Kepa Bilbao Ariztimuño
Fama versus Shiller. La Crisis ha puesto las orejas de
burro a Fama pero la Academia le ha otorgado el Nobel

 

"La economía, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social humanamente más retrasada, pues ha abstraído las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas inseparables de las actividades económicas… Quizá la incompetencia económica haya pasado a ser el problema social más importante".
Edgar Morin.

El Premio Nobel de Economía 2013 a los estadounidenses Eugene F. Fama, Lars Peter Hansen y Robert J. Shiller ha sido justificado por sus investigaciones sobre el comportamiento de los mercados financieros, por sus análisis sobre cómo se fijan los precios de las acciones y otros activos, sin duda, uno de los temas que más preocupan a las élites político-económicas desde que la explosión de la burbuja del mercado inmobiliario provocó una debacle financiera global.

“No hay manera de predecir el precio de las acciones y bonos en los próximos días o semanas”, dijo la Real Academia Sueca de Ciencias, “Pero es muy posible prever el curso amplio de estos precios durante períodos más largos, como los próximos tres a cinco años. Estos hallazgos (...) fueron hechos y analizados por los laureados este año”, ello, dicen, nos permite enfrentar mejor los retos financieros y, sobre todo, las cambiantes y complejas condiciones del entorno financiero actual. Aportaciones que se consideran muy importantes y técnicas, pero hechas desde puntos de vista teóricos sobre los mercados muy diferentes: la eficiencia (de Fama), frente a la irracionalidad (de Shiller).

La nominación de estos tres economistas ha sido acogida con asombro y suscitado  cierta polémica en un sector de la profesión, por un lado, porque Gene Fama y Lars Hansen, partidarios de la escuela neoclásica de la Universidad de Chicago, están -particularmente Fama- en las antípodas del keynesiano Bob Shiller de la corriente de economistas denominado finanzas del comportamiento (Behavioural Finance) en su interpretación de los factores que mueven los precios en los mercados financieros y, por otro lado, porque resulta irónico que en plena crisis del pensamiento económico ortodoxo que nos traído hasta aquí se haya premiado a uno de sus abanderados, Eugene F. Fama.

Lars Hansen, por su parte, cercano a los conceptos de Fama, es considerado la bisagra técnica de los otros dos galardonados. Tomando como base el trabajo predictivo de Fama, hecho en la década de los 70, y de Shiller, de los 80, Hansen estudió la respuesta de los inversores ante la incertidumbre en cuanto al precio de activos como las acciones en bolsa.

¿Mercados eficientes?

A pesar de lo ocurrido en la Gran Depresión de los años 30 y anteriormente, durante la década de 1970 una nueva generación de economistas neoclásicos erradicó la incertidumbre y los animal spirits de la teoría económica -de hecho olvidados en la etapa anterior por el keynesianismo académico-, retomando de la economía clásica tanto la premisa sobre la naturaleza humana según la cual el homo economicus actúa buscando su propio beneficio material y lo hace de manera racional, como la creencia de que los mercados, incluyendo los financieros, se autorregulan. Estos economistas, al mismo tiempo que enfatizaban la inutilidad de la regulación pública en la economía, profetizaban una suavización de los ciclos económicos e incluso hasta la desaparición misma de las crisis. Este renacer neoclásico que se dio como producto de una nueva correlación política de fuerzas entre capital y trabajo al romperse el consenso de posguerra sobre el papel del Estado a raíz de la crisis económica de los 70, estuvo guiado en un principio por las ideas de Von Hayek (1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006) que invadieron los centros académicos, dominaron las revistas científicas más prestigiosas, los medios de difusión como The Wall Street Journal, The Financial Times y The Economist y sustentaron las políticas económicas de Reagan y Thatcher. Las principales consecuencias sociales y políticas fueron la crisis del Estado de bienestar y la hegemonía de un dogmatismo económico conservador. Un pensamiento económico (neo)liberal que ofreció la falsa seguridad de un futuro estable y prometedor, el cual contribuyó a desarmar a Gobiernos y agentes económicos, y a eliminar todas las cautelas frente a los riesgos y la incertidumbre.

