Martín Alonso
Predicando en el Nervión, mendigando en el Ebro
(Hika, 227, marzo-abril de 2012).

Cuando ETA haya sido definitivamente abolida llegará la hora del balance. Los contables de la casa y afines propugnarán pasar página y dejar que los muertos entierren a sus muertos; quienes se preocupan por la salud cívica tendrán, por su parte, que vérselas con una pregunta  perturbadora: ¿cómo pudo un fenómeno político-criminal de tal naturaleza subsistir en el opulento escenario vasco de la etapa democrática? El libro que reseño, escrito antes de la declaración del cese definitivo por ETA, proporciona pistas solventes para  encararla: la posición de la izquierda radical ante ETA, una actitud que por la vertiente activa oscila entre el apoyo, la comprensión y la crítica con matices, pero que es rotunda y sin matices en la vertiente pasiva, es decir, en la oposición tanto a las medidas legales contra ETA y su mundo cuanto a las iniciativas ciudadanas dirigidas a la deslegitimación del terrorismo y apoyar a las víctimas.

La primera de las dos partes que conforman el escrito es de carácter historiográfico y generalista. Tiene el cometido de ofrecer en unas cuantas pinceladas el contexto interpretativo que hace inteligible el grano fino de la segunda parte. Se abordan aquí de una forma introductoria los siguientes aspectos: la cuestión nacional en el marxismo –de los clásicos al sindicalismo revolucionario–, las patologías del estalinismo, las relaciones entre la izquierda y el nacionalismo en España, un bosquejo histórico de la izquierda radical y una aproximación a las coordenadas del contexto vasco. Son las piezas que permiten leer los en buena medida paradójicos recorridos de las organizaciones de la izquierda radical. Una cumplida guarnición bibliográfica acompaña la didáctica exploración de tan diversos parajes intelectuales.

La segunda parte se ocupa de responder con las herramientas de análisis político al enunciado del título: el posicionamiento de la izquierda radical ante ETA. Lo que en ella encontramos es un seguimiento a través del discurso de los cambios de orientación de las organizaciones a la izquierda del PSOE. Se articula a su vez en dos grandes apartados. El primero de ellos, más breve, se ocupa de la trayectoria del PCE-IU y su expresión en el País Vasco (EB). Observamos así el giro desde una posición inicial de lucha frontal contra ETA hasta el acercamiento al nacionalismo, evidenciado esto último en la firma con el frente nacionalista del Pacto de Estella y en la incorporación al gobierno tripartito de Ibarretxe, de tinte marcadamente soberanista, con el consiguiente apoyo a la Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi (conocida como Plan Ibarretxe). Se trata aquí una nueva epifanía del basculamiento desde el pueblo trabajador al pueblo étnico, envuelto en la niebla retórica de un supuesto choque de trenes y de una igualmente supuesta vocación de puente. La relación con el PSOE y el imposible sorpasso, por un lado, con una IU federal fuertemente tensionada, con un Llamazares necesitado del apoyo de Madrazo –respecto a la cual proclama éste su autonomía, como lo harán las organizaciones revolucionarias, siguiendo, podemos decir cum grano salis, el modelo del concierto–, por otro, serían los factores que según J. Merino darían cuenta de esta trayectoria. Cuando en 2007 EB acude a las municipales en coalición con Aralar los referentes discusivos son inequívocamente abertzales: Euskal Herria y el derecho a decidir. Por último, y en esto no se distingue de las organizaciones revolucionarias, ha presentado una misma pauta de oposición consistente a las iniciativas democráticas políticas y civiles para debilitar el entramado de la violencia.

