Leyla Hamad
Los movimientos antigubernamentales en
Yemen. ¿La revolución frustrada?

(Página Abierta, 217, noviembre-diciembre de 2011).

 

Hace ya más de diez meses que comenzaron en la mayoría de las ciudades yemeníes manifestaciones y acampadas antigubernamentales en las que cientos de miles de ciudadanos anónimos expresan a diario su descontento ante la crisis institucional, política y económica que el país arrastra desde hace más de media década. Insertos en la denominada “primavera árabe”, el movimiento antigubernamental en Yemen es, en la actualidad, el más longevo de los que se han producido en los países árabes.

Inmediatamente después de la caída de Ben Alí en Túnez tuvieron lugar los primeros actos de protesta contra el Gobierno de Ali Abdallah Saleh. Mientras que el movimiento antigubernamental estudiantil exigió desde el comienzo la caída del régimen y el fin de los 32 años en el poder del presidente, la oposición partidista tan sólo reivindicaba reformas prodemocráticas. Sin embargo, la evolución de los acontecimientos tanto a nivel nacional como internacional propiciaron que los partidos pronto se unieran a las peticiones de los estudiantes.

Este cambio de estrategia de los partidos políticos, unido a las deserciones y dimisiones masivas de los cargos gubernamentales, supuso, ya desde un comienzo, el peligro de que la “revolución de los jóvenes” fuera secuestrada por la élite política, militar y tribal del país, a pesar de que tradicionalmente muchos de los que hoy se erigen como opositores han cooperado con el régimen de Saleh y han formado parte de él.

Si bien todas las revoluciones árabes tienen sus características propias, en el caso de Yemen, las peculiaridades de su sociedad tribal, el hecho de que se trate del segundo país más armado del mundo, además de que, en los últimos años, Saleh se ha convertido, al menos en apariencia, en un aliado de Estados Unidos en la lucha antiterrorista, han supuesto que, a diferencia de otros países donde la comunidad internacional ha adoptado posturas más firmes y contundentes como es el caso de Túnez, Egipto, Libia y Siria, en Yemen ha existido una voluntad de buscar una solución mediada que evitara el estallido de una guerra civil y que reconciliara a las partes, aunque esto supusiera la marginalización del movimiento estudiantil, el verdadero promotor de la revuelta.

A día de hoy, Yemen es un país fracturado. La pérdida del control gubernamental de algunas provincias como Saada, gobernada por el movimieno chií de los huziín (1), o Abyan, en la que desde hace meses se libra una guerra contra supuestos militantes de Al Qaeda, o los enfrentamientos diarios en Taiz, Arhab y Nihm y la inestabilidad en Mareb y al-Jawf, áreas tribales donde el Estado tiene poco poder, han hecho que la reivindicación estudiantil y popular haya caído en el olvido.

A mediados de junio se constituyó un Consejo Transitorio de Oposición; sin embargo, en la actualidad su legitimidad está en entredicho. Y es que a pesar de que el Consejo trataba de aglutinar a todas las fuerzas de la oposición, la renuncia de los miembros del movimiento sureño, del grupo chií de los huziín y de los estudiantes invalidó las aspiraciones unificadoras de la coalición de oposición. En la actualidad, la mayoría de los representantes del Consejo son antiguos colaboradores del régimen que, tras ver la efectividad de las revoluciones en Túnez y Egipto, se han convertido en opositores y  tratan de liderar la revuelta con el fin de garantizarse un cargo en la próxima era post-Saleh.

La crisis política en Yemen se inició hace ya más de cinco años. En 2006, tras las elecciones presidenciales, Saleh adoptó el compromiso ante la comunidad internacional de reformar la Ley Electoral con el fin de mejorar el sistema democrático del país. Esta reforma debía realizarse antes de las elecciones parlamentarias de 2007; sin embargo, nunca se hizo. El bloqueo en las negociaciones entre el Gobierno y la oposición se tradujo en un aplazamiento de última hora por un periodo no superior a dos años. A pesar de que el tiempo se consideró que era suficientemente amplio como para llegar a un acuerdo, éste no se produjo y las elecciones fueron simplemente ignoradas.

Otro de los acontecimientos que en los últimos meses ha incitado la indignación de la población ha sido el anuncio, en enero de 2011, de una iniciativa gubernamental que pretendía otorgar a Saleh el título de presidente vitalicio. La oposición y el electorado yemeníes desde años temían alguna maniobra en este sentido, puesto que la legalidad constitucional no permite al presidente que concurra como candidato a las próximas elecciones presidenciales previstas para 2013 tras haber agotado dos mandatos presidenciales.

