Luis Hernández Navarro

Imágenes de Cancún

Dos imágenes y un par de sonidos 

Como si se tratara de un par de tarjetas postales que se envían a los amigos desde los centros vacacionales o de grabaciones musicales que sintetizan un momento, dos imágenes y un par de canciones resumen lo sucedido durante la Quinta Reunión Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) realizada en Cancún.
     En la primera aparece George Ogwr, el ministro de Kenia. Son poco más de las tres de la tarde del 14 de septiembre, último día del encuentro. Los representantes de las naciones en desarrollo están molestos. El presidente de la reunión, el canciller mexicano Luis Ernesto Derbez les ofreció negociar los términos de UN acuerdo que refleja los intereses de Estados Unidos y la Unión Europea. El secretario Ogwr, jefe de la delegación de su país, se convierte en el primer funcionario que da cuenta del fracaso de la cumbre: la reunión ha colapsado, dice.
     En la segunda está Lee Kyung Hae. Lleva prendido a su ropa una pancarta que dice: “La OMC mata campesinos.” Es 11 de septiembre. Sus compañeros de Corea del Sur y varios delegados de Vía Campesina han abierto un boquete a la valla de metal que la policía ha interpuesto, entre los cerca de 14 mil manifestantes que llegaron hasta el kilómetro cero y los ministros de comercio encerrados en el Centro de Convenciones de Cancún. Lee trepa al enrejado y arenga a la multitud. Esta a punto de inmolarse. Las mujeres que entienden sus palabras se estremecen. Dos hombres tratan de hacerlo caer. El dirigente campesino saca su afilada navaja suiza y la clava en su pecho. Un par de horas después morirá. Es cierto, ahora lo saben muchos más, que la OMC mata campesinos.
     En las calles del Cancún popular, el alejado de la zona hotelera, suenan los acordes de la Infernal Noise Brigade. Son cerca de veinte hombres y mujeres que marchan con uniformes naranja y gris, similares a los usados por el Departamento de Limpia, en Seattle, Washington. Desde allí han venido. Allí estuvieron durante las movilizaciones contra la OMC a finales de 1999. Son una banda militar en forma. Tocan percusiones e instrumentos de alientos, portan estandartes y bastones. Encaran a la policía y animan a la multitud. Sostienen que las protestas no tienen porque ser aburridas. Y lo demuestran.
     En el Centro de Convenciones no sólo hay caras tristes el 14 de septiembre. Algunos están alegres, muy alegres. Son los integrantes de las ONG que apostaron a descarrilar Cancún. Y cuando Luis Ernesto Derbez golpea con el martillo para clausurar la reunión, recuerdan a los Beatles parodiando la canción ¡Can´t you buy my world (love)!.
     La batalla de Cancún fue una Jam Session, basada en la improvisación y el virtuosismo de miles de luchadores sociales. Una descarga de creatividad y espontaneidad del archipiélago que forma el movimiento altermundista. Un gran concierto en el que participaron el sacrificio del señor Lee, las acciones de desobediencia civil de campesinos y jóvenes, los mensajes de aliento del EZLN, las protestas de ONG, la emergencia de un bloque de países en desarrollo que no se dejaron presionar por Estados Unidos y la Unión Europea y las interpretaciones del Infernal Noise Brigade y la Banda de Tlayacapan.

