Juan Jesús González Afonso
Una tormenta tropical que sembró el caos en Tenerife
(Página Abierta, 166-167, enero-febrero de 2006)

 

El pasado 28 de noviembre, la tormenta tropical Delta, la penúltima de la temporada de huracanes, se aproximó desde primeras horas de la mañana al archipiélago canario, dejando en muy pocas horas un rastro que ha puesto al descubierto el grado de vulnerabilidad que padecen estas islas ante acontecimientos de este tipo.
La discusión sobre si este tipo de fenómenos meteorológicos son el preludio del tan traído y llevado cambio climático está sobre la mesa. Sin embargo, en la historia del archipiélago canario existen registrados acontecimientos verdaderamente dramáticos que tienen que ver con fenómenos meteorológicos adversos como inundaciones, temporales o incluso auténticos huracanes como el que llegó a las islas el 7 de noviembre de 1826, que produjo verdaderos estragos en la isla de Tenerife. En el año 1957, el municipio palmero de Breña Alta sufrió especialmente los efectos de unas potentes inundaciones que dejaron tras de sí decenas de muertos y viviendas y campos arrasados; y, no tan lejos en el tiempo, todos recordamos las dramáticas horas vividas en Santa Cruz de Tenerife el 31 de marzo de 2002 al producirse precipitaciones que alcanzaron unos 300 litros de agua por metro cuadrado en pocas horas.
Por tanto, los principales riesgos asociados a fenómenos naturales tienen que ver en Canarias con el clima, y no, como mucha gente piensa todavía, en la falsa creencia de que son los fenómenos volcánicos y terremotos el principal peligro. Históricamente no ha sido así, y jamás un terremoto o un volcán, de los muchos que ha vivido Canarias en los últimos 500 años, ha producido víctima alguna, excepto un caso de imprudencia que provocó una víctima mortal en 1971 con ocasión de la erupción del Teneguía en La Palma.
Frente a estos hechos, lo que sí ha dejado meridianamente claro el reciente paso de la tormenta Delta por Canarias es que el grado de vulnerabilidad de estas islas ante acontecimientos de esta naturaleza ha crecido exponencialmente en las últimas décadas.  «El riesgo es el producto de la peligrosidad por la vulnerabilidad», constatan los científicos a nivel teórico, cuestión que se está confirmando en la práctica en Canarias y en otras muchas regiones del mundo en los últimos años. De ser cierto que ya estamos viendo las consecuencias del cambio climático, la única fórmula para reducir los riesgos, y sobre la que podríamos actuar con cierta rapidez, es disminuyendo todo lo posible nuestra vulnerabilidad, justo lo contrario de lo que estamos haciendo en Canarias, que, por otro lado, no se prevé que sea una de las primeras regiones del planeta en ver de cerca las consecuencias de la transformación del clima, sino que, a decir de los entendidos, más bien ocurriría lo contrario.

