente supraindividual; no son los ciudadanos, es España, la que declara y la que avala la Constitución.

– Hablemos de los movimientos insurreccionales del 34. Visto desde hoy, ¿qué valoración podemos hacer de aquellas experiencias revolucionarias?


– Pues yo creo que fue un tremendo error, al que se dejó arrastrar no sólo la izquierda del Partido Socialista, sino también la derecha de este partido. El propio Azaña, quizá; no está claro. Y es un ejemplo de lo mal arraigada que estaba una cultura democrática, y la diferencia con la situación actual. Hoy día pierden las elecciones las izquierdas, como ocurrió en el año 96, y gobierna la derecha; y todo el mundo reconoce la legitimidad al señor Aznar. Y pierde las elecciones la derecha, en 2004, y gobiernan las izquierdas, aunque la derecha no termine de aceptarlo ni de reconocerlo. Pero la verdad es que no se ponen a conspirar para derrocar al nuevo Gobierno. Mientras que en la II República, pierde las elecciones la derecha en el año 31 y se da el golpe de Sanjurjo en el 32. Pierden las elecciones las izquierdas en el 33, y se sublevan en el 34. Y pierde la derecha en el 36 y se subleva ese mismo año.

– La del 34, ¿es una sublevación social, política o...?


– Es una sublevación política dirigida por sindicatos y por algunos políticos obreristas, y con la connivencia de los catalanes de Esquerra. Es una sublevación en la que la izquierda tiene una seria responsabilidad. Lo hicieron mal, francamente mal, porque deslegitimaron al régimen y perdieron fuerza para utilizar hoy el argumento de que el Ejército se sublevó en el año 36 contra un Gobierno legítimamente constituido. Ustedes –se podría decir– también se sublevaron en el 34 contra un Gobierno elegido y legalmente constituido, con el pretexto de que iba a entrar en el Gobierno la CEDA, que era un partido fascista. La CEDA había sido el partido más votado y tenía derecho a entrar en el Gobierno.

– ¿Las corrientes de derechas no están fundamentalmente –no todas, pero sí una buena parte– colocadas en el antirrepublicanismo? ¿Podríamos hablar de la inexistencia de una derecha democrática?


– Juan Linz utilizó hace años un término perfecto para definir las derechas del momento, que eran “semileales” a la República. Gil Robles nunca fue plenamente leal a la República. Acabo de decir que la izquierda hizo mal sublevándose contra la entrada de Gil Robles en el poder, porque le llamaban fascista, y Gil Robles no era estrictamente fascista. Pero, también es cierto, que nunca declaró su lealtad a las instituciones republicanas. Por tanto, eso es lo que se llama “semileal”. Cosa que se podía decir también de la izquierda socialista: eran semileales. Largo Caballero entraba en el Gobierno republicano cuando creía que iba a conseguir beneficios sociales de los que él consideraba que la República tenía que dar a la clase obrera. Y en el momento en que los dejaba de conseguir declaraba que la República era ilegítima. Algo parecido se puede decir de algunos nacionalistas actuales que hacen eso.
            La derecha no fue exactamente antirrepublicana. Había algunos que, desde luego, sí; los monárquicos sí, los fascistas también. Pero hubo fuerzas de derechas, como la de Gil Robles, la más importante, que fueron semileales, ambiguas, con las instituciones republicanas.
            ¿Inexistencia de una derecha democrática? Pues sí, inexistencia de una derecha democrática. Lo más parecido a una derecha democrática fue el Partido Radical de Lerroux. Ésa hubiera sido una derecha plenamente republicana, plenamente leal al régimen y derecha, centro-derecha. El partido republicano de Lerroux tenía muchos inconvenientes: viejas técnicas de clientelismo, colocar a su gente, corrupción... Cuestiones que le hicieron caer en 1935, con el escándalo del estraperlo, y que hizo imposible la existencia de un centro.

– Se ha justificado el levantamiento militar franquista como una defensa frente a la revolución social en marcha. ¿Qué opinión le merece esa interpretación?


