Juan Sánchez García
Selección de aforismos
Sobre ‘Representaciones del Intelectual’, de Edward W. Said

(Disenso 48, en preparación)

            El fallecimiento hace dos años del intelectual palestino, Edward. W. Said,nos dejó huérfanos de uno de los pensadores más lúcidos de la izquierda actual. Sus textos sobre Oriente Medio y en particular el conflicto palestino-israelí, algunos de los cuales aparecieron en Disenso, son un ejemplo de claridad y agudeza expositiva en los que brilla con luz propia el sentido de la justicia, de la libertad y de la independencia que siempre debe guiar las tareas del intelectual. Impresionado por este rigor, Juan Sánchez García, economista, profesor de la Universidad de La Laguna y miembro de la Coordinadora Ecologista Popular El Rincón, nos ha hecho una selección de aforismos de Said, con especial hincapié en su doble tarea de investigador social y activista.
            Lo primero que me vino a la mente al plantearme una colaboración en este número de Disenso fue un pequeño libro que compré en 1996, que leí, que subrayé, que me impactó y que puse en la estantería, detrás de mi mesa de trabajo junto a los diccionarios -esos libros a los que uno tiene que recurrir continuamente para aclarar significados y etimologías-, a sabiendas de que algún día lo volvería a retomar. Ese libro fue Representaciones del Intelectual, de Edward Said. Un pequeño gran libro que fue el resultado de las conferencias Reih, que Said impartió en la BBC en 1993. Inmediatamente lo cogí y lo hojeé. Allí estaban destacadas aquellas frases que nueve años atrás atrajeron mi atención y que, quizás, de una manera u otra han estado presentes en mi quehacer como profesional y como ciudadano. La rápida ojeada me confirmó lo acertado que fue rememorar el libro en el contexto de la temática escogida por DISENSO. Volví a leerlo con pasión, volví a remarcar frases ya marcadas, subrayé nuevas y mientras lo hacía pensé que mi contribución podría ser extraer aquellas que más me impactaron y compartirlas con los lectores. Ese es el único criterio. Esos fragmentos, en clave de epigramas, han tenido y siguen teniendo un hilo conductor para mí. Espero que puedan tenerlo también para ustedes.