Las ideas keynesiano/socialdemócratas, centradas en mantener un nivel de empleo elevado a través del control de la economía y del gasto público, junto al interés por los aspectos colectivos, quedaron descartadas. Se produjo un cambio de prioridades, ya no importaba tanto mantener el empleo como controlar la inflación (control de precios y salarios, la única misión explícita y constitutiva del Banco Central Europeo). Así mismo, la discusión sobre la inestabilidad de los mercados financieros, la irracionalidad del inversor, sobre las burbujas, sobre la especulación destructiva, quedó marginada del discurso predominante académico. El terreno estaba dominado por la hipótesis del mercado eficiente, promulgada por Eugene Fama en la década de los sesenta, una pieza central en la teoría del funcionamiento y valoración de los mercados financieros por parte de la ortodoxia dominante, según la cual los precios de los activos financieros siempre traducen toda la información disponible en dichos mercados. El mercado, tarde o temprano, termina por incorporar toda la información pertinente en los precios y eso tiene un efecto mágico: algunos agentes sobreestiman el valor intrínseco de los activos financieros y otros cometen el error inverso, pero el mercado en su conjunto nunca se equivoca.

Durante un tiempo la teoría pareció funcionar. La combinación de expansión económica con baja inflación, le daba credibilidad, a condición, claro, de hacer la vista gorda a lo que estaba ocurriendo con los precios de los activos inmobiliarios y el riesgo bancario.

La hipótesis de Fama para los mercados financieros corrió paralela, entre otras, a la hipótesis de las expectativas racionales popularizada por Robert Lucas (también de la Escuela de Chicago y Premio Nobel en 1995), según la cual el uso de toda la información disponible permite pronosticar eficientemente los precios de mercado, la inflación futura y el crecimiento. A pesar de las limitaciones e inconsistencias metodológicas de estos modelos, y de los sucesivos trabajos de varios premios Nobel de Economía que las contradijeron o modularon -H. Simon(1978), M. Alais (1988), G. Akerlof, J. Stiglitz y M. Spence (2001), D. Kahnemann y V. Smith (2002)-, hasta que se desencadenó la crisis constituyeron el paradigma dominante tanto en el mundo académico como en el de la gestión profesional de la inversión. La omnisciencia de los mercados fue un dogma aceptado no solo por las autoridades económicas y financieras, sino también por los políticos de todo el mundo, incluidos los socialdemócratas, para legitimar decisiones económicas y políticas que llevarían a la mayor crisis económica y financiera del siglo XXI.

Por supuesto que hubo, además de los Nobel citados anteriormente, economistas, analistas y pensadores que -dentro de una pluralidad de enfoques, y con mayor o menor radicalidad- no aceptaban la asunción del comportamiento racional y cuestionaban la creencia de que los mercados financieros eran eficientes, haciendo ver la larga historia de crisis financieras que tuvieron devastadoras consecuencias económicas. Como muestra de esa extensa lista de economistas heterodoxos que no fueron escuchados basta un botón, es el caso de Hyman Minsky (1919-1996), economista keynesiano, ridiculizado por Friedman y Hayek, olvidado tras su muerte y rescatado tras la crisis. Minsky desarrolló en los años ochenta del siglo pasado la que es considerada como la mejor teoría sobre la inestabilidad de los mercados financieros inherente al capitalismo moderno. Se opuso de forma tenaz a las desregulaciones que caracterizaron aquellos años y nos advirtió, entre otros trabajos, en su libro Can ¨IT¨ Happen Again? (1982) de que algo parecido a lo ocurrido en los años treinta estaba a punto de suceder, a menos que los Gobiernos intervinieran decididamente para evitar el desastre. Murió en 1996, un año antes de que comenzara a cumplirse su pronóstico con la crisis asiática, hoy considerada un breve prolegómeno de la crisis del 2008. Pero para la corriente principal de la economía, para los llamados neoliberales, que creían que tenían las cosas bajo control, estos no eran más que unos aguafiestas, como dijo Stiglitz: “Sus terribles pronósticos eran una verdad incómoda: demasiada gente estaba ganando demasiado dinero como para que se oyeran tales advertencias” (1).

