Michelle Perrot

¿Dónde está el feminismo en Francia?
Entrevista realizada por Ingrid Galster
(Página Abierta, nº 140, septiembre de 2003)

Esta entrevista data de julio de 1999, y fue publicada en el vol. 8, número 2 de Arenal (julio-diciembre de 2001), revista de historia de las mujeres, editada por el Instituto de Estudios de la Mujer de la Universidad de Granada.

Michelle Perrot (nacida en 1928) es historiadora y profesora emérita de París 7-Denis Diderot, universidad en la que ha desarrollado las investigaciones sobre la historia de las mujeres que hoy ocupan un lugar destacado entre los sectores más fecundos de la historiografía francesa. Con Georges Duby ha codirigido Histoire des femmes en Occident. París: Plon, 1991-1992 (edición española, Historia de las mujeres en Occidente, 5 volúmenes, Taurus, Madrid, 1991-1992). Sus últimas obras publicadas son Femmes publiques y Les femmes ou les silences de l’Histoire.


– Desde el comienzo del movimiento feminista en Francia, en los años setenta, ha reflexionado usted, junto con otras historiadoras y también con historiadores, sobre la posibilidad de una historia de las mujeres, reflexión que ha desembocado principalmente en la obra en cinco volúmenes que apareció a comienzos de los años noventa y que desde entonces se ha traducido a once lenguas. Cincuenta años después de la aparición de El segundo sexo, ¿dónde está, a su juicio, el feminismo en Francia?

– El feminismo francés es paradójico. Su influencia es relativamente grande; sus estructuras, en cambio, son débiles. Y ésta es una característica ya antigua que perdura y plantea un interrogante sobre su modo de acción.
Hay una cantidad reducida de asociaciones feministas, tal vez una docena. De la época heroica de los años 1970-1975, casi lo único que queda es Choisir, gracias a Gisèle Halimi. Dialogues de femmes acaba de disolverse tras veinte años de debates mensuales (Alice Colanis). Sin remontarnos tan lejos, la mayor parte de las asociaciones que se habían creado para promover la paridad se disolvieron, puesto que con la modificación de la Constitución consideraron cumplida su misión, salvo L’Assemblée de femmes (esfera de influencia socialista, Yvette Roudy), que desde hace cuatro años organiza una universidad de verano.
Sin embargo, se podría mencionar la CADAC (Cordination Nationale des Associations pour le Droit à l’Avortement et à la Contraception); las Marie pas claires (1); la Association des femmes journalistes, que conduce una vigorosa campaña contra el sexismo en la prensa y la publicidad mediante la concesión anual de un premio al anuncio menos sexista; el “Reseau pour la mémoire de femmes”, que se preocupa por los medios de recordar el lugar de las mujeres en la ciudad y en la cronología, etc. También hay asociaciones más antiguas que desarrollan una acción muy feminista, como la AFDU (Association des femmes diplômées des Universités), fundada hacia 1920, que se ocupa hoy de las desigualdades en los escalafones científicos y los efectos perversos del carácter mixto de las instituciones, etc. Esto, sin contar las asociaciones locales.
El feminismo inspira diversas revistas: Nouvelles Questions féministes (Christine Delphy); los Cahiers du GRIF (Françoise Collin); Clio, la revista fundada en 1995 por historiadoras; Lunes (primer año, número 1, finales de 1997), con abundante información de todo tipo, etc.
El feminismo inspira una cantidad bastante grande de coloquios científicos y políticos, como el de enero de 1999 con motivo del cincuentenario de El segundo sexo. El 8 de marzo de cada año es –y lo fue en particular en 1999– ocasión para coloquios, debates o conferencias sobre temas referidos a mujeres: por ejemplo, en Le Mans sobre “mujeres y paz”, en Rouen sobre “mujeres y segundo milenio”, etc. En general, reúnen un público muy numeroso.
Por último, el feminismo es capaz de provocar movilizaciones concretas: así, en noviembre de 1995, la manifestación de cerca de 30.000 mujeres en París, en la que luego se ha visto una señal premonitoria de los movimientos sociales de diciembre. Hace muy poco, las feministas organizaron el boicot a las Galerías Lafayette que, para presentar la ropa interior de Chantal Thomas, habían montado escaparates de maniquíes vivos, a los que finalmente hubieron de renunciar. Esto ilustra la naturaleza del feminismo actual: vigilante, ocasional, latente.
Pero la acción más importante de los últimos años ha sido la del movimiento por la paridad (1990 y siguientes), que ha dado lugar a un verdadero debate en la clase política, en la sociedad y en el seno mismo del feminismo. Tras los debates parlamentarios, ha desembocado en una modificación de la Constitución. Hoy existe un Observatorio de la paridad para abordar las medidas tendentes a que sea una realidad concreta.
De esta suerte, el feminismo, a pesar de su debilidad organizativa y de una cierta dificultad de transmisión en la nueva generación (“No soy feminista, pero…”, dicen las muchachas que no han cumplido aún los 30 años), no deja de ser una fuerza latente, susceptible de eventuales movilizaciones y de una aspiración que ha contribuido a la transformación y el debate en la sociedad francesa.

