María del Mar Bermúdez

Niños de la calle inmigrantes
Entrevista de A. Laguna
(Página Abierta, 155-156, enero-febrero de 2005)

Nos han separado de los nuestros, pero los otros no nos han aceptado: como un afluente separado del río por una lluvia torrencial, sin nacimiento, sin desembocadura, demasiado pequeño para convertirse en lago, demasiado grande para ser absorbido por la arena... No  queríamos mirar atrás y no sabíamos cómo mirar hacia delante.
Melimed Mech Selimovic, El derviche y la muerte.

María del Mar Bermúdez González realizó una investigación directa en Ceuta, en los años 2001 y 2002, acerca de los menores inmigrantes, fundamentalmente marroquíes que atraviesan solos la frontera y buscan llegar a la península. Un trabajo que era continuidad de los realizados por ella sobre el control de fronteras y, en particular, la frontera sur española. La investigación, recientemente publicada (1), fue premiada en el año 2002 por la Obra Social Caja Madrid.
El estudio está dirigido analizar en detalle cómo llegan y viven los menores inmigrantes no acompañados, aquellos que no tienen tutor legal, que inician el proyecto migratorio solos y hacen el viaje casi siempre ellos solos, sin ayuda de ningún tipo de red o de alguien que les pueda echar una mano a la hora de cruzar fronteras. Según los datos publicados en este estudio, el número de estos niños acogidos o controlados por las distintas comunidades autónomas pasó de unos 4.000 a 6.300, aproximadamente, entre 2001 y 2003. De éstos, unos 200 llegan a Ceuta.
A este fenómeno, PÁGINA ABIERTA ha dedicado su atención en otras ocasiones, especialmente en los números 104 (mayo de 2000) y 119 (octubre de 2001) (2).
En este caso, la entrevista queda muy lejos de la densidad del análisis y reflexión contenidos en este trabajo, que, partiendo de una visión general del fenómeno en el mundo y analizando el problema tal y como se presenta en España, ahonda en el debate moral y político que suscita los MINA y en las propuestas y soluciones posibles. 
Nada más empezar la conversación le llamo la atención sobre un aspecto del título del informe.

– Los llamas “niños de la calle”.
– No todos los niños de la calle son MINA (Menor Inmigrante No Acompañado), ni todos los MINA son niños de la calle. No se pudo demostrar durante nuestro estudio si esos niños eran niños de la calle antes o se hacen niños de la calle durante el proceso migratorio, que es el gran problema que hay. No llegamos a saberlo  porque no hubo una colaboración suficientemente buena con las autoridades marroquíes, ni las autoridades marroquíes tienen datos que nos puedan ayudar a determinar si estos niños estaban ya en la calle antes, por ejemplo en Fez, cuando de repente deciden emigrar, en cuyo caso el discurso migratorio sería completamente diferente, las causas y el estudio también. O simplemente son niños, como en nuestro caso nos encontramos –contando siempre con un porcentaje posiblemente falso–, que vivían en familia y deciden emigrar.
Yo creo que muchos de ellos no venían de la calle. Una vez que un niño está en la calle tiene poca tendencia a la movilidad. No va a emigrar. Cuando tú emigras es porque todavía te queda cierta ansia de mejorar, y un niño que ha pasado mucho tiempo en la calle tiene una conformidad absoluta, una dejadez y un intento de aislarse de una realidad a largo término o a medio término, porque fija su atención en el corto plazo: ¿qué como esta mañana, qué ceno y cómo me compro el pegamento?
Ciertamente, una definición de “niño de la calle” es muy complicada. ¿Cómo defines a un niño de la calle? ¿Un niño que va a dormir a casa pero se pasa el día en la calle es un “niño de la calle”? ¿Un niño que no tiene tutor legal pero está acogido en una institución es un “niño de la calle”? Estos niños son “niños de la calle” porque se pasan una gran parte de su vida en la calle, y llegado un momento, durante su proceso emigratorio, entre su lugar de origen y su lugar de llegada, que es la península española, viven en la calle literalmente: comen, duermen y se socializan en la calle.