R. Skidelsky culpa a los economistas (más que a los banqueros) porque “ellos establecieron el sistema de ideas que aplicaron banqueros, políticos y reguladores”, especialmente a quienes continúan siendo seguidores de la Escuela de Economía de Chicago, “que han estado a punto de destruir nuestro mundo” (2). Una mezcla de arrogancia intelectual y fe en los mercados financieros eficientes cegó a sus partidarios, a la mayoría de los economistas, analistas, académicos, inversores, políticos, altos funcionarios o responsables de los bancos centrales. Todos creyeron que sabían cómo evitar los ciclos económicos. “El problema central de la prevención de depresiones ha sido de hecho resuelto en todos sus aspectos para muchas décadas”, declaraba Robert Lucas en su discurso inaugural como presidente de la American Economic Association en 2003. Pero todo esto se vino abajo en el 2008. Los mercados liberalizados y desregulados no trabajaron de forma eficiente, sino todo lo contrario. Si fueran eficientes, nunca habría habido burbujas.

La crisis financiera de 2008 ha puesto las orejas de burro a Fama pero la Academia le ha otorgado el Nobel. De nuevo, como en los años 30, es el Estado el que ha intervenido para rescatar el capitalismo con el dinero de los ciudadanos. Los banqueros habían hecho unas apuestas que sin esta ayuda los habrían arruinado a ellos y a la economía en su conjunto. Lo sorprendente ha sido comprobar cómo los partidarios de las hipótesis de los mercados eficientes y de las expectativas racionales, han apoyado este intervencionismo. Si hubiesen perseverado en su ¨racionalidad¨ o ¨coherencia¨ tendrían que haberse opuesto a dicha injerencia del Estado y esperar a que el mercado se autorregulase. 

La irracionalidad de los mercados

En el extremo opuesto Robert J. Shiller, otro de los premiados, estableció a principios de los 80 una hipótesis contraria a la de los mercados eficientes demostrando que la actuación de los inversionistas responde a patrones no racionales y que los precios de las acciones y de los activos inmobiliarios pueden derivar en burbujas. En su libro del año 2000 y en la segunda edición del 2005, La exuberancia irracional del mercado, describe cómo se pueden formar burbujas a partir de creencias equivocadas de los inversores, tales como que los precios de la vivienda no bajan nunca o la existencia de comportamientos imitadores o de “rebaño” por los inversores que contradicen la hipótesis de eficiencia de los mercados. Shiller explica esta conducta a partir de la confluencia de factores culturales, psicológicos y estructurales que promueven la irracionalidad de los inversionistas incluso para su propio perjuicio y advierte que la subida de los valores tecnológicos durante los 90 no era sostenible a largo plazo así como que se estaba produciendo una burbuja en el mercado inmobiliario de Estados Unidos. Al poco de ser publicado estalló la burbuja de las puntocom, y años más tarde lo hizo la mayor de todas las burbujas: la burbuja inmobiliaria.

El semanario The Economist en julio de 2009, a la vista de lo sucedido tuvo que admitir que: “si [la teoría de la eficiencia de los mercados financieros] se hubiese cumplido no se habrían producido burbujas o no habrían durado tanto”, e incluso el guardián de las esencias ortodoxas, el Wall Street Journal, tituló en noviembre de ese mismo año: “La crisis obliga a los economistas a buscar un nuevo paradigma”.