– Muchas igualitaristas tras las huellas de Beauvoir se han dado hoy cuenta de que el universalismo es un mito, pues en realidad ha tolerado que las mujeres quedaran excluidas de la política. Según las igualitaristas, las feministas de la diferencia reivindican lo que les es impuesto. Las desconstruccionistas a la busca de lo femenino reprimido pueden terminar prescindiendo de las mujeres reales, pues el retorno de lo reprimido se manifiesta también –cuando no más– en los hombres (2). ¿Es que los diferentes paradigmas han desembocado en una aporía?

– El feminismo igualitarista y universalista –estilo Simone de Beauvoir– sigue siendo mayoritario en Francia, me parece. Pero las igualitaristas denuncian con mucha más fuerza las trampas de lo universal tal como se lo ha construido. Sin embargo, no por ello lo cuestionan. Esto se ha visto en el debate sobre la paridad, que ha dividido a las universalistas. Mientras que una parte de ellas (Elisabeth Badiner, Danielle Sallenave, Elisabeth Roudinesco, Evelyne Pisier, etc.) rechazaba la paridad como contraria al individualismo universal, otra fracción, amplia por cierto, defendía la paridad como medida para alcanzar lo universal, que todavía es un objetivo, no una realidad.
Las feministas de la diferencia estaban en una situación más cómoda, sin duda, pues podían reivindicar la paridad en nombre precisamente de esta diferencia, de un “nosotras las mujeres” capaz de renovar el enfoque de la política. Pero también las “diferencialistas” se dividen en dos corrientes: las que hablan de dos sexos radicalmente diferentes (cf. Antoinette Fouque, Il y a deux sexes), y las que hablan de dos géneros producidos por la cultura y la historia. La práctica produce la diferencia, una diferencia que las mujeres pueden introducir en el campo político, no porque sean mujeres, sino porque existen como mujeres.
El desconstruccionismo es en Francia mucho menos importante en los medios feministas.
El debate sobre la paridad ha confundido los argumentos y ha cogido por sorpresa a las distintas corrientes. Ha mostrado que en este fin de siglo era urgente retomar la cuestión de la diferencia de los sexos a la luz de la reflexión antropológica (Françoise Héritier, Masculin/Féminin. La pensée de la différence, Odile Jacob, 1996), filosófica (Geneviève Fraisse, De la différence des sexes, PUF, 1996), psicoanalítica, biológica y forzosamente histórica.
Es grande el deseo de volver a desplegar sencillamente todas las cosas para hacer el inventario de las teorías y tratar de ver más claro en ellas.

– En los años ochenta, las teorías feministas parisinas han tenido gran resonancia en Estados Unidos. Para decirlo con más precisión, se ha identificado el “French Feminism” con las obras de Hélène Cixous, Luce Irigaray y Julia Kristeva. ¿Tiene usted alguna explicación para este pars pro toto [“tomar la parte por el todo”] erróneo?