Epigramas

            - Una de las tareas del intelectual consiste en el esfuerzo por romper los estereotipos y las categorías reduccionistas que tan claramente limitan el pensamiento y la comunicación humanas. (p.12).
            - Todos nosotros vivimos en una sociedad, y formamos parte de una nación con su propio lenguaje, tradición e historia. ¿Hasta qué punto están los intelectuales al servicio de esas situaciones fácticas y en qué medida se rebelan contra ellas?... Por eso, en mi opinión, el principal deber del intelectual es la búsqueda de una independencia relativa frente a tales presiones. Comprenderá así el lector por qué describo al intelectual como exiliado y marginal, como aficionado, y como el autor de un lenguaje que se esfuerza por decirle la verdad al poder (pp.16-17).
            - El espíritu de oposición representa para mí un valor superior a la acomodación, porque la aventura, el interés y el reto de la vida intelectual van ligadas al rechazo del status quo en un momento en que la lucha a favor de los grupos marginados y en situación de desventaja parece serles tan poco favorable (p.18).
            - El intelectual actúa de esta manera partiendo de los siguientes principios universales: todos los seres humanos tienen derecho a esperar pautas razonables de conducta en lo que respecta a la libertad y la justicia por parte de los poderes o naciones del mundo; y las violaciones deliberadas e inadvertidas de tales pautas deben ser denunciadas y combatidas con libertad (p.30).
            - No existe algo así como un intelectual privado, puesto que desde el momento en que pones por escrito determinadas palabras y las publicas has hecho tu entrada en el mundo público. Pero tampoco existe únicamente un intelectual público, alguien que se limita a ser algo así como un figurón, portavoz o símbolo de una causa, movimiento o postura. Se ha de contar siempre con la modulación personal y la sensibilidad privada, y son esos elementos los que dotan de sentido a lo que cada uno de nosotros dice o escribe (p.30).
            - Los intelectuales son de su tiempo, caminan vigilados por la política de masas de representaciones encarnadas por la industria de la información o los medios, y únicamente están en condiciones de ofrecer resistencia a dichas representaciones poniendo en tela de juicio las imágenes, los discursos oficiales y las justificaciones del poder, vehiculadas por unos medios cada vez más poderosos; y no sólo por los medios, sino también por enteras líneas de pensamiento que mantienen el status quo y hacen que los problemas actuales se contemplen desde una perspectiva aceptable y sancionada (pp.38-39).
            - No se trata de cuestionar siempre la política del gobierno, sino más bien de la vocación intelectual como actitud de constante vigilancia, como disposición permanente a no permitir que sean las medias verdades o las ideas comúnmente aceptadas las que gobiernen el propio caminar (p.40).
            - Una vida intelectual gira fundamentalmente en torno al conocimiento y la libertad. Sin embargo, esos valores adquieren significado no como abstracciones -como en el enunciado más bien banal «tienes que adquirir una buena educación para que puedas disfrutar de una buena vida»- sino como experiencias a las que uno ha sobrevivido de hecho (pp.69-70).
            - Aunque uno no sea emigrante o expatriado en sentido estricto, podrá de todos modos pensar como si lo fuese, imaginarse e investigar a pesar de las barreras, y siempre estará en condiciones de apartarse de las autoridades centralizadoras en dirección de los márgenes, donde se pueden ver cosas que habitualmente les pasan por alto a los espíritus que nunca han viajado más allá de lo convencional y lo confortable (p.73).
            - El intelectual no representa algo que se parezca a una estatua, sino una vocación individual, una energía, una fuerza obstinada que se compromete como una voz entregada y reconocible en el lenguaje y la sociedad con un amplísimo abanico de asuntos, todos ellos relacionados al fin y al cabo con una combinación de ilustración y emancipación o libertad (p.82).
            - La amenaza particular que hoy pesa sobre el intelectual [...] no es la academia, ni las afueras de la gran ciudad, ni el aterrador mercantilismo de periodistas y editoriales, sino más bien una actitud que yo definiría con gusto como profesionalismo (p.82).
            - Por profesionalismo entiendo yo el hecho de que, como intelectual, concibas tu trabajo como algo que haces para ganar la vida, entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, con un ojo en el reloj y el otro vuelto a lo que se considera debe ser la conducta adecuada, profesional: no causando problemas, no transgrediendo los paradigmas y límites aceptados, haciéndote a ti mismo vendible en el mercado y sobre todo presentable, es decir, no polémico, apolítico y «objetivo» (p.82).
            - El intelectual debería ser hoy un amateur o aficionado, alguien que considera que el hecho de ser un miembro pensante y preocupado de una sociedad le habilita para plantear cuestiones morales que afectan al fondo mismo de la actividad desarrollada en su seno, incluso de la más técnica y profesionalizada. (p.90).
            - Siempre me he movido por causas e ideas que personalmente puedo defender con libertad porque están de acuerdo con los valores y los principios en los que yo creo [...]. Hablo y escribo acerca de temas más amplios porque como auténtico amateur me siento espoleado por compromisos que sobrepasan ampliamente los estrechos límites de mi carrera profesional. (p.95).
            - El principal bastión del intelectual laico es la libertad incondicional de pensamiento y expresión... Para el intelectual la búsqueda pendenciera de debate es el núcleo de su actividad, el verdadero escenario y marco de lo que los intelectuales hacen realmente sin revelación (p.96).
            - No deseas aparecer excesivamente politizado; te preocupa parecer liante; necesitas la aprobación de un jefe o de una figura con autoridad; quieres conservar la reputación de ser una persona equilibrada, objetiva, moderada; esperas que se te llame para una consulta, para formar parte de un consejo o comisión prestigiosa y, de esa manera, seguir dentro del grupo que representa la corriente principal; esperas que algún día te harás acreedor a una distinción honorífica, un premio importante, tal vez incluso una embajada. Para un intelectual estos hábitos mentales son corruptores par excellence. Si algo puede desnaturalizar, neutralizar y, finalmente, matar una vida intelectual apasionada es la interiorización de tales hábitos (pp.106-107).
            - Idealmente, el intelectual representa emancipación e ilustración, pero nunca como abstracciones o como apáticos y distantes dioses a los que se ha de prestar servicio (p.117).
            - El análisis intelectual auténtico prohíbe que a una parte se le ponga la etiqueta de inocente, y a la opuesta la de mala (p.123).
            - Personalmente, lo que me llama la atención como mucho más interesante es la pregunta acerca de cómo conservar un espacio en la mente abierto para la duda y para una medida de ironía atenta y escéptica (preferiblemente también autoironía) (p.124)
            - El intelectual tiene que ir de acá para allá, ha de disponer del espacio en que se mantiene erguido y responde a la autoridad, puesto que el sometimiento mudo a la autoridad en el mundo de hoy es una de las mayores amenazas para una vida intelectual activa y moral (p.124).

Activismo e investigación

            La labor de selección de los aforismos me suscitó una reflexión sobre la siempre compleja doble condición de investigador y activista y mi experiencia personal. Si bien, de una primera  lectura, se podría extraer la sensación de que Said no explora abiertamente esta doble condición, una segunda lectura me hace cambiar de idea. A partir de su reivindicación de amateur "que actúa movido por el compromiso personal con ideas y valores en la esfera pública", se pregunta "¿qué verdad y qué principios tendría uno que defender, sostener, representar?". Y ve esta pregunta como "el comienzo necesario de una inspección del lugar donde se encuentra hoy el intelectual y del traicionero campo inexplorado de minas que lo rodea". Para él, "las ideas que éste representa y la forma de representárselas a una audiencia están vinculadas siempre, y así deben permanecer, a una experiencia permanente en la sociedad, experiencia de la cual forman parte orgánica. Estas experiencias son igualmente concretas y permanentes, y no pueden sobrevivir si se las transfigura y después congela en credos, declaraciones religiosas o métodos profesionales. Tales transfiguraciones, para Said, cortan la conexión viva existente entre el intelectual y el movimiento o proceso de que forma parte (pp.117-118). Es más, la moralidad del intelectual "empieza con su actividad en este nuestro mundo secular: dónde tiene lugar, al servicio de qué intereses está, cómo concuerda con una ética coherente y universalista, cómo distingue entre poder y justicia." (Las cursivas son mías).
            De estas citas puede inferirse sin duda una condición de intelectual que sintetice esa doble condición. Y lo puede hacer en términos de la figura del investigador comunitario: aquel que no conoce la verdad a priori, que no interactúa con la comunidad desde una posición externa, sino que intenta adquirir esa verdad mediante la investigación y en cooperación con dicha comunidad.