La magnitud de la tormenta

Lo que sucedió el pasado 28 de noviembre en Canarias no es, como quieren hacernos ver las autoridades políticas o determinadas empresas, para justificar su incompetencia e irresponsabilidad, una tragedia de proporciones desconocidas. Muy al contrario, no hay que viajar muchas generaciones al pasado –acaso ni muchos lustros– para conocer fenómenos climatológicos adversos de magnitudes mucho más importantes. La tormenta Delta trajo vientos medios que, según los datos registrados por el Instituto Nacional de Meteorología, oscilaron entre los 87 kilómetros por hora del aeropuerto Tenerife Sur y los 116 kilómetros por hora del aeropuerto de Los Rodeos, con rachas máximas de 134 y 147 kilómetros por hora, respectivamente.
Afortunadamente, la tormenta tropical Delta, a su paso por Canarias, no sólo no tuvo a bien pasar directamente sobre nosotros, sino que además no dejó precipitaciones de importancia, lo que sin duda nos libró a todos de una tragedia de consecuencias inimaginables hoy en día.
Se puede decir que el fenómeno, en lo que a vientos intensos se refiere, afectó principalmente a la isla de El Hierro, desde primera hora de la mañana del día 28, a La Palma, ya entrada la tarde, y a Tenerife y Gran Canaria al caer la noche y primeras horas de la madrugada del día 29. Pero fue la isla de Tenerife la que, sin duda, ha sido la más afectada, no por la peligrosidad del fenómeno, que en otros lugares fue mucho mayor, como es el caso de La Palma, sino porque se puso de manifiesto, de manera más flagrante, la gran vulnerabilidad que presenta esta isla en cuanto a la fragilidad de servicios públicos básicos, como puede ser el suministro de energía eléctrica o de agua potable para la población.
Un auténtico caos se vivió en Tenerife, con uno de los apagones más importantes de los producidos en el Estado español en las últimas décadas –hasta cinco días sin luz– que afectó, en muchas zonas del área metropolitana Santa Cruz–Laguna, al suministro de agua potable que depende de la electricidad para la desalación de agua, o para el bombeo de ésta desde pozos, o a zonas de mayor cota. Sorprendentemente, no se puede pasar por alto que la noche del temporal fallaron infraestructuras básicas como la moderna terminal del aeropuerto de Los Rodeos, cuyos techos se vieron afectados, lo que originó que los pasajeros se tuviesen que refugiar, primero, en los aparcamientos y después, aunque parezca mentira, en la terminal antigua, que resistió perfectamente.
Pero más sorprendente todavía fue la situación que se vivió en el Hospital Universitario de Canarias, donde varias plantas, las más altas, tuvieron que ser desalojadas ante el temor de que todas las viejas ventanas –que cancanean habitualmente con los vientos alisios– saltaran por los aires provocando una tragedia.

La responsabilidad de las Administraciones públicas     

De forma casi instintiva, los responsables políticos pusieron en marcha un impresionante ventilador que alejase las responsabilidades de lo ocurrido del entorno del ámbito competencial de las administraciones que cada uno de ellos representaba. El alcalde de Santa Cruz apuntó directamente a Unelco-Endesa cuando se vio acorralado y al fracasar todos los sistemas de comunicaciones y demás que presumía de haber instalado después de la última tragedia del 31 de marzo del 2002, inundaciones que se llevaron por delante la vida de varios ciudadanos de la capital tinerfeña. El presidente del Gobierno, Adán Martín, más firme en su afán por hacer de escudo protector de las responsabilidades de la eléctrica que José María Aznar vendió hace unos años a un compañero de pupitre del colegio, apuntó directamente a los vientos, y abrió su intervención en el Parlamento hablando de vientos nada menos que entre 180 y 300 kilómetros por hora, un huracán de categoría cinco, la máxima en la escala, en toda regla.
El presidente del Cabildo de Tenerife, Ricardo Melchior, que durante años ocupó cargos de responsabilidad en Unelco, de donde, después, sacó también a muchos de sus amigos para “colocarlos” en el Cabildo, culpó al Instituto Nacional de Meteorología por no haberle avisado, cuando profesionales y aficionados llevaban días siguiendo la ruta de esa tormenta con todo detalle. Curiosamente, mientras el presidente del Cabildo de El Hierro llevaba desde primera hora de la mañana movilizado con esta tormenta, tomando todo tipo de medidas, a última hora de la tarde del fatídico día el presidente del Cabildo de Tenerife fue uno de los pasajeros que se quedó atrapado en el aeropuerto de los Rodeos, donde se encontraba intentando volar a Madrid en medio de una situación de emergencia ya declarada desde por la mañana, cuando el Gobierno de Canarias instó a los padres a que recogiesen a sus hijos de los colegios con toda urgencia. Como en las películas de Cantinflas. 
A dos conclusiones llegó el pleno extraordinario del Cabildo de Tenerife con motivo de la tormenta Delta. Primero, que la culpa era del Instituto Nacional de Meteorología porque, al parecer, si hubiesen avisado con tiempo se hubiesen podido reponer los tendidos de alta tensión que, en estado de podredumbre, mantiene la compañía Unelco-Endesa en Tenerife. O se podrían haber reforzado las ventanas del hospital del Cabildo o retirado las vallas publicitarias de las autopistas que a punto estuvieron de provocar otra gran tragedia y que, por cierto, pocas semanas después han sido repuestas en iguales o peores condiciones, por lo que representan un peligro intolerable para la seguridad de las personas con ocasión de vientos fuertes.
La segunda conclusión, más sorprendente que la primera, es que el Cabildo demandaría judicialmente a todo el que se volviese a referir a la vinculación laboral del presidente del Cabildo con la multinacional eléctrica Endesa, donde trabajó, con cargos de responsabilidad, la mayor parte de su vida antes de dar su espectacular salto a la política.