– ¿Cuando hablamos de niños lo hacemos refiriéndonos a un límite superior de edad o a unas capacidades como madurez, autonomía, etc.?
– El problema está en que si te metes en ese segundo tipo de definiciones no acabas, porque aquí no tenemos un psicólogo que establezca que cierto niño, por realizar un determinado número de conductas, presenta una madurez bajo la cual habría que considerarle mayor de edad. Estos niños son como una especie de híbridos: son demasiado maduros para ser niños y son demasiado niños para ser adultos. En ocasiones, en su discurso migratorio te puedes encontrar cosas que son tan lógicas o más que las que pudiera presentar cualquier inmigrante adulto, como corresponde a que provienen de la misma zona y hacen una especie de proceso migratorio parecido. Pero, al mismo tiempo, siguen siendo niños. Y así, te encuentras, dentro del discurso, también incoherencias que corresponden a una mentalidad infantil que tiene más de imaginación que de realidad. Eso sucedía, por ejemplo, cuando respondían a nuestra pregunta de “¿a qué ciudad vas a ir”?
Su desconocimiento de la geografía española es muy grande –no voy a decir que es absoluto en casi todos ellos– porque su nivel de escolarización también es muy bajo. También te lo puedes encontrar, claro está, en muchos adultos, pero casi ningún adulto con el que yo haya hablado hace una asociación tan perversamente infantil como la que hacen estos niños entre, por ejemplo, fútbol y geografía. Cuando a estos niños les preguntas dónde quieren ir, responden “al Real Madrid”. El Real Madrid es, para ellos, una ciudad. Marbella es una ciudad que está cerca de Madrid, porque el Atlético de Madrid llevaba en las camisetas lo de Marbella. Barcelona no era Barcelona, era Barça. Eso te da a entender cierta imaginación de carácter infantil que es la que tienen.
Si adoptamos el punto de vista psicológico o físico para distinguirlos, podemos decir que ni física ni psicológicamente son mayores de edad. Pero por lo que hay que regirse es simplemente por la Convención de Derechos del Niño, que dice que un menor de edad –a no ser que el país en cuestión lo estipule de otra manera– es aquel que tiene menos de 18 años. ¿Cómo se determina si tienen 18 años o no? Ése es uno de los problemas. Generalmente, se les hace la prueba de la muñeca, se les mide la muñeca. Un forense te dice si el niño es menor o no, y, normalmente, te va a calcular dos años menos de la edad real porque están muy desnutridos. El forense puede ser muy exacto, pero nunca te va a dar una cifra exacta, no te va a decir “este niño tiene dieciocho años y medio”. Te puede decir que tiene entre 16 y 18. Entonces, los cuidadores y los educadores siempre tienden a apuntar 16.

– ¿Cuáles son los países de origen de los niños inmigrantes no acompañados que van llegando a España?
– Los MINA en Ceuta son, mayoritariamente, varones y marroquíes o magrebí-marroquíes. Hay algunos argelinos, cada vez más. Hay otros muchos cuando pasas a la península, hay otros MINA, como, por ejemplo, pequeños refugiados: niños de Sri Lanka, de Sierra Leona, niños que vienen de otros muchos sitios. En muchos casos han llegado igual que estos niños MINA, a pie; en otros muchos casos han llegado acogidos por una familia. Hacen el vuelo, por ejemplo, Colombo-Madrid, y cuando llegan al aeropuerto, esas familias los sueltan. Los adultos que vienen piden el estatuto de refugiado o de lo que sea, y el niño es acogido por las autoridades. Dependiendo del MINA, nos encontramos, pues, con un discurso migratorio y un proceso migratorio diferentes.
Yo me intenté centrar en el caso de los niños marroquíes. ¿Por qué? Por un factor importante: la distancia física. España es el único país de la Unión Europea que tiene unas fronteras físicas con África. Fronteras físicas que se pasan andando, que en este caso están en Ceuta y Melilla. Y es muy importante para estos niños, porque estos niños no tienen los contactos ni las posibilidades de utilizar los servicios de un pasador ilegal. Entonces, vienen a pie, por sus propios medios.
Ahora hay una inmigración cada vez más abundante de niños menores de edad, de unos 16 años. Son otro tipo de inmigración, que se ha visto mucho en Italia con los niños albaneses, es la inmigración “pionera”. Toda la familia junta los ahorros, se los da al niño y el niño viaja. Y es el primero que llega, es el pionero de la familia. A partir de ahí, desde el establecimiento en el país de acogida, consigue un trabajo, consigue los papeles, etc., y se trae a la familia. Pero los niños que yo traté aquí venían andando, se colaban por debajo de las piernas de la gente en la frontera con Ceuta.

