Meir Margalit
Elecciones en Israel:
el triunfo del miedo sobre la esperanza

 Las elecciones israelíes han concluido, tal como estaba previsto,  con el triunfo del bloque derechista, en su versión más cruda o en la camuflada, encabezado por el partido Likud con Netanyahu y Lieberman.  A grandes rasgos, las elecciones israelíes no han revelado nada nuevo que no supiéramos de antemano. Por el contrario, han corroborado procesos sociológicos que vienen perfilándose  desde hace ya tiempo y, para ser honestos, debemos reconocer que son el  desenlace ineludible e inevitable de la gradual erosión de principios éticos-morales que afecta a la sociedad israelí y que la ha llevado  a un callejón sin salida, en el mejor de los casos, o a una pendiente que acaba en un precipicio, en el peor.

Las elecciones han sido en realidad un plebiscito entre dos alternativas: “democracia”  u “ocupación”, y el país ha votado por continuar la ocupación, algunos por conviccion (el Likud y el partido nacional-religioso); otros, por inercia (el partido que se autodenomina "de centro" liderado por el periodista Yair Lapid, a quien mi gran amigo Daniel Blubstein ha definido acertadamente como "un sujeto sin predicado"). La ironia es que a través de un mecanismo democrático, Israel ha optado por constituirse en una “etnocracia”, en la cual las libertades y el poder estan restringidos a un grupo especifico de la sociedad, y solo aquellos que pertenecen al grupo étnico israelí goza de sus beneficios, mientras que los palestinos  tendrán que conformarse con las migajas que el gobierno está dispuesto a arrojarles. Un país con más de tres millones de palestinos bajo ocupación militar no tiene ninguna posibilidad de ser democrático, ya que no se puede ser una "democracia a medias": democracia para israelíes y régimen militar para palestinos.  Esto va más allá de una mera elección entre partidos políticos. Lo que ha estado en juego en estas últimas elecciones tiene raíces más profundas y para captar toda su dimensión habrá que ubicarlas en el contexto de la confrontación larga y tendida llevada a cabo entre tendencias militaristas, cada vez más arraigadas, frente a concepciones humanistas, cada vez más debilitadas. El militarismo ha ganado las elecciones y los mayores favorecidos han sido los colonos ocupantes de las tierras palestinas, que representan la esencia de la cultura militarista y han convertido a este país en un fortín militar. Se han salido con la suya, y hay que reconocer que son dignos de admiración por la astucia que han demostrado, trabajando sistemáticamente, paso a paso, con suma cautela, en un plan estratégico destinado a copar las primeras filas del  partido Likud al igual que los más altos rangos en el ejército, dominando de esa manera puestos estratégicos tanto en el gobierno como en las fuerzas armadas.

La derecha ha vuelto a ganar las elecciones porque "las derechas" florecen donde proliferan miedos y fantasmas. Este ha sido, poéticamente hablando, el triunfo del miedo sobre la esperanza. Nada mejor que un par de amenazas, reales o imaginarias, y mejor aun si vienen con barba negra y una kaffiah, para reclutar votantes, acallar opositores, conducir las masas a las urnas como  corderos al matadero, ciegos, horrorizados dispuestos a votar por cualquier general retirado que prometa, "en nombre de los millones asesinados en el Holocausto", bombardear a todo aquel que se atreva a mirar a Israel de reojo.  Que buena suerte  ha tenido Israel un par de meses atras, cuando Hamas cayó en la trampa  y comenzó a disparar misiles que sirvieron de pretexto para iniciar una operación bélica para consumo interno, destinada a fortalecer la derecha en las elecciones que se avecinaban. Si Hamas no existiera, el Likud hubiera debido inventarlo, ya que junto con Ahmadinieyad, Hezbolá o la Jihad Islámica han sido la mejor carta jugada por el Likud durante su campaña electoral.  La izquierda ha perdido porque en la estructura mental israelí, se hace más fácil asustar que esperanzar, dado que el temor es un reflejo condicionado, mientras que la esperanza, requiere todo un proceso cognitivo de auto-convencimiento que exige un esfuerzo intelectual, representaciones mentales optimistas, convicciones, imaginación, creatividad, flexibilidad. Todo este esfuerzo es demasiado abrumador para el israelí y por ello abraza al derechismo, siempre más convincente, adaptable, sencillo  y atractivo.        

Y con el miedo viene también el fatalismo. El gran éxito de la derecha israelí consiste en haber inculcado y convencido a la sociedad israelí de que no hay ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo de paz con los palestinos.  Obviamente, para quien no cree en la posibilidad de llegar a un acuerdo, lo más natural es votar por la derecha y no por aquellos que aspiran a lo imposible. Si no existe acuerdo posible,  lo único que resta es vestir la armadura, enfundar la espada y salir a luchar contra aquel que se cruza en nuestro camino.  Dicha conjetura es fácilmente creíble, ya que encaja con los contenidos estudiados en los cursos de historia en los que la historia hebrea es una seguidilla de persecuciones, desde la Inquisición y los progroms hasta el Holocausto.  De ahí la naturalidad con la que el joven israelí traza un paralelismo entre aquellas persecuciones  y la actualidad. Al tema palestino hay que encasillarlo en algún marco de referencia y nada más fácil que en la casilla del antisemitismo latente. Nada más simple que manipular los hechos y presentarlos de tal manera que el joven israelí vea a los palestinos  como un capítulo más  en la larga tradición trazada por los antisemitas a lo largo de toda la historia.

