José Abu-Tarbush

La guerra contra Irak y la reconfiguración
geopolítica de Oriente Medio
(Disenso nº 40 julio 2003)

El control del petróleo (y también del gas natural) y los imperativos geoestratégicos de EE UU en la región del Golfo constituyen dos de los motivos principales de la agresión angloestadounidense a Iraq. EE UU se servirá de este país para establecerse hegemónicamente en Oriente Medio, haciendo de esta región, cuyo valor económico y geoestratégico es indudable, un área de su única y exclusiva influencia frente a otras potencias foráneas (China y Rusia especialmente) e incluso frente a sus propios aliados que o se someten o se quedan sin botín. José Abu-Tarbush es profesor de Sociología de las Relaciones Internacionales en la Universidad de La Laguna.

La guerra de EE UU contra Iraq ha sido muy semejante a la “crónica de una guerra anunciada”. En algunos círculos políticos de Oriente Medio se temía la misma desde hace unos tres años, mucho antes de los afamados sucesos del 11-S. Aunque la instrumentalización de estos acontecimientos contribuyó a fundamentarla bajo la cobertura de “la guerra global contra el terrorismo” o de la nueva estrategia de seguridad de Washington, de ataque —léase guerra— preventivo. Sin embargo, dicha ofensiva estaba prevista en la agenda de la Administración Bush desde antes del 11-S.No obstante, en los días siguientes se retomó la idea. Paradójicamente la guerra contra Iraq se demoró por la campaña militar contra Afganistán para desalojar a los talibán del poder en Kabul, pero al mismo tiempo el rápido éxito de ésta animó los viejos planes. La inexistencia de una clara vinculación entre los acontecimientos del 11-S e Iraq no impidió que se pusiera nuevamente en marcha la maquinaria bélica estadounidense.

PROPAGANDA E INFORMACIÓN. Las sociedades abiertas presentan mayores dificultades que las cerradas o autoritarias para que sus Gobiernos las arrastren a una guerra. Salvo en los casos de legítima defensa ante una amenaza real e inminente, resulta extremadamente difícil justificar una guerra en aquellas sociedades que cuentan con una opinión pública fuerte, medios de comunicación independientes, una cultura política de resolución pacífica de los conflictos y una firme oposición política que controla sistemáticamente la acción exterior gubernamental. De ahí la tendencia en las sociedades democráticas a justificar la guerra sobre la base del miedo o la amenaza inminente (seguridad frente a terrorismo) y la moral o valores superiores (democracia frente a dictadura).
La combinación de ambos elementos en el caso iraquí fue evidente. De un lado, se magnificó el peligro del régimen iraquí con la presunta posesión de armas de destrucción masiva (nucleares, químicas y biológicas), su comportamiento beligerante en la región (guerra iranoiraquí de 1980-88 e invasión de Kuwait en 1990-91), además de su irresponsable y desafiante rol en la sociedad internacional (repetido incumplimiento de las resoluciones de la ONU). De otro lado, se subrayó su carácter autoritario y cruel con su propio pueblo, con un extenso currículo de represión, torturas, asesinatos y matanzas (como el gaseamiento de los kurdos en la aldea de Halabja en 1988). Salvo la manipulación en torno a las armas de destrucción masiva (sobre todo, la inexistencia de las nucleares), nadie niega estos hechos contundentes y dramáticos.
No obstante, cabe poner de manifiesto la parcialidad de la información aportada. Su descontextualización no niega dichos sucesos, pero oculta una parte sustancial de los mismos. En concreto, el apoyo que entonces los propios EE UU y, por extensión, algunos de sus aliados en Europa Occidental y en la región brindaron al régimen de Sadam Hussein desde la revolución iraní de 1979 hasta la invasión de Kuwait en 1990-91. En este mismo sentido, los argumentos expuestos para la intervención militar en Iraq son poco convincentes, además de carecer de toda legalidad y legitimidad. Los EE UU no aplican los mismos criterios ni la misma contundencia con comportamientos similares en la escena internacional. Por el contrario, en el caso de su aliado israelí, Washington impide que la comunidad internacional intervenga, ejerciendo históricamente el veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Mientras que ante el desafío lanzado por Corea del Norte emplea la negociación o, dicho de otro modo, la presión diplomática, en lugar de la fuerza.

Por tanto, frente a las razones oficiales de esta guerra, las reales permanecen aparentemente ocultas, pero pueden ser igualmente conocidas. Es más, la posguerra promete desvelar algunas de sus claves, conf irmando o desmintiendo las tesis esbozadas al respecto. La más frecuentemente apuntada ha sido el petróleo. Sin embargo, ninguna acción internacional de esta dimensión suele responder a una sola causa por muy impor tante que ésta sea. Por lo que cabe añadir, junto al petróleo (y el olvidado gas natural), los imperativos geoestratégicos de los EE UU en la región, que se traducen en la configuración de un nuevo mapa geopolítico para Oriente Medio.

