Juan Mateu
Urnas y ‘coopetición’. La oportunidad
para un mejor gobierno

(La Lamentable, lamentable.org, 28 de enero de 2016).

Tras la tormenta suscitada por la propuesta de Podemos formulada el pasado viernes de apoyar un gobierno de progreso en el que, tras señalar cuestiones básicas programáticas, se reclamaba un gabinete proporcional a los votos, se han suscitado reacciones que van desde la desconfianza de cierta prensa y algunos actores políticos respecto a la intencionalidad de la propuesta hasta la sobrerreacción del PSOE, hablando de intento humillación, chantaje, insulto a sus votantes, etc.

Ese mismo PSOE, que se siente ofendido, ha estado jugando en los medios con la posibilidad de acordar la abstención de Ciudadanos a cambio de puntos programáticos y de impedir el paso a Podemos, obligando a esta formación al “trágala” de tener que votar sí a una investidura de Pedro Sánchez o ser culpabilizado de forzar nuevas elecciones.

César Luena, su secretario de organización, en una declaración sorprendente ha reiterado su apuesta por un gobierno en solitario por “tradición y trayectoria”. No ha explicado César Luena que la tradición de gobernar el PSOE en solitario se daba con porcentajes de voto de alrededor del 40% o superiores. Si los últimos gobiernos del PSOE y del PP se han sustentado en mayorías de más de 11 millones de votos, hoy el PSOE apenas tiene la mitad. Tampoco ha caído Luena en el detalle de que si siguiese la tradición, jamás ha presidido un gobierno un candidato que quedase en cuarto lugar en la circunscripción por la que se presentó, como ha sido el caso de Pedro Sánchez en Madrid. La legitimidad en la conformación de un gobierno no la da la “tradición y trayectoria”, la debe dar la fuerza de los votos.

No sería lógico en una empresa que el accionista poseedor del 49% de las acciones no tuviese ningún miembro en el consejo ni participase en la gestión, y que esta fuese exclusiva del que posee el 51%. Pretender eso en la formación del gobierno sí se podría considerar humillante a los más de cinco millones que han votado a Podemos y el casi millón que votó a IU.

En un escenario no bipartidista, el gobierno de coalición debe imponerse, y los partidos han de aprender a coopetir. Coopetir es colaborar y competir a la vez. Se colabora por unos objetivos comunes, mejorar la vida de los ciudadanos en este caso y por tanto hacer crecer la base electoral de ese gobierno, y se compite por ganar peso relativo, exhibiendo mejor y más eficaz gestión y gobierno que el socio para mejorar relativamente en las siguientes elecciones.

Esto es habitual en colectivos como organizaciones empresariales sectoriales, donde se busca mejorar las condiciones de un sector conjuntamente para aumentar un mercado, aunque los agrupados compitan al mismo tiempo entre ellos por un mayor cuota en ese mercado.

Las preferencias ideológicas son continuas, no discretas o contables, por tanto si hay dos partidos ambos tendrán corrientes alejadas entre ellas. Las urnas decidirán en ese caso un ganador, pero no decidirán qué ubicación de ese ganador es realmente la preferida. Con cuatro partidos principales, los electores han podido definir mejor las preferencias, asignando los pesos que han considerado a cada formación. Se ha pasado de decidir con una tiza gruesa a hacerlo con un lápiz fino. Cualquier coalición que se forme debería respetar los pesos electorales de los miembros de la misma en la composición del gobierno. Es gratuito desacreditar el querer gestionar directamente parte del programa conjunto como “búsqueda de sillones”, y más contradictorio es hacerlo cuando el que critica la demanda de sillones es porque los quiere todos para sí.

Yo celebro que Podemos haya entendido la coopetición, que entienda que ni el 100% de su programa va a poderse llevar a cabo, ni el 100% del gobierno puede ser suyo con el 21% de voto. Que entienda que se va a tener que enfrentar con contradicciones, que habrá cosas no factibles en los plazos pretendidos, como le ha pasado a Alexis Tsipras, que pese a las dificultades sigue contando con el apoyo de los ciudadanos. De valientes es atreverse, dar la batalla, curarse las heridas y no esconderse.

El PSOE debería entender lo mismo, como así lo entendió en el País Valenciano con su coalición al 50% con Compromís, donde su pequeño diferencial de voto a favor solo sirvió para decidir la presidencia: presidente Puig (PSOE), vicepresidenta Mónica Oltra (Compromís) y 4 conselleries para cada uno. No parece que esa combinación esté siendo inestable en absoluto.

Allí hubo una cierta pugna por la presidencia, en el caso que nos ocupa Pablo Iglesias asumió el viernes que su posición es la de vicepresidente. Se hubiese podido apoyar en una mayor sintonía con IU, con el que conjuntamente superan en votos al PSOE, esgrimir que 300.000 votos son pocos para una campaña electoral donde el PSOE ha gastado casi cuatro veces más que Podemos, o esgrimir el voto exterior cercenado por PP y PSOE y donde el ganador ha sido Podemos, todo ello para pelear la presidencia. Y Pablo Iglesias no lo hizo, no cuestionó que el Presidente debería ser Sánchez. Simplemente pidió el lugar que correspondía al respaldo real obtenido.

Sería muy positivo que el PSOE entendiese donde lo han puesto los electores, que su espacio se ha fragmentado, que ahora su espacio tradicional puede ser superior en votos al de la derecha y eso permite gobernar, pero gobernar con otros actores que por mérito y capacidad han conseguido un peso equivalente. Es un riesgo pero es una oportunidad para buscar a sus mejores, para esmerar en seducir al ciudadano mejorando las cosas para la mayoría, como los tratará de hacer Podemos.

Los excesos que trajeron la crisis durante el bipartidismo: gastos disparatados en cosas no necesarias, falta de control y supervisión del sistema financiero, récords de corrupción, etc. se dieron porque los partidos entendieron ese “haga lo que haga me siguen votando”, por casi monopolizar PP y PSOE los dos grandes espacios de voto. El cambio a un sistema de cuatro partidos principales y la coopetición en el gobierno pueden conjuntamente ser la vacuna necesaria que impida repetir errores.

Si a lo largo de la historia la competencia produjo mejores bienes y servicios que los monopolios, es tiempo para observar que un codo a codo coopetitivo entre los partidos, proveedores de políticas públicas, nos puede traer mejores políticas que mejoren el bienestar del común. Se puede.