Joseba Arregi

Ene aberri laztana...! (¡Ay, mi patria querida...!)
(El Correo, El Diario Vasco, 5 de enero de 2005)

Ene aberri laztana...!'. Es lo que aprendimos a cantar los niños de familias nacionalistas. Es el canto de Sabino Arana en el que se queja de que los cielos de la Patria Vasca han quedado ensuciados con blasfemias a causa de la entrada de los erdeldunes. '¿Cómo puedes sobrevivir, cómo no mueres?', le pregunta metafóricamente Sabino a su patria vasca.
Lo que Sabino Arana consideraba ensuciamiento de la atmósfera vasca era en realidad lo que en todas las sociedades modernas se ha considerado el proceso de industrialización, de urbanización y de modernización. La blasfemia que polucionaba la atmósfera de los bosques vascos era la forma del nacionalismo incipiente de caracterizar un proceso que, a la postre y con todos sus costes, ha supuesto la creación de las sociedades modernas, democráticas y de Estado de Bienestar. Junto con la consideración de blasfemo de ese proceso de modernización, el nacionalismo sabiniano crea el mito de una Euskadi como arcadia rural mítica, una sociedad sin mancha ni relaciones de dominio.
Engracio de Aranzadi, amigo y defensor de Sabino Arana contra los puristas que no entendían el giro españolista del fundador del nacionalismo, teoriza el contenido del canto sabiniano en su obra 'Ereintza' (Siembra), llegando a decir que la institucionalización política es algo secundario para el nacionalismo, siendo lo prioritario la preservación del pueblo vasco, de su cultura, de su forma de ser amenazada desde siglos por la degeneración.
También en el caso de 'Kizkitza' (Engracio de Aranzadi) el impoluto pueblo vasco estaba amenazado por una degeneración progresiva, por una pérdida de su esencia. Esa degeneración establecía como prioridad para el nacionalismo el mantenimiento de una esencia que en el fondo no era más que la creación romántica de un momento determinado de reacción ante el proceso de modernización y las dificultades de adaptación que planteaba. En uno y otro caso la degeneración blasfema era producto foráneo, identificado con la modernización, aun sin admitirlo, y con España expresamente.
En estas posiciones nacionalistas iniciales se refleja una de las reacciones posibles a la lucha de la sociedad vasca a lo largo del siglo XIX por desarrollar una conciencia colectiva, una identidad colectiva capaz de responder al doble patriotismo, vasco y español al mismo tiempo, capaz de compaginar la conciencia y la defensa de la diferencia con los principios constitucionales en torno a los cuales, no sin dificultad, se iba estructurando el reino de España. La postura nacionalista no es una salida a esa lucha, sino una huida, una alternativa simplificadora y unilateral, dejando de lado una buena e importante parte de la historia y de la tradición vascas.
Hoy, cuando tanto se recurre a la milenaria identidad vasca, dicho discurso sólo tiene sentido en el contexto de esa alternativa nacionalista simplificadora. Porque la enseñanza histórica dice que si el pueblo vasco ha sobrevivido durante tanto tiempo ha sido precisamente por haber sabido digerir degeneración tras degeneración, por haber sabido estar abierto a las culturas del entorno, por haberse nutrido de ellas, por haber sido tierra y sociedad de acogida, por haber sido mestiza, impura, meteca, por haber tenido que superar las guerras de banderizos y los problemas causados por los parientes mayores recurriendo a las cartas francas de creación de villas de la mano de los reyes de Castilla, colocándose en una situación de derecho y obligación, de diferencia y pacto, de participación, colaboración y autonomía. Esa situación de hibridez es la que ha permitido, con el mestizaje y la apertura participativa a otras culturas, la pervivencia de un pueblo fronterizo. Ninguna esencia histórica milagrosa.
Pero nada de todo eso importa ya. Hoy mandan en Euskadi unos nuevos nacionalistas, o unos nacionalistas tradicionales que se han dejado seducir por los planteamientos de los nacionalistas radicales de nuevo cuño, los que quieren empezar la historia de cero, cortar con la tradición, romper con las impurezas y construir la verdad histórica desde la conciencia subjetiva revolucionaria. Vuelve la doctrina de la degeneración -Madrid o España no son más que marcas para designar la degeneración-, pero sin reconocerla como tal. Nadie asume, a pesar de todas las reclamaciones de sabinianismo, lo que para éste supuso la declaración de blasfema lanzada contra la modernización, ni los peligros de degeneración atisbados por 'Kizkitza'.
