María
José Guerra Palmero
Said frente a Huntington
(Disenso, 47, octubre de 2005)
El año del centenario de Sartre parece exigir un balance acerca
del papel del intelectual a la luz de los últimos cambios históricos.
En este sentido, es ya un referente ineludible la contribución
de Edward W. Said en las conferencias Reith de 1993, publicadas con el
título de Representaciones del intelectual (1), en las
que repasa los debates acerca del papel del intelectual y propone la
independencia del pensamiento crítico como elemento crucial. No
puedo aquí revisar esta magnifica contribución, pero intentaré,
a partir del capítulo titulado “Manteniendo a raya a pueblos
y tradiciones” transitar hacia una problemática central
a nuestro agitado presente. Mi modesta contribución a esta reflexión
la voy a dedicar al éxito de la tesis de Huntington sobre
el supuesto choque de civilizaciones, tan útil al intervencionismo
militar estadounidense tras el 11 de Septiembre. Para ello voy a referirme
a la contestación, a mi juicio, modélica, del fallecido
Edward W. Said, al carácter orgánico de la simplista
y maniquea tesis que desgraciadamente impregna los debates e interpretaciones
de la geopolítica mundial, incluida la bienintencionada propuesta
de José Luis Rodríguez Zapatero al trocarla e invertirla
en posibilidad de alianza de civilizaciones. La acusación de Said
es la de cruda y dura ignorancia.
El problema de esta tesis de éxito es que, aunque su fundamento
sea endeble y falso, canaliza y distorsiona toda la polémica
contemporánea acerca de lo que sean las culturas y de su supuesto
impacto en la toma de decisiones políticas. No podemos dejar de
notar que tal visión enfrenta un ellos amenazante con
un nosotros a la defensiva, que no tiene inconveniente en pasar,
preventivamente, a la agresión armada, propagando el caos y el
terror que confirman las noticias que todos los días nos llegan
de Iraq. La cosa es aún más indignante cuando vemos que
los valores ilustrados universalistas de la libertad y la democracia
se utilizan para enmascarar la persecución de la finalidad imperialista.
Veamos, pues, cómo se expresa el potencial crítico que
despliega Edward Said contra Huntington y que, a mi entender, necesitaría
de un eco redoblado. La crítica de Said no es coyuntural sino
que está basada en toda su trayectoria teórica y polemista
como inspirador de la teoría postcolonial y de un activismo intelectual
laico y universalista.
EL COLONIALISMO Y EL NEOCOLONIALISMO. No nos parece que debamos
dar crédito a un tratamiento de las culturas como si éstas
estuvieran más allá o más acá de sus diversas localizaciones
históricas, sociales y políticas. Said desvelaba en su famosa
obra Orientalismo (2) las complicidades de este gran entramado intelectual
y erudito que mira a Oriente con un objetivo totalizador y esencialista. Nos
relataba cómo el orientalismo se fue forjando en la modernidad europea
y cómo se reveló aliado del impacto colonial. Su principal crítica
se dirige hacia sus fallos metodológicos y científicos, los cuales
están inspirados por una antropología normativa etnocéntrica
en la que el hombre occidental es la norma y el rasero, por el cual
se mide a los demás seres humanos orientales, que por su pasividad, fanatismo y
falta de racionalidad aparecen, en sus descripciones, deshumanizados. El descontar
el hecho histórico del colonialismo europeo, o posteriormente del neocolonialismo,
ha sido la norma de este campo del discurso y el saber: “El impacto del
colonialismo, de las circunstancias mundiales y de la evolución
histórica significó para los orientalistas lo mismo que las moscas
para los niños traviesos, que las matan –o las desdeñan-
para divertirse; es decir, nunca fue tomado lo suficientemente en serio como
para complicar al Islam esencial” (3).
El fracaso
para comprender el Islam moderno y el acontecer político ligado a la
descolonización, a los conflictos económicos y políticos
de países como Egipto, Siria, Palestina, Irán, etcétera,
correrá en paralelo al rearme imperialista de la política estadounidense
tras la II Guerra Mundial. Un ejemplo de esta mala comprensión interesada
nos sigue teniendo apresados. Cuando los pueblos árabes, el palestino
o el iraquí, se levantan frente a la ocupación israelí o
estadounidense, la interpretación sigue siendo el “retornodel
Islam” o “la oposición islámica a los pueblos no
islámicos, un principio del Islam que se remonta al siglo VII” (4).