 – ¿Cómo pasan a la península?
– Escondiéndose en los bajos de un camión. Son chiquititos, se hacen un gurruño y se esconden en cualquier sitio. Se quedan en la zona del puerto, esperando que sea un buen día para cruzar a la península y para “buscar vida”. Y ese día, a veces lo intentan y a veces no. Y si lo hacen, algunos mueren en ese viaje.

– ¿Se puede conocer el número de niños que se encuentran en esa situación en España?
– Otro gran problema es que no hay una colaboración entre las distintas comunidades autónomas para tratar a estos niños. Las cifras que te puede dar el Grumen –el servicio de la policía que se ocupa de menores– pueden ser muy bien intencionadas, porque están muy bien recogidas, con muchísima exactitud. Pero como no hay un diálogo entre las diferentes comunidades autónomas, la realidad puede ser otra. Ha habido niños a los que les he hecho entrevistas que estaban en Ceuta, habían ido hasta Barcelona y después habían vuelto. Ese niño puede o no aparecer en ninguna estadística o aparecer en todas, aparecer en Andalucía, aparecer en Madrid, aparecer en Barcelona o aparecer en Ceuta dos veces, con lo cual las cifras se multiplican por cinco. La capacidad de invisibilidad que tienen estos niños es realmente impresionante.

– ¿Por qué emigran? ¿Qué buscan?¿Qué dicen?
– El discurso de ellos se resume en “yo busca vida”. Hay una cosa muy curiosa en su discurso migratorio: se parece mucho al discurso adulto. Hay un punto de inflexión en su proceso migratorio en el cual se llega a un punto de no retorno. Es el momento en el que, de alguna manera –o en su fuero interno–, ya no ven posibilidad de retorno, porque no pueden volver con las manos vacías o que se descubra toda una serie de mentiras que han ido trasmitiendo a la familia. Por ejemplo, ellos están en un centro de acogida de Andalucía y escriben a la familia diciendo que están internos estudiando. Lo cual no es del todo incierto. Pero, en realidad, no es que estén internos en un colegio, como Harry Potter, estudiando. Crean una serie de  expectativas en la familia, por un lado, para no preocuparles, y por otro, para mostrar que están pasando lo que es una especie de prueba. Antropológicamente, casi puedes considerarlo como una prueba de madurez. Como en muchas películas africanas, te pinchas por aquí, te pinchas por allí, cazas un león y ya eres adulto. Ellos consideran el proceso migratorio como un paso hacia la madurez, un paso hacia la vida adulta, y ya no hay vuelta atrás.
Cuando se llega a este punto de inflexión, el discurso migratorio se parece mucho a los discursos adultos. Hay muchos adultos inmigrantes que no pueden volver con las manos vacías. Y cuando llaman a casa cuentan una historia que no tiene nada que ver con la realidad en la que viven, pero les es imposible aceptar que les va mal o que no han conseguido su sueño tal como ellos lo habían  considerado y como se lo habían contado a todo el mundo. Y estos niños actúan de la misma manera. Por supuesto, tú le dices: “mira, no hay trabajo, España no es ese país que tú consideras, vuelve a tu país”. Y te responde: “sí, sí, porque el monitor –no sé quién– estuvo buscando trabajo y lo consiguió a los dos años, y yo también”. Le dices: “pero tú no hablas el idioma, no tienes preparación, no tienes estudios”, y responde: “ya, pero uno de mi pueblo se fue a Europa y consiguió trabajo, así que si él pudo, yo también”. Y continúas: “si te agarras a un camión y se te escurren las manos y te caes, y te mueres, ¿qué pasa?”... “que sea lo que Dios quiera”.
Luego, aparte de los aspectos comunes de su discurso con los que se presentan en los adultos, siguen teniendo problemas de un niño: comportamientos, desarraigo...