El territorio

Cancún ocupa un lugar privilegiado en el mapa de los modernos enclaves urbanísticos de la globalización. Sol y sombra del desarrollo desbocado, la ciudad es, simultáneamente un emblema de la modernidad y del atraso. En las orilladas de los más sofisticados y lujosos hoteles y villas se despliegan el precarismo y la ausencia de servicios públicos indispensables.
     Cancún ,“nido de serpientes” en su acepción original, nació por decisión gubernamental hace 33 años. En poco tiempo se convirtió en un impresionante negocio de constructores, políticos y cadenas turísticas trasnacionales que han precipitado la formación de un núcleo urbano de 700 mil habitantes. Fuente captadora de divisas e imán que atrae a casi la mitad del turismo que llega a México, es, también, un ejemplo de pobreza. Territorio para lavar dinero, para la trata de blancas y el narcotráfico, florecen allí fortunas e inseguridad. Se trata en realidad de dos ciudades distintas, unidas por una ancha avenida, que comparten un mismo nombre. En un lado se encuentra la polis del esparcimiento y los paisajes privilegiados, en el otro la de la escasez. Pocos lugares podían haber sido más adecuados para que los nuevos springbreakers, los fundamentalistas del libre mercado, se reunieran a oficiar un ritual de culto, que terminó trasformándose en una ceremonia mortuoria: la Quinta Reunión Ministerial de la OMC,
    Aunque formalmente se trata de una institución multilateral que representa intereses de estados nacionales, en la práctica, desde su nacimiento en 1995, la OMC y las grandes corporaciones trasnacionales son como hermanos siameses. Más que un foro multilateral la institución es el espacio para hacer avanzar la agenda de los grandes consorcios. Al comenzar el nuevo milenio, las 200 principales compañías del mundo desarrollan 28 por ciento de la actividad económica mundial, las 500 mayores realizan 70 por ciento del comercio mundial y las mil más grandes controlan más de 80 por ciento de la producción industrial del planeta. En los hechos las normas de la OMC son como una declaración internacional de derechos de las compañías multinacionales: la constitución del mundo. 

Un mundo unipolar 

Sí la pasada reunión ministerial de la OMC se efectuó en Doha bajo el impacto directo del 11 de septiembre, el encuentro de Cancún se realizó bajo la influencia tanto de un nuevo ciclo de expansión imperial estadounidense como de la inminencia de elecciones presidenciales en ese país.
     Washington ha decidido volver a dibujar los contornos de las fronteras nacionales. Es la hora del unilateralismo del Tío Sam. Comercio y militarismo marchan, como lo han hecho tantas veces en el pasado, de la mano, sin escrúpulo alguno. La guerra juega un papel clave en el establecimiento del nuevo orden. Es parte del ciclo de expansión y consolidación de un nuevo ciclo de reformas neoliberales y no un mero accidente propiciado por un grupo de fundamentalistas religiosos. Su objetivo es imponer un gobierno de la globalización autoritario, establecer una “hegemonía global bondadosa”. Como lo señaló George W. Bush: “Los terroristas –afirmó- atacaron el World Trade Center, y nosotros los derrotaremos expandiendo y promoviendo el comercio mundial.”
     La Casa Blanca ha dado muestras de que el unilateralismo que sigue en la diplomacia abarca también muchos otros ámbitos, incluidos sus políticas comerciales. La nueva Farm Bill, el incremento de los aranceles a los productos siderúrgicos provenientes de otros países, el “Fast Track”, la votación de la Cámara de Representantes en contra del etiquetado en origen de la carne de vacuno son algunas de las perlas que forman este collar. 
