Kenza Sefrioui, Sarah Ben Ammar, Sahar Al-Attar (*)
El amor a los 20 años. ¿Qué vida desean?
(Afkar/Ideas, verano de 2008)

Las jóvenes mediterráneas abren sus corazones: la mayoría
quiere casarse, hijos... Para algunas es una opción, para
otras la única posibilidad de dejar el hogar familiar.

            La serie de artículos que publicamos aquí, primera  encuesta de un ciclo de investigación en tres fases acerca de las jóvenes mediterráneas, nos lleva
a Marruecos, a Líbano y a Francia. Se llaman Amal, Lila, Joëlle, Ghania, Amina, Nicole, Fédia, Sara, Laurie, Celia, Doris... Todas tienen entre 20 y 30 años, viven en la orilla septentrional o en la orilla meridional del Mediterráneo y accedieron a hablar ante las periodistas que las citaron para la gran investigación de Babelmed: “Mujeres, tener 20 años en el Mediterráneo”, financiada por el Foro de Autoridades Locales y Regionales del Mediterráneo (Fundación Anna Lindh).
            Vengan del país que vengan, estas jóvenes abren sus corazones, expresan sus sentimientos y sus aspiraciones, y abordan –abiertamente o de puntillas– la sexualidad. Tienen un punto en común: todas quieren casarse, tener hijos... Pero mientras que para algunas se trata de una elección completamente libre, para otras representa la única salida posible para abandonar definitivamente
el hogar familiar.
            Paradójicamente, el amor a los 20 años no es especialmente romántico en Francia, donde las jóvenes llegan al acto (sexual) con facilidad, mientras que en Palestina, es ensalzado sin medida, tanto en la separación, en su impedimento como en su ausencia. En efecto, en el Sur, la mayoría de las veces conviene esconderse de los hombres de la familia –con la frecuente complicidad de las madres, por otra parte–, ya que cualquier idilio amoroso resulta peligroso para la joven que quiera vivir su relación a la luz del día sin preocuparse de los códigos de buena conducta.
Parece que la virginidad hasta el matrimonio todavía es ineludible, incluso en Líbano, donde las jóvenes llevan atuendos extremadamente provocativos, y donde las “infractoras” no dudan en recurrir a la cirugía plástica
para rehacerse el himen.
            Sin embargo, a pesar de unas condiciones muy diferentes, desde Argel a Casablanca, desde Beirut a París, pasando por los campos de Palestina, a pesar de los derechos negados y de las libertades burladas o seriamente quebrantadas, las jóvenes entrevistadas aspiran en su mayor parte a un máximo de autonomía, en el trabajo, en los estudios y en la construcción de su personalidad, aunque sea necesario adaptarse a las estructuras patriarcales en las cuales aún se basan en gran medida las sociedades mediterráneas.
            Marruecos: entre sobrevivir y afirmarse En 2008, cuatro años después de la reforma del Código de Familia, en Casablanca, megalópolis de 3,5 millones de habitantes (oficialmente), capital económica y crisol de poblaciones antiguamente urbana, rural llegada en busca de empleo y de clases medias...
            Amal, Leila, Ikram, Ghania, Amina y Kawtar viven sus 20 años. ¿Cómo es su vida, cuáles son sus sueños? Todo depende de su condición.
            Su prioridad es trabajar. Para eso, Ghania, de 27 años, se ha instalado en Casablanca. Esta joven enérgica pero reservada, es originaria de Chichaua, una ciudad pequeña en la región de Marraquech. La menor de ocho hermanos, sólo fue a la escuela un año: “Mis padres me matricularon.
            Fui yo quien quiso dejarla. No me arrepiento”. Incluso aunque no sepa ni leer ni escribir. En la actualidad, trabaja en un café y corre de mesa en mesa para servir a los clientes. “Es lo que he encontrado. Gano unos 250 dirhams a la semana. Es suficiente para mí y para ayudar a mis padres. El trabajo es importante”. Cuestión de supervivencia. Para Kawtar, de 27 años, procedente de un barrio popular de Casablanca, tener trabajo cambiaría su vida. Esta joven, casada a los 21 años y madre de dos niños pequeños, acostumbrados a tenerla siempre a su disposición, no tiene ni un minuto para ella y se aburre “de hacer lo mismo todos los días”. Su marido, funcionario y mucho mayor que ella, se esfuerza por conseguir que subsistan: de ahí los nervios, la frustración y los problemas conyugales.
            Amina, de 29 años, está divorciada y vive en casa de sus padres con sus dos hijas. Adora su profesión de esteticista, aunque lamenta la mirada de desprecio de la gente. Soporta largos días de trabajo mal pagado para poder ser económicamente independiente y sufre por no serlo totalmente a su edad. Aunque la maternidad es su mayor fuente de satisfacción, lucha para que sus hijas “tengan una situación mejor (que la suya)”. No es cuestión de dejar de trabajar, pero la “situación estable” con la que sueña, se la daría antes un marido.
            Ikram, de 22 años, considera que “el trabajo es una obligación. Sólo pienso dejarlo si tengo un marido rico, para ocuparme de mis hijos hasta que crezcan”. Estudia un curso de posgrado, y es responsable de proyectos en un despacho. Le gustan los desafíos, se muestra muy pragmática y voluntariosa en su carrera profesional: “Los aspectos negativos forjan mi personalidad”. Se lamenta de que “en Marruecos todavía no tengamos la  cultura de que las jóvenes se queden hasta tarde en el trabajo: esto plantea problemas a mi familia, por lo que pueda decir la gente”. “No acepto las cosas sólo por guardar las apariencias, lo admito”, replica Amal, de 28 años, una joven moderna de discreta elegancia. Es periodista en televisión y eligió esta profesión porque quería “más libertad. El periodismo es un oficio donde uno es un electrón libre. No tengo la monotonía de la vida de oficina. Puedo defender mis ideas. En mi familia no existía eso”.
            Leila, la mayor de tres hermanos, pertenece a la mediana burguesía, tradicional y conservadora, de Fez. A sus 28 años, es responsable de comunicación institucional de una multinacional. Una rama todavía “por legitimar”, pero en la que aprecia el hecho “de tener un presupuesto y de poder realmente hacer algo”. Dinámica y con curiosidad por todo, pero muy marcada por su educación, se pregunta a menudo cuáles son sus deseos y sus opciones: “Tengo una vida rica por fuera y pobre por dentro”, dice, con  admiración hacia su prima, un ama de casa realizada.

