José Luis Zubizarreta

Seripando
(El Correo, 1 de octubre de 2007)

               
El título no es un gerundio. Es un nombre propio. En concreto, el de quien era General de la Orden Agustina en tiempos de la Reforma luterana y del Concilio de Trento. Acudo a este personaje de la historia para ponerlo como referente o como metáfora, si usted prefiere, de la persona que, con toda seguridad, ocupará las primeras páginas de los periódicos que se habrán editado esta misma mañana en todo el país: la de Josu Jon Imaz. Le explico brevemente la historia, y seguro que usted me entenderá.
                Seripando era, como le acabo de decir, la máxima autoridad canónica de los agustinos en los tiempos en que Lutero extendía su nueva doctrina y la Iglesia católica se disponía a ponerle freno con el movimiento conocido como la Contrarreforma. Pertenecía, por tanto, a la misma organización religiosa que el propio Lutero. Esto le daba, de entrada, un mejor conocimiento de la persona y de las ideas a las que se pretendía hacer frente. Pues bien, convocado, aunque tardíamente, el Concilio de Trento, los padres conciliares pensaron que era adecuado encargar a Seripando que redactara, para su posterior debate en comisión, la ponencia sobre uno de los asuntos de mayor calado teológico en las teorías luteranas, a saber, el de la justificación por la fe o por las obras. No vamos a entrar ahora en disquisiciones que han ocupado a los teólogos cristianos durante los últimos cuatrocientos años. Sólo se trata de recordar que Seripando elaboró un texto que, a juicio de los convocados a Concilio, se aproximaba en exceso a las tesis defendidas por Lutero. Del debate salió aprobado, en consecuencia, un decreto que en casi nada se parecía al original presentado por el General agustino. Hasta tal punto fue así que, tras la solemne proclamación del decreto en la correspondiente sesión plenaria del Concilio, Seripando tomó la palabra para pedir a los padres conciliares que, aunque acataba, como no podía ser menos, el decreto aprobado, a él se le permitiera, a título personal, seguir creyendo en las mismas ideas que había reflejado en la ponencia original presentada a debate.
                Ayer, en el Alderdi Eguna celebrado en Foronda, Josu Jon Imaz se reafirmó, como tampoco podía ser menos, habida cuenta de su demostrada coherencia, en las ideas que él mismo expuso cuando fue proclamado presidente de la ejecutiva de su partido y que le han servido de guía a lo largo de estos cuatro últimos años. No entró en polémicas ni contrapuso sus tesis a las que defiende Ibarretxe o a las que van a aprobarse en la asamblea de su organización. Simplemente dijo lo que pensaba, que fue como pedirle a su partido que le permitiera, a título personal, seguir creyendo en lo que antes creía y defendiendo lo que antes defendía.
                La historia común no acaba, sin embargo, en este punto del relato. Lo importante es, en el caso de Seripando, que, cuatrocientos años después de aquel episodio conciliar, los teólogos protestantes y católicos han llegado a reconocer que el General agustino tenía razón. Gran parte de las tesis luteranas es hoy doctrina común de ambas confesiones. No pasará, por fortuna, tanto tiempo, hasta que quienes ayer se dejaron arrastrar en Foronda por la euforia ibarretxiana, como entonces se dejaron arrastrar los padres conciliares por el entusiasmo contrarreformista, reconozcan que las ideas que defiende Josu Jon Imaz constituyen la expresión mejor elaborada y más actualizada de lo que siempre ha querido ser, sin conseguirlo, el nacionalismo vasco.