El abandono del suministro eléctrico

Y es que sin lugar a dudas la tormenta tropical Delta ha destapado, sobre todo, el disparatado abandono que existe en la isla de Tenerife de servicios esenciales como es el suministro eléctrico. El interés general se ha supeditado a los intereses de una empresa privatizada, a su cuenta de resultados. Se les ha permitido absolutamente todo sin control público de ningún tipo; se han expropiado terrenos para la instalación de tendidos por la vía de urgencia utilizando argumentos como que era necesaria la sustitución de torres que se encontraban oxidadas y suponían un riesgo para la vida de las personas, pero después no se ha procedido a la sustitución de esas torres que, con la llegada de la tormenta, han caído como palillos junto a invernaderos que permanecían intactos. Se han cambiado secciones de cableado para dar mayor capacidad de transporte a la red sin modificación alguna en los apoyos y, todo eso, con la necesaria complicidad de la consejería de Industria del Gobierno de Canarias, responsable de la inspección y el control de estas instalaciones.
La reacción de Unelco-Endesa ha sido esperpéntica. Comenzó negando que las torres estaban podridas cuando centenares de miles de personas las veían comidas por el óxido en televisión o en Internet, no en la prensa local que, por lo general y sobre todo el periódico de mayor tirada en Tenerife, como es El Día
, se negó a publicar una sola foto de las torres podridas por la potente inyección económica de la multinacional eléctrica en esa empresa editorial. Y es que ésa ha sido la primera y gran estrategia de defensa utilizada por la multinacional, nada original por otra parte: comprar literalmente a todos los medios de comunicación más importantes con una campaña publicitaria sin precedentes donde se hablaba de las excelencias de Endesa aun cuando, todavía, casi la mitad de la población de la isla se encontraba sin luz eléctrica. El efecto de este dinero fresco y abundante sobre la línea informativa de los medios fue, lógicamente, demoledor.
El 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, se constituyó en el Parlamento de Canarias una comisión de investigación para, supuestamente, esclarecer las consecuencias de la tormenta Delta. Se trata, pura y llanamente, de un intento de echar tierra sobre un asunto en el que las tres fuerzas políticas mayoritarias y representadas en las instituciones se encuentran “pringadas” hasta el cuello por acción u omisión (Coalición Canaria, Partido Popular y PSOE). La connivencia de estos tres partidos con esta multinacional eléctrica en Canarias en defensa de sus intereses empresariales, por encima del interés general de la ciudadanía, representa y ha representado en la historia reciente de Canarias un verdadero escándalo.
A tal punto ha llegado esta degradación, que obras como el puerto de Granadilla, principal atentado medioambiental de los muchos que se planean en Canarias, se justifica por el interés de esta empresa en introducir el gas natural en la generación de energía eléctrica, para lo cual tenemos que construirles un puerto, con dinero público, que va a representar una auténtica catástrofe medioambiental, cuando, en todo caso, existen alternativas para la llegada del gas natural a Tenerife sin la necesidad de construirles un puerto carísimo y devastador para los intereses generales de la isla. Eso por no hablar del total y absoluto abandono de las energías renovables, en cuya potenciación Canarias podría ser una región modélica, asunto en el que, como en otros tantos aspectos, nos hemos quedado a la cola de la Europa a la que decimos pertenecer.