Es duro emanciparse

            Si bien el trabajo es gratificante para las más acomodadas, el matrimonio representa para todas un paso obligado. “Es la vida”, dice Ghania, quien considera que “una mujer debe estar en su casa con sus hijos” y que solamente la dureza de la vida la obliga a trabajar. “Vivo el día a día. Como, bebo, hamdullah (gracias a Dios). No sueño con el futuro”. Su única esperanza es encontrar a “alguien de su condición y ser feliz con él”. Es difícil vivir solas antes de casarse. Su libertad pasa por ahí. A qué precio, recuerda Amina con amargura. Son muy pocas las que viven solas sin haberse casado. Todas son conscientes del hecho de que la carestía de la vida sólo les permitirá tener dos hijos como máximo.
            ¿Y el amor en todo esto? “No puedo hacer nada al respecto”, dice Ghania encogiendo los hombros. Ikram, adepta de un Islam estricto, que lleva pañuelo y viste austeramente, piensa que “el verdadero amor viene después del matrimonio” y se priva de cualquier relación amorosa. En este terreno, la independencia de espíritu que demuestra en su trayectoria profesional cede su lugar al discurso ideológico. ¿El amor ideal? “Es el amor del profeta por Aicha”. No confían en los hombres. Amina añora la estabilidad tradicional en la cual vivían sus padres, con respeto y ternura: “Actualmente, los hombres quieren depender de las mujeres. Han dimitido. Las mujeres trabajan cinco veces más que los hombres, y nunca se les agradece”. ¿Y las relaciones? Solamente para las más emancipadas. ¿La virginidad hasta el matrimonio? “Porque los hombres la aprecian, aunque reivindiquen lo contrario”, opina Kawtar, realista.
            ¿Declararse a un hombre? Pocas se lo permiten, pero usan mucho las estratagemas indirectas. ¿La anticoncepción? Todas saben lo que es, pero no porque sus madres las hayan informado: hchuma (¡debería darte vergüenza!).
            ¿El aborto? Sólo las más modernas quieren una legislación para autorizarlo. Para casi todas, es haram (prohibido). “No es una solución”, razona Kawtar, que se acuerda de haber abortado “en condiciones dolorosas y peligrosas”. En caso de fuerza mayor, “Dios es el único que puede perdonarnos...”, apunta Amina.
            Muchas creen que su vida es muy diferente de la de sus madres, porque trabajan, pero Leila matiza: “Estamos igual de condicionadas. Yo padezco las mismas dificultades (estudios, matrimonios, hijos, manera de vivir), pero un poco más tarde”. Algunas desearían más diálogo con sus padres. Cuando se les pregunta respecto a la imagen que tienen de sí mismas, se sorprenden, les da la risa. Viven, eso es todo. Sin preguntarse realmente por lo que son como personas. Sin embargo, ponen por delante, sobre todo, las cualidades morales: la aceptación de las buenas costumbres para las más inocentes, la fuerza de carácter y la independencia para las más emancipadas.
¿Entonces, son felices? El sí es casi siempre tímido, cuando no se trata de un púdico hamdullah...