     Cancún no fue la excepción. Allí llegó Robert Zoellick, el zar del libre comercio de Estados Unidos, no ha hacer concesiones significativas en la apertura de sus mercados sino a tratar de imponer sus reglas del juego. Ante la inminencia de elecciones presidenciales, Washington no tenía nada sustancial que ofrecer a otros países en las negociaciones. El presidente Bush quiere reelegirse y para ello necesita del apoyo de las grandes corporaciones agroalimentarias y de los agricultores beneficiados por los subsidios otorgados en el Farm Bill. Sacrificar ese sostén para avanzar en un acuerdo agrícola menos proteccionista resultaba muy poco viable.
     Zoellick declaró:  “El libre comercio trata sobre la libertad. Es importante para nuestra economía pero también lo es para otros intereses y valores en todo el mundo. Siempre he creído que la apertura es la carta victoriosa de Estados Unidos. Nos hace más fuertes como pueblo y más dinámicos como nación.” Esa apertura, sin embargo, no es más que un recurso retórico cuando lo que está en juego son áreas productivas sensibles de su país.
     El multilateralismo comercial le interesa a Estados Unidos tan sólo en tanto ellos son los principales beneficiarios de su funcionamiento. Le preocupa proteger por esta vía los sectores más dinámicos de su economía tales como la tecnología de punta, la biotecnología, la informática, las patentes genéticas y el comercio electrónico, que resultan ser los ganadores netos de negociaciones para adoptar reglas sobre temas aún no incluidos. Se trata de un sistema que beneficia a sus empresas, y que le permite el uso de su poder de mercado.
     Pero se trata de un multilateralismo claramente acotado. Desde la firma del primer tratado de libre comercio con Israel en 1985, Washington entró en una febril construcción de pactos comerciales de diverso tipo al margen de la OMC. Según el secretario Zoellick el presidente Bush tiene la llave “que necesita para empujar la liberalización comercial globalmente, regionalmente y bilateralmente. Al avanzar en múltiples frentes, estamos creando una competencia en la liberalización, colocando a Estados Unidos en el corazón de una red de iniciativas para abrir mercados. Si hay quien está listos para abrir sus mercados, Estados Unidos será su socio. Si otros no están listos, Estados Unidos avanzará con los países que lo estén.”
     Estos acuerdos de libre comercio negociaciones evitan hacer concesión alguna en ramas como la agricultura, argumentando que requieren de un acuerdo global y sistémico, pero exige –como sucede con el ALCA- hacer compromisos en temas claramente globales y sistémicos como propiedad intelectual, inversiones, servicios, competencia y compras gubernamentales. El dogma de la liberalización comercial propagado por Washington busca fortalecer su capacidad para dosificar el acceso de los socios hacia su mercado de acuerdo a las concesiones obtenidas para sus empresas en otras naciones.
     Quienes aseguran que Cancún fue un descalabro para as naciones pobres y que siempre es malo que un foro “multilateral” como la OMC fracase, se equivocan. Allí nunca estuvo en juego la posibilidad de forzar a Estados Unidos a disminuir sus mecanismos de protección comercial.  El descarrilamiento de la reunión ministerial representó un serio descalabro para la parte de su estrategia que necesita de acuerdos comerciales globales, pero dejó intacta la que privilegia los pactos binacionales o regionales.

