Josune Ariztondo
Paz y convivencia política

(Página Abierta, 188-189, enero-febrero de 2008)

            Se habla con frecuencia del final del ciclo de ETA o del fin del ciclo de la violencia. Voy a referirme al significado y alcance de tal afirmación, así como a la influencia, en ese hipotético fin de ciclo, de elementos tales como: a) el Pacto Antiterrorista, con la Ley de Partidos; b) la Declaración de Anoeta; c) la resolución del Congreso de los Diputados; o d) el preacuerdo a tres (PNV-PSOE-Batasuna), como elementos que van conformando, incluso con efectos contradictorios, la actualidad sociopolítica y también el final de la violencia.
            Nuestra reflexión, en términos de futuro inmediato, no puede ignorar que ETA aún existe, que condiciona nuestra libertad y vulnera gravemente los derechos de nuestros conciudadanos. Tampoco podemos aceptar que el grupo terrorista nos señale toda la agenda y que las fuerzas políticas y los agentes sociales de vida y vocación democrática permanezcamos impasibles. Porque el contencioso político vasco no es una entelequia y necesita una salida democrática que hemos de encontrar entre todos.

Significado y alcance de lo que se ha definido como fin de ciclo de ETA


            Citaré cuatro flashes que ayuden a describir la situación sociopolítica en Euskadi:
            Se ha quebrado un proceso de paz que había logrado ilusionar a la sociedad (esta vez era definitivo). Y un profundo cansancio se ha apoderado de la sociedad, que tiende a culpar de la situación a la clase política, yo creo que injustamente; podríamos hablar de las confianzas que se han tejido entre los partidos (son siete las fuerzas políticas con representación parlamentaria en la Comunidad Autónoma del País Vasco).
            Unos comunicados amenazadores y una serie de atentados reales de ETA que pueden ser tanto más crueles cuanto menor sea el apoyo social, menos los referentes en el terrorismo internacional, y mayor su enquistamiento ante una sociedad que muy mayoritariamente desprecia el  terrorismo.
            Una izquierda radical abertzale que, con una total falta de realismo, culpa de su situación al PNV y al PSOE y exhibe, cínicamente, una propuesta política –“La alternativa democrática”– que «contiene, en sí misma, la posibilidad de materializar todos los objetivos y aspiraciones políticas y además lleva de la mano el final de la violencia». No sé si cabe mayorejercicio de ceguera que éste de Batasuna-ANV que, representando al 10% de la ciudadanía, ofrece al 90% restante una propuesta que “obligatoriamente” nos ha de satisfacer. En realidad, no pasaría de ser pretenciosa e irrealista si no fuera porque encierra el chantaje político de que sólo de la aceptación de tal propuesta vendrá el cese de la violencia de ETA. Y, claro, si no nos gusta el planteamiento, tendremos que seguir sufriéndola.
            Y, finalmente, unas fuerzas políticas incapaces de iniciativa conjunta alguna en la búsqueda de la paz y de la reconciliación, más allá de actuaciones tácticas propias de la coyuntura preelectoral o actos de respuesta a las acciones terroristas.
            Yo sí creo que estamos ante un final de ciclo. Otra cosa es cómo lo visualizamos, qué visualizamos, de qué plazo o de qué ritmo estamos hablando,  etc.
            Desde el punto de vista de la percepción ciudadana, ETA aparece como ese objeto cada vez más lejano y más pequeño que no sabemos exactamente si es porque va menguando, se va alejando de nosotros o ambas cosas a la vez.
            Si observamos la evolución de ETA, podemos hablar de una sucesión de picos de actividad cada vez menos altos y valles cada vez más profundos.