Hoy el nacionalismo que manda en Euskadi actúa desde la buena conciencia del subjetivismo revolucionario: defiende una identidad milenaria sin problema alguno para afirmar al mismo tiempo que sus planteamientos son los más modernos que haya parido la Historia. Ha conseguido la conjugación definitiva de aquello que fue controvertido para los vascos del siglo XIX, que tuvo enormes dificultades, no teóricamente articuladas, pero sí vitalmente sentidas por Sabino y Engracio de Aranzadi. Ha conseguido la fusión del nacionalismo y el marxismo -perdón, la modernidad- que tanto preocupó a ETA y a algunos teóricos como Jokin Apalategi y Paulo Iztueta. Porque el nacionalismo que manda hoy en Euskadi, representado perfectamente por el lehendakari Ibarretxe, ha descubierto ese gran motor de la historia capaz de mover montañas, de cuadrar el círculo, de hacer posible lo imposible, de ser milenario, moderno, esencialista, demócrata, conservador -de valores e identidades- y progresista, localista hasta la exacerbación y máximo globalizador, separador y convividor, pluralista y definidor de la sociedad desde la exclusividad de la mayoría nacionalista, dialogador en un monólogo autista, respetuoso con los asesinados y enterrador político de los mismos: la buena voluntad y la buena intención.
Por eso cree el nacionalismo que su apuesta, su proyecto, su voluntad, no tienen precio, que es gratis. Todo va bien. No pasa nada. Sólo se trata de que estos nacionalistas se puedan dar el gustazo. Por una vez. ¿Qué hay de malo en que quieran realizar su sueño? Si en el fondo su sueño es bueno para todos, hasta para los que no quieren soñar, hasta para los que tienen miedo del sueño porque el sueño -de la razón, o la razón cuando sueña- produce monstruos. Podemos estar tranquilos, parece que nos dice ese nacionalismo que avanza indefectible hacia su victoria final: no os va a pasar nada, pues estamos llenos de la mejor voluntad, tenemos la mejor intención del mundo. En el fondo, Ibarretxe no es un político: es un sumo sacerdote, es el profeta que va a guiar a su pueblo a la tierra prometida de la soberanía.
Pero al final siempre hay que pagar algún precio, y alguien tiene que pagar ese precio. Nada en la Historia sale gratis. Ni siquiera a este nacionalismo actual irreconocible. Lo malo es que, aunque al final sea toda la sociedad vasca la que lo pague, primero lo tienen que pagar algunos. Unos ya lo pagaron: los asesinados, quienes no dieron la vida por nada, sino que les fue arrebatada a la fuerza (Natividad Rodríguez, viuda de Fernando Buesa). Otros lo tienen que seguir pagando diariamente en falta de libertad, miedo y vida bajo amenaza. Otros lo tienen que pagar en su condición de ciudadanos, incluso de vascos, que no se les reconoce por no aceptar la felicidad otorgada e impuesta.
Al final, el precio consiste en la destrucción de la sociedad vasca: una sociedad cada vez más profundamente dividida entre quienes se van, entre quienes han iniciado un camino no se sabe hacia dónde, y quienes nos resistimos, sin reclamos de identidades salvadoras, en el espacio del derecho de ciudadanía y de la libertad personal -también respecto de las identidades normativas-. Saliendo hoy a la calle uno no sabe si se encuentra entre extraños, pero conciudadanos y personas libres, o entre miembros confesos de alguna comunidad por un lado y apátridas por otro. Y esto está sucediendo ante nuestros ojos, el inicio de un camino, que viene de hace algunos años, y cuyo recorrido a largo plazo puede llevar quién sabe a dónde.
Sabino Arana y 'Kizkitza' crearon el mito de una Euskadi pura amenazada por la degeneración. Estaban reaccionando ante tiempos y procesos duros. Pero nunca hubieran caído en la tentación de usar el estilete y amputar a buena parte de la sociedad para intentar materializar su mito. Los nacionalistas actuales, los que mandan, pasan de historias mestizas, de identidades complejas, de patriotismos duales y quieren materializar el derecho exclusivo de ser ellos mismos, en pureza, sin pactos ni compromisos con nada ni con nadie, sin trapicheos con Madrid, es decir, con lo que no es vasco puro esencial. ¿Qué importa si en el camino se quedan una sociedad imposible, un Concierto Económico cuyo contexto es el pacto, una unidad política alcanzada por primera vez en la historia vasca gracias al pacto y al compromiso? ¿Qué importa todo eso frente a la voluntad subjetiva de ser quien se es? 'Ene aberri laztana, jauzi zara... norenpean?'. Mi querida patria, has caído... ¿bajo quién?'. La canción de Sabino decía que bajo los extranjeros. Creo que no es cierto.