Joseba Arregi
Comunidad autodestructiva
(El Correo, 5 de agosto de 2007)

            Un artículo del presidente del PNV, Josu Jon Imaz, publicado en estas mismas páginas, ha dado mucho que hablar y que opinar, a pesar de que el debate en su propio partido parece que ha sido acallado muy rápidamente. Cualquier manifestación razonable proveniente del PNV es siempre bien recibida. Se aplaude la apuesta por el pragmatismo y la moderación. Aunque no se analice el fondo del problema, aunque se sea consciente de que todo lo que se dice, las fórmulas que suenan a nuevas, siguen estando bajo la reserva de soberanía. ¿Cómo se le va a pedir al PNV que renuncie a su meta?
            Lo malo es que mientras no se le pida que renuncie a su meta, porque es irreconciliable con el principio democrático de respeto del pluralismo y de la complejidad de la sociedad vasca, seguiremos celebrando algo de moderación en alguno de sus dirigentes como lluvia de mayo, mientras que el conjunto de la sociedad vasca sigue hipotecada por la falta de una apuesta definitiva del PNV por la democracia pluralista.
            Es cierto que la historia se repite: el nacionalismo vasco ha penduleado siempre entre la radicalidad del sueño y la moderación de sus actuaciones políticas. Pero conviene resaltar dos diferencias sustanciales que se dan ahora, y prácticamente nunca antes se habían dado: que en el pendulear del nacionalismo había una tendencia a que la moderación se impusiera casi siempre a la radicalidad; y que, en segundo lugar y mucho más importante, el pendulear se había producido sin la existencia de un poder autonómico institucionalizado, sin un autogobierno muy considerable gestionado, casi en exclusiva, por el mismo nacionalismo.
            Esta situación específica de un nacionalismo que gestiona un poder de autogobierno más que considerable, y que debe formular en esa situación su programa político confiere una radicalidad que no ha existido hasta ahora a la necesidad de que el PNV reformule su programa. El mantenimiento del sueño, del ideal, de la meta radical como algo a alcanzar e institucionalizar en un futuro puede servir mientras se está oprimido, mientras no existen libertades individuales garantizadas, mientras los mecanismos para proteger y desarrollar los elementos lingüísticos, culturales y tradicionales minoritarios no están protegidos por derechos correspondientes.
            La situación cambia radicalmente cuando se vive en democracia, cuando todos los derechos están garantizados, cuando se ejerce todo el poder posible para promover las señas diferenciales de identidad. Cuando existe un poder de autogobierno y se ejerce dicho poder de forma continuada, y según propaganda propia, con mucho éxito, es preciso extraer las consecuencias. Es preciso tomarse en serio la apuesta por la reforma que se hizo en la Transición. Es preciso saber que la apuesta por la reforma y la renuncia a la revolución, a la ruptura, entraña necesariamente la necesidad de reformular los propios fines políticos.
            No se puede ser al mismo tiempo poder y oposición radical. No se puede ser al mismo tiempo PNV y Batasuna. No se puede ser al mismo tiempo reformador y rupturista. Y no sólo porque implica incoherencia. No sólo porque no queda bien. No sólo porque a radicalidad siempre va a ganar aquél que está dispuesto a todo porque no tiene poder alguno que perder, sino por las consecuencias para el conjunto de la sociedad.
            Los pueblos gestionan el tiempo, lo controlan, superan sus tendencias desintegradoras gracias a las instituciones, gracias a la institucionalización del poder. Y es en esas instituciones de poder en las que toma cuerpo la sociedad, en las que adquiere forma un grupo humano, deja de ser masa amorfa para constituirse en sociedad organizada.
            Lo que el PNV está haciendo al no identificarse con las instituciones de cuya gestión le ha encargado la sociedad desde hace treinta años es hurtar a la identidad ciudadana vasca el sostén institucional que necesita para crecer y desarrollarse, para poder ser simplemente. En nombre de una identidad soñada se niega la identidad posible. En nombre de un futuro imposible se niega la identidad real. En nombre de la nación pura se divide la sociedad.