            ETA, aunque operativa e ideológicamente debilitada, puede aún presentar picos de intensidad y causar dolor. Pero seguirá inexorable hacia su final porque su principal baza histórica –el apoyo o el consentimiento social– va disminuyendo de modo galopante e irreversible. Afortunadamente, se han ido consolidando entre nosotros una serie de valores que, aunque son de diferente naturaleza, operan interconectados acelerando este final. Por ejemplo, en Euskadi, más allá del rechazo radical a la violencia desde el punto de vista ético,  ya nadie cuestiona públicamente que el terrorismo de ETA constituye el principal obstáculo para encauzar el contencioso vasco y buscar vías para la convivencia política (hablando del rechazo radical a la violencia, el ejemplo de las concentraciones más recientes para rechazar la muerte a manos de ETA de dos guardias civiles. En Ondarroa, por ejemplo, un pueblo de 10.000 habitantes, con muertos de y por ETA, muertos  por la Guardia Civil y por el Batallón Vasco-español, la concentración en solidaridad con los guardias civiles transcurrió como en otras ocasiones ante otros atentados, creo que por primera vez).
            La Declaración de Anoeta, en 2004, suscrita por toda la izquierda abertzale, supuso un auténtico salto hacia los postulados de la democracia, en comparación con todas las manifestaciones anteriores de Batasuna y de la propia ETA. Fue escenificada ante miles de simpatizantes en el velódromo de Anoeta en San Sebastian. En ella se  apuesta por un final dialogado en el que ETA y el Estado acuerdan las cuestiones técnicas de cierre (presos, reinserción social y laboral) y deja en manos de los representantes de la voluntad popular el debate y acuerdo político. Lo cual significa la renuncia de ETA a tutelar la política vasca. Pues bien: cuando ETA, por acción, y Batasuna, por omisión, han abandonado las tesis de Anoeta, se han encontrado con que sus postulados básicos están ya incorporados al imaginario de las propias bases de la izquierda abertzale radical como una clave de la solución. Yo creo que es también nuestra tarea reforzar este discurso por lo que conlleva de deslegitimación de la violencia con fines políticos.
            Otro factor reseñable, unido a lo anterior, es el desconcierto y la desactivación de la base social de la izquierda abertzale ante la sumisión de los dirigentes de Batasuna al discurso de ETA. Lo que, además de restar apoyo social al conjunto de la izquierda abertzale, mengua las opciones reales de ETA para una salida dialogada en el futuro.
            Ya en otro sentido, considero de gran valor el papel que juegan las expresiones pacifistas, la movilización a favor de las víctimas, la actividad de los foros de diálogo, etc., que han logrado insertar en la mentalidad colectiva la percepción de ETA como un fenómeno estrambótico y decadente (la clandestinidad, la violencia... ya no tienen siquiera el encanto de lo épico o de lo heroico que pudieron tener antaño entre los más jóvenes. Fuera de su propio círculo, cada vez más estrecho, se les mira hasta incluso con desprecio).
            El arraigo del valor del diálogo como instrumento democrático para el debate y el acuerdo, y el valor del consenso como un bien social, es otro factor que produce efectos devastadores en los violentos.
            Por último, quiero referirme, en relación con este final del tiempo de ETA, a las palabras del filósofo y analista sociopolítico Daniel Innerarity: «Una sociedad no supera la violencia ni mediante el olvido ni mediante la memoria, sino cuando se le ha vuelto literalmente incomprensible. (...) Cuando en una sociedad se agota la credibilidad del discurso que vinculaba la violencia con algún esquema justificatorio, los actos de violencia quedan mudos, sin sentido, incomprensibles».
            Me sorprendieron estas palabras de Innerarity y, dándole vueltas a la idea, tengo la impresión de que encierran algunas de las claves para trabajar por la paz en Euskadi. Porque, efectivamente, a  estas alturas del siglo XXI, tratar de comprender los argumentos de los violentos (aun cuando no sean compartidos), afanarse en la búsqueda de su supuesta raíz, sigue siendo un ejercicio  necesario en seminarios, foros de reflexión o entre los mediadores en procesos de paz. Pero expuestos al público, sin matices, llevan consigo, si no una legitimación, sí al menos una cierta toma en consideración de la violencia, aun cuando no sea éste el efecto buscado. Como dice Innerarity, «cuando ya no hay esquema justificatorio, los actos de violencia quedan mudos, sin sentido, incomprensibles». Y ello acelera inexorablemente su final. Creo que tiene razón. Debemos pensar sobre ello.