– Esta asimilación exclusiva del “French Feminism” al feminismo de la diferencia es asombrosa, por cierto, y ha sorprendido siempre a las feministas francesas que, mayoritariamente, se rebelaban contra esa corriente. A veces con violencia, como en las batallas que se libraron en torno al año 1975 por la sigla MLF (Mouvement de Libération des femmes) entre Psych et Po (Psychanalyse et Politique, de Antoinette Fouque) y la mayoría de las otras. Pero ahora esto parece ridículo.
Hay verdaderas razones para tal asimilación. En primer lugar, el auténtico talento de las protagonistas en tanto escritoras (muy diferentes entre sí, por otra parte) que produjeron obras nuevas y vigorosas a comienzos de la década de 1970, años en que tiene lugar justamente el gran auge del Movimiento de Liberación de las Mujeres. Se tuvo la impresión de que estas obras habían inspirado dicho movimiento. Nada de eso.
Luego, su brillo internacional, unido a su posición en el campo intelectual. Cixous, especialista en literatura anglonorteamericana (ha trabajado sobre Joyce), hacía tiempo que estaba familiarizada con Estados Unidos y la reflexión norteamericana: “sintonizaba” con ella. Kristeva, por el grupo y la revista Tel Quel, por Philippe Sollers, su marido, pertenecía a los nuevos “mandarines”, los “samuráis” que ella misma ha descrito en una novela/relato que lleva ese título. De las relaciones de Luce Irigaray estoy menos enterada.
También desempeñan un papel –e importante– los vínculos con el psicoanálisis, directos en los casos de Irigaray y Kristeva, más mediatizados en el de Cixous. Es el momento de apogeo de Lacan, y estas mujeres vienen a ser algo así como su vertiente femenina, que Antoinette Fouque –con Psych et Po y la famosa Librairie des femmes– aspiraba a federar. Había allí un polo fuerte, visible, cuyo lenguaje coincidía con las luchas de las mujeres, que giraban en torno al cuerpo, el cuerpo finalmente glorificado (lo que no ocurre en Beauvoir), fundamento de una cultura de la diferencia, del feminismo. Sus obras, su escritura, su lenguaje corresponden a la auténtica necesidad de una orgullosa afirmación de su identidad.
Agreguemos que en esta época no hay nada comparable en las otras disciplinas, ni en antropología, ni en historia. No hay en aquel tiempo, pues, una historia de las mujeres digna de este nombre.
Añadiré aún que los norteamericanos y las norteamericanas encuentran en ello lo que querían oír: la expresión de una diferencia radical, susceptible de fundar una separación de género, un eventual comunitarismo.
Propongo estas respuestas en calidad de hipótesis. He allí todo un capítulo de historia intelectual por desarrollar.

– Hoy, no parece que la teoría feminista se desarrolle en Francia, sino en Estados Unidos. Pienso sobre todo en la atención que atraen los escritos de Judith Butler, quien, por cierto, se alimenta mucho de teoría francesa, pero que termina por adoptar una posición original. ¿Hay todavía en el feminismo francés investigaciones en el terreno teórico?

– En el plano teórico no tienen, qué duda cabe, la misma intensidad que la producción norteamericana. Y esto, en parte, se debe a razones institucionales. Aquí no tenemos nada comparable a los Womens’s estudies o a los Gender studies.
No obstante, la investigación dista mucho de estar descuidada. El diferencialismo está en retroceso. Acompaña a la crisis del psicoanálisis, que es muy profunda. Las tesis de la “escritura femenina” han perdido prestigio. Nathalie Sarraute, considerada como una de sus representantes, las ha desaprobado desde hace ya mucho tiempo. Muy recientemente hacía lo propio Monique Wittig, instalada en Estados Unidos y una de las figuras de avanzada de esta corriente de pensamiento. «No hay literatura femenina; para mí, eso no existe. Yo no distingo en literatura entre mujeres y hombres: se es escritor o no» (*), decía Wittig en una entrevista en Libération (17 de junio de 1999), en la que, por lo demás, rechazaba toda feminitud, toda idea de una naturaleza femenina o sexuada, y tomaba distancia del derecho a la diferencia. «Es preciso abandonar el punto de vista normal, trascender las categorías de sexo». Lo que, en cierto modo, equivale a decir no al “sexo-rey” de los años setenta y ochenta. En verdad, Nathalie Sarraute y Monique Wittig, si bien es cierto que discuten las convenciones del lenguaje y reflexionan sobre la influencia de la diferencia de sexos en la escritura, jamás han sido partidarias de la “escritura femenina”. Françoise Armengaud tiene razón cuando subraya esta circunstancia (3). Si se las ha adscrito a este linaje, no cabe duda de que ha sido, en parte, a pesar de ellas.
Se puede trazar aquí cierta comparación. Las investigaciones más importantes son las que se llevan a cabo en las ciencias sociales (cf. la revista del MAGE, Travail, Genre et Sociétés, 1/1999), la antropología (cf. Françoise Héritier, Masculin/Féminin. La pensée de la différence, Odile Jacob, 1996; Nicole-Claude Mathieu, etc.) y la historia. La historia de las mujeres no es una teoría en sí misma, sino que se apoya en principios teóricos, los más importantes de los cuales los ha proporcionado Michel Foucault, y sobre todo en la noción de historicidad. Del lado de las filósofas, citaré los textos de Geneviève Fraisse (La différence des sexes, PUF, 1996; Les femmes et leur histoire, Gallimard, 1998) y de Françoise Collin, la fundadora de los Cahiers du GRIF, cuya última obra, Je partirais d’un mot. Le champ symbolique, Fus Art, 1999, recopilación de artículos, me parece la contribución más inteligente a la reflexión sobre el feminismo contemporáneo. Ella misma se sitúa decididamente en la tendencia antiesencialista, pero invita, al mismo tiempo, a superar este debate.