Francia: las muchachas en flor
salen de la sombra

            Cómo viven actualmente el amor las jóvenes de 20 años, 40 años después de la revolución sexual que empezó en mayo del 68? Siete de ellas, procedentes
de los cuatro puntos cardinales de Francia, estudiantes o en la vida activa, aceptaron hablarnos de su vida amorosa. Confidencias.
            En el Bulevar Courcelles, en el distrito 17 de París, María, de 20 años, deja la agradable casa familiar para reunirse con su novio: “Lo encontré a través de amigos comunes”.
            ¿La boda? No sueña con ella de manera inmediata. “Quizás más tarde, pero tendré que estar segura de haber encontrado a una buena persona y además están mis estudios”, añade esta apasionada de la historia del arte y del
japonés. Para estas jóvenes, los estudios son a menudo un freno para la creación de un hogar y de una vida de familia.
            Sara, de 20 años, medio italiana medio kabileña [de la región de la Kabilia, argelina], residente en el barrio de La Castellane, en Marsella, acaba de romper con su novio: “Lo pasábamos muy bien, pero él quería, a toda costa, tener hijos, quería casarse. Todavía no he vivido lo suficiente. Tengo ganas de vivir, de divertirme. Y luego quiero seguir mis estudios”. Una sed de independencia comprobada por Alain Giami, director de investigación del Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica (INSERM, siglas del francés) y autor de un estudio sobre La experiencia de la sexualidad entre los jóvenes adultos, aparecido en 2004. “Al contrario de lo que se piensa, la pareja se vive más como una prisión por parte de las chicas que de los chicos”, afirma el investigador. Y añade: “Las jóvenes de 20 años no rechazan el modelo amoroso tradicional, sino que lo sienten, en este momento de su existencia, como asfixiante y rutinario y prefieren dejarlo para más tarde, en general hacia los 25 años”. A pesar de algunos complejos que disimulan perfectamente, las jóvenes interrogadas confiesan que se aceptan plenamente. Asumen también su deseo de libertad.
Libertad para hablar abiertamente de placer y de anticoncepción con sus parejas. Pero también libertad para gustar, para hacer el amor o no. Entre las siete jóvenes, dos de ellas nunca han tenido relaciones sexuales. Aquí también hay una decisión perfectamente querida y asumida.
            Doris, guapa franco-togolesa de 20 años que vive en la región parisina, desea conservar su virginidad hasta el día en que encuentre “al hombre de su vida”. Para Chemsi, de 19 años, nacida en Casablanca y auvernesa de adopción, la idea de ser virgen hasta el matrimonio es “muy romántica”, aunque afirma que no cree en el amor  eterno. “Quizá me case, pero será un matrimonio de conveniencia porque el amor es efímero...”.