La religión aparece como la semilla de la violencia descontándose,
especialmente, los factores de agresión estadounidense e israelí a
Iraq y Palestina como elementos claves de lo que sucede. El yihad (5)
concentra toda la atención. Said nos ayuda a poner las cosas en su sitio:
el texto sin el contexto social, económico, político, etcétera,
que inclina el sentido de la interpretación no es nada. La interpretación
literal nos hace el flaco favor de sumarnos a formas fundamentalistas de leer
los textos culturales. El pensador palestino afincado en Nueva York afirmaba
ya en el año 1978 lo siguiente: “La historia, la política
y la economía no importan. El Islam es el Islam, Oriente es Oriente
y, por favor, remita toda sus ideas sobre la izquierda o la derecha, las revoluciones
y los cambios a Disneylandia” (6).
Se refería
así al desprecio mostrado por H. A. R. Gibb, director del Center for
Middle Eastern Studiesde Harvard ante aquellas propuestas que habilitaban a
las ciencias sociales y a la politología como herramientas
para entender la realidad de los países árabe-islámicos.
Y más adelante seguía diciendo aludiendo al contexto de la Guerra
Fría: “Los arabistas legendarios del Departamento de Estado previenen
contra los planes árabes de apoderarse del mundo. Los pérfidos
chinos, los indios semidesnudos y los musulmanes pasivos son descritos como
buitres que se alimentan de nuestra generosidad y cuando los perdemos se
ven condenados al comunismo o a sus instintos orientales persistentes: la diferencia
apenas es significativa” (7).
La imagen
estereotipada de los árabes, en especial, aparece inmunizada debido
a los prejuicios y se corresponde con “camelleros, terroristas, gentes
con nariz ganchuda o libertinos cuya inmerecida riqueza es una afrenta para
la civilización.” (8) El petróleo sería una “inmerecida
riqueza” presente en el imaginario orientalista contemporáneo.
La principal
queja y acusación de Said contra el orientalismo como tradición
erudita occidental queda resumida en tres puntos: en primer lugar, el
hecho de invisibilizar el impacto colonial y neocolonial; en segundo lugar,
la agresividad manifiesta expresada como ocupación o como dominación
económica y, en tercer lugar, el que de ellas se haya derivado el establecimiento
de relaciones tipo amo-esclavo entre Occidente y Oriente.
FALLO EPISTEMOLÓGICO. Said, en suma, señala
el estrepitoso fallo epistemológico al considerar qué son las culturas.
Tanto desde las disciplinas orientalistas como desde la antropología
cultural, que atendía sincrónicamente, en un momento dado, a
los hechos culturales; se ha popularizado la idea de la cultura monolítica
y homogénea, esencial, inmunizada frente al cambio histórico
y social. El caso es que tras el impacto colonial de Europa sobre el resto
del globo, no hay cultura que no se haya visto afectada, “dislocada” tal
como ha afirmado Uma Narayan (9). No hay tradición pura a la que
remitirse fuera de la localización histórico-cultural. La crítica
postcolonial está teniendo un fuerte impacto en la filosofía ético-política
para sugerirle abandonar los supuestos etnocéntricos. La invitación
al diálogo intra e intercultural es aquí un tema recurrente desde
una posición como la de Said que se reclama del universalismo, impugna
los dobles raseros de medir y se alinea frente a todo fundamentalismo religioso
o cultural.
No queremos dejar de decir que Said, pionero de lo que ahora llamamos
el pensamiento postcolonialista, junto a Gayatri Spivak y otros, está influido
en el Nueva York de los ‘70 por la pujanza de las revisiones
del canon cultural que los estudios de las mujeres y de la realidad afroamericana
imponían, denunciando el androcentrismo, el sexismo y el racismo,
que han constituido el legado cultural occidental. La acusación
del etnocentrismo se sumaba así como enfoque crítico a
otras metodologías analíticas, alentando la emergencia
de los controvertidos estudios culturales. La crítica de los prejuicios,
tan funcionales al status quo, es, desde su punto de vista,
la tarea fundamental del intelectual.
LA TESIS DE HUNTINGTON. Releer la tesis de Samuel Huntington
relativa al choque de civilizaciones tras considerar seriamente Orientalismo,
nos ratifica que en determinados enclaves del poder académico la determinación
de la constelación neo-conservadora y parroquiana estadounidense sigue
más activa que nunca. Huntington la presentaba como hipótesis
predictiva del futuro. El 11-S le aportó, al desatar la pesadilla de
la vulneración del territorio DE Estados Unidos, una esperanza, y las
bombas de Bush-Blair-Aznar sobre Iraq, sumadas al apretón de manos del
tejano con Sharon, la han hecho realidad. Recordemos lo que decía en
1993 el encumbrado Huntington, el mismo que recientemente ha hecho encolerizar
a nuestros hermanos mexicanos hablando del “peligro hispano” en
los EE. UU.: “El próximo patrón de conflicto en la política
mundial está entrando en una nueva fase, y los intelectuales no han
dudado en multiplicar visiones de lo que será el fin de la historia,
el retorno de rivalidades tradicionales entre las naciones Estado, y el declive
del Estado nación por las presiones conflictivas del tribalismo y del
globalismo entre otras. Cada una de estas visiones capta un aspecto de la realidad
emergente. Aunque todas ellas descuiden un aspecto crucial, de hecho
central, de lo que la política global va a ser, probablemente, en los
años venideros. Mi hipótesis es que el origen fundamental de
los conflictos en este nuevo mundo futuro no será ni primariamente ideológico
ni primariamente económico. Las grandes divisiones entre la humanidad
y la fuente dominante del conflicto será cultural. Las naciones-Estado
permanecerán como los más poderosos actores en los asuntos mundiales,
pero los principales conflictos de la política global ocurrirán
entre naciones y grupos de diferentes civilizaciones. El choque de civilizaciones
será la línea de batalla del futuro. El conflicto entre civilizaciones
será la última fase de la evolución del conflicto en el
mundo moderno” (10).