            La consecuencia de la incapacidad del PNV de extraer todas las consecuencias de la apuesta que en su día acertadamente hizo por la reforma y la institucionalización autonómica y estatutaria es la desinstitucionalización de la identidad ciudadana vasca, que se queda sin mediación institucional alguna, porque se la hurta el mismo que ocupa ese poder institucional, el PNV. Y sin mediación institucional la identidad ciudadana vasca se va disgregando en ritualización y simbolizaciones puras, absolutas, radicales, y en una práctica lingüística, cultural y de vida diaria muy alejada de lo supuesto en los ritos y los símbolos.
            Si algo caracteriza hoy la identidad ciudadana vasca es una aparente hegemonía nacionalista que lo cubre todo, pero que se desenmascara como vacía en cuanto se le pide un mínimo de coherencia con lo que afirma en los ritos y en los símbolos. Una identidad que vive de la afirmación ritual y simbólica de su supuesta diferencia, mientras que la vida continúa sin tener en cuenta apenas lo que esa diferencia radical afirmada supondría.
            Sin instituciones no hay gestión posible del tiempo. Sólo queda la huida a un limbo intemporal, ritual, meramente simbólico en el que todo parece posible porque nada tiene que ser real. Si uno de los pocos teóricos iniciales del nacionalismo, Engracio de Aranzadi, escribía que lo fundamental en el nacionalismo no era una forma determinada de institucionalizar el pueblo, que lo fundamental no era la meta política de acceder a un Estado propio, sino contar con los mecanismos suficientes para mantener la identidad diferencial, ya estaba indicando la puerta de salida de la realidad política institucional a un espacio intemporal en el que no hay que rendir cuentas, porque la meta, la identidad diferencial, nunca será real, o puede ser cualquier cosa.
            En nombre de la política radical el PNV huye de lo más serio de la política, de la institucionalización, de la legitimación de las instituciones políticas. En el fondo las desprecia, porque nunca se corresponden con el sueño final. La lucha entre los nacionalistas en las instituciones y los nacionalistas en los órganos del partido es manifestación evidente de esa incapacidad para la política de verdad: al final el guardián de la ortodoxia, el partido y sus órganos internos deben tener primacía sobre la representación institucional. El gobierno debe contar habas -Hacienda-, y repartir caña -Ertzaintza-, como decían coloquialmente quienes llevaron al PNV a Estella-Lizarra y a firmar papeles con una ETA en tregua, rota como todas las treguas de ETA. La política la hace el EBB.
            El sueño puro, la ortodoxia plena destruyen la comunidad a cuyo servicio dicen estar. Lo muestra muy bien Richard Sennet en su libro 'El declive del hombre público'. Siempre hay alguien más ortodoxo, alguien más puro, alguien que ama más a lo que hay que amar y que convierte en enemigos a los propios miembros de la comunidad. Sólo cuando los individuos quedan mediados por las instituciones, se reconocen no en el sueño puro sino en las reglas que regulan su convivencia, sólo entonces pueden desarrollar una identidad ciudadana. Pero al PNV le ha dado por despreciar, teórica y prácticamente, las instituciones que lleva ocupando desde hace muchos años. Y la consecuencia es una sociedad rota, una Euskadi desarticulada, un mapa electoral desestructurado, una identidad desinstitucionalizada, imposible.
Ése es el dilema del PNV, el dilema que debe superar porque no tiene derecho a hipotecar el futuro de los ciudadanos vascos: el vacío legitimatorio del poder que ejerce abre las puertas a la deslegitimación activa y violenta por un lado y, por el otro, al no aceptar su institucionalización, termina produciendo una encarnación profética personal del nacionalismo que sólo vive de sus propios anuncios proféticos vacíos, de un comienzo que nunca comienza porque está fuera del tiempo, fuera de la realidad, fuera de la política: el PNV entre ETA-Batasuna, por un lado, e Ibarretxe por el otro. Ése es el verdadero problema.