Cuando romanticismo rima con pragmatismo

             Las jóvenes francesas, perfectamente informadas sobre los desengaños amorosos y sus desilusiones, están animadas por una especie de romanticismo mezclado con pragmatismo. “Creo en el amor, pero soy plenamente consciente
de que hay altibajos y de que no todo puede ser perfecto”, explica Laurie, una estudiante de logopedia de 22 años que vive en Pas-de-Calais. De una cosa está segura: la generación de “las flores azules” está completamente marchita. “A raíz de varias decepciones amorosas, me volví muy pesimista”, explica Célia, una guapa oriunda de Île de France de 20 años que acepta, a su pesar, las infidelidades de su novio. Un pesimismo que no le impide desear casarse el día que encuentre “al hombre que se acerque más al ideal” y querer cuatro hijos. Doris mantiene el mismo razonamiento: “En apariencia soy cínica y estoy desengañada, pero en el fondo soy más bien romántica”. En cualquier caso, aunque la mayoría de las chicas entrevistadas declara no ser idealista, todas aspiran al matrimonio y a una vida familiar colmada por varios hijos. Un modelo tradicional que estas jóvenes reconsideran y adaptan a su época. “La nueva generación de chicas jóvenes ha evolucionado de forma increíble. Ahora las muchachas reaccionan muy bien ante una ruptura. No se sumen en la  decepción y tampoco se dejan hundir. Hoy en día, es más bien: ‘De acuerdo, me ha dejado; bueno, iré a comprarme unos zapatos nuevos o una barra de labios”, constata Marie Renard, redactora jefe de la revista Muteen, dirigida al sector de jóvenes de entre 15 y 25 años. Un pragmatismo y una capacidad para relativizar que tiene su explicación en la imagen de mujer independiente transmitida por algunos medios de comunicación. “Creo que las jóvenes están muy influidas por la serie Sexo en Nueva York. Se sienten bien en su piel, al menos aparentemente, y se dicen que la vida sigue”, analiza Marie Renard.

Un recorrido iniciático

             Estas jóvenes independientes saben también qué es lo que esperan del amor. “Para mí, el amor es respeto, atención, comprensión. Pero sobre todo es apoyo en la vida diaria”, define Hélène, una auxiliar de enfermería de 20 años que vive en los alrededores de Lille. En cuanto a Laurie, busca “una relación equilibrada construida a base de escuchar y compartir”. Las jóvenes interrogadas reconocen haber tenido de media tres o cuatro experiencias amorosas. Lejos del libertinaje, su recorrido se relaciona más con una búsqueda del príncipe encantador de los tiempos modernos que describen como “divertido”, “guapo” y “con personalidad”. De hecho, según ellas, la sexualidad está siempre íntimamente vinculada al amor y a la dimensión afectiva. “Estamos lejos del modelo de la sexualidad por placer que, en realidad, afecta solamente a algunas minorías de la población. La banalidad sexual que caracteriza la experiencia de estas jóvenes no está por ello menos cargada de significados emocionales complejos”, observa Alain Giami. Un camino sembrado de trampas que el investigador del INSERM define como “un verdadero rito de iniciación”. Si bien, ciertamente, la educación sentimental de estas muchachas en flor no siempre es de color de rosa, constituye la llave indispensable que les abrirá las puertas del mundo adulto.

