Laura Carlsen

¿Una ola rojilla en América Latina?
Versión original: Latin America’s Pink Tide?
Traducción por: Ramón Vera Herrera
Programa de las Américas del International Relations Center (IRC)
www.ircamericas.org

La Cumbre Sudamericana de las Naciones y el Foro Social de Integración de los Pueblos, de reciente celebración, convocaron visiones de unidad continental. Ambos eventos—uno de líderes de gobierno y otro de la sociedad civil—mostraron que hay nuevos vientos de cambio en el continente.

            Las discusiones sobre las alternativas para la integración regional y el papel del Estado en el desarrollo, que solían ocurrir en los márgenes del discurso dominante del neoliberalismo, se movieron ahora al centro del debate público. Aunque todavía no se arriba a alternativas abarcadoras y viables, la discusión se movió del estrado a las calles.
            Al final, la cumbre de funcionarios no pudo cerrar la brecha entre aquellos líderes que consideran la integración regional como un trampolín hacia el sistema actual de integración dominada por las corporaciones, y aquéllos que avizoran algo diferente. Sin embargo, continúa el debate entre las naciones y al interior de ellas.
            Las elecciones en la región continúan siendo un motor de cambio. Con excepción de México, que si examinamos con detalle no es tanto una excepción, el balance es que continúa un viraje hacia la izquierda.
            Pero un análisis más profundo de las elecciones en Ecuador, Venezuela, Nicaragua y México indica que la interpretación de que existe una “ola rojilla” (una tendencia diluida hacia la izquierda que barre el continente), puede ser insuficiente para entender la complejidad de lo que realmente ocurre en cada país y en la región como un todo.
            ¿Qué es lo que consideramos “izquierda”? ¿Qué tanto campo de acción tienen realmente los gobiernos que se dicen de izquierda para realizar cambios en un mundo globalizado? ¿Cómo se relacionan los gobiernos progresistas con los movimientos sociales y viceversa? ¿Qué significan estos cambios en el nivel regional?
            Estas preguntas, aunque siguen sin respuesta, obstruyen cualquier intento de teñir los Estados latinoamericanos según las tendencias políticas dominantes, como lo hace el mapa post-electoral rojo/azul en Estados Unidos. El desafío es respetar las especificidades de cada proceso político mientras buscamos formas de caracterizar el obvio viraje regional que ocurre.

Los nuevos líderes

            La reelección de Hugo Chávez por apabullante margen y el triunfo del candidato de centro-izquierda, Rafael Correa, en Ecuador, marcan ambos un rompimiento con la política andina dominada por élites económicas y políticas muy obtusas.
            Chávez, siempre listo a proferir frases provocadoras, ha anunciado que el siguiente paso de la Revolución Bolivariana es construir un “socialismo del siglo XXI”, sin proporcionar más detalles de qué se trata. En la práctica, su gobierno continúa combinando una radical retórica antiestadunidense, una solidaridad latinoamericana y un papel activo del Estado en la redistribución de la riqueza, con un significativo involucramiento del sector privado y conceptos de integración orientada a las exportaciones.
            Correa, de Ecuador, se suma a la lista creciente de líderes latinoamericanos que miran al Sur, en vez de al Norte y Estados Unidos, en pos de oportunidades de comercio, desarrollo y alianzas internacionales. En sus planes está asestar un golpe a la hegemonía estadunidense oponiéndose al Tratado de Libre Comercio y a la presencia continuada de los militares estadunidenses en la Base de Manta.
El retorno al poder en Nicaragua de Daniel Ortega y la reelección de Lula en Brasil envían mensajes geopolíticos un poco más crípticos.
            En gran medida, Ortega ha mantenido sus credenciales de izquierdista sobre la base de la animosidad que incita entre los funcionarios gubernamentales estadunidenses. En la política interior, sin embargo, respaldó la increíblemente restrictiva ley contra el aborto. Pese a que su partido votó contra el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica (TLCCA), Ortega fue asumiendo más y más políticas pro libre comercio durante su campaña y, después de asumir el cargo, se comprometió a sostener y fortalecer el TLCCA pese a las protestas populares.
            Lula entra en su segundo período con deudas hacia los poderosos, por un lado, y con deudas sociales con los pobres, por el otro. Su segundo período señala el fin de una luna de miel cada vez más acre con las organizaciones de base que conforman la base de su electorado. Al mismo tiempo, Lula no parece propenso a correr el riesgo de perder el respaldo de la élite económica. Complacer a ambas partes será imposible.
            Finalmente, las disputadas elecciones de México en julio pasado parecen arremeter contra la tendencia regional poniendo en el poder, de nuevo, a un gobierno de derecha. Sin embargo, el curso de los eventos subsecuentes hace muy difícil afirmar que la sociedad mexicana avala esta situación. Persisten las acusaciones de fraude electoral, la mitad de la población que votó contra la derecha continúa movilizada e insatisfecha, y una entidad de la federación—Oaxaca—está en abierta rebelión.