Influencia sobre el final dialogado de la violencia de algunas
“piezas” del ámbito político


            a) Pacto antiterrorista más ley de partidos. En primer lugar he de decir que el Pacto es insultante e injurioso contra un partido como el PNV, cuyo compromiso con la democracia y las libertades no es superado por quienes lo suscribieron. Quiero añadir que la derrota de ETA no vendrá de leyes ad hoc o macrosumarios difícilmente justificables en las democracias occidentales, con una cultura consolidada de individualización de los delitos. La no presunción de inocencia y la vulneración de derechos civiles y políticos básicos han dejado sin representación política a miles de ciudadanos en Euskadi, y éste es un problema pendiente del sistema democrático español. Pero incluso en el nivel práctico, las actuaciones derivadas de la Ley de Partidos alimentan argumentos victimistas (por ejemplo, Ondarroa) y generan, por reacción, una cierta comprensión en términos de “empatía” que refuerza las tesis más duras del entorno de ETA.
            b) Declaración de Anoeta. Es seguramente el texto más valioso de la izquierda abertzale en mucho tiempo. Y su abandono por parte de los autores ha supuesto una de las mayores frustraciones de la base social de la izquierda abertzale. Sus bases siguen siendo válidas.
            c) Resolución del Congreso de los Diputados. Considero que el elemento nuclear de esta resolución –el final dialogado de la violencia– sigue siendo, bajo determinadas condiciones, mejor que el exclusivamente policial, porque, por un lado, asegura mejor el cierre definitivo de la violencia. Por otro, la sola acción policial difícilmente puede asegurar la inactividad de ETA a medio plazo, porque una violencia con un cierto apoyo social exige, sobre todo, una tarea orientada a deslegitimar sus coartadas. (Es negativo el hecho de que algunas medidas policiales hayan proporcionado a la violencia nuevas posibilidades de movilización y resistencia, además de ser difícilmente conciliables con los principios del Estado democrático de derecho.)
            El diálogo es el instrumento por excelencia en los sistemas democráticos y su utilización en esa fase final contiene, en sí misma, una lección de civilidad y la esperanza de reconciliación social en Euskadi.
            Hablamos de un final dialogado con arreglo a las reglas de juego democráticas. Y hemos hablado de condiciones. Cito tres (no son seguramente las tres): a) no generar en los terroristas una expectativa de negociación política; b) ser percibido por ellos como una salida más atractiva que la continuidad hasta el agotamiento; c) que ningún relato legitime, siquiera a posteriori, el uso de la violencia para conseguir fines políticos.
            La cuestión es acordar qué tipo de diálogo las cumple. Apuntaré sólo dos premisas: un diálogo que no ofenda a las víctimas, un diálogo que no deslegitime las instituciones democráticas.
            El final dialogado con ETA ha de ser efecto y no causa de la decisión del cese definitivo de la violencia por parte del grupo terrorista. Lo contrario supondría alimentar la pretensión de una negociación política (ahí centra también sus dos premisas la propuesta del lehendakari Ibarretxe).
            d) El preacuerdo a tres (PNV-PSOE-Batasuna). En verano-otoño del 2005, después de una serie de encuentros a dos, Batasuna, PSE-PSOE y PNV iniciaron una ronda de reuniones con el objetivo de acordar las bases de un futuro acuerdo más amplio, puesto que entonces consideraban seguro el éxito del proceso de paz. El preacuerdo se materializó en un texto e incluso se llegó a visualizar su puesta en la escena pública. Pero ETA mandó parar porque el texto no le satisfizo (contraviniendo la Declaración de Anoeta). Batasuna paró, rehén del grupo terrorista. Y la ocasión se perdió. Pero los principios y las bases del acuerdo están ahí. Y podrían ser un buen punto de partida para retomar la iniciativa. Creo que es posible, una vez superada la coyuntura preelectoral.