Un mes y medio después del comienzo de las manifestaciones antigubernamentales que exigían la salida de Saleh, el Gobierno yemení optó por satifacer las tres demandas principales de la oposición estudiantil y partidista. De manera que a principios de marzo se anunciaba que se aplazarían los comicios parlamentarios de abril de 2011, se retiró la iniciativa que le concedía la presidencia vitalicia a Saleh y se prometió que ni él ni su hijo Ahmed concurrirían a las elecciones presidenciales de 2013. Aunque de este modo el Gobierno trataba de aplacar el descontento popular, la rectificación llegaba tarde y el proceso revolucionario ya estaba puesto en marcha.

No obstante, si bien éstas constituyen las causas más recientes del inicio de las manifestaciones, lo cierto es que hay otras causas subyacentes que han permitido que la revolución, o al menos el movimiento antigubernamental, arraigara en la sociedad yemení. Se trata de causas más profundas que derivan del agotamiento del modelo político del régimen de Saleh, basado en alianzas, pactos y compromisos con los diferentes agentes sociales para evitar la resistencia al poder del presidente.

De hecho, no puede dejar de sorprender el grado de estabilidad que ha alcanzado el régimen de Saleh durante más de tres décadas, sobre todo si tenemos en cuenta que Yemen es un país que tiene una sociedad compleja, con múltiples tribus autónomas o semiautónomas, dividida en diferentes identidades religiosas, con una amplia presencia de islamismo radical de los cientos de miles de árabes afganos instalados en tierras yemeníes y una tensión permanente en la convivencia Norte-Sur. ¿Cuáles han sido los mecanismos que han permitido que Saleh sobreviviera en el poder desde 1978 sin grandes resistencias sociales? ¿Ha existido una oposición real al sistema del presidente?

Durante estos años, el presidente Saleh, quien se ha destacado por su inteligencia y su audacia manipuladora, ha sabido crear una efectiva red clientelar –lo que Dresch denomina el eje económico-militar-tribal (2)– que ha garantizado su supervivencia. Por medio de la cooptación e integración de las distintas fuerzas potencialmente opositoras, Saleh ha logrado minimizar las resistencias sociales. Esta estrategía dista mucho de la empleada por otros dirigentes árabes que optaron por la eliminación física o política del adversario político. En el caso de Yemen, sin embargo, se eligió un sistema de integración y se creó un modelo de equilibrio de poder compartido, al menos en apariencia, que ha permitido cierta estabilidad al Gobierno.

Los últimos años han estado marcados por una paulatina fisura en la compleja red clientelar de Saleh. La guerra de Saada, con su millares de muertos ocultados, la cuestión del sur y el paulatino distanciamiento de los socios tradicionales del régimen, han abierto la brecha de la oposición. Una oposición que hasta el momento había optado por la comodidad de la cooptación en lugar de la ruptura y confrontación con el régimen.

Tras la revolución de 1962, que puso fin al sistema del imamato (3), los jóvenes revolucionarios optaron por la integración de los derrotados de la guerra y establecieron un pacto fundacional entre shafíes y zaydíes que superaba el dualismo religioso del país. De este modo, en una hábil estrategia de integración y evitando la estigmatización y marginalización, Yemen consiguió un compromiso fundacional sobre el que descansa el principio de la reconciliación nacional y que durante décadas ha evitado la colisión entre estas dos confesiones religiosas.

La unificación de Yemen en 1990 propició un segundo pacto, esta vez entre los socialistas y el Gobierno de Saleh. El nuevo Yemen unificado surgió de la fusión de dos Estados soberanos: la socialista y laica República Democrática y Popular de Yemen (RDPY) y la conservadora e islamista República Árabe de Yemen (RAY). La necesidad de aglutinar dos concepciones del poder tan dispares y antagónicas, y de satisfacer la demanda de democratización que había en el seno social de ambos países antes de su unificación, favoreció la adopción de un sistema democrático multipartidista. El nuevo Yemen unificado trajo un periodo sin precedentes de diversidad y libertad políticas, se consolidó el pluralismo político y se desarrolló una legislación democrática.