El laborismo israelí no está exento de crítica. No han faltado errores tácticos y estratégicos que lo han llevado al lugar al que ha llegado.  De alguna manera podríamos decir que el laborismo se ha ganado con honestidad el desdén de las masas por falta de integridad política.  La narrativa derechista no habría calado tan profundamente si el laborismo, en su afán de llegar al electorado flotante, no hubiera adoptado, aunque parcialmente, el discurso derechista nacionalista, incluyendo una mala predisposición a negociar con el lado palestino. El laborismo se ha desfigurado en aras de reclutar algunos votos mas de ese amplio electorado que hasta el último momento dudaba por quién votar. Sin embargo, aunque quisiéramos ser condescendientes con esa maniobra electoral, no debemos olvidar que una mentira repetida insistentemente puede llegar a convencer incluso al mismo transmisor y, a estas alturas de los acontecimientos, ya no está claro en este discurso qué es táctica y qué refleja tendencias enraizadas en el laborismo.  De todas formas, ya sea por motivos tácticos o estructurales, la línea laborista ha legitimado el discurso derechista y, si de nacionalismo se trata, el pueblo prefiere votar por la versión original y no por la copia.

Dónde nos equivocamos

Pero el naufragio de la izquierda va más allá del fiasco laborista.  Algo en el proceso de trasmisión está fallando y ese fallo no está situado en el campo discursivo, sino en los procesos emocionales que entran en juego cuando tratamos de llegar al pueblo. No hemos logrado generar vinculos emocionales y empatía, ni hemos logrado brindar un marco de pertenencia con el cual el pueblo se sienta identificado, gratificado. El derechismo ha logrado penetrar en el área de la identidad, y acomodarse en su estructura psíquica, porque ofrece una respuesta total que, más que convencer, alivia esta sensación, que en palabras de Lacan, denominaremos “el goce”, y que era exactamente lo que el pueblo precisaba. El nacionalismo cumple una función primordial y brinda satisfacción, tranquilidad, seguridad, "goce".  La respuesta  nacionalista  se instaló en la estructura misma de la psiquis colectiva del pueblo, y en ese estrato es precisamente donde esta insertada la raiz del apoyo masivo a las políticas de derecha y, por lo tanto, ahí está la llave para producir cambios estructurales. Hemos subestimado la dimensión afectiva. Nuestra campaña electoral estaba basada en "argumentos", mientras que lo que se necesitaba eran "sentimientos". De tanto "racionalismo" no le hemos dado espacio a las fuerzas irracionales que actúan en el inconsciente colectivo del pueblo, hemos desestimado el peso de las pasiones en la construcción de las posturas políticas. Yannis Stavrakakis, psicoanalista lacanianano, escribe que el problema de la izquierda no radica en la falta de argumentos o propuestas – "el déficit no es epistemológico, sino afectivo" y agrega: "la inversión libidinal y la movilización del  goce son prerrequisitos necesarios para el establecimiento de toda identificación sostenible" (1). La conclusión  es que debemos vincularnos con el pueblo a un nivel más afectivo, abrir espacios de activismo, ofrecer marcos de referencia, dar más lugar a activistas de campo, superar el estilo patronista académico, y apuntar a aspectos básicos de identidad, sin los cuales, estamos destinados a fracasar. 

Ahora resta esperar la próxima escalada bélica. Todas las condiciones para su estallido están dadas: en el lado israelí, hay demasiados pirómanos para una región tan inflamable; en el lado palestino, demasiada desesperación para un pueblo tan maltratado.  La irritación ha llegado a tal grado de ebullición que cualquier chispa producirá el estallido, y en esta región sobran motivos para que salten las chispas.  Lo único que podría evitar una escalada de violencia es la intervención extranjera. Israel ya a dicho lo suyo, y la parte sensata del mundo debe ahora decidir si permitirá que Israel arrastre a todos a una escalada sangrienta, o si pondrán fin a esta tragedia. El conflicto palestino-israelí  ha dejado de ser  un 'conflicto local'  para pasar a ser un conflicto global. Al explotar sus esquirlas llegarán a todas las costas del Mediterráneo.

 

(1) Yannis Stravrakakis, La Izquierda Lacaniana- psicoanálisis, teoría, política,  México, 2010, (pág. 317).


Meir Margalit es concejal del ayuntamiento de Jerusalén por el partido Meretz  y cofundador de la asociación ICAHD, dedicada a la reconstrucción de las casas palestinas demolidas por el Estado israelí.