José Ignacio Calleja

Exigir la condena del terrorismo
(El Correo, 9.6.04)

Con la cantidad de problemas que el mundo tiene, me inquieta volver a las cuestiones de escalera de vecinos. No es por aguar la fiesta, pero esta 'casa común' que es la vida de todos los pueblos de la tierra tiene motivos para estar preocupada. Alguien ha escrito que el terrorismo más extendido es «el hambre». Nos suena a barbaridad pero no lo es. Las guerras de telediario parecen el no va más de la barbarie, pero cuáles son sus causas y qué sacrificios exigen de todos, éste es otro cantar. Si el mundo da signos de colapso medioambiental y el modo de producción y de consumo se revela insostenible, 'dios' proveerá. Si China o India, o Brasil, o México, o Nigeria presionan con sus 3.000 millones de personas para vivir como nosotros, lo cual es imposible, nos suena, nunca mejor dicho, a chino. O sea, que hay cosas muy serias y nada abstractas de las que preocuparse, pero que dejamos de lado no por su complejidad, como solemos decir, sino por su radicalidad. El abismo, silenciado, ya no parece un peligro. El día a día de la empresa, de la gestión política, de la enseñanza o de la familia nos tiene tan atrapados que es imposible levantar la vista e intentar ver qué se nos viene encima.

¡Siempre hemos dado con una salida!, oigo por aquí y por allá, y es cierto. Pero, ¿podemos adelantarnos a algunas situaciones, reduciendo el número de víctimas inocentes? Ésta es la cuestión: las víctimas inocentes que los saltos históricos más difíciles han provocado y que apenas recontamos en la historia de los vencedores. Claro está que, si esta percepción de la vida está trasnochada o parece moralista, nada, adelante, y que reviente el invento por donde toque, perdón, por el eslabón más débil. Siempre fue así. Será otro holocausto, ahora atómico o biológico, y vuelta a empezar con el 'bla, bla, bla' de los tópicos: nunca os olvidaremos, amigos de los pueblos excluidos; las víctimas sanan nuestras intenciones y nuestra memoria; aprendemos de nuestros fracasos más que de nuestros éxitos; cómo hablar de Dios después de esta tragedia; ningún dolor humano nos resulta ajeno. Y así todos los tópicos, porque, por supuesto, olvidaremos, volveremos a las andadas, maldeciremos del fracaso y hablaremos de 'dios' lo que haga falta. No hay que ser pesimista, se suele decir, y se tiene parte de razón. Pero tampoco hay que ser cínicos y hacerse los confiados, sobre todo cuando la confianza nace de un estatus o modo de vida acomodado y bien blindando en 'derechos' y costumbres.

Pero yo no iba a hablar de la 'casa única' que el mundo es -antes decíamos 'familia única', pero la realidad se impone y lo de 'familia' parece demasiado-, sino de problemas de vecindad, los nuestros, los de los vascos. Y entre ellos, en cuanto a los problemas, si es o no democrático exigir que alguien condene el recurso a la violencia terrorista en la acción política, antes de postularse candidato, es decir, profesional de ella. Pensada la cuestión en concreto, desde la experiencia de un país con tantos años de violencia terrorista, me parece algo perfectamente razonable. Si lo han decidido los órganos democráticos competentes, (¿o es éste el problema?), no veo dónde está la contradicción. Desde luego, no es algo imprescindible a la luz de una democracia en abstracto. En pura democracia, formalmente considerada, no hay por qué exigirlo. Cada uno tiene las ideas que quiere. Cierto. Pero si tenemos una experiencia terrible de sufrimiento por causa de la acción violenta terrorista en la vida política y si estamos de acuerdo en que la vida pública, más aún el ejercicio profesional de la política, en cuanto a las ideas, los fines y los medios, tiene que ser civilizado, ¿por qué no ha de ser democrático exigirnos unos a otros, todos, con el fundamento de la ley, una renuncia expresa a la violencia terrorista en la estrategia política? (¿O el problema es la legitimidad de ciertas leyes y del Parlamento que las elabora? Pues que se hable de esto, pero la lógica democrática yo la veo clara).

Esto me permite otra consideración. Hay un liberalismo político de matriz solipsista, muy extendido en la derecha y en la izquierda social, que se desvive en la defensa del derecho de la gente a su libertad de opinión privada: lo que la gente quiera pensar y no trascienda 'públicamente'. Yo estoy de acuerdo, por respeto al principio primordial de libertad de la persona, pero no callaré que igual de importante es el principio de corresponsabilidad de cada uno hacia sí mismo, hacia su gente y hacia el mundo. Yo creo que no debemos temer el recordar este doble pivote de nuestra convivencia. A mi juicio, hay mucho cinismo en ese liberalismo de salón que se escandaliza de que una democracia exija de sus políticos la renuncia expresa a la violencia como estrategia política. Tanto más cuanto que ese entusiasmo liberal por la libertad hace mutis por el foro en la derecha en cuanto se trata de plantear las condiciones históricas de la libertad de todos; y ese entusiasmo liberal hace mutis por el foro en buena parte de la izquierda en cuanto se trata de plantear lo que la gente piensa de su futuro político, de sus preocupaciones o de su identidad.

Total, que si me preguntan si todos los vascos sin antecedentes penales han de poder presentarse a unas elecciones democráticas, digo que sí, sin duda. Y si me preguntan si los vascos podemos exigirnos una renuncia expresa a la violencia, hablando claro, al terror de ETA, antes de ser candidatos, digo que sí, sin duda. Los que tienen que juntar ambas cosas, que lo hagan, es su oficio. Y si no pueden o no saben, que no digan que es antidemocrático, sino que no cabe en la estrategia partidista del grupo. (¿O el problema sigue siendo el 'pase foral' de las leyes? Pues que hablen de esto y no cuelen como problema democrático lo que es un problema de reconocimiento de ámbito político y soberanía. Es decir, ¿valen todas las leyes del Parlamento español en el País Vasco?) Yo hablaba de democracia y de cómo ella, por encima del procedimentalismo, ha de cuidar su sustancia, es decir, lo que es civilizado y, entre esto, que nadie puede hacer política sin un rechazo claro de la violencia terrorista. En sociedades con nuestro dolor, acordar su exigencia es perfectamente democrático.