José Luis Zubizarreta
Más luz
(El Correo, 29 de noviembre de 2006)
El robo de armas que ETA perpetró el pasado lunes no puede despacharse como un incidente más de los que se suponía iban a acompañar el «largo, duro y difícil» proceso de final de la violencia. Constituye, por el contrario, un acto que pone en entredicho la naturaleza misma del proceso y deja en una situación extremadamente desairada a sus promotores. Su importancia radica en que va dirigido contra la línea de flotación de la hoja de ruta que se diseñó cuando el proceso se puso en marcha, al cuestionar que se den de verdad las «condiciones adecuadas» que se exigían para acometerlo.
En este sentido, el robo del pasado lunes es un acto más grave que los de la kale borroka que han venido proliferando desde el pasado mes de agosto. Estos podían interpretarse como residuos de un pasado que se resiste a desaparecer. Aquel constituye, en cambio, una amenaza de futuro. El acto de rearmarse indica, en efecto, una «actitud inequívoca» de una «clara voluntad» de «no poner fin a la violencia». Confirma así, por la vía de los hechos, aquellas ominosas palabras que los tres encapuchados de Oiartzun pronunciaron, en nombre de ETA, el pasado 25 de septiembre durante la celebración del Gudari Eguna: «La lucha no es el pasado, sino el presente y el futuro».
Ante un hecho tan inquietante, se comprende que el presidente del Gobierno, evitando el alarmismo, se acoja, en un primer momento, a la prudencia. Es entendible que se resista a asumir la responsabilidad de dar por roto un proceso en el que tantas esperanzas propias ha puesto y hacia el que tantas ajenas ha arrastrado. Escudándose, así, en que todavía no hay pruebas definitivas de que ETA haya sido la autora del robo, ha preferido limitarse a definirlo como «grave y serio», y a anunciar que, de confirmarse la autoría, tendría «consecuencias... a su debido tiempo». Ahora bien, si la prudencia es comprensible en situación tan delicada, lo que sería del todo reprobable es que el presidente tratara de confundir esa virtud con una especie de impasible contemplación del paso del tiempo, a la espera de que, al cabo de unas semanas sin nuevos sobresaltos, el proceso pueda ser retomado de nuevo en el punto en que ahora se encuentra, como si nada hubiera ocurrido.
El presidente del EBB del Partido Nacionalista Vasco ha definido, una vez más, la situación con mayor claridad y contundencia. Adelantando, por su cuenta, las «consecuencias» que un hecho tan «serio y grave» debería comportar, ha reconocido la necesidad de proceder, desde cero, a «la verificación de si en ETA se da en estos momentos una clara voluntad de poner fin a la violencia». Consecuente, en este sentido, con su lema de que «primero la paz y luego la política», no está dispuesto a que, después de lo ocurrido, ambos conceptos sigan confundiéndose como amenazaban con confundirse en los últimos tiempos.
La ciudadanía está perpleja. Su esperanza de que la violencia termine y el crédito que, para hacer esa esperanza realidad, le ha concedido al presidente del Gobierno necesitan verse confirmados en estos momentos de desconcierto. Es preciso que se le hable claro. El presidente debe reiterar, por tanto, cuáles son los parámetros en que el proceso ha de moverse y cuáles son, sobre todo, las líneas rojas que de ningún modo está dispuesto a traspasar. A él corresponde dejar meridianamente claro que, pese a los enredos de ETA, nunca el abandono de la violencia se verá compensado, ni directa ni indirectamente, con ningún tipo de contrapartida política. En este sentido, habrán de reordenarse con absoluta nitidez, y evitando la actual confusión, los modos y los ritmos en que deberán conducirse en el futuro los diversos foros de diálogo.
Por otra parte, reiterada la posición del Gobierno, se hace también imprescindible exigir de ETA una declaración pública de su voluntad actual en torno al abandono de la violencia. Desde el alto el fuego permanente del 22 de marzo, ni ETA ni la izquierda abertzale han dado paso alguno que pueda hacer pensar que aquella voluntad sea hoy tan clara y unívoca como parecía. Todo lo contrario. A los gestos, algunos de ellos sumamente arriesgados, que el Gobierno y las fuerzas democráticas les han ofrecido siempre han respondido con desplantes y exigencias. No puede, por tanto, extrañarles que la esperanza fundada que aquel comunicado suscitó en la ciudadanía se haya ido trasformando, poco a poco, en un no menos fundado escepticismo. A ellos corresponde despejarlo.
Muchos seguimos pensando que, a día de hoy, continúa en pie el motivo de fondo que alimenta la esperanza y que no es otro que el convencimiento de que el ciclo del terrorismo de ETA está agotado. Queda, sin embargo, la duda de si tal convencimiento es compartido por toda la izquierda abertzale. Si no lo aclaran, el proceso se mantendrá suspendido hasta pudrirse.
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