El segundo apartado tiene como protagonistas a las dos formaciones más representativas de la izquierda revolucionaria: la Liga Comunista y el Movimiento Comunista, en particular en sus vertientes locales: LKI y EMK. Frente a las dos posiciones netas –enfrentamiento y asimilación– del comunismo parlamentario, se distinguen ahora cuatro etapas. En el tardofranquismo y la transición se observa una impugnación del sistema, compatible con el rechazo del tipo de violencia que practica ETA pero que da cabida a una violencia de respuesta por parte de los oprimidos. Rechaza los resabios sabinianos perceptibles en la estigmatización de los emigrantes y la ruptura de la unidad con los pueblos de España. En una segunda etapa –1978-1983– se acentúa la línea de apoyo a ETA, si bien no exenta de contradicciones y confusionismo, visibles en la esquizofrenia entre el diagnóstico descalificatorio de la actividad armada y las ventajas tangibles de “ser parte de la movida”, aunque para ello haya que renunciar a la bandera (p. 127). La tercera etapa –1983-1990– acentúa el escoramiento hasta el extremo de la subordinación; la topografía conceptual de la barricada acompaña a una toma de posición siempre del lado de “la vanguardia revolucionaria”, en la que a menudo sienten el calor de sectores significativos de los nuevos movimientos sociales. La cuarta etapa –1990-2000– obliga, con el asesinato de políticos como Gregorio Ordóñez, a una acentuación de la prestidigitación semántica para evitar entrar en las consideraciones éticas. En este contexto el agua de mayo de Elkarri expande las virtudes de un brebaje retórico con el que la buena conciencia es capaz de metabolizar la realidad de la persecución y el atropello de las víctimas. Mientras, Gesto por la Paz suscita un indisimulado rechazo; explícitamente, porque favorece al lado malo de la barricada, implícitamente acaso por la escasa seguridad en la creencia de la buena conciencia, un asunto que seguirá coleando tras la desaparición de ETA, si no hay disposiciones y energías para hacerlo mejor que lo que se ha hecho con las víctimas de la Guerra Civil; es decir, si las fuerzas para oponerse a este poder fáctico etnocrático no son más exitosas que las que se enfrentaron a la inercia institucional del bunker. La última etapa, la primera década del siglo, marca el fin de la colaboración, plasmada en el Pacto de Estella, tras la ruptura de la tregua y la ilegalización de Batasuna. El apuntalamiento identitario de las etapas anteriores explica que la ruptura definitiva con el radicalismo proetarra signifique a la vez la desaparición de la izquierda revolucionaria como tal. La desbandada conoce dos expresiones opuestas: la del sector lúcido que incorpora una lectura crítica del pasado desde premisas éticas que se materializan en la llamada a atender a las víctimas,1 la del sector continuista prosoberanista que opta por seguir a la sombra del chiringuito popular, más abastecido tras el maná de las elecciones de 2011.

En las conclusiones leemos que el apoyo de la izquierda revolucionaria al etnorradicalismo fue mayor que el de su contraparte parlamentaria. Sin embargo observa una pauta de motivos compartidos para la falta de respuesta decidida frente a ETA: oportunismo, ofuscación mental y querencia antisistema (según la cual uno no tiene que justificar las acciones propias si muestra con claridad la perversidad de las del adversario). Tales rasgos chocan con dimensiones esenciales de la tradición emancipatoria: el compromiso ético (para no pervertir los fines al servicio de la Realpolitik), el compromiso epistemológico (para no amparar las brumas de las autojustificaciones en las nubes de la perversidad del contrario) y el compromiso cívico (para resistir la lógica bipolar del sectarismo maniqueo).

Justifico este relato a ras de texto en dos razones. La primera, porque la obligación prioritaria del reseñador es trasmitir una imagen fiel de lo que describe; la segunda porque es una forma, bien que en dosis homeopática, de hacer justicia a la aproximación factual del autor; en efecto en un asunto tan susceptible a los posicionamientos de grano grueso, la trama fina que configura un espigado exhaustivo de fuentes primarias proporciona una imagen de alta definición que se expresa por sí misma. Lo que desde luego no excluye hipótesis alternativas ni el margen para apreciaciones distintas. Precisamente el contraste argumentado constituye la solera del quehacer científico-social, especialmente cuando se tratan temas de historia reciente y socialmente sensibles, frente a la querencia fonológica de los sistemas cerrados y dogmáticos.