Líbano: una emancipación a escondidas

            Un sábado por la noche en una discoteca moderna de la capital. El alcohol corre a raudales. Hombres y mujeres se dislocan al ritmo de los éxitos del momento. Algunas jóvenes –las típicas rubias teñidas, operadas y con el ombligo al aire– incluso bailan encima de la barra, para gran satisfacción de los hombres sentados por debajo.
En Beirut, los hombres jóvenes que aún no han emigrado son cada vez más escasos. La competencia entre las chicas es feroz. Desde los atuendos incitantes hasta la cirugía estética, cualquier medio es bueno para llamar la atención de los posibles objetivos.
Esta imagen de un género femenino liberado, perfectamente retransmitido en la región por las cadenas vía satélite, es la que la capital proporciona a los turistas. Pero está lejos de reflejar la realidad compleja de un país con identidades múltiples, por no decir esquizofrénico.
            En un Estado multiconfesional como Líbano, estamos tentados de creer que las diferencias culturales son esencialmente de carácter religioso. Pero sería demasiado simple. En el país de los Cedros, la cuestión de la emancipación de las mujeres supera las divisiones confesionales.
            En general, a pesar de las apariencias, los valores tradicionales y la mentalidad oriental siguen estando muy afianzados en la sociedad. Algunas se someten ante la fuerza de la presión, otras se rebelan identificándose con el modelo occidental. Pero la mayoría opta por el compromiso, y cuando se emancipan, lo hacen “a escondidas”.
Por ejemplo, un mundo separa a Nicole, de 23 años, de Joëlle, de 27. Sin embargo, ambas son cristianas, pero una vive en Beirut y otra en Jeita. Joëlle, que se ve “como (su) madre a su edad”, pone en el primer puesto de sus prioridades la religión y la maternidad. Nicole se encuentra “menos limitada intelectualmente” que su progenitora, y concede preferencia “al amor y al trabajo”.
            En general, el trabajo es un valor ascendente entre las libanesas. Pero el mejor medio para acceder a una forma de independencia, al dejar el hogar familiar, sigue siendo el matrimonio. Cualquiera que sea el nivel de sus sueldos, la norma dice que las solteras tienen que vivir con su familia hasta el “gran día”.
            Aunque el fenómeno de las chicas que viven solas comienza a hacerse presente en la capital, la tendencia sigue siendo muy limitada a escala  nacional. Sin hablar de la unión de hecho, prohibida por la ley, aunque practicada oficiosamente (en Beirut, evidentemente).
            Así pues, el matrimonio es un fin que las jóvenes persiguen activamente. Y cuando se plantea la cuestión del matrimonio, llega inmediatamente la problemática de la virginidad. Como en todas las sociedades árabes, se condena moralmente el sexo antes del día D. En realidad, son cada vez más numerosas las que dan el paso, pero siempre muy pocas las que lo asumen. “La virginidad es un tabú inútil que sirve a la sociedad para poner límites”, afirma Nicole, pidiendo al mismo tiempo guardar el anonimato, al igual que las demás muchachas preguntadas a este respecto. Lamia, una joven suní de 25 años, tuvo su primera relación a los 15 años, y considera que la virginidad es una “cuestión personal, y debe seguir siéndolo”. Ambas hablan abiertamente de sexo con sus madres, lo que es bastante excepcional.
            “¡Con mi madre se puede hablar largo y tendido de sexualidad, pero no cuando se trata de la mía!”. Esta expresión de Amira, una joven chií de 23 años, muestra claramente hasta qué punto el tema es aún tabú.
            Mireille, una cristiana de 26 años, confiesa que vive mal su virginidad. Citando a Angelina Jolie como modelo femenino, se debate entre sus deseos de “modernidad” y la presión social.
            Haifa, con 30 años recién cumplidos, logopeda y madre de cuatro niños, “no comprende a las muchachas que llegan al acto antes del matrimonio”, lo que es contrario “no sólo a la religión sino también a los códigos sociales”. Chií originaria de Tiro, se casó a los 20 años después de haber discutido “algunas veces” con su futuro esposo. Amira dice que quiere esperar a estar segura de que se trata del “hombre de su vida” antes de acostarse con su compañero, “pero no por fuerza hasta el matrimonio”.
            Para Farah, una suní de 23 años, la virginidad es también un “tesoro” que hay que “saber conservar”.
            Sin embargo, todas dicen conceder una gran importancia al placer sexual. Así pues, los flirteos pueden llevarse muy lejos, pero siempre preservando el himen. Y si, por desgracia, las cosas van “demasiado lejos”, nada impide una pequeña intervención quirúrgica para rehacer la virginidad. Desgraciadamente, esta práctica es corriente en Líbano.
            Otra práctica muy habitual, pero oficialmente prohibida, es el aborto. Son pocas las que piensan, como Nicole, “que las mujeres son dueñas de su  cuerpo”. La mayoría sólo tolera la idea bajo ciertas condiciones (violaciones,
enfermedades...).
            Lo más sorprendente de las jóvenes libanesas es el hecho de que se hayan adaptado a las contradicciones en las que viven. Así, un último apunte para terminar: todas las jóvenes entrevistadas consideran que la mujer debe
desempeñar un papel importante en la política, ¡pero ninguna de ellas está políticamente comprometida!

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(*) Kenza Sefrioui (Marruecos), Sarah Ben Ammar (Francia), Sahar Al-Attar (Líbano).