José Antonio Pérez
Historiadores y revisionistas
(Hika, 185zka. 2007ko otsaila)
A lo largo de las últimas décadas los estudios sobre la guerra civil y el franquismo han experimentado un extraordinario desarrollo. La aportación de nuevas perspectivas y sensibilidades, el acceso a fuentes de documentación restringidas hasta el momento o la ampliación de los objetos de estudio, son algunas de las razones que han contribuido a ello. La cantidad y calidad de las diferentes publicaciones o los numerosos congresos históricos celebrados hasta el momento constituyen una buena prueba de este desarrollo. Sin embargo, y para desgracia de quienes nos dedicamos a la investigación desde el mundo académico, el eco que estas aportaciones tiene entre el gran público resulta absolutamente minoritario.
Asumida nuestra limitada capacidad, no ya para influir, sino simplemente para llegar a la sociedad, observamos, en ocasiones con un resignada autosuficiencia, el éxito editorial de aquellas publicaciones carentes de rigurosidad que adornan los escaparates de las librerías. Periodistas más o menos bien informados, cronistas, protagonistas de la época, profesionales del ajuste de cuentas o simples manipuladores se atropellan en las listas de ventas, que paradójicamente, son incluidas por los propios editores y libreros como publicaciones de no ficción. La moda retro de textos del franquismo en forma de enciclopedias, catecismos, libros de urbanidad o en el interés melancólico por la crónica más costumbrista, pueden llegar a falsear la memoria histórica del franquismo, barnizándola de un autocomplaciente tono sepia que le despoje definitivamente de los aspectos más espinosos y dramáticos.
Una atención especial merece el nuevo revisionismo histórico que se ha abierto paso durante los últimos años en España sobre la guerra civil y el franquismo. Si analizamos la cuestión desde una perspectiva rigurosa, el revisionismo, entendido como estudio, revisión o relectura de la historia, tendría un uso académico que podríamos considerar como legítimo y sujeto al contraste riguroso de las fuentes de documentación. Todo ello daría lugar a una reinterpretación de los hechos y procesos históricos a la luz de nuevos datos, perspectivas y análisis, es decir, la lógica evolución del conocimiento histórico, que desde nuestro presente aborda el estudio del pasado con nuevas inquietudes y preguntas. Sin embargo, existe otro revisionismo mucho menos riguroso y académico y es aquel que se refiere a la manipulación de la historia y de la memoria (dos realidades muy diferentes, por otra parte) con fines claramente políticos.
La máxima expresión de este tipo de revisionismo histórico vendría definida por lo que se ha dado en llamar negacionismo, es decir, la negación del Holocausto de los judíos bajo el régimen del Tercer Reich y los países ocupados entre 1933 y 1945. Los argumentos más extendidos por esta corriente interpretativa de la Historia se centran en dos aspectos fundamentales; aquellos que niegan que el régimen nazi tuviera un plan perfectamente estructurado para exterminar a los judíos y otros grupos, y los que niegan la existencia misma de las cámaras de gas en los campos de exterminio, o como mucho, reducen la magnitud del genocidio, rebajando drásticamente las cifras de las víctimas. La mayoría de los negacionistas sostendría de una forma más o menos explícita que el propio concepto del Holocausto formaría parte de una estrategia propagandista inspirada por una conspiración judía (o directamente sionista) con el objetivo de obtener determinados beneficios a costa de otros pueblos y estados. Estas teorías hicieron escuela y no sólo en Alemania, como podría imaginarse. Algunos de los más destacados defensores de sus ideas han sido británicos, como David Irving, condenado en febrero de 2006 a tres años de prisión por el delito de negacionismo, tipificado como tal en el Código Penal Austriaco y por falseamiento de la Historia.
La legislación en España debe de ser mucho menos rigurosa en estos casos, habida cuenta de las barbaridades que vienen publicándose y escuchándose en ciertos medios de comunicación, sin que haya habido hasta el momento ningún tipo procesamiento. Ciertamente no existen en nuestro país historiadores negacionistas en el estricto sentido del término (aunque los hay que niegan la existencia o magnitud de determinadas matanzas), pero sí que ha proliferado durante los últimos años un grupo de autores que trata de ofrecer una serie de argumentos a través de sus estudios (o algo así) con un objetivo muy claro. Éste se centraría en justificar el llamado Alzamiento Nacional, la propia guerra civil y el régimen dictatorial que salió de ella, basándose en una teoría, según la cual la guerra civil habría empezado con los sucesos revolucionarios de octubre de 1934. Ese mismo fue el argumento que esgrimieron los golpistas del 36 para levantarse en armas contra la legalidad republicana, el mismo que sirvió para elaborar una legislación tan arbitraria como la que juzgó a miles de españoles por auxilio a la rebelión -incluso por sucesos ocurridos con anterioridad a 1936-, y el mismo que defendieron con ardor los historiadores oficiales del nuevo régimen.