Estamos en suma ante un trabajo denso, pero claro y legible; consigue la combinación adecuada de acumulación empírica e inferencias teóricas. Una considerable bibliografía avala los posicionamientos del autor, a la vez que ofrece recursos complementarios al lector. En dos aspectos, sin embargo, caben mejoras en pro de la legibilidad. Por un lado, la división del índice general es poco didáctica; en particular convendría desglosar las secciones de la II parte, en la que una sola subdivisión comprende la mitad de las páginas de todo el ensayo. Por otro lado, en un trabajo de tal riqueza de fuentes los índices analítico y onomástico son imprescindibles. Con esta salvedad, se trata de una edición digna para una editorial pequeña que, huelga decirlo, no genera derechos de autor.

La argumentación puntillista del autor resulta enormemente útil para encarar problemas esenciales de la escena vasca en las postrimerías de ETA. Voy a señalar cuatro. En primer lugar, el contraste entre lo fino de muchos diagnósticos –sobre el carácter criminal de ETA– y lo burdo de la mayor parte de los posicionamientos; como si se hubiera querido remedar el dictum del irracionalismo medieval con un sustineo quia absurdum (apoyo porque es absurdo); la pasarela hay que buscarla en el oportunismo: se hace el “caldo gordo a Batasuna” (p. 120), porque brinda refugio (p. 137) en tiempos fríos. En segundo lugar, la primacía de la negatividad. La izquierda radical ha contribuido enormemente a configurar una coalición negativa para la complicidad pasiva, en la que se ha encontrado con el grueso del nacionalismo, una parte significativa de los nuevos movimientos sociales,2 la iglesia, organizaciones sindicales y colectivos antisistema. De ahí ha nacido una política de contramovilización alimentada en el engrudo dialéctico del tercer espacio –contra las medidas políticas democráticas del Estado contra ETA y contra las movilizaciones de sectores minoritarios de la sociedad civil (Gesto por la Paz)– que se me antoja un factor determinante en la longevidad de ETA. En tercer lugar una confusión conceptual: la del pueblo trabajador frente a las clases explotadoras (el paradigma estratigráfico del Nervión), con el pueblo ancestral oprimido por el Madrid centralista (el paradigma identitario del Ebro como emblema de la vulgata del ‘conflicto’); de la que ha derivado esa coalescencia mostrenca contraria a la ideología emancipatoria y fatal para la supervivencia de la izquierda internacionalista. Por último, la incapacidad de identificar y llamar por su nombre al “último avatar innoble del totalitarismo en nuestro país” (J. Semprún), y eso pese a la imponente evidencia en las persianas de Lagun, en la piel de los caballos de Santiago Abascal, en los muros que vieron desparramarse el pan, los periódicos y la sangre de López de Lacalle. Ya es miopía. La suma de quid-pro-quos acumulada es tan enorme como la que tuvieron que escalar los geocentristas  purpurados para condenar a Galileo. Y tal observación sirve para invitar a una exploración complementaria: si esta investigación se centra en la perspectiva estructural, sería conveniente completarla con un análisis de los procesos sociales en el interior de las propias organizaciones. No  parece exagerado postular un paralelismo entre la limpieza étnica causante de la diáspora, ad extra –al otro lado del Ebro–, y el etnotropismo observable en una parte de los colectivos sociales, ad intra; con un parejo centrifugado de los perfiles menos acordes a la hora de configurar liderazgos y adoptar decisiones programáticas.

1. Antonio Duplá y Javier Villanueva (coords), Con las víctimas del terrorismo, San Sebastián, Gakoa, 2009.
2.Hay abundante bibliografía al respecto; remito a buena parte de los escritos de Jesús Casquete y para una publicación reciente sobre los inicios a Raúl López Romo, Años en claroscuro. Nuevos movimientos sociales y democratización en Euskadi, 1975-1980, Bilbao, UPV-EHU, 2011.

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Martín Alonso es doctor en Ciencias Políticas y miembro de Bakeaz.