Julio Loras Zaera
El metabolismo de la economía española
(Página Abierta, 175, noviembre de 2006)

            Acerca del libro El metabolismo de la economía española. Recursos naturales y huella ecológica (1955-2000), de Óscar Carpintero. Fundación César Manrique. Teguise, 2005. 635 páginas. 12 euros.

            En una charla que dio en Tortosa (Tarragona) hace mucho tiempo, Joan Martínez Alier distinguió entre economía y crematística. La primera se ocuparía del estudio de los flujos y stocks de recursos naturales para la satisfacción de las necesidades humanas, y la segunda, de los flujos y stocks de valores de cambio. Después de los fisiócratas, la llamada economía se fue convirtiendo en crematística, siendo la economía neoclásica, hoy dominante, el caso extremo de olvido de que la economía se inserta en los ecosistemas y depende absolutamente de ellos.
            El libro que comento es un libro de economía en el sentido pleno que le daba Martínez Alier, quien hace uso de la metáfora del metabolismo para describir los cambios de los últimos cincuenta años en la relación entre la economía española y la ecología en que se inserta.
            La primera parte empieza con un breve repaso histórico de las polémicas entre los economistas ortodoxos y algunos economistas, pero, sobre todo, bastantes científicos naturales, que alertaban de los peligros del enfoque económico neoclásico, peligros referentes al agotamiento de los recursos y al funcionamiento del sistema económico como si fuese independiente de esos recursos. Hasta que llegó a cuajar una corriente minoritaria, pero cada vez más sólida científicamente, conocida como economía ecológica, que en nuestro país cuenta con cerebros como los de Joan Martínez Alier, Federico Aguilera Klink o José Manuel Naredo. En esa corriente se inserta, brillantemente, el autor de este libro.
            A continuación viene una parte teórica donde el autor define los conceptos que va a emplear y los métodos de cálculo que va a utilizar para sacar sus conclusiones finales. Nos habla de la pretendida curva de Kuznets ambiental, expresión del supuesto hecho de la “desmaterialización” de la economía y del mayor respeto al medio a partir de cierto nivel de renta, demostrando que no describe ninguna realidad. Alude, en vez de ello, a la transmaterialización o sustitución de unos materiales por otros, sin disminuir la dependencia material de la economía, incluso aumentándola.
            Nos habla de los costes ambientales ocultos de la terciarización: «Hace ya casi una década –nos dice–, a través del análisis delas tablas input-output para la economía en su conjunto, el economista danés Jesper Jespersen exploró la intensidad energética de más de cien sectores económicos –entre los que se encontraban tanto aquellos pertenecientes a la industria pesada como los relacionados con el sector servicios– llegando a la siguiente conclusión: un millón de ECUs de PIB procedentes del sector servicios privado, incluido hoteles, comercios y transporte, demandaba casi la misma intensidad energética que el sector industrial (6,9 terajulios frente a 8,4 terajulios de este último). Además, se daba la circunstancia de que eran precisamente aquellos servicios tradicionalmente ofrecidos por el sector público (educación, sanidad, etc.) los que menos intensidad energética por millón de ECUs necesitaban: “únicamente” 3,1 terajulios».
            Nos explica que, dada la finitud del planeta, las reducciones en los flujos de recursos son tan importantes en términos absolutos como en términos relativos. Define los flujos ocultos de materiales, importantísimos, como aquellos flujos que no entran en las contabilidades porque no se transforman en valor: escombreras, excavaciones, destrucción de patrimonio... Nos explica que, en la Contabilidad de Flujos Materiales, el análisis debe ir “desde la cuna a la cuna”, considerando el coste de reposición del capital mineral de la Tierra.
            Introduce el concepto de huella ecológica como índice de sostenibilidad del sistema económico, para determinar la cual se convierte el volumen de toneladas de recursos y residuos en su equivalente en hectáreas o kilómetros cuadrados de superficie. La diferencia entre la huella ecológica y la superficie de que dispone políticamente el sistema en cuestión es su superávit o su déficit ecológico. Con este concepto se relaciona la importancia de la importación y la exportación de la capacidad de carga: hay países que exportan capacidad de carga (tienen superávit ecológico) y países que importan capacidad de carga (tienen déficit ecológico) mediante el comercio internacional y los movimientos internacionales de capitales.
            A continuación, expone las limitaciones de la huella ecológica y las modificaciones metodológicas para superarlas: la incorporación de las productividades locales (no todas las hectáreas son iguales en este sentido) y el análisis input-output. Finalmente, en esta parte teórica, nos habla del espacio ambiental justo, el mismo para todo el mundo, y alude a un trabajo que define un extremo inferior y otro superior que actuarían como referencias mínimas y máximas para la utilización del espacio ambiental. El mínimo sería lo indispensable para hacer digna la vida, y el máximo, el que permiten los ecosistemas desde un punto de vista sostenible.

