Juan Uriagereka

Pastores y zagales
(El Correo, 11 de noviembre de 2007)


            ¡Qué pereza tener que contestar al artículo de The Wall Street Journal sobre el euskera! En fin, vaya por delante una aclaración, por si las moscas. De los errores que se han cometido en el proceso de recuperación de la lengua vasca, acaso el más contraproducente haya sido el de requerir su conocimiento a adultos en puestos de trabajo públicos. Digámoslo claro y desde la perspectiva que nos da la ciencia: adquirir una lengua de niños, cualquiera, es una necesidad; aprenderla en la madurez, una lotería. Explicar por qué es así no es fácil, pero tiene que ver con las minucias del desarrollo biológico, más relacionadas con las hormonas que con la psicología. Y en fin, que no se le puede exigir a nadie que su trabajo dependa de que le toque la lotería. Otra cosa sería discriminar positivamente una lengua en generaciones posteriores, que hayan tenido la oportunidad de adquirirla cuando sus cerebros se lo hacen virtualmente ineludible.
            Vale, ahora vamos a hablar de las tonterías que se dicen en el artículo de marras. El euskera es diferente, ya se sabe, a las lenguas de su entorno. Dicho esto, es una lengua natural como cualquier otra, que en sí misma no tiene nada de extraño. No existe un solo proceso lingüístico en el vasco que no se aprecie en alguna otra lengua del mundo; no podría ser de otro modo, porque todas las lenguas, todas, se basan en la misma arquitectura mental. Lo que difiere de una a otra, a nivel estructural, es trivial en sí mismo: dimensiones de variación como si se pronuncian obligatoriamente o no los sujetos (en inglés sí, en castellano no), si se ponen las frases de preguntas como qué o quién al principio de la oración (en castellano y en inglés sí, en chino no), y así sucesivamente. Lo único que tiene de único el euskera, a ese nivel, es la combinación de esas diferencias 'paramétricas'. Por eso nos fascina a los científicos.
            ¿Qué quiere decir, entonces, que una lengua, el vasco o cualquier otra, sea retrógrada? Es, desde luego, posible que la combinación de estructuras observadas en el euskera se corresponda a un estado más o menos arcaico de las diferentes manifestaciones estructurales que se dan en las lenguas del mundo. Eso es una cuestión a debatir, racionalmente, y yo mismo me encuentro inmerso en un debate con varios de mis colegas para examinar esa posibilidad -que será o no será cierta, como todo en ciencia-. Pero en cualquier caso no tiene nada que ver con una implicación de que una combinación de estructuras sea más o menos avanzada, en ningún sentido, del mismo modo que un animal que ha cambiado relativamente poco en su estructura a lo largo de su evolución (digamos, el tiburón, cuyo origen se remonta a unos doscientos millones antes que el de los dinosaurios) no puede estar mal adaptado a su medio si ha sobrevivido hasta ahora (o si no, que cualquier simio se enfrente de tú a tú con un tiburón en el agua).
            Claro que a los periodistas normalmente se les escapan estas sutilezas, y se centran más en cosas que (creen que) entienden, como las palabras. Y sí, es cierto, el euskera, por lo menos el que se habla en mi pueblo, tiene muchas para nociones tradicionales agrícolas, ganaderas, pescadoras y similares. Como el inglés, por ejemplo, que nos ofrece shepherd 'pastor', sheepherder 'pastor', sheepman 'pastor', herder 'pastor', herdsman 'pastor', drover 'pastor', y los más coloristas y específicos cowboy o cattleman (y un largo etcétera para 'vaquero', incluidas joyas como cowhand o cowpuncher), y tres cuartos de lo mismo para cabreros, ovejeros, muleros, burreros, porquerizos y similares; esto sin entrar en zagales y nociones 'pastoriles' que le van a la zaga, en cualquier lengua que se precie. No sé si eso será mucho o será poco, pero es lo que es, resultado obvio de una larga tradición, que Dios guarde muchos años. Si por esto las lenguas (todas) son retrógradas, pues bueno; serán. Pero ya digo: todas.
            El articulito que nos ocupa afirma, eso sí, que el euskera (y supongo que la suposición se extenderá a cualquier otra lengua minoritaria, digo yo, como el irlandés, por no emperrarnos con el caso vasco) es una lengua arcaica que no se adapta a la vida contemporánea. Le he dado muchas vueltas a la afirmación, porque no entiendo qué puede querer decir. Imaginemos el caso contrario. Supongamos que por un artificio de la ciencia un yankee, hablando perfecto inglés, llega a la corte del Rey Arturo, allá por el siglo V o VI de nuestra era, que hablaría alguna lengua céltica de esas ahora minoritarias. Pues bien: ¿Ese yankee tendría más o menos dificultades en adaptarse a la vida en Camelot que si el propio Arturo fuese transportado a Manhattan por el mismo procedimiento? La película estaría bien, desde luego -pero la pregunta es una idiotez-.
            Yo no sé qué entenderán en Wall Street por adaptarse a la vida moderna -entre otras cosas porque pasarse más de una semana en Nueva York es tan estresante que no le quedan a uno ganas de volver-. Pero vaya, yo he visto, y con gran placer, a la gente escribir tesis doctorales sobre neurología en euskera, discutir filosofía y arte en euskera, apasionarse por la política o el deporte en euskera, e incluso amarse en euskera (esto último lo aconsejo encarecidamente). Y me resultó muy parecido a como son todas esas cosas en inglés, en castellano, en gallego, en fin. Sí, a veces con palabras que nos prestan otros, como democracia, que como todos sabemos viene del griego, donde se inventó el concepto hace más de dos mil años. ¡Qué genial sería si además de decirlo así, demokratia, o en cualquiera de sus otras nobles formas (démocratie, demokratie, democrazia, democracy, o por supuesto demokratzia) de una vez por todas entendiéramos lo que significa!
            Porque es que en el fondo lo que está en juego es muy simple -y me canso de repetirlo-. Por primera vez en la historia de esta especie nos jugamos el futuro del planeta: no sólo en el medio ambiente, también en la cultura. Como vuelven a indicar los últimos informes (de hace dos meses), más de la mitad de las lenguas y culturas del mundo están en peligro. Sólo una docena larga tienen el futuro asegurado, y todas se corresponden a imperios colonialistas euroasiáticos. Cada uno puede hacer lo que le plazca con este tipo de información, incluido preguntar a algún primo a ver si es verdad. Dicho esto, quedan dos caminos: actuar o no. Para la primera vía no queda otro remedio que la discriminación positiva para las lenguas y culturas en peligro. Otra cosa es que se haga mal, que ya he dicho que con frecuencia es el caso.
            Discutir esto serenamente me parece más sensato que disparar dardos envenenados, aunque sea desde las poltronas de Manhattan, palabra que, por cierto, viene del algonquino, donde significaba isla-colina (aunque no quedan apenas hablantes nativos para confirmar este origen, eliminados como fueron hasta hace un par de generaciones por los antepasados de quienes ahora gozan de sus rascacielos). Claro que, como ya dijo con gran visión el filósofo Fernando Savater en El Mundo (23-11-2001), este tal Keith Jonson que firma el artículo que nos atañe - a la sazón delegado del The Wall Street Journal en Madrid - es un «loable gorila blanco del zoo informativo americano» (sic) porque, evidentemente, sabe ponernos a los vascos de lo que somos.