Letras Libres, 1 de julio de 2022.
Con mucha frecuencia, el poscolonialismo solo ha servido para sustituir
una caricatura por otra. El americano se convierte en el último reducto de
la tradición romántica europea y lo atávico, disfrazado de guiño
revolucionario, humanitario o exótico, funciona como coartada y reclamo
de consumo.
Cuando el poscolonialismo tocó suelo latinoamericano y en las universidades se empezó a
discutir la relación del continente con Europa, no pude más que alegrarme. Imaginé que esta
nueva rama de estudios por fin combatiría todos los estereotipos que suelen caricaturizar a
América Latina como la tierra prometida de la revolución, la resistencia, la autenticidad o la
utopía, y que, por fin, gracias a los decolonialistas, dejaríamos de ser esa pantalla oportuna
donde el primer mundo proyectaba sus fantasías más descabelladas o violentas.