            La segunda parte analiza, con profusión de tablas y gráficos muy claros y todos ellos comentados en el texto, los intercambios de la economía española con el medio desde 1955 hasta 2000. Los títulos de los capítulos en cuestión son “El metabolismo de la economía española y su escala a través de los flujos de energía y materiales”; “La presión sobre los frutos derivados de la fotosíntesis: flujos bióticos (renovables) de recursos naturales”; “De la economía de la ‘producción’  [entiende por producción lo mismo que los ecólogos, es decir, la fijación de energía por las plantas]a la economía de la ‘adquisición’ [por la cual entiende la extracción de recursos de la corteza]: síntesis de los Requerimientos Totales de Materiales de la economía española y su comparación internacional”; “La sostenibilidad a través de una aproximación territorial la huella ecológica de la economía española”; “El surgimiento de la ‘burbuja comercial’ y la dependencia ecológica externa: flujos físicos y valoración monetaria del comercio exterior de España”; “Del medio ambiente físico al ‘medio ambiente financiero’ como palanca para consolidar la economía de la ‘adquisición”.
            Del contenido de esos capítulos, basados en un estudio sistemático de todas las fuentes estadísticas disponibles, Óscar Carpintero saca las siguientes conclusiones:
            En los años en estudio, la economía española se ha transformado desde una economía de producción en una economía de adquisición; de apoyarse mayoritariamente en flujos renovables hasta los cincuenta, pasó a potenciar la extracción masiva de materias primas procedentes de la corteza y, por lo tanto, agotables. Al principio del período, la biomasa daba cuenta del 60% de los flujos, mientras que, ahora, los combustibles fósiles y los minerales representan el 70%. Los Requerimientos Totales de Materiales han pasado de casi 10 toneladas por habitante al principio del período estudiado a 37 en 2000.
            El “milagro económico” supuso que, en términos físicos, España dejara de ser abastecedora de recursos naturales al resto del mundo, convirtiéndose en importadora neta de materias primas, capitales y población, llegando en 2000 a los 127 millones de toneladas de déficit físico de bienes, energía y materiales. Nuestro país ha protagonizado el mayor aumento en la utilización de recursos naturales desde la mitad de los años setenta en comparación con las principales economías industriales.
            Hemos duplicado el impacto ecológico, pasando de ocupar 1,7-2,0 hectáreas por habitante en 1955 a 4,8 en 2000. La tierra ecológicamente productiva ascendía en 2000 a 1,4 hectáreas por habitante, con lo que nuestra economía presenta hoy un déficit ecológico equivalente a tres veces nuestra superficie productiva.
            De 1960 en adelante nuestra economía aparece como compradora neta de patrimonio, con una salida de capitales de 4,8 billones de pesetas. Hemos pasado de ser vendedores netos de la propiedad de empresas nacionales al resto del mundo a compradores netos de la capacidad productiva y el patrimonio del resto del mundo, especialmente de Latinoamérica, con un cariz que en ocasiones superaba las estrategias más agresivas de economías tradicionalmente adquisitivas, como la japonesa. Y, fundamentalmente, las compras se dirigen a sectores muy vinculados a la utilización y comercialización de recursos naturales.
            El combustible que ha alimentado esta transformación vino de la mano de las revalorizaciones de acciones y de las nuevas emisiones de préstamos y ampliaciones de capital que, actuando como dinero financiero, acompañaron el proceso de fusiones y adquisiciones. «La posibilidad abierta para que las empresas saldasen las operaciones con “moneda” emitida por ellas mismas mediante la ampliación de capital y el posterior canje de sus propias acciones espoleó la capacidad de compra de las empresas no financieras sobre el resto del mundo, además de otorgar a estos agentes una de las prerrogativas tradicionalmente reservadas al sector público: la posibilidad de emitir y acuñar moneda beneficiándose del llamado “señoreaje”[diferencia entre el valor de la moneda y los costes de emisión y acuñación, que suelen ser muy bajos, casi nulos]. En la fase más álgida de la burbuja financiera la adquisición de empresas con ampliaciones de capital y canje de acciones supuso la generación de un “señoreaje” privado en 2000 de 5,1 billones de pesetas, esto es, el 5 % del PIB español de ese año».
            Se trata de un libro muy recomendable para quienes se interesan por las repercusiones ecológicas de la economía, por su rigor y porque, pese a ser un libro técnico y muy grueso, se entiende fácilmente.