La vaguedad de la noción de “identidad de la civilización” será utilizada
por Said para rearticular su discurso crítico del orientalismo
y lanzarlo para desacreditar la ignorancia de la que Huntington hace
gala equiparando a Occidente y al Islam con histriónicas figuras
de cómic como Popeye y Bruto.
LA CULTURA NO ES INMUTABLE. Hemos elegido a Said y a Huntington
y a la polémica suscitada por sus obras como punto de partida necesario
para alertar sobre las malas e insidiosas comprensiones de las llamadas culturas
o civilizaciones. Ni por razones teóricas ni por requerimientos prácticos
debemos conformarnos con una visión esencialista e inmutable de la cultura,
que alimenta el chovinismo y el imperialismo, de un lado, mientras que del
otro ayuda a afianzar la reinvención de una identidad reactiva fundamentalista
y cerrada.
A propósito de lo anterior citamos a nuestro autor: “Las
culturas están demasiado entremezcladas, sus contenidos o historias
son demasiado interdependientes e híbridas, para someterlas a
operaciones quirúrgicas que aíslen oposiciones a gran escala,
básicamente ideológicas como Oriente y Occidente” (11).
En el contexto actual de tensión internacional las lecciones que
nos proporciona Said son imprescindibles y apelan a un público
tan amplio como sea posible, pues éste es el destinatario del
intelectual, ese personaje exiliado, amateur y francotirador que preserva
la independencia de juicio frente a la presión de los intereses
académicos, políticos o mediáticos. Su llamada de
atención contra el maniqueísmo, el esencialismo y el simplismo
del pensamiento neoconservador debe ser oída en un contexto global
en el que las élites políticas y económicas utilizan
el discurso ilustrado de la democracia y la libertad como cortina de
humo para humillarlo y desacreditarlo. Said nos invita a lo siguiente: “Los
intelectuales deberían ser los primeros en cuestionar el nacionalismo
patriótico, el pensamiento corporativo y el sentimiento de superioridad
clasista, racial o sexual” (12).
El universalismo y la defensa de los derechos humanos es patrimonio de
todos. Said nos indica que debemos desenmascarar el mesianismo hipócrita
e interesado del poder euroamericano que, básicamente, busca preservar
el status quo internacional.
_______________
(1) Said, E.: Representaciones del intelectual. Paidós,
Barcelona, 1996.
(2) Said, E.: Orientalismo. Debate, Madrid, 2002. (La edición
original es de 1978).
(3) Said, E.: Op. cit., p. 150.
(5) Yihad, en árabe significa en una primera acepción “esfuerzo”,
concretamente el esfuerzo del buen musulmán para mantenerse en
el camino recto del dogma religioso. De ahí que existan en el
Islam dos tipos de yihad: -al yihad al-sagir (esfuerzo
pequeño) y –al yihad al –kabir (esfuerzo
grande). Este último se refiere a la lucha contra los propios
impulsos, mientras que el primero hace referencia a la defensa del territorio
frente al ataque exterior. Esto es lo que se traduce erróneamente
por “guerra santa”.
(6) Said, E.: Op. cit., p. 153.
(7) Said, E.: Op. cit., p. 154.
(8) Ibid.
(9) Nurayan, Uma: Dislocating Cultures. Identities, Traditions and
Third World Feminism. Routledge, Neuw York, 1997 y “Essence
of Culture and Sense of History: A Feminist Critique of Cultural Essentialism”,
en Hypatia, vol. XIII, nº 2, 1998, pp. 86-106.
(10) Huntington, S.: “The Clash of Civilizations?”, artículo
producto del Olin Institute’s project on “The Changing Security
Environment and American National Interests”. Foreign Affairs,
72, Summer, 1995. Véase la respuesta de Eward Said en “The
Clash of Ignorance”, The Nation, October, 22, 2001. Ambos
artículos pueden ser consultados en internet.
(11) Said, E.: Representaciones del intelectual, p. 13
(12) Said, E.: Op. cit., p.15.
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