– Hablemos del desarraigo...
– El desarraigo llega porque en la etapa infantil-adolescente no se tienen los mismos recursos ni emocionales, ni racionales, ni físicos a la hora de tener contactos. Un inmigrante adulto se puede buscar gente, dentro de su mismo grupo, que le pueda acoger, que le pueda dar ánimo, un grupo de apoyo. El grupo de apoyo que estos niños se buscan puede ser muy heterogéneo y puede estar en muchos casos en la calle. Si buscas un grupo de apoyo en la calle, ya sabes lo que pagas, como dedicarte a una delincuencia menor: te pueden salir “trabajitos”, vamos a decir, de un “esponsor”, que ellos llaman el tío, que les dice: “tú robas y me traes esto”, o como dedicarte a la prostitución. Y en la calle hay mucho pegamento, la “solución”: un tipo de solución química, pegamento para coches, que ellos esnifan todo el día, y eso es un tipo de vinculación de grupo que crean. Luego está el grupo que se puede formar dentro del centro de acogida. Pero el desarraigo es total porque no tienen una figura adulta con la cual relacionarse.

– ... ¿y su familia?
– Ellos tienen una familia totalmente identificada, pero no sabes a ciencia cierta, cuando investigas, si te están diciendo toda la verdad o no, o si es que no aciertas a comunicarte porque estás tratando con un ambiente cultural diferente. Por ejemplo, los malos tratos, algo que resulta muy difícil investigar. Lo primero, porque es un tema doloroso; lo segundo, porque los niños, cuando los hay, no quieren hablar de ellos todo el tiempo; y lo tercero, porque hay un problema cultural, porque lo que yo entiendo por malos tratos ellos no lo entienden así.
Lo que sí llegas a conocer es que en muchos casos hay una desatención familiar. Si son hijos de la primera esposa y se han criado con el padre, entonces la segunda madre protege a sus hijos más que a los hijos del primer matrimonio y a éstos les empuja hacia fuera del hogar. También descubres que nunca son los progenitores, siempre son segundos o terceros, que en la familia no tienen un cargo específico... Pero hay una mitificación de la familia, como esta familia preciosa, magnífica y perfecta: una conducta infantil y psicológicamente desvirtuada.
El desarraigo del que hablamos es la falta de ese vínculo emocional y afectivo que les hace falta para terminar su crecimiento como persona y del cual se han visto privados a una edad más temprana de lo que ellos hubieran querido, a pesar de lo cual son ya más maduros y más valientes que muchos adultos que yo conozco.

– ¿Y frente al cambio cultural?
– Sufren también un desarraigo cultural, porque están en una especie de tierra de nadie. Son demasiado jóvenes como para haber dejado la cultura marroquí y, aunque están bien preparados para coger la cultura española, viven muy profundamente los rechazos que perciben. Un caso ilustrativo puede ser lo sucedido en Ceuta al intentar escolarizar a algunos de estos niños en el colegio Juan Morejón. Se produjeron manifestaciones terribles por parte de los padres de escolares, que decían que “no querían moros en el colegio”, que eran “niños de la calle”, que estaban enfermos, que eran unos delincuentes, y que ellos no querían una escolarización con sus niños. En una de ellas hubo que retirar en autobús a estos niños inmigrantes. Mientras los padres les gritaban “no os queremos”, ellos se reían y comentaban: “mira, no me quieren”. Pero lo sufren muy profundamente. Somatizan muchísimo, muchos caen enfermos cuando están en los centros de acogida. Una vez que se han relajado y que han dejado el espíritu de lucha, de supervivencia, les vienen quince mil síntomas y enfermedades por todos los sitios. Muchos sufren de estómago porque somatizan toda la tensión, sobre todo ante la perspectiva de que llegan a los 18 años y no han conseguido los papeles. Entonces, antes de que vengan a buscarlos se escapan del centro...
 