Por tanto, las fuentes, los objetos de estudio y los argumentos de los Pío Moa, César Vidal, Ángel David Martín Rubio o la superestrella mediática y martillo de herejes, Don Federico Jiménez Losantos, no son nuevos, pero sí lo son la mayoría de sus lectores y oyentes y eso es lo verdaderamente grave. Al menos los trabajos de Ricardo de la Cierva, Ángel Palomino o Rafael Casas de la Vega fueron escritos por autores que nunca se presentaron en público como liberales. Poco importa la calidad de la producción investigadora realizada desde la muerte de Franco por los historiadores universitarios, incluso aquella que se ha centrado en la tremenda represión que se ejerció también desde las filas del Frente Popular. Historiadores de la categoría y solvencia de Santos Juliá, Julián Casanova o Solé i Sabaté, que han analizado esta represión con rigor y sin ningún tipo de complejos son sistemáticamente despreciados como ya lo fueron Paul Preston, Gabriel Jackson, Ian Gibson o el nada sospechoso Javier Tusell, sin más argumento que el de formar parte de una conspiración marxista (extranjera o autóctona), que copó la universidad a partir de los años setenta y que, al parecer, consiguió forzar una interpretación consensuada sobre las excelencias de la IIª República. Olvidan estos nuevos revisionistas la pluralidad ideológica de un colectivo que ellos entienden como monolítico y, sobre todo, desprecian el trabajo riguroso de los investigadores, y por extensión, de la propia Academia en su conjunto. La situación ha llegado a tal extremo, que desde ciertos medios de comunicación se llega a rechazar como sospechoso a cualquier historiador académico por el hecho de serlo.
Algunos historiadores se han preguntado qué hay detrás de toda la cobertura mediática que se está ofreciendo a esta serie de revisionistas1. Su conclusión es bien evidente: poner coto de una forma tajante a las demandas de ese movimiento (mal llamado, pero ésa es otra cuestión), de Recuperación de la Memoria Histórica de los vencidos y represaliados del franquismo. Negarse a reconocer la magnitud y crueldad de la represión franquista, basándose para ello en el argumento de que ésta formó parte de un proceso general de violencia desatada en ambas partes y con igual virulencia. Un proceso, en todo caso, desatado por una guerra inevitable, provocada por los mismos que socavaron las bases y la legitimidad de la IIª República desde los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, y que rubricaron la labor emprendida en esa fecha con la destrucción de España que se fraguó tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936.
La reacción, en todo caso, ha sido bastante previsible, debido en gran medida a los excesos de quienes han señalado a la derecha democrática en el poder de ser los “herederos directos de los asesinos de 1936”; y también a aquellos que se han dedicado a negar o rebajar las persecuciones y los asesinatos protagonizados por determinados grupos dentro de la izquierda.
Frente a este simplista e injusto argumento se ha contestado con otro no menos ridículo como el de responsabilizar a la izquierda, antes en la oposición y desde 2004 en el poder, de ser la heredera de aquellos otros “subversivos que provocaron con su irresponsable actuación la sublevación” que terminó con el golpe de Estado fallido de julio de 1936 y con la inevitable guerra civil.
Ello ha dado lugar a la reapertura de las Checas de Madrid, los miles de religiosos asesinados durante la contienda o sucesos como los de Paracuellos del Jarama, cuyos estudios o pseudoestudios vuelven, como lo hicieron en las publicaciones de combate de los años cuarenta, a inundar las librerías españolas.
Comparar los comportamientos que tuvieron en este país la izquierda y la derecha durante la IIª República y la guerra civil, para desacreditar a las actuales formaciones que se identifican con estas ideologías en el año 2007 es, además de injusto, una aberración histórica, tan solo concebible dentro de la locura que inspira el sentimiento guerracivilista de quien lo alienta sin pudor.
En todo caso, estas teorías deben ser rebatidas con argumentos, contrastando las fuentes que manejan y las sesgadas interpretaciones que realizan. Entrar en la descalificación personal de quienes las sustentan, aludiendo a su carácter no académico por no pertenecer a la casta de los profesores universitarios, o peor aún, apelando a su pasado tenebroso como en el caso de Pío Moa, antiguo militante del GRAPO es, en cierto modo, recurrir a los mismas descalificaciones que ellos esgrimen contra los historiadores profesionales. No hay que olvidar tampoco que algunos líderes de opinión, ensayistas, destacados miembros de diferentes foros e ideólogos de los llamados partidos y medios constitucionalistas, fueron también miembros de algunas organizaciones terroristas, como ETA; y ello no ha sido problema para valorar su trayectoria ni apreciar sus trabajos.