La guerra de los símbolos

En las protestas callejeras de Cancún participaron alrededor de 15 mil personas, en su mayoría campesinos mexicanos y jóvenes. Efectuaron dos manifestaciones y decenas de acciones directas. La más numerosa fue convocada por Vía Campesina el 10 de septiembre. En la marcha del 13 de septiembre, muchos de esos campesinos no participaron pues ya se habían retirado a sus comunidades.
    Se acreditaron para estar dentro del Centro de Convenciones 980 ONG. Unos mil periodistas, de los más de 2 mil acreditados, estaban relacionados con el movimiento altermundista. Pudieron entrar a la ceremonia de inauguración oficial 200 ONG. Poco más de 30 de ellas se cubrieron la boca con cinta negra y sacaron carteles en los que decía que la OMC era obsoleta y antidemocrática mientras hablaba Supachai Pantichpakdi, director general de la institución.
     Burlando la vigilancia policíaca, en las primeras horas del 11 de septiembre una brigada de dos hombres y una mujer que se identificó como "la gente arriba del Centro de Convenciones de la OMC" se trepó a un montacargas de más de 60 metros y colocó una manta que dice "Que se vayan todos". No fijaron ningún otro símbolo que los distinguiera. Su nombre expresó con claridad su mensaje: la gente debe estar arriba de la OMC y no al revés.
     En la guerra de los símbolos escogieron cuidadosamente cuáles usar en su acción. Un emblema de la OMC tachado, en señal de repudio. Una mazorca que ejemplifica el derecho de toda la gente a tener comida y agua. Y un puño rojo exigiendo dignidad para los pueblos indios y los trabajadores del mundo, que sufren la agresión de su cultura y tradiciones por parte de las grandes corporaciones. Finalmente, la frase "Que se vayan todos", dirigida a la elite global.
     La batalla de Cancún fue, como la historia de quienes escalaron la pluma de construcción, un combate de símbolos. De un lado, el poder con su parafernalia y su enorme capacidad de disuasión policíaco-militar; del otro, la multitud, irrepresentable -a pesar de los esfuerzos de distintos mediadores profesionales por presentarse como sus gestores y delegados- desobediente, pícara e imaginativa.
    Con más de 2 mil periodistas congregados en el encuentro, las protestas buscaron generar un efecto mediático para impactar a la opinión pública, y sensibilizarla tanto de las razones de su malestar, como del malestar de sus razones. Se efectuaron de manera descentralizada por pequeños grupos de afinidad. No agredieron físicamente. En algunos casos violaron reglamentos.
      Si Cancún fue transformada por el poder en una ciudad “cerrada” al libre tránsito, las protestas buscaron abrirla. Se demostró, simbólicamente, que ante el empuje y determinación de la multitud, no hay estado de emergencia policíaco infalible. El enorme dispositivo de seguridad de la Cumbre acabó siendo frágil al enfrentarse a la decisión de desobedecer de miles de ciudadanos.
     Desnudos en las playas diciendo “No a la OMC”, filtración hormiga a la zona roja y mítines frente y dentro al Centro de Convenciones, ataúdes para enterrar al organismo multilateral, derribo de vallas, desnudos con el cuerpo pintado de rojo ante un McDonald's, marchas en la sala de prensa del recinto oficial del encuentro, bloqueos de las principales avenidas, protestas en Wal-Mart, homenajes al señor Lee, caceroladas, tomas de restoranes abandonados e instalación de efímeros comedores populares, tocadas, destrucción de un Pizza Hut, y muchas otras acciones más fueron el sello de la jornada. El malestar llegó a todos lados. Playas, centros comerciales, hoteles, plazas públicas, fueron el escenario de un "lárguense, no los queremos" colectivo.
     Bajo distintos “paraguas” organizativos –los intentos de centralizar y cooptar las iniciativas autónomas fracasaron- se efectuaron también decenas de foros y encuentros de reflexión, en los que se analizó el impacto de las políticas de la OMC, se esbozaron alternativas y se acordaron medidas de acción para el futuro. Sin embargo, el sello distintivos de las jornadas fueron las iniciativas de los grupos de acción directa. Las jornadas fueron de quienes tuvieron la audacia y la imaginación para transformar la realidad, no de quienes privilegiaron los laberintos de la negociación.
     Allí, también, desempeñando un papel central, se encontraban los integrantes de Vía Campesina y el contingente de Corea del Sur, integrado, en mucho, por pequeños agricultores. Y, por supuesto, estaba presente, la palabra –y el ejemplo- del EZLN.

¿Una nueva internacional?

