Mariano Aguirre
Por qué Donald Trump sí puede ser presidente

Se ha convertido en algo común pensar que Donald Trump no puede llegar a ser presidente de Estados Unidos. La vulgaridad de su estilo, la ignorancia de algunas de sus ideas, las mentiras que lanza sin retractarse y sus propuestas irreales conducen a esta conclusión. Su megalomanía es vista como locura. Pero el discurso de Trump es coherente y está basado en decir cosas que una gran parte de la sociedad estadounidense piensa, y en proponer soluciones simples para problemas complejos.

Esta doble técnica le permite ganar adeptos entre los que se sienten económica e ideológicamente marginados y sirve de válvula de descompresión de frustraciones sociales. Aunque sea imposible llevar a la práctica sus propuestas, generan un exabrupto social contra las élites políticas que se materializa en votos. Su campaña está muy bien calculada.

Impacto de la globalización

Trump es producto de una serie de tendencias. La primera es la ruptura entre ciudadanía y política en Estados Unidos. Muchos sectores de la sociedad perciben que la denominada clase política, con pocas excepciones, está cada vez más alejada de sus intereses. Los representantes en el Congreso y el Senado son vistos como personas con sueldos muy altos vinculados y apoyados por las élites económicas que trabajan para servir sus objetivos particulares.

Estos objetivos incluyen leyes impositivas o medioambientales que les beneficien, complejas regulaciones que les permitan evadir impuestos, cambios que desregulen el empleo facilitando el despido y la contratación con mínimas o ninguna protección social. El descontento surge también de la acertada percepción que los gobiernos y representantes han sumergido a Estados Unidos durante las últimas cuatro décadas en la llamada globalización, fomentando la deslocalización de la producción y la total apertura a los intercambios comerciales.

Esto ha llevado a una crisis del sistema productivo. Se cierran fábricas en Chicago donde los salarios son más altos y los sindicatos más fuertes, y se reinstalan en China o México, donde se paga menos y los derechos de los trabajadores están más reprimidos o no existen. A la vez, el mercado estadounidense se ha visto inundado de productos fabricados en China y otros países del Sur que compiten con precios a la baja.

El resultado ha sido el aumento del desempleo y crecientes trabajos basura, con contratos temporales, mal pagados y desprotección social. Entre 1979 y 2013 el salario medio de los hombres blancos sin educación superior descendió un 21% (mientras subía un 3% para las mujeres del mismo sector). El que ayer era obrero industrial hoy no tiene empleo o está subcontratado para trabajos de baja categoría.

Un análisis del influyente think-tank Chatham House de Londres, indica que Trump y el candidato demócrata Bernie Sanders han despertado diferentes, y a la vez similares, sentimientos entre personas que sienten “que han sido abandonadas y excluidas del sistema”. El estudio indica que “Estados Unidos difícilmente elegirá, y los Republicanos no lo permitirían, un modelo social estilo escandinavo con medidas de protección social. Esto, sumado a los efectos de la tecnología y la globalización seguramente incrementarán las disparidades entre ganadores y perdedores”.

El descontento con la deslocalización de la producción ha producido también una fractura entre los empresarios, tanto industriales como agrícolas. Aquellos que han tenido la capacidad de cerrar la producción en Estados Unidos y reabrirla en otro país obtienen grandes beneficios. Pero muchas empresas de tamaño medio o pequeño no han podido encontrar espacio en la competencia global. Esto ha llevado a un profundo resentimiento contra “los políticos” en Washington, o sea Congresistas y funcionarios, por promocionar una visión de los intereses nacionales contraria a los suyos, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Un reportaje reciente en el New York Times titulado “Como los republicanos perdieron votantes en favor de Donald Trump” presenta una larga lista de quejas de empresarios contra el partido republicano, acusándolo de convertirse en cómplice de la élite.

Auge conservador

La segunda tendencia es ideológica. No todos los que están resentidos contra las élites son trabajadores marginados o empresarios. El conservadurismo tiene fuertes raíces religiosas, raciales y de clase en Estados Unidos. En las últimas cinco décadas la tensión entre liberales (lo que en Europa se denomina progresistas) y conservadores se ha acentuado. Mientras que los primeros se han moderado, plegándose al neoliberalismo, los segundos, paradójicamente, se han radicalizado.

Dentro del conservadurismo hay una inmensa variedad de organizaciones no gubernamentales, fundaciones, universidades, centros de estudio, creadores de opinión, individuos con diferentes agendas y proyectos reivindicativos. Algunos sectores empresariales e individuos apoyan a estos grupos que incluyen a los que se oponen a toda regulación sobre el derecho a portar armas, el derecho al aborto, en favor de prohibir la enseñanza de las teorías evolutivas en el sistema educativo, y contra la obligación de educar a sus hijos en la escuela pública o privada.

