Joseba Eceolaza
Derecho a decidir

 

Cuando estábamos tratando de reconstruir el tejido social dañado por años de recortes y austeridad, el pulso electoral nos devuelve, y de qué manera, el debate identitario, tal vez porque siempre había estado ahí latente, sin resolver, sin encarar. Hasta la fecha la sensación es que las grandes cosas estaban a salvo del debate público y de las decisiones con foco, la sensación es que había cosas fundamentales, como la constitución y la monarquía, que eran inmutables, es como si PSOE y PP ellos solos hubieran tenido el patrimonio de los grandes cambios.

Así que con nuevos actores, otra forma de entender las mediaciones y demandas nuevas toca repensar el modelo de estado con el objetivo de asegurar una buena convivencia. Y es que en sociedades enormemente plurales, como lo son la catalana y la vasca, merece la pena tomarse en serio algunas consideraciones entorno al derecho a decidir.

En primer lugar, son más de 35 las elecciones que se han producido desde 1978, y en ellas se ha ido constatando una pluralidad considerable, lo que nos recuerda, así mismo, que los ámbitos de decisión son múltiples, elegimos los ayuntamientos, gobiernos autonómicos, Gobierno central y Parlamento Europeo. Por lo tanto nuestra democracia es homologable a nuestro entorno, mejorable de forma manifiesta sin duda, pero con unas prácticas democráticas a tener en cuenta.

Por ello, no podemos enfocar el problema del derecho a decidir como si, sólo, hubiera que dirimir un asunto entre dos administraciones, entre el Estado y Cataluña por ejemplo. No hay una homogeneidad de sentimientos en nuestras sociedades y a veces,  desde el independentismo, se transmite como si lo hubiera. Y este es uno de los principales errores. Se habla en nombre de un pueblo, de una comunidad, que expresa un deseo de autodeterminarse, sin que exista tal deseo de forma unitaria, dejando de lado la constatación de la secular pluralidad de sentimientos y vivencias nacionales.

Desde esa sociedad compleja y heterogénea por eso es un error plantear un derecho a decidir ilimitado, absoluto, incondicional y unilateral. No hay, además, un asidero en el derecho internacional al que agarrarse, en nuestro caso no nos encontramos en los cuatro supuestos en los que la comunidad internacional reconoce ese derecho: colonia, invasión/ocupación, dictadura y manifiesta vulneración de los derechos humanos.

Por todo esto, el asunto del derecho a decidir no se puede enfocar como si fuera sólo un ejercicio de participación ciudadana, como si tuviéramos que dirimir el presupuesto municipal o un proyecto urbanístico con una consulta, porque afecta a nuestra convivencia, a la de ahora y a la del futuro. Por eso son importantes detalles que, deliberadamente, se dejan de lado en este debate, como por ejemplo las mayorías necesarias para avalar un referéndum.

Porque el cómo y el qué resultan relevantes, si no en lugar de ser una posible herramienta para la profundización de la democracia, se convierte en un bien de parte por el que se fomenta el enfrentamiento entre quienes lo defienden con mucha pasión y entre quienes lo niegan con mucha irracionalidad.

Por otro lado, los errores del Partido Popular en este tema han sido evidentes, ya que se ha mostrado sordo y ciego a las demandas de sectores amplios de la sociedad. Se ha jugado en exceso al argumento de la fuerza, con poca cintura, y con una incapacidad enorme de imaginar otra forma de organizar las cosas para afrontar el debate de “como quedarse”. La constitución, y su enfermiza invocación, ha sido una pesada losa…que al final se les ha caído al pie.

Y por eso hasta la fecha se han dado malas soluciones a la pluralidad, el frentismo se ha impuesto por encima de la comprensión, la negación del otro por encima del respeto y la imposición sobre el pacto.

En concreto opino que es tiempo de inaugurar otro momento, desde el reconocimiento muto como forma de encauzar el tema, basado en una convivencia sana entre las diferentes identidades, diálogo y pacto sin exigir la renuncia a ningún planteamiento, sin imposiciones, sin defender la supremacía de una identidad sobre la otra, con concesiones mutuas. Necesitamos otro espíritu de época.

Creo que es importante que en la constitución se contemple con normalidad y sin rigidez la viabilidad del procedimiento de salida, y si se plantea un derecho a decidir pactado debería ser bajo las premisas del espíritu del Tribunal Supremo de Canadá que establecía una serie de pautas: mayorías claras, proyecto de convivencia, pacto con el estado y claridad en la pregunta. Por eso la frase “pactar para decidir bien” condensa bien lo que quiero expresar. Porque el principal problema no es con el “estado”, sino que el reto es asegurar una buena convivencia interna en la sociedad catalana, en la vasca o en la navarra, por eso resulta mucho más creativo un pacto para la convivencia que una consulta para la ruptura.

Y viniendo a nuestra tierra, a las fuerzas de izquierdas de Navarra nos corresponde ensayar consensos amplios en los temas más delicados, superando la lógica de la suma exclusivamente del cuatripartito. Porque no podemos repetir la rigidez con la que UPN trató la pluralidad, el reto pues es el de hacerle un lugar al otro y dejar constancia que, como decía nuestro compañero Javier Zubiri, “reconocer al diferente no es equivalente a reconocer sólo al diferente que se parece a nosotros”.

Hay mucha gente que no queremos elegir entre el blanco o el negro, porque preferimos quedarnos con los matices. Por eso es vital promocionar el pacto frente a la unilateralidad. Entre la independencia (que va contra una mayoría) y el centralismo (que va contra una mayoría) tal vez una salida acertada sea promocionar el federalismo como instrumento para contener el frentismo y la división, como forma de ahondar en esa regeneración democrática por la que clamábamos en las calles.

En ese proceso resulta pertinente hacer el esfuerzo de definir lo común y lo diferente, tratando de aspirar a una sociedad nacionalmente más laica e incluyente, a una cultura pública común más desarrollada e igualitarista entre sus identidades, a un clima democrático más maduro... donde sea posible encontrar fórmulas relativamente satisfactorias para todas las partes.

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Joseba Eceolaza es miembro de Batzarre.