Tan sólo el laureado Eugene F. Fama ha seguido sosteniendo contra viento y marea que no hay espacio para las burbujas. En el 2007 declaró: “la palabra burbuja me saca de quicio” y en una entrevista en 2010 con John Cassidy para The New Yorker, llegó a decir :“Ni siquiera sé qué significa una burbuja. Esas palabras se han vuelto populares. No creo que tengan ningún significado”. Y en un alarde de arrogancia o disonancia cognitiva, nada más conocer su nominación al Premio Nobel, sostuvo en Chicago, junto con Hansen, que: “Soy de los pocos que creen que aquello [la crisis] puede considerarse un experimento que validó nuestras teorías”. Por el contrario, para Shiller el fracaso generalizado de los economistas para prever la crisis financiera que estalló en 2008 está muy relacionado con los modelos defectuosos de las expectativas racionales y de los mercados eficientes. La falta de modelos acertados, en su opinión, significó que los responsables del diseño de las políticas económicas y los banqueros centrales no tuvieran una advertencia de lo que iba a pasar (3).
En su último libro, Las finanzas en una sociedad justa (Deusto, 2012), R. Shiller, como estudioso de los procesos de innovación financiera y un firme defensor de la utilización de la ingeniería financiera, tacha de “simplista” la teoría de los mercados de Fama y aboga por democratizar las finanzas haciendo que los mercados financieros funcionen mejor y lo hagan para todo el mundo, en concreto, para ayudar al pequeño inversor a mejorar su capacidad de ahorro y a protegerle de los efectos adversos de la inflación y las recesiones. “Aunque no se trata de una enmienda a la totalidad del moderno capitalismo financiero, dice el experto en finanzas Emilio Ontiveros, sí ofrece un amplio recetario para facilitar su democratización y humanización”, aunque añade, “Claro que el lector puede mostrar su escepticismo y desconfianza al respecto: pocos ámbitos del conocimiento económico y de su aplicación se han mostrado tan distantes de ese tipo de preferencias” (4).

Los  animal spirits

En el 2009 sale a la luz Animal Spirits. Cómo influye la psicología humana en la economía (5), sin duda el libro que más popular ha hecho a Shiller; lo escribe junto con Akerlof (Premio Nobel en 2001 y esposo de Janet Yellen, elegida para ser presidenta de la Reserva Federal de EEUU). Ambos economistas retoman la noción de los animal spirits (6), tratando de actualizar esta parte del pensamiento keynesiano, esto es, su teoría de la incertidumbre, de los determinantes pulsionales de los comportamientos económicos -sobre todo en la inversión- y de los mecanismos de imitación. Keynes se percató de algo que estaba ausente en la teoría económica en aquel momento, esto es, que, aunque la mayor parte de la actividad económica refleje comportamientos racionales, los estímulos que mueven a las personas no siempre son económicos ni su comportamiento es siempre racional o coherente. Lo denominó espíritus animales y a la neurosis correspondiente amor al dinero, siendo la causa principal de las fluctuaciones de la economía y del paro involuntario.

Desde el punto de vista teórico, la principal crítica de Shiller y Akerlof se expresa en varias ocasiones de forma contundente: “La macroeconomía de los últimos treinta años ha seguido una dirección errónea” y “Numerosos profesionales de la macroeconomía y las finanzas han llegado tan lejos en el alcance de sus expectativas racionales y mercados eficientes que no aciertan a comprender la dinámica fundamental que subyace en las crisis económicas” (7). En el arranque del Prefacio, dicen coincidir en la elaboración del libro con la ideología de Minsky, que “Como nosotros, estaba especialmente interesado en los rasgos psicológicos de la burbuja especulativa”.

El libro se ha convertido en la obra de referencia de la rama propiamente keynesiana de la Behavioural Economics (Finance). En dos palabras, la clave de la economía conductual y experimental consiste en poner en cuestión las hipótesis de la teoría neoclásica sobre la perfecta racionalidad maximizadora haciendo una lista de todos los mecanismos conductuales que se desvían de aquellas. De hecho, la actual crisis financiera ha venido a revitalizar esta corriente que cuenta con varias décadas de existencia (8).