PETRÓLEO. La importancia económica de Iraq resulta evidente por cuanto posee la segunda reserva mundial de petróleo (en torno al 11%) después de la de Arabia Saudí. Es más, existen algunas expectativas muy positivas que, ante las pocas prospecciones petrolíferas realizadas en Iraq, apuntan la posibilidad de que su reserva energética pueda ser equivalente o aún mayor que la saudí. Este atractivo se ve reforzado por el escaso coste de la producción de petróleo iraquí (0,75$ el barril), una de las más baratas del mundo por razones geológicas y técnicas. A ello hay que sumar que una constante de la política de EE UU en Oriente Medio ha sido el asegurarse el acceso a los recursos energéticos, máxime ante su previsible disminución en las próximas décadas, al mismo tiempo que reintroduce el petróleo iraquí en el mercado internacional de la mano del cartel petrolero. En este sentido hay que destacar que las cinco primeras multinacionales del petróleo son de capital angloestadounidense que, no precisamente por casualidad, coinciden con las banderas de los dos Estados más beligerantes con Iraq. Desde 1998 las fuerzas aéreas estadounidenses y británicas bombardearon Iraq sin ningún tipo de cobertura legal más allá de la ley de la selva y han sido las fuerzas armadas de ambos países las que han invadido y ocupado Iraq (acompañadas por un pequeño destacamento australiano).

Por último, EE UU asegura una alternativa al petróleo saudí ante la revisión estratégica planteada con Arabia Saudí después del 11-S. Sólo basta recordar que 15 de los 19 asaltantes de los aviones que fueron usados en los atentados eran de nacionalidad saudí, como el propio Osama Ben Laden, que contaba con algunas conexiones con la extensa familia real saudí. Es más, la financiación saudí de numerosos movimientos islamistas de obediencia wahabí (islam fuertemente rigorista imperante en Arabia Saudí) se ha mostrado a la larga contraproducente a ojos de Washington, que en otra época apoyó vivamente dicha política para contrarrestar a los movimientos nacionalistas seculares y a las fuerzas progresistas del mundo árabe e islámico.

No obstante, cabe despejar una incógnita. Dado que EEUU no depende directamente del petróleo de Oriente Medio, sino del americano (esto es, el suyo propio y el procedente de Canadá, México y Venezuela), ¿cómo se puede explicar la variable del petróleo en la política exterior de los EE UU en Oriente Medio? Primero, porque el petróleo no se comercia tanto entre los Estados como entre las multinacionales con las que tiene importantes vínculos la Administración Bush; segundo, porque Washington se presenta desde la guerra fría como el valedor de la seguridad y estabilidad de sus aliados, garantizando su acceso a los recursos energéticos y, además, a un precio razonable y, tercero, porque el petróleo es una fuente de riqueza y poder en el sistema internacional que ninguna gran potencia, ni mucho menos una superpotencia, puede ignorar o despreciar.

GEOPOLÍTICA. Iraq ocupa una posición geoestratégica relevante, de gran proyección regional, dado que está rodeado por seis Estados: Irán, Turquía, Siria, Jordania, Arabia Saudí y Kuwait. Sólo dos permanecen fuera de la órbita de influencia estadounidense, Siria e Iran. Junto con el Iraq de Sadam Hussein y Corea del Norte, Irán completa la lista del denominado “eje del mal". Sin embargo, pese a que Irán sigue sufriendo la política de doble contención (frente a Iraq e Irán) que aplicaban los EE UU en la región del Golfo, lo cierto es que Teherán ha logrado sortear en cierta medida el cerco estadounidense con una tímida apertura hacia el mercado europeo, pese a las luchas internas entre el sector conservador, encabezado por el presidente de la República, Alí Jamenei, y el reformista, liderado por el primer ministro, Muhammad Jatamí. A ello se suma sus recursos económicos derivados de la producción de petróleo, que le permiten mantener una política exterior autónoma, con importantes acercamientos a algunas de las petromonarquías del Golfo y sin el celo revolucionario de otra época, aunque con importantes cartas debajo de la manga (cierta ascendencia sobre las minorías de obediencia shií en la región, algunas tan importantes como la de Iraq que constituye el 60% de la población). Dicho de otro modo, Irán no pretende tanto alterar el orden regional como integrarse plenamente en el mismo, el único prurito ideológico que se permite es su apoyo a las opciones islamistas en Palestina y Líbano. Precisamente de aquí deriva buena parte de las antipatías y recelos que le brindan estadounidenses e israelíes, además del resentimiento histórico que supuso la quiebra de uno de los eslabones más importantes en la cadena estratégica de Washington en Oriente Medio (la caída del sha Reza Pahlevi), la humillación por la toma de la embajada de EE UU en Teherán (crisis de los rehenes) y, sobre todo, la desconfianza que suscita un régimen político alejado -cuando no enfrentado- a la creciente influencia de los EE UU en la región.

