Kepa Aulestia
Menos liturgia
(El Correo, 9 de marzo de 2013).

Las instituciones vascas deben simplificar el ritual pacificador para evitar que los restos de ETA se recreen en la parafernalia de la solución

El anuncio por parte del secretario general de Paz y Convivencia, Jonan Fernández, de que encargará a un grupo de expertos independientes la elaboración de un «mapa del sufrimiento» y la celebración la próxima semana de un ‘Foro Social para impulsar el Proceso de Paz’, auspiciado por Lokarri, vienen a recordarnos que mientras cada día hay más razones para preguntarse si ETA existe realmente, cada semana se inaugura una nueva pista en el circo de la pacificación. Cuando el problema era terrorífico y los meses se teñían de asesinatos, las soluciones no ocupaban prácticamente espacio. Ahora que el problema se desvanece, la alquimia de las soluciones se vuelve tan alambicada que tiende a recrearlo. Es imposible objetivar en un mapa algo tan subjetivo como el sufrimiento.

Será inevitable que su trazado incurra en injustas y dolorosas equiparaciones, aunque aparezcan implícitas. Sea la escala a la que se dibuje, el mapa único inducirá la imagen de bandos enfrentados. Por eso, el Gobierno y el Parlamento vascos debieran preguntarse, antes de nada, si la tarea es posible, si es necesario acometerla, si es conveniente, y si esa labor no debiera desarrollarse en el tiempo, evitando el término sufrimiento y una conclusión institucionalizada. Desde luego resultará imposible consignar sin controversia nada menos que cincuenta años de casos de vulneración de derechos humanos antes de que termine el actual período de sesiones.

Cada vez que nos preguntamos sobre la magnitud del problema pendiente, nos encontramos con las voces que dicen conocer la voluntad de ETA, y afirman que su apuesta es irreversible para a continuación insistir en que no saben nada más. No es fácil estar seguro de lo primero cuando todo lo otro resulta enigmático. Pero probablemente tampoco ETA –sus miembros– sabe mucho más, al verse incapacitada para adoptar decisiones por pura debilidad. La banda terrorista es hoy una trama inclinada a aceptar, rechazar o regatear las invitaciones, propuestas y sugerencias de quienes se acercan a ella con intenciones más o menos claras. Cuando se aboga por una solución ordenada se está sugiriendo que los demás –instituciones, facilitadores, mediadores, polemólogos organizados o por libre– aporten el orden con el que no cuentan los esquivos a rendirse, a recapacitar, a renunciar, a arrepentirse o a reconocer el daño causado. Esa es ya la única resistencia etarra. Esa y la obscena pretensión de encarnar a todas las víctimas del tardofranquismo, de sus añorantes armados durante la Transición, de la guerra sucia y de los excesos policiales en democracia.

La sociedad vasca ya ha conseguido lo fundamental: no hay atentados y parece difícil que puedan volverse a dar. Por tanto, las instituciones podrían evitar liarse la manta a la cabeza o, cuando menos, deberían reducir al máximo su actuación. En estos momentos, para comando y medio que circula atolondrado por territorio francés, contamos con una secretaría general de Paz y Convivencia, una ponencia parlamentaria en ciernes, pronto un foro social de entusiastas ‘solucionadores’, y grupos de expertos internacionales que van y vienen con mensajes crípticos. Y cada una de esas pistas del circo suscita, por sí misma, debates y controversias sin fin.

Aiete decayó, y ahora nos encontramos a la espera de que se reinvente un nuevo tótem para el «proceso de paz». Es todo un arte esto de inflacionar la solución. Pero resulta incongruente elaborar un mapa total del sufrimiento y abogar, al mismo tiempo, por «microacuerdos» que representarían la vertiente ‘pacificadora’ de la ‘geometría variable’. Nada hay más sospechoso que la parcelación del problema a conveniencia, atendiendo a las víctimas por aquí, a los afectados por los excesos policiales por allí, encasillando las vivencias de cada cual, sin que nadie pueda denunciar que su sufrimiento fue el miedo que pasó.

La sociedad vasca corre en estos momentos dos riesgos principales. Uno es que la indiferencia dominante entre ciudadanos que hace tiempo dieron por amortizado el ‘problema’ conceda a los aficionados y a los profesionales de su ‘recreación’ la exclusiva para redactar los pasajes más discutibles de la historia reciente. Otro es que la abundancia de rituales de solución acabe dañando un poco más la cultura democrática de Euskadi. Los gérmenes de la desmemoria anidan en esos riesgos. No es sencillo que la política acierte al afrontar el problema.

Por eso mismo partidos e instituciones debieran simplificar la liturgia de la solución, negándose a asumir aquellas responsabilidades que atañen únicamente a ETA. Porque la solución es muy sencilla: basta con que los restos de ETA no den más señales de vida. Ni siquiera es imprescindible que procedan a la entrega simbólica de las armas o a la declaración formal de autodisolución. Basta con que la izquierda abertzale constate su desaparición y ésta sea verificada por el Estado de Derecho. Lo otro es dar pábulo a la facticidad armada de ese comando y medio que deambula por Francia, y vindicar retrospectivamente la espiral acción-represión evitando asumirla como estrategia deliberada.