eldiario.es, 28 de noviembre de 2021.
Un programa de reformas de segunda generación, articuladas en torno a la ampliación de la igualdad y la democratización de la riqueza, debe propugnar una nueva matriz productiva para el crecimiento y bienestar económicos.
El mundo está atravesando una transición política-económica estructural. El viejo consenso globalista de libre mercado, austeridad fiscal y privatización que encandiló a la sociedad mundial durante 30 años, hoy luce cansado y carente de optimismo ante el porvenir. La crisis económica del 2008, el largo estancamiento desde entonces, pero principalmente el lockdown del 2020, han erosionado el monopolio del horizonte predictivo colectivo que legitimó el neoliberalismo mundial. Hoy nuevas narrativas políticas reclaman la expectativa social. Flexibilización cuantitativa para emitir billetes sin límite, Green New Deal, proteccionismo para relanzar el empleo nacional, Estado fuerte, mayor déficit fiscal, más impuestos a las grandes fortunas, son algunas de las nuevas ideas fuerza que cada vez son más mencionados por políticos, académicos, líderes sociales y la prensa del mundo entero. Se desvanecen las viejas certidumbres imaginadas que organizaron el mundo desde 1980. Aunque tampoco hay nuevas que reclamen con éxito duradero el monopolio de la esperanza de futuro. Y mientras tanto, en esta irresolución de imaginar un mañana más allá de la catástrofe, la experiencia subjetiva de un tiempo suspendido carente de destino satisfactorio agobia el espíritu social.