El futuro: paz y convivencia política


            Estamos en el último mes del Año de la Memoria. Y hemos de seguir ejercitándola para reavivar el recuerdo de las víctimas. Ir en coche por el territorio vasco, tal como decía Íñigo Urkullu hace unos días, es recorrer demasiados lugares donde cada uno recuerda un asesinato, un estrago, un quebranto de derechos humanos cometido en nombre de la causa vasca y también a la causa vasca. Debemos aprender a recordar, para que el horror desaparezca y para que las víctimas y sus familiares disocien vasquidad de dolor, y nacionalismo de terrorismo, al igual que, tras decenios de dificultades, los nacionalistas vascos hemos aprendido a disociar franquismo de españolidad.
            Las formaciones políticas estamos obligadas a salir del impasse y a dejar los movimientos tácticos, buscando un discurso compartido sobre la paz y la violencia. Cito cuatro elementos:
            El rechazo radical de la violencia, que conlleva la denuncia expresa de la vulneración de los derechos humanos.
            La articulación de los mecanismos del Estado democrático de derecho para hacer frente a la violencia, sin políticas de excepción.
            El apoyo inequívoco y reconocimiento político y social de las víctimas del terrorismo.
            La deslegitimación social del discurso que pretende justificar la violencia.
            Pero más allá del terrorismo, en Euskadi existe un contencioso político al que hemos de encontrar una salida democrática a través de un acuerdo de amplia base social y no fijado unilateralmente por el Estado. Porque el pacto y la no imposición es el procedimiento por el que se constituyen las reglas de juego de las sociedades avanzadas. Hablamos de un acuerdo para el ejercicio de la libre decisión y del respeto a la voluntad de los vascos:
            Un acuerdo que pueda ser compartido por las diferentes sensibilidades políticas.
            Un acuerdo que descanse en la aceptación de las reglas de la democracia. El respeto a los marcos institucionales actuales y a la posibilidad real de su modificación supone aceptar la legitimidad de todas las ideas y proyectos políticos que sean defendidos por vías democráticas.
            Un acuerdo que respete el pluralismo de la sociedad vasca, concebido como un espacio de encuentro y un derecho compartido. Es el reto para resolver el conflicto histórico-político vasco sin merma de la cohesión social. Lo cual debe ir acompañado de un compromiso activo por parte del Estado en favor de su plurinacionalidad.
            Un acuerdo político que defina, además del modelo de convivencia, un marco de relaciones con el Estado con bilateralidad efectiva, garantías y condiciones de lealtad.
           
El diálogo, el debate y la negociación son el camino. Tanto para la iniciativa política en la búsqueda de la paz y también para el acuerdo político de fondo entre los partidos vascos y entre las instituciones vascas y las instituciones del Estado. Sólo quien está dispuesto a fracasar en el empeño está en condiciones de afrontar un diálogo creíble y exitoso.
            El Partido Nacionalista Vasco quiere trabajar por encontrar soluciones pragmáticas y no de ruptura que posibiliten encauzar un contencioso histórico cuyo enquistamiento es posible superar desde la voluntad política de todas las partes.
            Acabo con unas palabras Iñigo Urkullu en su primer discurso como  presidente del EBB: «Queremos el derecho a decidir desde un sujeto político vasco reconocido. Un sujeto político que entendemos tiene cabida en la interpretación leal de la Disposición adicional de la Constitución. No queremos decidir para dividir sino para sumar, para intentar traer ilusión a la sociedad vasca, tan castigada por el desencuentro político».