– No, ésa fue una justificación ex post. Contra la revolución social en marcha no exactamente; ellos han dicho que era contra un golpe revolucionario que estaba programado, que lo suyo fue un golpe preventivo, como la guerra de Bush en Irak: preventiva. Lo que ellos dijeron es que había una conspiración y la preparación de un golpe revolucionario; eso es pura y simplemente falso. No ha habido historiador alguno que haya demostrado eso nunca, a pesar de que hay quien vuelve a repetirlo, y con viejos argumentos.
¿Que había una revolución en marcha? Hombre, había mucho desorden... y el Gobierno republicano tenía serios problemas para mantener el orden público. Hay varios centenares de muertos en la primavera del 36, pero eso no es una revolución en marcha. El desorden público, la falta de orden público, no es lo mismo que una revolución en marcha y mucho menos un golpe revolucionario programado.

– Los proyectos y actuaciones de los impulsores de la II República, ¿qué fuerza han tenido en el devenir de nuestra Historia? ¿Desde ese punto de vista está justificado el homenaje a la II República?


– Yo creo que se resume en todo lo que hemos dicho antes. Hubo ideales y hubo teorías que participan de la ideología democrática europea y mundial general, y que están en la base de nuestra democracia actual. Yo creo que les falta el grado de individualismo que las convirtieran realmente en liberales, pero que sí es verdad que son democráticas. Y hubo, sin embargo, en la realización, algunos excesos jacobinos y alguna coacción y violencia en la práctica diaria, por parte de la derecha y por parte de la izquierda, que hicieron que aquella etapa fuera democrática, sí, pero con algún reparo; algunas fuerzas actuaron de una forma que podríamos calificar de no estrictamente democrática.
Por tanto, ¿precursores de la situación actual, influencia posterior? Ha tenido influencia posterior y ha tenido una influencia mítica. Nosotros, los jóvenes antifranquistas de los años sesenta,  veíamos la II República de una manera idealizada, y es ahora cuando empezamos a ver más sus problemas. De todas maneras, tuvimos suficiente sensatez. Yo no tuve un cargo de responsabilidad en los tiempos de la Transición, fui un mero espectador, pero los que llevaron la Transición sobre sus hombros tuvieron la suficiente sensatez como para no repetir experimentos republicanos. Se tuvo bastante cuidado en la Constitución de 1978 de no repetir fórmulas de la Constitución de 1931, precisamente para que no recordaran situaciones del pasado que desencadenaran procesos parecidos a aquéllos.
            Ahora, no hay duda –ya lo he dicho antes– de que es el experimento democrático que antecede al actual, en circunstancia diferentes y con muchos inconvenientes y con muchos problemas, pero eso es lo que tenemos, es lo que la Historia nos ofrece.

– Una última pregunta de actualidad. ¿Qué piensa de la figura de Juan Negrín, qué le parece su rememoración actual?


- Es muy difícil valorar a Negrín. Ya no es la República; es la guerra. Negrín es, para empezar, un intelectual; se le reconoce como un tipo de excelente formación, en Alemania, y que formó aquí también una escuela importante. Y era un buen intelectual.
            En primer lugar, la política se la tomó muy en serio. Se comprometió con la República, sin la menor duda, y tuvo que optar en aquella situación, cuando él toma las riendas del poder, que es a mediados ya del año 37, y la guerra va bastante mal para la República, entre una política, digamos, revolucionaria, más izquierdista, que es lo que le están pidiendo los anarquistas y los del POUM, y alguno quizá de izquierda republicana, de impulsar la revolución, o una política mucho más moderada, de orden: constituir un Ejército de acuerdo con las reglas de la guerra, poner orden dentro de la República. Y eso es lo que le piden los republicanos de derecha y el Partido Comunista, que está en esa política... Y se alía con ellos, se alía con el Partido Comunista. Eso no se lo perdonarían nunca ni siquiera dentro de su propio partido, el socialista. Los “prietistas” y los “caballeristas” no se lo van a perdonar nunca; y no digamos los anarquistas y el POUM, que, además, está siendo represaliado por los comunistas en ese momento.
            Pero la verdad es que, viendo la situación tal como estaba, parece la política más sensata; es decir, organizar el frente, intentar hacer una guerra eficaz, porque si hay algo que la República no ha tenido hasta la primavera del 37 es eficacia militar; no ha hecho más que perder terreno frente a un Ejército que avanza como una máquina. Y gracias a Negrín se consigue parar un poco el signo de la guerra, hay un par de contraofensivas... Negrín parece que siguió una política relativamente sensata. Ahora bien, hay que comprender que, según estaban ya las cosas de mal, las malas relaciones personales y políticas que había entre las distintas fuerzas republicanas, Negrín sea tan universalmente odiado.

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José Álvarez Junco
es catedrático de Historia de la Universidad Complutense de Madrid y director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.