Hay que reconocer a Shiller y Akerlof el mérito de haber recobrado y popularizado casi 80 años después esta parte eclipsada del legado intelectual de Keynes. Ahora bien, eso no quiere decir que la manera como la plantean o conceptualizan no carezca de graves deficiencias. El problema de esta corriente es que este redescubrimiento de los animal spirits lo hacen bajo la forma de un individualismo mentalista y psicologista. Al igual que en la teoría neoclásica, para los que trabajan en la Behavioural Economics el mundo social solo son los individuos y lo que esos individuos tienen en la cabeza. De esta forma, del individualismo utilitarista racional al individualismo psicologista conductual no hay más que un pequeño paso. La teoría neoclásica, como dice Fréderic Lordon, ignoró las ciencias sociales y la Behavioural Economics solo quiere admitir como una ciencia “social”, la que más problemas tiene a veces para ser “social”, la psicología. Al igual que la teoría neoclásica, con la que cree romper por completo, la Behavioural Economics, persiste en un desconocimiento de lo colectivo y lo social como agentes de toma de decisión, esto es, en un desconocimiento de los trabajos de la sociología, de las ciencias políticas y de la antropología que son imprescindibles (9).

Nos encontramos así con explicaciones sobre las crisis económicas desocializadas y despolitizadas, tratadas básicamente como procesos psicológicos. Las crisis financieras no pueden ser reducidas a meras situaciones de pánicos, cracks, comportamientos irracionales o euforias, son además, fundamentalmente, una consecuencia de fuerzas políticas y económicas, intereses, ideas e ideologías. No podemos perder de vista que los mercados son el locus del conflicto y la lucha entre grupos económicos e intereses desiguales. Aquí, los precios no expresan simplemente un equilibrio eficiente entre la oferta y la demanda determinado espontáneamente por miríadas de individuos no relacionados que buscan maximizar su utilidad. Por el contrario, los precios representan el resultado de esa lucha por el poder económico entre distintos intereses de grupos definidos por su posición en el sistema capitalista. Los mercados competitivos producen, por su propia naturaleza, ganadores y perdedores, y los primeros logran monopolizar progresivamente su posición ventajosa y manipular el mercado. Los mercados no son eficientes y no solo no se autorregulan, sino que en realidad acumulan distorsiones autodestructivas y tienden a acumular la riqueza en manos de unos pocos más que a promover la competencia y el bien común.

Una de las características más significativas del sistema neoclásico es la ausencia de una teoría sobre la crisis y el desempleo, y no puede haber remedio a estos problemas si están excluidos de la teoría. Cuando a Fama se le preguntó qué causó la Gran Depresión de los años 30, respondió “No sabemos qué causa las recesiones. Yo no soy un macroeconomista, así que no me siento mal por no saber eso. Hay muchos debates sobre eso. La economía no es muy buena para explicar los cambios en la actividad económica”. Una teoría que no sabe qué originan las crisis, difícilmente sabrá qué hacer tanto para salir de esta crisis, como para evitar la próxima. 

Conjeturas sobre la elección del Nobel 2013

Algunos analistas han tachado al comité seleccionador de los premios de bromista, esquizofrénico, ecléctico, de no mojarse y querer diversificar los riesgos. Entre los más críticos, la nominación de Fama no ha sido nada bien vista al considerarle uno de los soportes intelectuales de la forma de gestionar los mercados que desencadenó la actual crisis económica y llevó al cierre de miles de empresas, al paro, la pobreza y la ruina a millones de personas, creando un enorme sufrimiento. En cambio, la elección de Shiller ha sido acogida con simpatía por estimar que sus investigaciones se acercan más a la realidad y son más útiles, además de ser percibida como una victoria de la heterodoxia frente a la ortodoxia dominante.

Aunque no se pueda dar una opinión concluyente sí haré algunas conjeturas. Si nos atenemos al historial de concesiones de la Academia, el Nobel a Fama y Hansen no resulta nada sorprendente dado el sesgo ideológico que ésta ha tenido hacia la economía neoclásica, especialmente la Escuela de Chicago que se ha llevado la mayoría de los premios concedidos hasta el presente. Por otro lado, tampoco es la primera vez que otorga el mismo año el Nobel a dos visiones contrapuestas como sucedió en 1974 con uno de los precursores keynesianos, Gunnar Mirdal, líder de la socialdemocracia sueca que lo tuvo que compartir con Friedrich Hayek. Ahora bien, si lo valoramos en función de las expectativas de quienes tenían la fundada esperanza de que la crisis financiera desacreditaría definitivamente, a todos los efectos, las hipótesis de eficiencia y racionalidad de los mercados y se abriría una crisis científica profunda en la teoría económica, en la macroeconomía y la teoría de las finanzas, resulta decepcionante, al constatarse que la visión convencional de la economía no solo apenas varía, sino que es premiada.