A Cancún no sólo llegaron viajeros de tierras lejanas, sino pobladores de comunidades cercanas para los que las distancias no nada más se miden en kilómetros sino, también, en recursos económicos y brechas culturales. A pesar de su relativa cercanía, el destino turístico más visitado en el Caribe no es punto de llegada para los campesinos de Quintana Roo, no porque no quieran, sino porque no pueden.
     Pero a pesar de obstáculos y dificultades cerca de seis mil indígenas mayas, en su mayoría productores forestales y de maíz, se trasladaron a Cancún. Para la inmensa mayoría se trató del primer viaje a estas playas; para muchos fue la primera salida fuera de su región.  Salieron para "encontrarse a los campesinos del mundo", y descubrir “que donde quiera hay demasiada pobreza, demasiada miseria."
     Los pequeños productores de la península de Yucatán que se movilizaron al Foro Internacional Campesino e Indígena lo hicieron a pesar de las amenazas y presiones gubernamentales. Su participación no fue espontánea sino promovida y organizada. Sus asesores y dirigentes realizaron, desde meses antes, talleres y asambleas informando de lo que estaba en juego en esta reunión, y promoviendo la reflexión sobre los riesgos y la importancia de su asistencia. Recolectaron los fondos para su traslado y alimentación durante las jornadas de lucha.
     El Foro Internacional Campesino e Indígena no fue el primer acto de protesta contra la Cumbre de Cancún, pero, probablemente fue su demostración de fuerza más organizada. Fue además indicador de una situación límite en la que viven los productores rurales del planeta. Los campesinos son una clase de sobrevivientes, en lucha no sólo por su futuro sino por su presente. Empobrecidos y golpeados, reducidos a poco menos que la sobrevivencia por la apertura comercial, los pequeños productores -y sus organizaciones- ven en la exigencia de que  la OMC salga de la agricultura un recurso para no ser afectados por la locomotora del libre mercado, que marcha a toda velocidad en su contra. Su negativa a negociar o a entregar documento alguno con el gobierno mexicano marcó mucho de la dinámica del evento
     El hecho de que dirigentes de los pequeños productores de más de 40 países hayan llegado hasta tierras mexicanas habla de que algo profundo está sucediendo en el movimiento campesino mundial; algo que en principio puede caracterizarse como la formación de un movimiento internacional verdaderamente internacional, no auspiciado por partido político o país alguno.
     Según uno de los dirigentes de Vía Campesina, Paul Nicholson esta movilización responde a una profunda crisis en el agro propiciada por tres factores centrales. Primero, la precarización de los derechos, de los mercados y de la producción rural. Segundo, a la privatización de los recursos naturales, y tercero, a la baja de los precios agrícolas, que no permite recuperar los costos reales de producción. La OMC, según él, impone un modelo de producción intensivo y agroexportador, y un patrón comercial que destruye la salud del consumidor. Ante eso, señaló, hay que reivindicar la soberanía alimentaria como un derecho a acceder a los recursos naturales, a defender la cultura alimentaria de los pueblos, a escoger qué comemos y a decidir sobre las políticas rurales.
     Fue este Foro el que hospedó al Congreso Nacional Indígena (CNI) y el que convocó a la marcha de protesta más numerosa de la jornada de lucha. También fue allí donde, desde las montañas del sureste mexicano, se escuchó la voz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

     Los comunicados que se leyeron y escucharon son documentos para la historia. Y lo son porque a pesar de que muchos analistas reconocen en los Foros por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, convocados por el EZLN en 1996, una de las semillas de las nuevas protestas sociales, constituyeron la primera intervención directa de los rebeldes en el ciclo de protestas contra la globalización neoliberal que arranca con las jornadas de Seattle en 1999.

Bateadores emergentes

En Cancún se abordaron, infructuosamente, dos asuntos claves para el futuro del comercio mundial: la agricultura y los llamados temas de Singapur (políticas de competencia, liberalización del comercio, transparencia de compras gubernamentales y asuntos de inversión).

     A pesar de su importancia, la posibilidad de alcanzar un nuevo acuerdo en la agricultura era remoto antes de comenzar la reunión. Un informe de la OMC sobre este tema, elaborado por el presidente de la comisión Stuart Harbinson, fechado apenas el 25 de junio, señalaba que los gobiernos estaban muy lejos de poder establecer nuevas reglas para el comercio agrícola mundial. El informe advertía que las negociaciones se enfrentan a grandes dificultades en prácticamente todos los apartados básicos como la reducción de aranceles y los programas agrícolas domésticos. Así fue.

     Muchos países miembros de la OMC, especialmente  algunos como Brasil, India y China expresaron, con antelación su malestar con las negociaciones. Sus propuestas fueron sistemáticamente ignoradas, y, por el contrario, se les exigió limitar los aranceles que protegen su producción interna mientras que los colosos agrícolas mantienen cerrados sus mercados por medio de todo tipo de prácticas comerciales legítimas e ilegítimas.

     El 9 de septiembre India, Brasil y China, apoyados por otros 18 países, rechazaron una propuesta agrícola elaborada por la Unión Europea y Washington, y elaboraron un documento alternativo en relación a la agricultura en el que incluyeron medidas de protección a los mercados de los países pobres y el freno a los subsidios a los productores del primer mundo, denunciando la competencia desleal por medio del dumping. Asumían así una actitud de independencia ante las potencias que prácticamente no tenía precedentes. Este grupo, que sería clave para no alcanzar acuerdos, fue conocido como el G21.

