elperiodico.com, 26 diciembre 2017
Es relevante que el líder de Esquerra prefiera reflexionar sobre el país en lugar de lanzar cada día tuits facilones
El texto de Oriol Junqueras publicado por EL PERIÓDICO la víspera de Navidad me ha producido una honda impresión y me ha sugerido muchas preguntas. Sé por experiencia que la cárcel no es un lugar para hacerse trampas al solitario. Al quedar la vista cercenada por los muros, la mente intenta alcanzar el horizonte. De ahí que los presos tiendan a meditaciones profundas. Siempre me han interesado los textos políticos escritos entre rejas. Suelen ser enigmáticos y a veces oscuros, pero tienen una virtud: están alejados del vuelo gallináceo de la política. Yo aprendí el italiano que sé leyendo las Lettere dal carcere de Antonio Gramsci. Epístolas hermosas y complejas, que le dieron al marxismo una segunda oportunidad. Me parece que las reflexiones de Junqueras buscan darle al republicanismo catalán otra oportunidad.
Palabras de concordia
Comenzaré salvando las distancias, que son muchas. Junqueras no vive en los tiempos de Mussolini. «Por veinte años debemos impedir a este cerebro funcionar», dijo el fiscal en su brutal requisitoria contra el filósofo italiano. Y creo que las celdas de Estremera en nada se parecen a la que conocí en la Modelo. Pero lo que yo recuerdo de aquellos dos meses y medio de cárcel no es la incomodidad de la litera, ni lo abyecto que era el rancho. Es la privación de libertad. De la familia. O sea, que cuando pienso en Junqueras es para sentirme cercano a él, aunque no le haya votado. Este comentario está escrito desde esta cercanía.
Si ERC abriera brecha en la polarización, quizá podría vertebrar un necesario gran partido de centroizquierda
El líder de Esquerra concluye su artículo reiterando la necesidad de desterrar «los discursos identitarios que son un lastre para seguir avanzando». Lo hace después de recibir a tres amigos catalanes nacidos en Extremadura y en Andalucía. Desde el bloque constitucionalista le han recordado, con razón, que algunos dirigentes de su partido han expresado concepciones no solo identitarias sino etnicistas sobre lo que es ser catalán. Y algunos independentistas de otras formaciones le han ninguneado, como si aquí no ocurriese nada. Como si nosotros, los catalanes, no tuviéramos también un «pollo de cojones», por utilizar las palabras con las que Puigdemont habla de España. A mí lo que me parece relevante es que Junqueras prefiera reflexionar sobre cómo ha quedado Catalunya en vez de lanzar cada día un tuit facilón arremetiendo contra Rajoy y la política cerril del Partido Popular. Y que lo haga –menuda ironía– desde una cárcel española. Cuando leí que felicitaba a «todos y cada uno de los diputados electos» y recordaba que «nunca se ha construido nada desde el odio y el rencor», me di cuenta de que eran de las pocas palabras de concordia que he escuchado desde las elecciones. Y pensé que estamos tan mal, tan divididos y tan agotados, que bienvenida sea esta llamada a la armonía. Sobre todo cuando, sin dejar de defender sus ideas, deja escrito que «el futuro lo tendremos que construir entre todos y para todos».
Recomponer los puentes rotos
Si pudiéramos conversar, le preguntaría por el sentido político de su mensaje. ¿Cómo se construye un futuro para todos desde premisas rupturistas que solo comparte la mitad de la sociedad catalana? Tendría mil preguntas más. Unas sobre la noche del 26 de octubre, cuando dicen que se opuso a convocar elecciones. Otras sobre lo que debería cambiar, en cada bloque, para recomponer los puentes rotos. Para que la gente pudiera volver a sonreír por las calles. Le preguntaría qué ha aprendido, en los últimos meses, sobre la complejidad de la sociedad catalana y sobre la determinación del Estado a defender la unidad de España.
Una España federal y abierta
Me gustaría saber si un partido histórico como el suyo, que fue el de mi padre, puede jugar un papel en el restablecimiento de este clima que tanto necesitamos, sin renunciar al futuro, pero modificando los tiempos y los contenidos de esta legislatura. Le preguntaría también si está dispuesto a repensar la idea de un Estado para Catalunya que fuera compatible con una España federal, abierta y democrática. Le diría que sin esto veo muy difícil que no se rompa la sociedad catalana. Y le animaría a hacerlo aunque su partido haya sido superado por quienes han jugado la carta de una Catalunya en blanco y negro. Esquerra ha sacado más de 900.000 votos. Ha sido el único partido capaz de competir con Ciudadanos en Cornellà, Badalona, Santa Coloma, L’Hospitalet o Nou Barris. Si supiera abrir una brecha en la polarización que nos atenaza, quizá podría vertebrar, con otros, el gran partido de centroizquierda que Catalunya necesita. Es lo que mi padre siempre quiso. Sin dejar nunca de soñar en la República.