Sin duda que en el forcejeo, que a buen seguro se habrá dado en la elección, han pesado la inercia doctrinal y los intereses creados, no solo los del núcleo duro de la Academia, sino los de sectores del poder económico y, particularmente, los del poder financiero que habrían influido en la elección de Fama con objeto de contrarrestar el descrédito intelectual del dogma de eficiencia plena y omnisciencia de los mercados. Este descarado sesgo ideológico puede que lo hayan querido compensar concediendo al mismo tiempo el Nobel a un contestatario del establishment de mucho prestigio como Shiller, muy bien relacionado y en alza tras la crisis. La apariencia es de querer contentar a tirios y troyanos, neoliberales y keynesianos, pero me inclino por pensar que en el fondo lo que se propone la ortodoxia neoclásica, consciente de la crisis científica de sus fundamentos, es abrir una puerta a la Behaouviral Finance con objeto de lograr un mayor realismo y refinamiento de la economía neoclásica permeando al modelo con los animal spirits.

Necesitamos otra economía

Ha pasado más de un lustro desde que comenzó la gran crisis financiera y del susto inicial en las filas de la élite capitalista que temió por la quiebra del sistema. En los foros internacionales y principales medios de comunicación, en las revistas científicas, en la propia Academia, se abrió un amplio e intenso debate sobre el por qué del fracaso del tipo de razonamiento macroeconómico y financiero que había predomidado hasta entonces. Se llegó a hablar de fallo sistémico de la propia teoría y hasta de refundar el capitalismo. Pero una vez superado el escenario peor al borde del precipicio en el 2009, los debates e impulsos reformistas en el pensamiento se fueron moderando y apagando. Pronto se hicieron patentes y hegemónicos los intereses de la industria financiera y la fuerza de la inercia de las viejas ideas en la Academia, think tanks y núcleos de altos funcionarios de los Gobiernos y bancos centrales. En la práctica, el conservadurismo económico regresó, fundamentalmente en Europa, a partir de la primavera de 2010, a través de una política coercitiva y disciplinaria que convirtió el control del déficit en la idea central y principio dominante de la política económica para superar la crisis. Los mercados de deuda se hicieron con el mando y los Gobiernos resignados aceptaron dicha política aun a costa de cortar la recuperación y mantener elevados niveles de desempleo durante largo tiempo. Con su pensamiento simple, monista y una concepción del mundo regida por el beneficio, la utilidad y el sometimiento a la competitividad, los máximos responsables políticos y económicos de la eurozona, capitaneados por los alemanes, decidieron reducir la complejidad de la realidad a una sola dimensión y decretaron resolver la crisis con un único remedio, la mal llamada austeridad (mejor ajuste estructural).

Para la periferia europea la prometida refundación del capitalismo ha consistido en la aplicación de unos recortes y reajustes estructurales costosísimos para la inmensa mayoría de la población que no han hecho mas que beneficiar a los de arriba y empeorar las condiciones de los de en medio y los de abajo. Para justificar esta refundación, desde el Gobierno conservador, la prensa, radios, televisiones y economistas que les son afines nos dicen con descarado cinismo, que la que se está llevando a cabo es la única política económica posible, de que no existe alternativa mejor o más equitativa. Un mensaje que repetido a diario ha acabado calando en amplios sectores de la población aceptando de forma resignada que no hay otra. No es cierto. No hay un único camino en la economía. La economía no es una ciencia exacta. No es neutra, ni en sus objetivos, fines y medios. No reside en un limbo por encima de los distintos intereses económicos que cruzan toda sociedad, al margen de los distintos valores y preferencias políticas. Las diferentes ideas económicas tienen consecuencias diferentes en cuanto a la distribución de la riqueza, el poder, la satisfacción de las necesidades de la sociedad, el desarrollo de las capacidades disponibles, la igualdad, el crecimiento, la eficiencia, el cuidado del medio ambiente. En síntesis, no todas las ideas ni todas las políticas económicas producen los mismos resultados en cuanto a bienestar social. 