Sin embargo, el avance democrático demostró ser un espejismo y la alianza entre el Partido Socialista Yemení (PSY) y el Congreso General del Pueblo (CGP), consolidada en un Gobierno paritario del poder, pronto comenzó a quebrarse. Las acusaciones y desconfianza mutua por ambas partes culminaron en una guerra civil, imposibilitando que la unificación pudiera llevarse a cabo de modo satisfactorio.

Tras la guerra civil de 1994 entre el Norte y el Sur, y con la disminución de significación política del PSY, el perdedor del conflicto bélico, tuvo lugar la tercera alianza política en Yemen, esta vez entre el partido gubernamental y el partido islamista Islah, convertido en la segunda fuerza política del país. Dicho partido, de orientación islamista, tribal y conservador, fue fundado en 1990 y brindó un inestimable apoyo al CGP a la hora de luchar contra el PSY y marginarlo. De hecho, el partido socialista acusó durante muchos años al Islah de promover los asesinatos políticos que tuvieron lugar entre 1993 y 1995 y en los que se acabó con la vida de más de 150 militantes socialistas.

Si bien el régimen de Saleh ha tratado de integrar y establecer pactos y alianzas con los partidos de la oposición, también ha desarrollado una estrategia de cooptación uno a uno, centrándose en atraer a su órbita no sólo a líderes tribales y a la élite intelectual y económica del país, sino a los propios líderes de los partidos opositores. El caso más paradigmático de este tipo de cooptación lo encontramos en la figura del ya desaparecido shayj Abdallah bin Hussein al-Ahmar, líder del Islah y shayj al-mashayj de Hashid (la principal confederación tribal de Yemen). Desde la década de los noventa hasta su defunción en 2007, Abdallah al-Ahmar fue no sólo el presidente del Parlamento, sino también uno de los principales baluartes sobre el que se apoyaba el régimen de Saleh. A día de hoy, los hijos de al-Ahmar son los que desafían su poder y se enfrentan a él. 

Mientras que la alianza con el partido Islah fue perdiendo peso a comienzos de los 2000, la estrecha relación del régimen de Saleh con algunos líderes puntuales del partido, como son al-Ahmar o al-Zindani, evitó una confrontación directa entre los islamistas y el partido gubernamental. Desde un plano formal, y a pesar de que el partido islamista formaba parte del bloque de oposición de Encuentro Común (EC) (4), nunca protagonizó una oposición real. Buena prueba de ello es el apoyo que la cúpula de Islah ha brindado a Saleh en las elecciones presidenciales de 1999 y 2006.

En 1999, el Islah optó por no presentar ningún candidato a las elecciones, avalando de manera oficial la candidatura de Saleh. Y en 2006, aunque el EC presentaba la candidatura de Faisal bin Shamlan, tanto al-Zindani como Abdullah al-Ahmar pidieron públicamente el voto para Saleh en detrimento de su propio candidato.

Desde 2001 en Yemen ha tenido lugar un paulatino pero evidente reforzamiento de la figura del presidente y un avance hacia el unipolarismo político. Si bien la unificación y la Constitución de 1991 y 1994 se caracterizaron por un avance democrático, en 2001 se presentó un bloque de enmiendas que contribuyeron a la regresión política. Nos referimos a la ampliación de las competencias del Consejo Consultivo, una cámara no electa cuyos 111 miembros son elegidos a dedo por el presidente, y el recorte de las funciones del Parlamento y la marginalización parcial del electorado, así como la ampliación del mandato presidencial de cinco a siete años. Esta última medida se interpretó como una estrategia para que Saleh no tuviera que abandonar el poder en 2009 sino en 2013, fecha en la que su hijo Ahmed Ali Saleh habría alcanzado los 40 años y legalmente podría ser un candidato presidencial.

Saleh salió reelegido en 2006 en unas elecciones que fueron reconocidas como democráticas y competitivas por las principales misiones de observación electoral internacionales. Lo cierto es que, como afirma Gregory D. Johnsen, el hecho de que Saleh saliera reelegido en unas elecciones competitivas permitió que aquellos que querían ver progreso, «pudieran verlo en un incremento enorme respecto a las anteriores elecciones y que aquellos que querían ver una democracia estancada derivando a una dictadura, pudieran verlo en el ineluctable hecho de que Saleh lograba otros siete años en el poder» (5).