¿Partidos contra movimientos?

            América Latina es un saco entreverado, por decir lo menos. Cuando se diluyen las diferencias ideológicas, cuando el pragmatismo compite a diario con los principios, y cuando los movimientos de base buscan evitar los polos opuestos de la marginación y la coptación, es difícil hacer pronunciamientos nítidos.
            No obstante, pueden plantearse algunas premisas básicas.
            Primero, los pobres siguen siendo la mayoría, pese a más de diez años de promesas neoliberales. En casi todos los países latinoamericanos más de la mitad de la población vive por debajo de la línea de pobreza. Ésta es la base natural de la nueva izquierda.
            Segundo, la mayoría ha llegado al límite de su paciencia en cuanto a las promesas del modelo económico. La apabullante combinación de una pobreza heredada de generación a generación, el aumento sostenido del desempleo y el subempleo y la descarada concentración de la riqueza, han conducido inevitablemente a la oposición. En algunos países esta oposición se ha expresado en las urnas. En otros ha provocado el desbordamiento en las calles. En la mayoría ocurre una combinación de ambas respuestas.
            Tercero, en muchos casos los partidos de izquierda tienen poco que ofrecer que realmente responda a las demandas y al descontento de la mayoría pobre. Sea que ocurran escándalos de corrupción como en el gobierno de Lula, un conservadurismo social como el de Tabaré Vázquez, de Uruguay, o un oportunismo sin principios como el de Ortega en Nicaragua, los “populistas” de izquierda reproducen (con frustrante frecuencia) la política “como siempre”, una vez que asumen el gobierno. La derecha y la izquierda no son gemelos idénticos, pero la adquisición del poder revela algunos rasgos de familia.
            Y aunque los gobiernos progresistas se rehusan a formar parte del Club del Traspatio de Estados Unidos, la región no ha podido convertirse en un polo alternativo en un mundo multipolar.
            La gran esperanza en América Latina—y lo que puede ofrecerle al mundo—es la vasta colección de vibrantes movimientos sociales que se atreven a cuestionarlo todo, desde sus propios gobiernos a la manera en que las corporaciones contaminan sus tierras. Algunas veces se expresan en las urnas, algunas otras veces no. Algunas veces dicen encarnar “la izquierda” y algunas veces se denominan el pueblo, o nada. Las etiquetas no importan. Lo que importa es la búsqueda de nuevos modos de gobierno que reduzcan la inequidad, aumenten la democracia real y pongan fin al hambre y la pobreza.
            Llámenle rojillos, rojos, azules, púrpuras o verdes pálido: para ir a algún lado, los movimientos sociales tendrán que desplegar todos estos colores y más. Sea cual sea su tinte, la ola en América Latina parece seguir creciendo.


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Laura Carlsen es directora del IRC Americas Program en la ciudad de México, donde ha trabajado como escritora y analista política por más de veinte años. En la red electrónica: americas.irc-online.org.