Manuel Castells

Lucha de clases en Venezuela
(Hika, 164 zka. 2005ko martxoa)

El triunfo de Chávez en el referéndum revocatorio exigido por la oposición constituye una nueva y clara victoria electoral del líder nacionalpopulista venezolano en seis años, tras haber sido elegido, reelegido, ganado las elecciones parlamentarias y obtenido la aprobación por referéndum de la Constitución bolivariana.

Esta vez los observadores internacionales, liderados por el ex presidente Jimmy Carter y el secretario de la Organización de Estados Americanos, César Gaviria, han refrendado la legitimidad de su triunfo en las urnas, si bien aceptaron proceder a un recuento limitado de 150 mesas para aplacar a la oposición. Los observadores descartaron un cambio de resultados. A pesar de ello, los líderes de la oposición denuncian un supuesto fraude y consideran insoportable la idea de aceptar a Chávez al menos dos años hasta la nueva elección presidencial. Y eso si no pierden de nuevo dicha elección.

¿POR QUÉ LA HOSTILIDAD? Por su parte, la Administración Bush no oculta su insatisfacción, aun a­cep­tando el resultado. No en vano, Bush y Aznar vieron con simpatía el intento de golpe contra Chávez en el 2002. ¿Por qué esta hostilidad? Una parte de la explicación es obvia. Se teme el control del petróleo venezolano (15 % de las importaciones de petróleo estadounidenses) por un régimen nacionalista que no oculta algunas coincidencias con la Cuba de Castro. Internamente, la clase política tradicional venezolana, probablemente la más corrupta de América Latina, no acepta la pérdida del poder en un país donde todo lo tenían atado y bien atado quienquiera que gobernase.

Pero el descontento contra Chávez es más amplio que el originado por los sospechosos habituales de la CIA y la oligarquía. Se extiende a amplios sectores de las clases medias, de los profesionales y de los intelectuales, incluyendo la mayoría de mis amigos venezolanos, casi todos de procedencia izquierdista. Los universitarios en general están contra Chávez. Ocurre sin embargo que la gran mayoría de los venezolanos son pobres y podrían firmar la frase de Lenin de “¿libertad para qué?”, como confirma el reciente informe de las Naciones Unidas sobre América Latina, que señala que tanto en América Latina como en Venezuela, la mayoría de los ciudadanos considera más importante solucionar sus problemas cotidianos que mantener las libertades políticas, si éstas son vaciadas de contenido por unas élites políticas profesionales ligadas al poder financiero, mediático y multinacional. ¡Cuidado! Ésta no es mi tesis personal. La historia nos enseña que la democracia sirve más a la gente que a los poderosos y que las dictaduras, incluida la del proletariado, generan castas burocráticas que se apoderan de la riqueza y del poder del país, excluyendo a la mayoría y gobernando mediante el terror. Pero ahí está el atractivo de Chávez para los pobres de su país. Por un lado, ha desarrollado programas sociales en salud, en educación, en equipamientos básicos, ayudado, eso sí, por maestros y médicos cubanos (¿cuál es el problema de que sean cubanos y no estadounidenses).

RESPETO A LA DEMOCRACIA. Pero en el caso de Venezuela, al tiempo que se desarrolla una política social inspirada en un discurso populista y nacionalista, se respeta lo esencial de la democracia. Naturalmente, con nombramientos sesgados en los organismos del Estado y decisiones políticas en lo judicial, aprovechando la mayoría parlamentaria y presidencial ganada en las urnas. Pero no es esencialmente distinto del mecanismo de nombramiento de jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos, cuya mayoría conservadora permitió a Bush ser presidente por cinco votos contra cuatro en una elección que muchos piensan que fue afectada por el fraude en Florida, con un sistema de voto técnicamente menos fiable que el empleado en Venezuela. Y los más importantes medios de comunicación en Venezuela están en manos de empresas mediáticas que lideran la ofensiva contra Chávez, sin que por ello hayan sido intervenidos o silenciados, como es la regla en cualquier dictadura.

La economía va mal. En parte por la caída del 10 % del producto interior bruto ligada a la huelga política de la industria petrolera, que motivó su reorganización por parte del Gobierno. Y, además, porque la inestabilidad social y política frena la inversión y desorganiza la Administración. A lo que se unen problemas serios de incompetencia en la gestión, ideologización excesivaÄï de la acción de gobierno y descontrol de los comités de activistas, en donde se mezcla pobreza, fanatismo y violencia. Pero nada de todo eso explica, por un lado el apoyo popular a Chávez, contra viento y marea. Y, por otro lado, la oposición irreductible de la clase media, incluida buena parte de los medios intelectuales y profesionales progresistas.

LUCHA DE CLASES. Y aquí resurge una vieja realidad que algunos consideran superada por la historia: la lucha de clases. En Venezuela, estadísticamente hablando, dime de qué clase eres y te diré en qué bando estás. Y es que de las entrañas de la pobreza no surgen lindezas revolucionarias con ideología depurada, programas estratégicos y análisis neomarxistas leídos en París. Surge la rabia de los que siempre pierden y que ni cadena ya tienen por perder, porque han pasado de la explotación económica a la irrelevancia estructural. Y su líder es un militarote medio instruido, que habla mucho de oídas, que cree sobre todo en la patria y en el pueblo, que canta en la radio, que dice cursilerías y que tiene una visión bastante simple (pero no necesariamente errónea) de las dicotomías de poder en el mundo. Y una astucia política y un carisma personal que le han permitido sobrevivir en condiciones adversas.

Todo ello disgusta a mis amigos y en parte lo entiendo. Y no por ello son pequeñoburgueses condenados por la historia. Si Chávez y su idiosincrásica revolución no son capaces de negociar y converger con estos intelectuales de izquierda de buena fe y, más allá, con los sectores medios resentidos por la pérdida de su modesto bienestar, su régimen acabará degenerando en dictadura o desintegrándose en un golpe militar con apoyo externo.

La mayoría está con Chávez, pero casi todos los poderes fácticos -menos el ejército- están en contra y los sectores medios están radicalizados en las posiciones extremas de los políticos tradicionales, los únicos que no tienen nada que perder en este momento. En realidad, los sectores empresariales parecen más dispuestos a negociar que los políticos o que la Iglesia, como muestran las declaraciones de López Mendoza, el presidente de la patronal de la industria. Por allí se podría empezar. Porque antes de que la dinámica del enfrentamiento destruya Venezuela, hay que encontrar puentes que permitan la institucionalización democrática de la lucha de clases sin por ello renunciar a reparar la enorme herencia de injusticia social que arrastra el país potencialmente más rico de América Latina.