Mariano Aguirre
Alianzas peligrosas en Oriente Medio
(El Mundo, 20 de abril de 2015).

Siria, Yemen e Irak arden, mientras que Libia se desintegra en el Norte de África. Desde la revolución iraní en 1979, Occidente e Israel han señalado a Irán, líder de la rama chií del Islam, como culpable de todas las insurgencias. Pero son movimientos radicales de la rama suní modelo Al Qaeda, y otros grupos wahabíes financiados y promovidos por Arabia Saudí, los que toman territorios en Oriente Medio, África (desde Somalia a Mali y Nigeria), y atentan en Europa. El preacuerdo entre Irán y las potencias del P5 + 1 podría ayudar a estabilizar la región. Teherán podría influir sobre sus protegidos con mayor legitimidad política: el presidente Bashar Asad en Siria e Hizbulá en Líbano (y luchando en Siria junto al gobierno).

Pero Arabia Saudí no quiere que Irán tenga ese papel. Teme ser desplazada como aliado privilegiado de Estados Unidos en la región, temor compartido por Israel. Para reafirmar su poderío, Riyad, junto con Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, está apoyando a la dictadura del mariscal Abdel Fatah Al Sisi en Egipto y ha lanzado una operación de contrainsurgencia en Yemen, acusando a Irán de promover la rebelión de los chiís hutíes. En esta operación participan directa o indirectamente los países del Consejo de Cooperación del Golfo (excepto Omán), Jordania, Sudan, Egipto, Marruecos, Pakistán, Estados Unidos y el Reino Unido. Como explica John M. Willis en Middle East Report, el objetivo de la coalición no es preservar la integridad de Yemen, ni prioritariamente frenar a Irán, sino "mantener la continuidad de gobiernos autoritarios en la región reprimiendo de forma activa las fuerzas que amenazan el status quo".

La presencia de Pakistán, potencia nuclear, complica la situación. Este país tiene 8.000 efectivos estacionados en Arabia Saudí. En principio no ha aceptado participar directamente en la coalición suní creada por Riyad para atacar en Yemen, pero podría hacerlo en el futuro. El primer ministro Nawaz Sharif es apoyado económicamente por Riyad, ambos países frenaron las protestas en Bahréin en 2011, y auspiciaron en la década de 1980 la insurgencia jihadista contra la ex URSS en Afganistán.

Pakistán sufre ataques de grupos islamistas radicales propios. Además en su territorio operan organizaciones armadas de más de 10 Estados, incluyendo India, Irán y Afganistán. Varios de estos grupos, especialmente los Talibán, son apoyados por las fuerzas armadas y la inteligencia pakistaní, por afinidades ideológicas radicales o como instrumentos en la pugna regional con India. Para Estados Unidos y Europa las relaciones con Arabia Saudí y Pakistán se tornan cada vez más complicadas.

Respecto de Siria, se precisa un improbable acuerdo entre Irán, Arabia Saudí y Turquía para frenar la guerra. Una alternativa es que Irán y Estados Unidos negociaran, y eso podría llevar a Riyad a aceptar un acuerdo regional.

Tres factores complican más la situación. Primero, las buenas relaciones económicas y militares de Irán con Rusia. Moscú no querrá perder su influencia en este país y en Siria. Las tensiones entre Washington y Moscú se proyectarían entonces sobre Oriente Medio.

Segundo, el auge de grupos armados no estatales. Arabia Saudí, Qatar y Turquía no tienen políticas para frenar a los insurgentes que ayer apoyaron contra el Gobierno sirio (como Jabhat al-Nusra) y ahora se alían con el Estado Islámico amenazando a los estados patrocinadores.

Tercero, la fuerza del Estado Islámico (EI). Esta organización controla partes de Irak y Siria, y amenaza el Kurdistán iraquí. Siendo una amenaza para todos los Estados, el EI debería ser el factor que llevase a una negociación regional. Pero las luchas hegemónicas, y las respuestas sectarias violentas, alejan esa posibilidad.

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Mariano Aguirre es director del Norwegian Peacebuilding Resource Centre (NOREF) [http://www.peacebuilding.no/] .