     Durante la reunión, los representantes de 30 naciones provenientes del grupo ACP (África, Caribe y Pacífico), en su mayoría muy pobres, formaron otro grupo conocido como el G30. Ellos concentraron sus demandas en reivindicar el fin de subsidios y el acceso a mercados para productos específicos como el algodón. Estados Unidos subsidia a 25 mil productores con 3 mil 300 millones de dólares al año, con lo que el precio de esta fibra se ha derrumbado en un 50 por ciento desde el año de 1997, provocando la ruina y pobreza de otras naciones. Aunque este bloque no tuvo un perfil tan alto como el G20 desempeñó un papel clave en el descarrilamiento de la reunión.

     Ninguno de estos bloques se formó a partir de consideraciones ideológicas sino por intereses concretos. Lo interesante es que, a diferencia de otras ocasiones, las presiones de los grandes colosos para dividir el frente interno prácticamente no tuvieron éxito.

    Al comenzar el evento, el secretario mexicano Ernesto Derbez declaró que las negociaciones iban viento en popa. Mientras la gente protestaba en las calles, varias ONG mexicanas dedicaron parte sustancial de su actividad a reunirse con el funcionario y tratar de influir en él. Otros, en cambio, se dedicaron a organizar pequeñas escaramuzas dentro del Centro de Convenciones. En una de ellas dos personajes con máscaras de Robert Zoellick y de Pascal Lamy (el ministro de comercio de la Unión Europea) montaron una pequeña obra de teatro, en la que, el zar estadounidense preguntaba “¿Cómo le vamos a hacer para que estos jodidos 21 países dejen de bloquear nuestro progreso dentro de la OMC? No se dan cuenta que la vía para hacer a todos más ricos es comprar nuestra comida genéticamente modificada subsidiada?”.

     Durante los primeros tres días la reunión se concentró en tratar de encontrar una salida al problema de la agricultura. Se elaboró para ello un documento en el que los poderosos hacían pequeñas concesiones pero negándose a abordar asuntos como el de los subsidios domésticos. No hubo allí avance, al punto de que las negociaciones se suspendieron. Europa, Japón y Corea insistieron entonces en abordar los temas de Singapur, sin tener siquiera garantizado el consenso de los delegados para continuar las negociaciones. Los delegados de muchos países pobres estaban cada vez más molestos por las presiones de los ricos e impactados por el descontento en las calles, particularmente por la inmolación del señor Lee. Fue entonces cuando el delegado de Kenia, George Ogwr, después de consultar con otros ministros africanos, salió de la sala y afirmó que la reunión había colapsado. El ministro Derbez no tuvo otra opción más que reconocer que las diferencias de opinión eran irreconciliables.

   Cancún había descarrilado.

En coreano

Antes de partir rumbo a su cita con la muerte en Cancún, Lee Kyung Hae visitó la tumba de su esposa y cortó el pasto. El 9 de septiembre cargó, junto a sus compañeros coreanos, el ataúd de la OMC por las calles de la ciudad del “Nido de las serpientes”, mientras repartía su testamento político. Un día después, en Chusok – fecha para celebrar a los difuntos- trepó la valla que separaba a la multitud de la reunión palaciega, arengó a los presentes y se clavó su pequeña navaja suiza en el pecho. Portaba un letrero que decía: “La OMC mata campesinos.”

     El señor Lee escogió el momento de su muerte, de la misma manera en la que decidió cual era su misión en la vida. Según su hermana mayor Lee Kyang Ja “lo más importante para él eran los campesinos, sus padres y sus tres hijas.” Su inmolación fue un acto ejemplar, la representación dramática de cómo la OMC efectivamente mata campesinos.

     Aunque los suicidios entre los pequeños productores rurales del mundo son una plaga, a muy pocos medios de comunicación parece preocuparles. Fue necesario que el señor Lee se quitara la vida para que este asunto comenzará a ser tratado por la prensa comercial.

