Joseba Eceolaza
La reconciliación de la memoria

Tratar de abordar el impacto social y personal de la violencia resulta una tarea compleja, llena de escollos y problemas, apasionante y humana. Mirarnos en el espejo de lo que hemos hecho, o más bien de lo que no hemos hecho, es una actitud necesaria y sanadora. Porque detrás de la muerte, y delante de una bala, hay personas que como nosotros, en otras épocas y en otros lugares, tuvieron su proyecto de vida roto definitivamente por el asesinato. Con la muerte no sólo se rompe una vida, se rompe todo un entorno político y familiar, por eso afrontar las consecuencias de la violencia desde una visión general ayuda a acertar y restaurar.

En todos los procesos post-violencia uno de los elementos más difíciles es de la reconciliación. Porque, para que ese viaje sea fructífero, es importante que sea paciente, respete el sentido del tiempo, prepare a las víctimas y a los victimarios, persuada a la sociedad y evite que con eso se produzca un sellado de la memoria olvidadizo, es decir, la reconciliación es la última estación de un proceso enorme y delicado.

Reconciliación como orientación, como horizonte, como estilo, y como empatía ante el dolor, no como parte de un debate enconado en el Parlamento de Navarra.

Y todo esto viene a cuento porque UPN presentó el otro día una moción en el Parlamento de Navarra a favor de la reconciliación entre las víctimas de la guerra civil. Reconozco los pasos dados por los regionalistas en este tema, pero en esta ocasión fue una moción desafortunada, que incurría en unos cuantos errores de apreciación.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que todas las guerras civiles provocan un desequilibrio de la memoria, porque los vencedores imponen sus símbolos, sus estandartes, sus leyes por encima de los vencidos. Pero en unos años, en la mayoría de las sociedades, se produce una reconciliación, un acercamiento, así que el desequilibrio de la memoria no tarda en desaparecer. En España sin embargo, a la guerra civil le sucedió una larga dictadura y por lo tanto un desequilibrio enorme entre la memoria de los vencedores y la de los vencidos.

Por eso antes de reconciliar hay que restituir, en este caso, la memoria republicana. Es imposible reconciliar elementos diferentes y tan desiguales. Por eso el paso que trató de dar UPN en esa moción es precipitado, porque trata por igual a víctimas con derechos diferentes.

En el caso, además, de la memoria histórica del 36 es necesario separar la guerra civil del franquismo. Por eso es desafortunada también la mención a las palabras de Manuel Azaña “el río se desbordó por ambos márgenes”. Porque Manuel Azaña murió solo y abandonado, en un ambiente de destierro y melancolía… el 3 de noviembre de 1940 en el pueblito francés de Montauban, y por ello no pudo ver el terror franquista que se desató especialmente en su retaguardia y en su posguerra.

Desde el campo de la izquierda debemos huir de la mitificación del mundo republicano, desgraciadamente en esa parte de la trinchera se cometieron barbaridades que nos deberían avergonzar. En un ambiente generalizado de violencia, golpe de estado y guerra sectores republicanos fusilaron, persiguieron y agredieron a los otros en la retaguardia y una parte de la población civil sufrió también los bombardeos de la aviación.

Pero en esto de las responsabilidades conviene tener en cuenta que no podemos afrontar ese análisis desde la igualación de responsabilidades (el típico, todos hicieron lo mismo). Porque así se diluyen unas cuantas cosas que es preciso tener en cuenta.

En primer lugar la represión franquista, en sus diferentes fases, contó con una estructura militar, judicial, religiosa, social y política enorme, es decir que la represión franquista fue una represión oficial auspiciada por todo el universo golpista, cosa que no ocurrió en el campo republicano. Y no es esta una diferencia semántica. El objetivo inicial y reconocido de los golpistas franquistas era la aniquilación física del universo republicano, sin contemplaciones que diría Mola. Nuestra Navarra, sin frente de guerra, sin apenas resistencia republicana, es buena muestra de esa actitud con los 3.400 asesinados.

En segundo lugar el zarpazo del golpe franquista no sólo fue pensado, consciente y acordado sino que fue de unas dimensiones incomparables. Durante la guerra civil en la retaguardia republicana fueron fusiladas 50.000 personas, mientras que en el bando franquista fueron 100.000. Además en “tiempos de paz”, esa paz franquista terrible que duró demasiado, fueron asesinadas otras 50.000 personas. Son datos que están en permanente contraste, especialmente las que generó el franquismo.

Como sabemos, a la muerte le sucedió la desaparición, las cunetas y el olvido, las mujeres represaliadas, los hijos marcados, el exilio, el robo, la indiferencia y sobre todo el agravio. Si unas víctimas no lo eran, otras recibían estancos, aplausos y buenos puesto, no en todos los casos pero sí en muchos. Difícil entonces saltarnos pasos.

Querer denunciar los fusilamientos de ambos bandos puede suponer un acto positivo para reforzar nuestra moral pública y fortalecer la cultura de los derechos humanos y el respeto hacia el dolor de las víctimas, pero hacerlo sin antes restituir y sin respetar procesos obligados puede suponer un mal negocio para esto de cerrar heridas.

En el caso de los que no decidieron ir al frente y a pesar de ello fueron asesinados, el  sufrimiento es el mismo, y el proceso de victimización también, lo que tiene que desaparecer es ese sentimiento de agravio que tienen las familias republicanas, que es clave para una buena reconciliación si así lo quieren los descendientes de las víctimas directas, victimas ellas también por el silencio, la ausencia y el vacío.

Ya Zapatero en su día hizo un experimento patoso con esto de la reconciliación, al juntar en un desfile a dos militares de la División azul y a otros dos luchadores de la república que habían liberado Francia del nazismo. Unos, defensores del nazismo del holocausto y otros luchadores por la democracia y la libertad; difícil tratarles por igual sin más.

Dejemos entonces que esta eclosión de la memoria dé sus frutos, repare, restituya y reconozca oficialmente, para entonces sí, plantearnos el debate de la reconciliación y sus valores. Porque la mayor ofensa fue no mirar, y eso afectó exclusivamente al sufrimiento republicano.