José María Ruíz Soroa
Exit, Voice and Loyalty
(El Correo, 4 de mayo de 2014).

Nuestro antiguo lehendakari, después de haber estado a punto de fracturar seriamente la convivencia entre los vascos, se ha pasado a la teoría política de altos vuelos dogmáticos, y no pierde ocasión para dar al público provinciano lecciones acerca de lo que se lleva por el mundo mundial en ese ámbito. Naturalmente, ¡sorpresa, sorpresa!, lo que se lleva por el mundo democrático es lo que él defendía desde siempre, el ‘derecho a decidir’ en su versión autodeterminista. Pero ha mejorado su arsenal dialéctico e incorporado conceptos nuevos y vistosos, como el de ‘voice or exit’ que predicaba estos días: a un pueblo, o le dejan decidir libremente su futuro, o el pueblo se marcha unilateralmente; «voice or exit», nos dice, éste es «el concepto británico que centra hoy el mundo de la teoría política». ¡Toma del frasco!

La ignorancia es muy atrevida. O muy desvergonzada, como prefieran. Lo primero que podría preguntarse a Ibarretxe es en dónde está reconocido como principio positivo eso que él califica de «concepto central del mundo de la teoría política». ¿Podría señalar un solo Estado democrático donde esté reconocido ese principio? ¿Podría señalar un politólogo de prestigio en el mundo que defienda hoy que un pueblo tiene derecho unilateral a decidir si se queda o se va del Estado en que vive? ¿O que puede irse sin más si no le dejan decidirlo? ¿O una Constitución democrática que lo reconozca? ¿O un Convenio o Tratado Internacional? ¿O un Tribunal Constitucional que lo avale? ¿O es todo fruto de la interesada imaginación de nuestro teórico local?

Aunque sólo sea por un mínimo respeto al científico social que construyó con mucho estudio y reflexión esa alternativa teórica que Ibarretxe aplica ahora desprejuiciadamente a la cuestión de la autodeterminación, es preciso contar su historia. Para ver el grado de carroñería intelectual que supone aplicarla como el exlehendakari lo hace.

Fue Albert O. Hirschman (alemán naturalizado estadounidense) quien en un texto seminal de 1970 (‘Exit, Voice and Loyalty’) describió la idea básica de que los miembros de una organización humana (sea una empresa, un grupo o un país) pueden ejercitar dos tipos de reacciones distintas cuando perciben que esa organización no satisface sus expectativas: pueden protestar (‘voz’) o pueden salir de la organización (‘exit’). El consumidor o usuario puede reaccionar ante una pérdida de calidad del servicio o producto bien protestando o bien cambiando de proveedor.

El campo de aplicación de la alternativa era para Hirschman sobre todo económico (el mercado smithtiano es un ámbito donde los actores reaccionan moviéndose), aunque también podía ayudar a entender la política en situaciones de represión o limitación de libertades: los ciudadanos sometidos por su gobierno a represión pueden emigrar –votar con los pies– (como hicieron los alemanes de la RDA), o recluirse en su intimidad dejando de apoyar al sistema, o pueden protestar (como sucedió en Hungría en 1956 o en Praga en 1968). La política es sobre todo el ámbito de la ‘voice’, la economía el del ‘exit’.

Esta alternativa teórica de la conducta humana se ha mostrado muy rica en su capacidad para explicar las interacciones humanas en el mundo económico y político, precisamente porque puede detectarse una relación inversa entre la capacidad de voz y el recurso a salirse del sistema. Cuanta más voz (más abierto el sistema), menos probabilidad de salida o autoexclusión. Y viceversa. Aunque, en todo caso, señala Hirschmann que existe una tercera dimensión que puede jugar en uno u otro sentido: la ‘lealtad’, es decir, el apego sentimental a la organización por parte del consumidor o ciudadano, que puede reducir la opción salida si es fuerte, o retrasar el uso de la protesta en su caso.

Lo que Hirschman nunca hizo fue aplicar su alternativa a los supuestos de un nacionalismo independentista, ni se le pasó por la cabeza rebajarla de ese modo. Esto forma parte del uso desviado de ideas ajenas y del pensamiento simplista ante problemas complejos.

Aplicar la alternativa ‘voice-exit’ en la forma en que lo hace Ibarretxe carece de sentido: en un país democrático como España existen todas las posibilidades abiertas para utilizar la protesta y la crítica (basta mirar en derredor para verlo), luego no entra en juego siquiera su alternativa: nadie se exilia hoy por falta de libertad. Aplicarla fuera del ámbito individual y llevarla al terreno de ‘los pueblos’ tampoco funciona: un pueblo o grupo étnico particular podría y puede plantearse la salida de un Estado si éste no le reconociera el derecho al autogobierno y defensa de sus particularidades (así lo reconoce el Derecho Internacional sobre la Autodeterminación), pero no puede exigir la ‘salida’ si el Estado es democrático y trata a todos sus ciudadanos y grupos como iguales en derecho (les reconoce ‘voice’ plena). ¿Entonces?

En realidad, tal como la plantea nuestro reciente teórico de la política, la alternativa no es realmente tal, sino más bien una tautología (una simpleza, para entendernos): «o me reconoce el derecho a irme, o puedo irme ya». O sea, si le reconozco el ‘derecho’… se va, y si no, … también. Más que una alternativa, es un ultimátum: «por las buenas o por las malas, yo me voy».

¡Pobre Albert Hirschman! ¡A qué niveles ha visto reducida su brillante teoría!