José Manuel Ponte

El desconcierto global

(laopinioncoruña.es, septiembre de 2011).

 

            Pocos días después de que el PSOE y el PP se hubieran puesto de acuerdo sobre fijar un límite al déficit del Estado en la Constitución para "calmar a los mercados", la situación económica ha empeorado todavía más. Mucho más.

Las bolsas de todo el mundo (incluida la española) se han hundido y el FMI y el Banco Mundial nos alertan sobre el "riesgo de una recesión global inminente". Cuatro años después de que la recesión se iniciase en Estados Unidos, hablar de una "recesión global inminente" parece una tomadura de pelo. En cierto modo, parecida a la limitación del déficit por la vía constitucional, cuando todos sabemos que el déficit del estado español (679.000 millones de euros) es una nimiedad frente al déficit privado de empresas y particulares (2,08 billones de euros).

En realidad, nunca hemos salido de esta recesión pese a las gigantescas ayudas que ha recibido el sector privado desde el sector público con cargo a los impuestos de los ciudadanos. Todas las medidas llamadas de "rescate" parecen haber fracasado y el problema que se nos plantea es acudir de nuevo al esquilmado sector público para rebañar la poca carne que queda adherida al hueso.

Habrá, por tanto, peligro inminente (esta vez sí) de nuevos recortes de salarios a los funcionarios, congelación de pensiones, supresión de servicios, y privatización de lo que queda por privatizar que ya es muy poco.

Después de las extensas privatizaciones de empresas públicas de las etapas de González y de Aznar esa fuente de ingresos ya no existe y solo cabe echar mano del impuesto sobre la renta (IRPF), del de sociedades (IS) y del impuesto sobre el valor añadido (IVA). El impuesto sobre el patrimonio (IP) fue eliminado por el gobierno actual después de que Zapatero se hubiese envanecido de que "bajar los impuestos también era cosa de izquierdas".

A los que no entendemos nada de economía sin necesidad de ser economistas, el espectáculo de esta crisis financiera inacabable nos preocupa tanto como nos fascina. A lo largo de la vida hemos tenido ocasión de vivir varias crisis del capitalismo. Los pactos de Bretton Woods nos sorprendieron en la cuna y de la gran depresión de 1929 solo tenemos lecturas. Pero del resto ya tenemos memoria y perspectiva. Especialmente, la del petróleo de 1973, la de la deuda de México de 1982 que se extendió a otros países latinoamericanos y asiáticos, la de Asia Oriental en 1997, la de Rusia y Brasil en 1998, y algunas más de carácter regional hasta llegar a esta en la que nos encontramos, que se inició a finales de octubre de 2008 en Wall Street.

Todas ellas se superaron por los mecanismos financieros que tiene el sistema para estos casos, no sin un extenso sufrimiento de las capas populares más afectadas. Con esta iba a suceder algo parecido, según nos prometían los expertos, pero algo ha fallado en sus pronósticos.

El desconcierto es general y en los mismos medios donde se hacía un elogio sobre las medidas adoptadas para reducir el déficit se nos dice ahora que habría que estimular el consumo, las obras públicas y los beneficios fiscales a las empresas que contraten a parados. Y hasta se dice que esos agresivos mercados que tanto nos atacan están preocupados por la atonía económica en que nos vamos sumergiendo. Es natural, sin rebaños de buena deuda en el monte hasta los lobos pueden morir de hambre.