Manuel Llusia

El suicidio de Jokin
(Página Abierta, 153, noviembre de 2004).

El 21 de septiembre pasado aparecía muerto un joven-niño de 14 años al pie de la muralla del pueblo guipuzcoano de Hondarribia. La investigación forense determinó que el chaval se había arrojado desde lo alto de esa muralla. Pero la autopsia desveló también que su cuerpo había recibido numerosos golpes producidos con antelación a su caída. Poco a poco se fue descubriendo la posible causa del suicidio de Jokin.
Según pudimos leer por primera vez en un buen relato de Pablo Ordaz (1) una semana después, Jokin venía sufriendo desde hacía un año, por lo menos, el acoso de un grupo de compañeros de 4º curso de la ESO del instituto público Talaia (2). Estos chicos «le venían sometiendo a una persecución sistemática a base de amenazas, palizas y vejaciones». Ahora ellos niegan lo de las palizas. El terror cotidiano se debió instalar en Jokin. Su determinación la dejó escrita así en su chat de Internet: «Libre, oh, libre. Mis ojos seguirán aunque se paren mis pies».
Nunca dijo nada, hasta el viernes 17 de septiembre, cuando tras faltar a clase ese día y el anterior tuvo que confesar a sus padres –según el testimonio de éstos– que había recibido una paliza diaria los primeros días de esa semana. Pero no quiso dar los nombres de los autores. Su madre cuenta ahora que Jokin le dijo: «¿Qué quieres, que me maten a hostias si te digo quiénes son?».
Tampoco nadie del instituto, ni alumnos ni profesores, se hizo eco de lo que sucedía. Después sí, velas y notas de condolencia mostraron al pie de la muralla lo que era de suponer. Una nota firmada por siete chicas y un chico decía: «Si alguien hubiera tenido el valor suficiente como para confesar todo lo que sabía quizás no hubiera sucedido nada de esto...» Y en el chat en el que participaba Jokin apareció inmediatamente el vivo ejemplo de lo que parecía ser –por lo menos  entre los alumnos; no así seguramente entre los profesores– un secreto a voces: «kuant ms tiemp psa peor m sient es cmo un gusno ke cme mi interior x por abert defndid».
¿Y el profesorado más cercano? ¿Y los padres de unos y otros? Apenas nada sabemos. Pero algunas cosas sí han trascendido. Una se refiere a uno de los actos vejatorios que sufrió este chico mientras tuvo los trece y catorce años. El 14 de septiembre, nada más llegar a clase, fue bombardeado con rollos de papel higiénico por una parte de la clase que así “conmemoraba” lo que le había sucedido un año antes: una diarrea cuyos efectos propiciaron las bromas crueles que persiguieron a Jokin. Seguramente lo peor vino después, cuando la profesora hizo que él fuese precisamente quien recogiese los rollos de papel.
También se sabe que tres profesores de Talaia son padres de tres de los ocho alumnos sobre los que hoy recae la denuncia de este acoso. Que algunos de los padres de estos chicos restó importancia a las acciones de sus vástagos, como cosas que han sucedido siempre. Que, salvo la sicóloga del centro, nadie se puso en contacto con los padres de Jokin. Y según cuenta Pablo Ordaz, hasta el mismo director en un primer momento tuvo que reconocer que «estos chicos han actuado como una banda de mafiosos» y que «quizás hemos actuado con demasiada lentitud». Aunque sí se dio prisa, nos cuenta Ordaz, para encerrarse inmediatamente en el silencio y ordenar a los profesores hacer lo mismo, trasladando esa  “ley” al alumnado. Algo que no ha conseguido que se implantase en todos los alumnos. 
El terrible pincelada gruesa está trazado. Falta, sin embargo, conocer de un modo más concreto lo sucedido paso a paso, responsabilidad a responsabilidad, de los hechos, del silencio, de la pasividad... De cómo es posible que quede tan oculto el sufrimiento de este chico en parte de su entorno más cercano. De en qué valores y actitudes se educan estos chicos. Ahora se habla de ello como de un fenómeno más amplio, se acude a estadísticas, se debate el problema y las posibles soluciones. Es conveniente y necesario, hechos así remueven el patio y quizá nuestras conciencias. Pero para comprender hace falta entrar a fondo en este –como en otros– hecho específico, para ver lo que tiene de particular, por las personas que forman parte del cuadro, por el lugar donde sucede... y para tomar, todo sea dicho, las medidas correspondientes a esas responsabilidades.

______________
(*) El País, 30 de septiembre de 2004.
(**) En la localidad de Hondarribia, pueblo turístico por excelencia, viven unas 15.000 personas, hay dos colegios públicos infantiles y un instituto de Educación Secundaria (Talaia), aparte de otros centros de enseñanza, y la corporación municipal está dirigida por el PNV, que tiene 11 concejales (3 tiene una candidatura de la izquierda abertzale y 1 cada uno de estos tres partidos: PP, PSE/PSOE, y EB/IU).