Kepa Aulestia
Pronósticos fallidos
(El Correo, 12 de octubre de 2013).

La izquierda abertzale parece empeñada en desbaratar una buena parte de los pronósticos que se hicieron después de que, por fin, se percatara de su inviabilidad como opción política legal y exitosa si persistía el terrorismo de ETA. Tales previsiones están resultando fallidas, a partes iguales, por los deseos que las inspiraban y por errores de apreciación al olvidarse de la naturaleza inercial del fenómeno. Uno de esos vaticinios se basaba en la creencia de que al callar las armas iba a liberarse una energía en la izquierda abertzale sociológica de tal magnitud que, más allá de sus resultados electorales inmediatos, provocaría una eclosión soberanista irrefrenable para el PNV que conduciría a la transformación de todo el campo nacionalista y a la ampliación de su espacio.

Pues bien, ni siquiera la debilidad relativa en la que la formación liderada por Urkullu y Ortuzar salió de los últimos comicios autonómicos ha sido suficiente para que, aunque fuese por contraste, asistiéramos a una reactivación del independentismo. Ni siquiera a título testimonial. Como ejemplo reciente no hay más que fijarse en el nulo eco obtenido por la desganada presentación de la ‘vía vasca’ auspiciada por la izquierda abertzale a imagen de la catalana.

Otro pronóstico errado ha sido la convicción de que una vez legalizado Sortu y celebrado su congreso constituyente el nuevo partido tomaría las riendas de la situación en la izquierda abertzale, vertebrándola política y organizativamente, aportando mayor coherencia, vigor y notoriedad a sus iniciativas. Ese parecía el destino de EH Bildu: pivotar en torno a Sortu. Sin embargo nada de eso ha ocurrido hasta la fecha. A las improvisadas candidaturas locales y forales que obtuvieron un resultado sensiblemente mejor del que esperaban sus promotores se le sumó una lista extensa de nuevos parlamentarios, en Madrid y en Vitoria, sin que resulte hoy motivo de interés saber qué electos son de Sortu. La impresión, quizá equivocada, de que la izquierda abertzale está representada por personas que parecen contar con algún poder de decisión, siempre enigmático o inescrutable, y por otras que no dan muestras de ello adquiere su versión más exagerada en la imagen de los ‘comisarios políticos’ tratando de velar por la correcta interpretación de la línea trazada no se sabe dónde ni por quién.

Una tercera decepción se la están llevando aquellos que, tras ponderar con mayor o menor entusiasmo el momento histórico en el que la izquierda abertzale tomó la delantera a ETA obligando a ésta a declarar el alto el fuego que, tras sucesivos pronunciamientos, se convertiría en definitivo, pensaron que Sortu continuaría avanzando en sentido democrático respecto al importante paso que supuso el contenido de sus estatutos de legalización. No se podría decir que la izquierda abertzale haya retrocedido en la formulación de su política y de sus principios estatutarios, más que al protagonizar algunos episodios inadmisibles. Pero el mensaje, primero subliminal y luego expreso, de que ya ha hecho todo el esfuerzo que moralmente pudiera corresponderle conduce al empantanamiento ideológico cuando no a la involución.

Son muchas las causas que explican por qué esos y otros pronósticos han resultado fallidos en relación a la izquierda abertzale. Pero sin duda la más importante de ellas es que el llamado MLNV no ha sabido o podido sustituir el papel de autoridad omnisciente e incuestionable que desempeñaba ETA por el liderazgo de un directorio civil dispuesto y capaz. Más bien ha demostrado que eso era sencillamente un imposible. Habituados a obtener rédito político de la fáctica sombra de la coacción o de sus retorcidos mensajes en busca de ‘soluciones’, la secularización de la izquierda abertzale ha conducido inexorablemente a su debilitamiento.

ETA cesó en su actividad terrorista demasiado tarde como para que la izquierda abertzale, más desfondada de lo que es capaz de admitir, obtuviese alguna renta añadida a una notable representación institucional. Hoy no puede presentarse como ‘fuerza de paz’ no tanto porque le falte credibilidad moral sino porque, tras el silencio de las armas, carece de poder de chantaje, disuasión o trueque. Lo demuestra la inanidad casi anecdótica de los sucesivos encuentros de Aiete, incluida la conferencia organizada por el alcalde Izagirre. Por otra parte, el consabido recurso a los derechos de los presos y el emplazamiento a que los «Estados español y francés» se dispongan al diálogo modificando su política penitenciaria representa, más que la mutación de la jactanciosa unilateralidad en bilateralidad, la necesidad de sacudirse problemas transfiriéndolos a los poderes constitucionales.

Pero junto a todo ello hay una causa determinante en los pronósticos fallidos sobre la izquierda abertzale, y es que ella misma no parece dispuesta a mostrarse más consecuente con el reconocimiento de que los pronósticos que fallaron fueron los que ella misma albergaba bajo el dictado de ETA. Por mucho que su discurso se refugie en el relato manipulado de los acontecimientos actuales para, siguiendo con su voluntarista visión de las cosas, situar el horizonte de la Historia en línea con sus objetivos últimos, la negativa a hacer aquello que los demás le piden atenaza a la izquierda abertzale. La obsesión por preservar una identidad emponzoñada por el pasado la atenaza mucho más que si se dispusiera a entender el diálogo como un ejercicio permanente de renuncias para quienes hasta la fecha no han renunciado más que a disparar.