– ¿Crees que en Marruecos existen más niños de la calle que en España?
– Solamente hay que irse a Tánger o al sur de Fez, y ahí los tienes a todos esnifando... Muchos de ellos producto de la emigración interna. Familias rurales que se van a la ciudad a buscarse la vida. Y como no hay un Estado social que pueda acogerlos, acaban en la calle.

– ¿Hay diferencias en el número de niños inmigrantes no acompañados que se pueden ver en Francia o Gran Bretaña frente a los que se aprecian en España?
– Yo creo que el caso español es muy específico, por lo que te he contado de la cercanía física. Luego está el caso de Italia, que tuvo un pico muy grande, sobre todo a partir del 92, con niños albaneses y yugoslavos, que ocuparon las calles de Roma y de Florencia. Cáritas decía que había de 5.000 a 10.000. Una cifra tan vaga que te muestra, de entrada, lo difícil que es el control de estos niños, incluso para una organización con tantos medios como Cáritas. En Alemania también hay, sobre todo turcos. Y en algunos otros sitios como Bélgica. Pero en ningún sitio se da el fenómeno que se da en España, por cercanía.
En Sudamérica se da este fenómeno, por cercanía, pero por diferentes causas. Por ejemplo, los niños intentan atravesar todo Centroamérica para llegar a Estados Unidos, buscando algún familiar. Es el mito de Marco buscando a su mamá. Parece una broma, pero es así. Esos niños pueden acabar en la calle.
Si no, hay unas causas muy concretas que motivan la emigración de estos niños. Por ejemplo, la guerra yugoslava; o lo que sucede en Asia por problemas sociales o medioambientales, en lugares donde se quedan sin hogar por la construcción de una ciudad sobre sus poblados derruidos y emigran a la ciudad; o fenómenos que obligan también al desplazamiento como en Guatemala después del huracán Mitch. Son situaciones y hechos muy concretos. Pero Marruecos no tenía ningún hecho ni político, ni social, ni cultural, ni medioambiental radical que haya provocado una emigración tan numerosa de estos niños. Esto es un goteo permanente. Lo único que te da por plantearte es que, quizá, la edad en la emigración baja cada día más. El deseo aparece cada vez más pronto. Estos niños emigran muchas veces por una cosa que ellos llaman el efecto bicicleta. Es verdad que ellos reconstruyen en su imaginación El Dorado y la Tierra prometida, y todo lo que quieras, pero no son imbéciles. Sin embargo, sí hay algo que actúa en ellos como niños: las historias que vienen contando desde el pueblo. Ese fenómeno famoso del paso del Estrecho que se produce en España en verano, esas familias enteras que vuelven de vacaciones y llevan una bicicleta montada en el capó, con cinco niños, que cruzan camino de su pueblo. Y de repente irrumpen allí, y  aparece ese elemento que se mueve, esa bicicleta dorada, brillante, estupenda, que tienen esos niños y ellos no.
Y luego están esas historias que escuchan de lo bien que les va en Francia, porque en Francia todo va bien. Todo eso causa un peculiar peso en ellos, que es lo que provoca también, en cierta manera, que emigren. Pero yo no he encontrado en ningún caso, exceptuando la emigración rural dentro de un país, que pueda llevar a menores a moverse como éstos se mueven: fuera de su tierra. Ellos cambian de país, cambian de cultura, cambian de todo..., y eso es muy especial, muy diferente.
_____________
(1) Bermúdez González, Mª del Mar, Los MINA: niños de la calle en la España del siglo XXI, Madrid, 2004, Ediciones Témpora. El párrafo de la obra de Melimed Mech Selimovic con que iniciamos esta entrevista forma parte también de la primera página de este libro.
(2) “La perla de África” y “Los niños de la calle”, de Rafael Lara (mayo de 2000) y “Los ‘niños de la calle’ de Ceuta. Informe de la APDHA”, de Domingo Martínez (octubre de 2001).