Todavía más grave, proliferan los grupos armados contra la entrada de inmigrantes en la frontera con México, y los grupos ultraderechistas de ideología nazi en favor de un regreso a la pureza blanca de la raza. Estos proponen el cierre total a toda inmigración y la expulsión masiva. Estas voces aparentemente extravagantes han multiplicado su influencia desde los años 80 gracias a su acceso a los medios periodísticos, la creación de sus propias radios y televisiones, la difusión por Internet y el uso de redes sociales.

Estos grupos y muchas otras organizaciones con reivindicaciones que pueden parecer extravagantes se presentan como marginados. En un artículo en la revista The New Yorker sobre la base social de Donald Trump el líder de un grupo en favor de la pureza de la raza blanca explica su lucha para que sus hijos en el futuro no sean “una minoría marginada en un país multicultural” donde los latinos y negros serán la mayoría. El hecho de haber tenido durante la última década un presidente negro, demócrata y con ideas consideradas “socialistas” en la Casa Blanca apuntala sus percepciones. Trump colaboró en poner en duda que Obama haya nacido en Estados Unidos, y formó parte de la campaña contra el Presidente acusándolo de islamista radical.

Revuelta dentro del partido

El Tea Party ha sido decisivo en crear la base social de Trump. Este movimiento nació durante la primera presidencia de Barak Obama como un movimiento crítico de los partidos, con una ideología fuertemente individualista conservadora y extremadamente anti-estatal. El Tea Party está vinculado con esos diferentes movimientos ultraderechistas de la sociedad estadounidense. El empresario convertido en político ha logrado articular sus demandas en una candidatura presidencial. Tres meses después de anunciar su campaña en junio de 2015 el 55% sus miembros le dieron su aprobación.

Trump y su equipo saben del resentimiento contra los partidos políticos y han instrumentalizado al Partido Republicano como plataforma para dos batallas. La primera, dentro de su propio partido al presentarse como un empresario, un gestor, un outsider. Para mostrar su heterodoxia llegó a atacar a George W. Bush por la invasión de Iraq, y a los neoconservadores por sus intentos de cambiar regímenes en Oriente Medio.

Ahora que ha logrado el primer objetivo viene la segunda batalla: derrotar a Hillary Clinton, previsible candidata del Partido Demócrata. Pese a que aventaja en 10 puntos a Trump, si hoy se llevaran a cabo las elecciones, la demócrata tendría el problema de ser vista como la quintaesencia de esa élite que rechaza la base social de Trump.

La tercera tendencia es la desigualdad. Estados Unidos está a la cabeza de la lista de sociedades más desiguales del mundo. Es decir, una minoría (el denominado 1%) acumula cada vez más riqueza, recursos, mercados, capacidad global y control de tecnologías (inteligencia artificial, robotización) que rápidamente están sustituyendo mano de obra en muchos sectores. Algunos estudios indican que para mediados del siglo XXI la mitad del trabajo humano en Estados será sustituido por máquinas Unidos (y la tendencia es global). Al mismo tiempo, el 1% se está transformando en un sector ocioso que consume bienes de lujo sin necesidad de trabajar.

Paralelamente, la clase media se debilita y en la base de la pirámide social crece la pobreza y falta de acceso a servicios públicos (educación, salud, transporte), que están cada día más deteriorados. Una serie de estudios recientes, comentados en The New York Review of Books bajo el título “Un país en quiebra”, muestran el grave estado en que se encuentran en Estados Unidos las infraestructuras de autopistas, vías férreas, puertos, aguas públicas y otros servicios públicos. Pero los republicanos, que tienen mayoría en el Congreso, han boicoteado sistemáticamente los intentos del presidente Barak Obama de destinar más fondos a modernizar estos sistemas.

Simbología y sexismo

Trump juega fuerte en el terreno simbólico, operando sobre una serie de frustraciones de diferentes sectores. En una sociedad crecientemente desigual se ofrece como salvador de los perdedores. Sus ataques parecen indiscriminados, pero, en realidad, están orientados a construir una imagen y ser reconocido como un “empresario”, un “hombre que se ha hecho a sí mismo”, hijo de inmigrantes blancos, que se ve obligado a convertirse en político para “hablar claro” y asumir cuestiones que los políticos, cómplices, se niegan a mencionar.

Dentro de esa simbología Trump exagera sus gestos, palabras e iconografía. No duda en insultar a los otros candidatos por su aspecto físico (especialmente a las mujeres), recordarles que en el pasado le cortejaron por su dinero (algo que efectivamente ha ocurrido, incluyendo la familia Clinton), usar un lenguaje grosero y popular, mostrarse cercano a “la gente”, y lejano de la denominada élite de Washington y de toda corrección política liberal. En este punto, sus mensajes respecto a las mujeres son muy significativos.

Desde la década de 1960 las mujeres estadounidenses han ido ganando progresivamente derechos y acceso al espacio económico, laboral y político. Hoy tienen más poder de decisión sobre sus vidas y en sus familias. Inclusive hay una franja de mujeres profesionales que reivindican no casarse ni formar familias. Sin embargo, varias generaciones de hombres consideran que las mujeres les han robado espacios de poder personal, familiar, social, político y laboral. Decirlo es políticamente incorrecto.