     En el movimiento campesino sudcoreano existe una larga tradición de lucha radical surgida de la movilización por una reforma agraria profunda. La resistencia a la dictadura la alimentó. Con la sombra de una exitosa distribución de la tierra en Corea del Norte, las reformas rurales del sur buscaron atajar el fantasma del comunismo. El reparto agrario dotó a pequeños agricultores de parcelas que no superan las tres hectáreas, y estableció una política de fomento con generosos precios de garantía para los productos agrícolas. Los campesinos adquirieron un nivel de vida que equivalía, en muchos casos, al de la clase media.

    De la misma manera en la que los ritos son anteriores a nuestra existencia individual y poseen una vida propia, diferentes a las experiencias personales de quienes los practican, así, la inmolación del señor Lee es un acto que rebasa su simple decisión individual. Lo que el dirigente campesino coreano hizo al quitarse la vida fue poner por delante la lucha por la sobrevivencia de una cultura amenazada por la liberalización comercial: la cultura del arroz.

      Los coreanos son un pueblo hecho de arroz. El cereal es mucho más que una mercancía, es una forma de vida ancestral. La palabra coreana “Bap” sirve para nombrar tanto al arroz cocido como al alimento. Su cultivo absorbe una gran cantidad de mano de obra. Requiere que los agricultores vivan en aldeas ubicadas en los campos de siembra. Su siembra representa el 52 por ciento de la producción agrícola.

    A finales de la década de los ochenta Corea comenzó a reducir los subsidios agrícolas y abrir sus mercados a la importación de alimentos. Las reformas agrícolas aprobadas con la Ronda de Uruguay y profundizadas por la OMC pusieron en peligro de muerte esa cultura milenaria. Si hace 12 años tenía una población de 6.6 millones de campesinos, en la actualidad se ha reducido a 3.6 millones. El cereal subsidiado producido en Estados Unidos cuesta cuatro veces menos que el cosechado en Corea. Abrir su mercado a las exportaciones de Washington será para los agricultores de ese país asiático la ruina.

    La muerte del señor Lee es un intento por defender esa cultura. Una apuesta final realizada después de caminar muchos otros caminos. En la década de los setenta construyó una granja experimental modelo, de unas 20 hectáreas de extensión. Con ella quiso demostrar como los campesinos podían sobrevivir, incrementar la producción y competir a pesar de la caída de los precios agrícolas. Sin embargo en 1999 perdió la propiedad en un juicio hipotecario. En 30 ocasiones realizó huelgas de hambre, y otra vez intentó quitarse la vida como protesta contra la Ronda de Uruguay.  En tres ocasiones fue miembro de la Asamblea Provincial. Ninguna de estas iniciativas sirvió para defender suficientemente a los campesinos de los embates del libre comercio.

     La inmolación del señor Lee, pero también la disciplina, organización y temple de la delegación de Corea del Sur trasladaron el centro de gravedad de las protestas de Cancún al contingente asiático. El idioma oficial de la movilización contra la OMC fue el coreano.

     La enorme autoridad moral y política que adquirió la delegación de este país ante los altermundistas permitió que un grupo tan disímbolo de fuerzas contestatarias haya logrado coincidir en el alcance y los límites de sus iniciativas, incluida la marcha del 13 de septiembre. Ellos, junto al trabajo previo de Vía Campesina, hicieron posible que se produjera el “milagro” de que distintos grupos del Bloque Negro y fuerzas del Bloque Blanco (promotores de la desobediencia civil que rechazan las acciones de violencia selectiva) colaboraran en las diversas propuestas de acción que se fueron gestando con el paso de los días.

   

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El Jam Session de Cancún fue un triunfo para los rebeldes que resisten la globalización neoliberal. Allí se ganó una batalla pero no la guerra. La OMC lo sabe hoy: en ninguna parte del mundo podrá respirar tranquila. Seattle no fue una excepción. A pesar de la guerra la convicción de que otro mundo es posible crece. El legado de los zapatistas y la memoria del señor Lee serán elementos medulares de este combate.