Sin embargo, un año después de la reelección, en 2007, el complejo entramado de redes clientelares que Saleh había creado comenzó a quebrarse y las diferentes fuerzas opositoras comenzaron un proceso de distanciamiento del régimen. Por una parte, los problemas de la débil economía se vieron acuciados por los recortes de la ayuda internacional debido a las denuncias de corrupción internacional (6) y a unas altísimas tasas de desempleo del 15% de la población activa, según el Banco Mundial (7). La crisis económica y el deterioro de la calidad de vida de los yemeníes potenciaron las reivindicaciones de cambio.

La cuestión del Sur se deterioró notablemente en ese año; la brecha abierta desde 1994 con el fin de la guerra civil y las constantes denuncias de marginalización por parte de la población sureña se incrementaron a partir del 2006. Algunas provincias como Layeh, Adén o Abyan comenzaron en 2007 una oleada de huelgas y manifestaciones y otros actos de protesta. En este contexto, el Gobierno cerró varios periódicos y acusó al movimiento sureño de haber establecido una alianza con Al Qaeda y reavivó el fantasma de la amenaza secesionista.

Otro de los conflictos sociales que amenazan en los últimos tiempos la estabilidad de Yemen es el conflicto de Saada. El enfrentamiento, iniciado en 2004 entre las fuerzas de seguridad yemeníes y el Grupo Juventud Creyente, ha pasado ya por siete guerras, y la incapacidad del Ejército de frenar la avanzada de los rebeldes chiíes preocupa no sólo a la opinión pública nacional, sino también a las potencias regionales. Y lo más grave de todo: amenaza con quebrar el pacto fundacional de la república establecido entre shafíes y zaydíes.

El régimen de Saleh ha sabido, durante más de dos décadas, evitar una oposición fuerte a su poder. Sin embargo, en los últimos años, antiguas resistencias sociales con un nuevo vigor y nuevos focos de conflictividad social han puesto de manifiesto un creciente descontento social frente a la gestión de Saleh. El conflicto de Saada, el malestar del Sur, el cansancio ante 32 años de poder de un mismo presidente y las dificultades económicas han entrado en una nueva dinámica y han deslegitimado el poder de Saleh. Además, la desaparición del shayj Abdallah al-Ahmar, un importante nexo entre el Gobierno, el Islah y las tribus, dificulta aún más el escenario político yemení y abre la brecha de la disidencia y de la oposición real, agotando el sistema de cooptaciones e integración que ha caracterizado al régimen de Saleh.


Leyla Hamad es investigadora del OPEMAM (Observatorio Electoral del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos).

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(1) El movimiento huziín es un grupo antigubernamental zaydí que desde 2004 libra una guerra en el norte del país. Reciben el nombre de su líder Badr al-Din al-Huzí, un antiguo militante del partido zaydí a-Haqq.
(2) “Military-economic-tribal complex”, concepto acuñado por Paul Dresch que sirve para designar una compleja pero efectiva red clientelar formada por altos cargos militares, prominentes hombres de negocios y tribus, y sobre la que se sustenta el apoyo al actual presidente de la república (DRESCH, Paul, “The tribal factor in the yemen crisis”, en al-Suwaidi, Jamal S. [de.], The Yemeni War of 1994: Causes and Consequences, Sagi Books, Londres, 1995, p. 34).
(3) El imamato es el sistema de Gobierno que durante más de mil años rigió Yemen del Norte. El sistema se basa en el poder teocrático de la élite zaydí y, en concreto, de los sada, los descendientes del profeta Mahoma.
(4) Encuentro Común es una plataforma de oposición que surgió en 2003 y que aglutina cinco partidos de muy distinta creencia e ideología (Islah –Reforma–, partido islamista; el Partido Socialista Yemení (PSY), antiguo dirigente del Sur; al-Haqq, un partido de corte zaydí; el Partido Unionista Nasserista, y Unión de Fuerzas Populares).
(5) JOHNSEN, Gregory D., “The Election Yemen Was Supposed to Have”, en Merip Online, 3 de octubre de 2006. http://www.merip.org/mero/mero100306.html [consultado el 15 de marzo de 2007].
(6) La corrupción es uno de los problemas políticos más importantes del Yemen actual. Según el último informe del Transparency Internacional, una organización dedicada a medir los niveles de corrupción en distintos países a partir de valoraciones de expertos y encuestas, Yemen tiene un índice de corrupción del 2.2, siendo 1 muy corrupto y 10 nada corrupto. Véase: http://www.transparency.org/policy_research/surveys_indices/cpi/2010/results [consultado en junio de 2011].
(7) Véase: World Factbook del Banco Mundial, disponible en http://data.worldbank.org/country/yemen-republic.