José Luis Zubizarreta
Hipocresía
(El Correo, País Vasco, 27 de diciembre de 2009)

            Ha llamado la atención el grado de rechazo que la última encuesta del CIS ha detectado en la ciudadanía respecto de los partidos políticos. Tras el desempleo y la crisis económica, 'la política', por designar el concepto con un término excesivamente genérico, pero fácilmente entendible, ocupa el tercer puesto entre las preocupaciones ciudadanas del momento. Probablemente, el hecho mismo de que paro y crisis ocupen los dos primeros explique ya de por sí, al menos en gran medida, la pobre valoración que los ciudadanos dan al epígrafe que encabeza el tercero. Y es que, cuando las grandes preocupaciones se centran en los problemas que tan directamente tocan al bienestar de las personas y de las familias, como la falta de trabajo y la escasez de dinero, se comprende que baje a niveles mínimos la estima que se tiene de quienes son los principales encargados de resolverlos. ¡Sólo faltaba que la solución se convirtiera en problema!

            Sin embargo, incluso admitida esta más que razonable explicación, políticos y analistas han rivalizado en encontrar otras más específicas que den cuenta cabal de por qué ocurre así en el caso concreto de nuestro país. La mayor parte de ellos ha dictaminado que son los numerosos casos de corrupción que han salido a la luz en los últimos meses, de un lado, y la crispación que viene caracterizando desde hace ya años las relaciones partidarias, de otro, lo que mejor explicaría la desafección respecto de la política que se detecta en la sociedad tanto española como vasca. Según esta interpretación, la gente habría llegado a pensar que los partidos políticos sólo sirven en este país, o bien como maquinaria para el enriquecimiento de sus dirigentes, o bien como instrumentos para hacer prevalecer el interés de la parte sobre el bienestar del todo.

            Ahora bien, las razones que explican fenómenos de por sí complejos, como la estima que la población tiene de los partidos y de sus dirigentes políticos, suelen ser múltiples y variadas. No resulta fácil, en efecto, ni sería tampoco acertado, atribuir algo tan difuso y vago como el estado general de ánimo de toda una sociedad a una causa sola y unívoca. Son, casi por necesidad, varias las que lo explican, y todas ellas, lejos de excluirse, se refuerzan. Por eso, aun dando por buenas todas las que más arriba se han citado, a mí me gustaría insistir en otra que no he escuchado mencionar y que se ha puesto de manifiesto estas últimas semanas. Me refiero, para dejarlo claro desde el primer momento, a la hipocresía que domina el discurso político. Creo que la falsedad y el fingimiento que la gente nota en los mensajes que emiten los políticos, esa distancia que percibe entre lo que de verdad piensan y lo que de hecho dicen, es una de las causas, y no, desde luego, la menos importante, de la pérdida de crédito y de confianza en la política por parte de la ciudadanía.

            Tres ejemplos se han dado, como he dicho, en las últimas semanas que dan razón, mejor que cualquier disquisición teórica, de lo que quiero decir. Los enuncio aquí mismo: el nombramiento del nuevo obispo para la diócesis de San Sebastián, la asunción, por parte del Parlamento de Cataluña, de una iniciativa popular en orden a suprimir las corridas de toros en aquel territorio y la retransmisión, por primera vez en su historia, del mensaje navideño del Rey en la televisión pública del País Vasco. Tan dispares son los ejemplos en cuanto a su contenido que más ponen de manifiesto la identidad que los agrupa en razón de su causa: la hipocresía. Veamos.

            Tres han sido los motivos que promotores o críticos han aducido para impulsar o impugnar los mencionados hechos. Para la designación del prelado donostiarra, su incompatibilidad con el medio eclesial guipuzcoano, al haber demostrado tener una mentalidad y un comportamiento ostensiblemente reaccionarios. Por lo que se refiere a la decisión de la Cámara catalana, el respeto y la defensa de los derechos de los animales. Y en lo concerniente al discurso de Don Juan Carlos, su falta de interés informativo.

            Pues bien, si se miran estas razones, aparecen todas ellas tocadas del mismo vicio: la hipocresía. Así, a nadie se le escapa que quienes se oponen al nombramiento del nuevo obispo de San Sebastián no es por su mentalidad reaccionaria, sino por su desapego nacionalista. Lo dejó entrever Erkoreka con lo de que una cosa es pastorear «oveja latxa y otra, bien distinta, burgalesa». En cuanto a la prohibición de los toros, sorprendería constatar, si la razón verdadera fuera la aducida, que los nacionalistas se distinguen en Cataluña de los no nacionalistas por el respeto que aquellos tendrían, y éstos no, a los derechos de los animales.

            Y por lo que hace al interés informativo de los mensajes, usted me dirá en qué superan al del Rey los de los lehendakaris que EiTB viene retransmitiendo año tras año desde el mismo momento de su fundación. ¡Si hasta nos íbamos, en un tiempo, a dormir todas las noches viendo al lehendakari despedirse de nosotros desde la pantalla de la televisión vasca!