A diferencia de Irán, Siria no está ubicada en el "eje del mal", pero históricamente ha estado, a veces de manera intermitente, en la lista que anualmente elabora Washington sobre los "Estados canallas" o " malhechores" que apoyan el terrorismo internacional. Siria no cuenta con los recursos energéticos de Irán, no es un país productor de petróleo. Por el contrario,sus recursos son bastante modestos. Precisamente por ello es el mejor ejemplo del carácter geopolítico de la intervención de los EE UU en Oriente Medio. Las presiones ejercidas rápidamente por Washington sobre Damasco al tiempo que concluía su victoria militar en Iraq, acusando a Siria de dar cobijo a los prófugos del régimen Iraquí y de albergar armamento químico (según informes de los interesados servicios secretos israelíes), buscan debilitar las dos importantes cartas con las que juega Siria en la política regional . Una es la lÍbano, país sobre el que Damasco ejerce una considerable tutela desde que en 1976 el ejército sirio se adentró en él para, bajo la cobertura de las fuerzas árabes de disuasión, poner fin a la guerra civil libanesa en la que también se vio involucrada la OLP. La otra carta es la negociación que mantiene con Israel desde la conferencia de Madrid que inició el proceso de paz en Oriente Próximo en otoño de 1991, después de la segunda guerra del Golfo (1990-91). Desde entonces poco se ha avanzado en el tramo sirio de las negociaciones de paz.

Un acuerdo de paz entre sirios e israelies supondria automáticamente un compromiso semejante entre Israel y Líbano. Por lo que el Estado israelí lograría algunos importantes e históricos avances en la zona: primero, asegurar su fronteras, pués todos los Estados limítrifes con Israel (Egipto, Jordania, Siria y Líbano) habrán sellado la paz; segundo, aislar a los palestinos aún más del exterior y debilitar —aún más, si cabe— su posición en las negociaciones con los israelíes; y tercero, normalizar definitivamente su situación en Oriente Medio mediante la apertura de relaciones diplomáticas, políticas y económicas con la inmensa mayoría de los países de la región. De hecho, la mayoría de los Gobiernos israelíes formados durantes el turbulento proceso de paz han intentado siempre avanzar en esa dirección, en la que se otorgaba prioridad al tramo sirio de las negociaciones. Ésta es otra de las constantes políticas de los EEUU en Oriente Medio, impedir que ningún Estado de la región alcance la paridad estratégica (léase nuclear) con Israel o, a la inversa, mantener un equilibrio de fuerzas en la región favorable a su aliado natural o Estado pivote, Israel.

IDEOLOGÍA. Un elemento importante en el equipo de gobierno dirigido por Bush, además de su conocida conexión con el cartel del petróleo y con el complejo militar-industrial, es el factor ideológico, de carácter mesiánico, que busca asegurar y prolongar la primacía estadounidense en el sistema internacional, además de hacer de los EEUU el modelo en el que el resto de los países se miren y se midan. Sin olvidar que probablemente estemos ante uno de los gobiernos estadounidenses más pro-israelí de toda la historia, desde 1948. De hecho, los miembros ideológicamente más influyentes del equipo de Bush han sido asesores del partido Likud que actualmente lidera Sharon. Por lo que comienza de nuevo a cobrar vigencia la duda sobre la elaboración de la política de los EEUU para Oriente Medio, si se realiza en Washington o en Tel Aviv. Una alianza tan estrecha impide ver claramente sus contornos por la semejante identidad de intereses.

En definitiva, el Iraq de Sadam Hussein ha dado mucho juego a EE UU en Oriente Medio. Durante la guerra fría contuvo la expansión de la revolución islamista en Irán por la rica área del Golfo, al finalizar la guerra fría brindó la oportunidad del despliegue militar estadounidense en la zona y, finalmente, en plena postguerra fría EE UU se ha servido del mismo para establecerse hegemónicamente en Oriente Medio y hacer de esta importantante región, de alto valor económico y geoestratégico, un área de su única y exclusiva influencia frente a otras potencias foráneas (China y Rusia, principalmente) e incluso frente a sus propios aliados, que se limitan a secundar las directrices políticas de Washington o, en caso contrario, se quedan al margen del reparto del botín. Sin olvidar la oportunidad de multiplicar y ensanchar sus bases militares tanto en Oriente Medio como en Asia central, apuntando hacia nuevos objetivos en su lista (Siria e Irán) y rodeando a futuros contrincantes en el sistema intermacional (Rusia y, básicamente, China).