La mayor parte de los historiadores ha eludido la confrontación para evitar dar aún mayor publicidad a este colectivo de revisionistas. Ha habido otros historiadores, como ha sido el caso de Alberto Reig Tapia, Enrique Moradiellos o Francisco Espinosa que han saltado a la arena y armados de argumentos han desmontado las falacias y manipulaciones de estos autores. Quizás el estilo y el formato de ciertos trabajos en este sentido no han sido los más acertados. Títulos o fajas de portadas tan explícitas como los que se presentan con el reclamo Anti-Moa, por ejemplo, pueden tener incluso un efecto contrario al que pretenden. Sin embargo, su contenido y el estudio de las fuentes han destapado las vergüenzas historiográficas de los más destacados artífices de este movimiento revisionista. El caso de la manipulación de los editoriales de ciertos periódicos o de capítulos tan dramáticos como la represión de Badajoz, abordada en el interesante libro de Francisco Espinosa, son un ejemplo del buen hacer de los investigadores rigurosos y solventes2.
Sin embargo, el objetivo de este grupo de supuestos historiadores va mucho más allá del de ofrecer una interpretación sesgada de la historia. Sus colaboraciones en los medios de comunicación afines se han radicalizado desde el fatídico 11 de marzo, o para ser más concretos, del más fatídico aún, 14 de marzo de 2004. La victoria de los socialistas ha sido percibida como un verdadero golpe de Estado encubierto, fruto de una rocambolesca conspiración donde habrían participado desde los terroristas de ETA hasta los islamistas, con la colaboración de los servicios secretos del PSOE, la inteligencia marroquí y miembros de las fuerzas de seguridad españolas. A ello habría que sumar la impagable aportación de jueces, fiscales o representantes de victimas del terrorismo disidentes de la línea oficial marcada por la AVT, que han sido objeto de despiadadas campañas de desprestigio. Todo ello se habría visto sancionado con los pactos entre los “socialcomunistas y la Ezquerra”, el PNV, y como no, la propia ETA, en una maniobra encaminada al desalojo por la fuerza del PP en el gobierno y a la destrucción de España. Casi nada.
A partir de ahí, cualquier detención de un militante del PP acusado formalmente de formar parte de tramas inmobiliarias, puede ser comparada con las detenciones de las checas de Madrid, y el Presidente del Gobierno con el “terrorista revolucionario de octubre del 34”, Francisco Largo Caballero, o ya puestos, para que quedarnos cortos, con el propio José Stalin. Todo encaja. La historia se repite y nos da la razón, nos reafirma en nuestros planteamientos. De este modo, los revisionistas se han convertido en los descubridores y transmisores de una verdad revelada, que está en el propio origen de la guerra civil española y que explica la actual situación política, a las puertas mismas de otro enfrentamiento similar.
El fenómeno revisionista sobre la historia de la guerra civil y el franquismo es, ante todo, de carácter mediático, pero tiene unas profundas raíces políticas. Sus consecuencias van mucho más allá de los debates entre diferentes interpretaciones del pasado, para profundizar abiertamente en un proceso de deslegitimación de las instituciones democráticas. Por ello es necesario impulsar inteligentes políticas de la memoria capaces promover investigaciones rigurosas de carácter histórico. Estas políticas deben canalizarse a través de todos los cauces e iniciativas posibles hacia el reconocimiento y el respeto a la memoria de todos los desaparecidos y asesinados durante este periodo, evitando su instrumentalización por aquellos grupos (políticos, sociales e incluso mediáticos), que pretenden hacer de la historia y la memoria un arma arrojadiza que sirva para legitimar sus propios intereses.
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1. Moradiellos, Enrique: “Usos y abusos de la historia. Apuntes sobre el caso de la guerra civil”, en Historia del Presente nº 6. Madrid, 2005, pp. 145-152.
2. Espinosa, Francisco, El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española [Sobre la matanza de Badajoz y la lucha en torno a la interpretación del pasado], Badajoz, Los libros del Oeste, 2005. Moradiellos, Enrique, 1936. Los mitos de la Guerra Civil. Barcelona, Península, 2005; Reig Tapia, Alberto, “Ideología e historia. Quosque Tandem Pío Moa” en Sistema, nº 177 (2003), pp. 103-119). El propio F. Espinosa señala en la introducción del libro como entre las tareas de los historiadores, recogiendo el planteamiento que en su día expresara P. Vidal-Naquet, está la de contestar a los revisionistas. De hecho, no se trata en muchos casos, continúa el autor, de desmontar sus tesis sino de explicar su éxito.
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