La crisis ha producido un incremento notable del número de heterodoxos y contestatarios entre los economistas que, ante el fracaso del conocimiento económico, ante la evidencia de que “el emperador está desnudo”, pugnan por una revolución científica de la teoría económica, por un cambio profundo en el pensamiento y discurso económico dominante excesivamente maniatado y condicionado por el poder económico y financiero. Su voz se ha amplificado y fortalecido en los últimos años y su crítica trata de recuperar para la disciplina su carácter de ciencia social, moral y política, al mismo tiempo que su alianza con las otras ciencias humanas y sociales como la historia, imprescindibles para conocer e interpretar mejor los acontecimientos económicos presentes y futuros. Sus ideas están ahí para que las utilicen aquellos que quieran defender y construir otra economía al servicio del bien común. Son esa miríada de economistas que trabajan en todo el mundo por construir una nueva economía política y luchan por unir la teoría económica con el compromiso y la justicia social, los verdaderos merecedores del Nobel.
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(1) Joseph E. Stiglitz, Caída libre, p. 66, Santillana, Madrid, 2011.
(2) La traición de los economistas, La Vanguardia, 4-7-2009.
(3) Reinventar la economía, Proyect Sindicate, 14-9-2009.
(4) Democratizar las finanzas, El País, 13-6-2012.
(5) George Akerlof y Robert Shiller, Animal Spirits, Gestion 2000. La estructura del libro es similar al discurso que Akerlof pronunció en 2001 (Behavioral Economics and Macroeconomics Behavior) cuando, junto con Stiglitz y Spence, recibió el Nobel de Economía. A él se han añadido las reflexiones de Shiller, casado con una psicóloga y experto en Psicología Financiera (Behavioural Finance), sobre la exuberancia irracional de los mercados financieros y de la vivienda.
(6) Explicando la etimología y el alcance del término, los autores señalan que: ”En el uso original del término -spiritus animalis en latín medieval- la palabra animal significa de la mente o que anima y se refería a la energía mental primordial y a la fuerza vital. Pero en la economía moderna, los espíritus animales han adquirido un significado diferente y, en la actualidad, designa el componente fluctuante e inconsistente de la economía. Representa nuestra peculiar relación con la ambigüedad o la falta de certeza” (pp. 21-22). Los espíritus animales que los autores consideran que influyen en las decisiones económicas son cinco: la confianza, la equidad, la corrupción y conducta antisocial, la ilusión monetaria y el gusto por las historias.
(7) George Akerlof y Robert Shiller, op. cit., pp. 275-276, Gestion 2000.
(8) En el origen más cercano se encuentran las aportaciones de Herbert Simon (Nobel de Economía en 1978) sobre la racionalidad limitada o acotada , continúa con las investigaciones que iniciaron en el año 1972 los psicólogos Daniel Kahneman (premio Nobel de Economía en 2002) y Amos Tversky, donde el comportamiento económico encontraba una explicación psicológica. Estos investigadores formularon una nueva teoría de la decisión humana, la Prospect Theory, que posteriormente derivó en una nueva rama del análisis financiero, el Behavioural Finance.
(9) Entre los partidarios de la Behavioural Economicshay cierta discrepancia entre los que consideran que los resultados de sus investigaciones cuestionan de forma clara la ortodoxia y sientan las bases para una ciencia económica refundada y los que opinan que son compatibles con la economía neoclásica y no constituyen una alternativa a la corriente principal de la economía. Para una crítica del alcance del cambio que propone esta corriente, la Behavioural Economics, ver Frédéric Lordon, “Keynes, la crisis y los espíritus animales. La onda expansiva de la crisis en la teoría económica” en Pensar desde la izquierda, Errata naturae, octubre 2012.