Al criticar abiertamente a las mujeres profesionales (centrando simbólicamente su objetivo sobre una periodista de la cadena derechista Fox News a la que ridiculizó asociando sus críticas con que tendría el período menstrual). Trump representa a ese sector masculino que ha perdido poder, y al machismo más cerril. Su imagen es cuidadosamente varonil y tradicional. Así, le hace un guiño a los hombres resentidos con los avances de la mujer y propone un papel tradicional de mujeres objeto no trabajadoras sirviéndose de su propia familia como iconografía.

Objetivo inmigrantes

Poco después de lanzar su candidatura en junio de 2015, Trump presentó la idea de construir un muro entre México y Estados Unidos (y obligar a México a pagarlo). Su argumento fue que desde ahí vienen criminales, traficantes, violadores y “gente con muchos problemas”. Las cifras indican que la criminalidad es más baja entre la primera generación de inmigrantes latinos que los no-latinos nacidos en Estados Unidos, pero esto no le ha impedido tomar a México como objetivo. Más aún, ha usado los casos de personas blancas robadas o atacadas por inmigrantes ilegales para movilizar emocionalmente a los electores.

Aprovechando el auge del Estado Islámico y la serie de atentados en Europa y en San Bernardino (California), el candidato hizo su segunda propuesta sobre la inmigración: cerrar temporalmente la entrada de musulmanes a Estados Unidos, algo que generó el rechazo de un amplio espectro de la población, desde el presidente Obama hasta portavoces Republicanos.

Estados Unidos se construyó sobre diferentes flujos migratorios y la casi eliminación de la población indígena local. La confrontación entre comunidades de inmigrantes ha existido en diferentes momentos desde su fundación. Los que se consideran patricios y fundadores del Estado (fundamentalmente descendientes de ingleses) se consideran a sí mismos más estadounidenses que los descendientes de otras culturas. La esclavitud, la Guerra Civil y las luchas por los derechos civiles en la década de 1950-1960 dejaron, por otro lado, profundas brechas y problemas no resueltos.

A esto se suma la inmigración latina que ha llegado a convertirse en un fuerte componente de la sociedad de ese país. La población hispana (o sea, nativa o descendiente de ciudadanos latinoamericanos) era en 2014 de 55 millones de habitantes, el 17 % de la población total y el más amplio sector étnico o minoría racial. Las proyecciones indican que será de 119 millones en 2060 (28% de la población) dado que tienen las más alta tasa demográfica del país.

Al atacar a la comunidad latina el candidato asume que perderá buena parte de sus votos (generalmente los latinos votan al Partido Demócrata). Pero espera ganar el apoyo de los que creen que los inmigrantes les roban sus puestos de trabajo y de los racistas que temen que la presencia latina y musulmana (y negra) cambie “la identidad americana” y les convierta en “una minoría en su propio país”. Trump desciende de una familia alemana de origen judío que llegó a Estados Unidos a finales del siglo XIX. Con sus ataques a los latinos intenta marcar la diferencia entre los inmigrantes fundadores de la nación y los supuestos (nuevos) advenedizos. Los primeros habrían creado la nación con esfuerzo; los segundos vienen a violar y robar.

Resultado previsible

La candidatura de Trump es también el resultado del cruce entre espectáculo, política y deporte (en el sentido de plantear toda situación como una competencia) que han creado los medios periodísticos en Estados Unidos y que ahora es una tendencia generalizada. Los debates a gritos entre supuestos expertos, la sustitución de los especialistas por comentaristas que pueden hablar sobre todo, la reducción del tiempo para el análisis, la presión de los medios para que los políticos sinteticen sus mensajes en twitters han conducido a una desvalorización de la política, y al éxito de ideas simplificadoras para problemas complejos. El mundo real está lleno de dilemas; la visión del mundo de Donald Trump es lineal. Estados Unidos volverá a ser líder si se pone a China en su sitio, se limita la inmigración, se gestiona el país como una empresa con mano dura, y se les devuelve su papel a los hombres blancos.

Aunque Trump tiene grandes posibilidades, no le será fácil llegar a la Casa Blanca pero su victoria en Indiana ha mostrado que gran parte de los senadores, representantes y líderes de los republicanos (como los ex presidentes George Bush y George W Bush) no le apoyan e inclusive serán contrarios a su nominación como candidato. Clinton, por su lado, está cuestionada debido sus vínculos con la élite. Aunque Trump no llegue a triunfar, su ascenso es una prueba de las múltiples y profundas fracturas que sufre Estados Unidos. Paradójicamente, ni él ni Clinton parecen capacitados para solucionarlas.

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Mariano Aguirre dirige el Centro Noruego de Construcción de la Paz (NOREF), en Oslo.