– En lo que concierne al feminismo, las relaciones entre Francia y Estados Unidos están marcadas por el malentendido y la ignorancia. Ya he hablado del “French Feminism” que, a juicio de las norteamericanas, sólo tiene en su seno feministas de la diferencia. A la inversa, la discusión que ha seguido a la publicación, en 1995, del libro de Mona Ozouf titulado Les mots des femmes (4), ha mostrado que las feministas norteamericanas son poco conocidas en Francia, incluso Judith Butler, que tanto éxito tiene en Alemania. ¿Son explicables estos malentendidos y el hecho de que las feministas francesas permanezcan en un círculo cerrado?

– En efecto, hay en la sociedad francesa en general y en ciertos medios intelectuales en particular, a menudo de izquierda, un antinorteamericanismo pasmoso que, en nombre de una increíble buena conciencia de la superioridad francesa, lleva a una ceguera muy dañina. Es probable que las feministas francesas sean las más abiertas a la reflexión norteamericana debido a sus contactos, desde el comienzo, con el Women’s Lib. Nos hemos apropiado muy pronto esta producción, sobre todo en historia, campo en el que mujeres como Natalie Zemon Davis, Joan Scott (cuyo Gender and the Politics of History forma parte de nuestros clásicos), Carroll Smith-Rosenberg, Claudia Koonz, etc., son muy leídas. El libro de Mona Ozouf no expresa la posición de las feministas francesas, sino curiosamente (pues la autora conoce bien Estados Unidos) cierta “satanización” del feminismo norteamericano, que volvemos a encontrar muy corrientemente, por ejemplo, en Gilles Lipovetsky, en quien es además una manera de caricaturizar el feminismo en general.
Es cierto que las feministas francesas se mantienen demasiado en “su círculo cerrado”. Sin embargo, en el presente son más bien una brecha en dirección a un feminismo norteamericano del que en gran parte se sienten solidarias.

En estos últimos tiempos han hecho mucho ruido dos libros escritos por hombres sobre temas feministas: primero La troisième femme, del filósofo de Grenoble Gilles Lipovetsky –que acaba usted de mencionar–, y luego La domination masculine, de Pierre Bourdieu. ¿Qué piensa usted de que los hombres se ocupen ahora del feminismo?

– Si los intelectuales franceses se ocupan del feminismo es, sin duda, porque éste es importante. Es la señal misma de su desarrollo y de su papel en el espacio público. En resumen, una forma de reconocimiento. El éxito de estas dos obras es, por otra parte, la mejor prueba de la “dominación masculina” en el campo intelectual: las mujeres tienen siempre más dificultad para hacerse oír. Así las cosas, tanto un libro como el otro, que he tenido ocasión de criticar (uno en Nouvel Observateur, el otro en Libération y en el número 1 de Revue du MAGE), muestran sobre todo la gran ignorancia que estos autores, de prestigio desigual, tienen del feminismo en general y del feminismo francés en particular. Pierre Bourdieu, que menciona a Butler, MacKinnon, etc., parece ignorar campos enteros de la investigación feminista francesa, de la que, a priori, no tiene precisamente buena opinión. Dominadas, ¿pueden las mujeres pensar su dominación? Es una cuestión que él mismo había planteado.

– Las francesas, en oposición a las alemanas, están relativamente presentes en la enseñanza superior, pero se las sigue excluyendo ampliamente del Parlamento. Por tanto, no es asombroso que en Francia el debate de los años noventa haya estado dominado –ya ha hablado usted de ello– por el controvertido tema de la paridad. Las diferencialistas están a favor, con el fin de permitir a las mujeres que la sociedad se beneficie de las supuestas cualidades femeninas. Las igualitaristas están divididas: algunas están absolutamente en contra, pues temen un sexismo a la inversa; otras, en cambio, prevén que, sin reformas, la igualdad abstracta continuará excluyendo de la política a las mujeres. En todo caso, Lionel Jospin ha pedido que se incorpore a la Constitución el principio de paridad. ¿Qué piensa usted?

– Tiene usted razón. Las francesas están relativamente presentes en la enseñanza superior, con grandes desigualdades sectoriales, como muestra un reciente estudio de Christophe Charle. En 1992, la tasa de feminización del personal superior era del 28%; en Letras, las mujeres constituían el 23% del cuerpo de profesores y el 41% de otras categorías docentes; pero en Ciencias, esos porcentajes eran solamente el 8% y el 27%, respectivamente.
Pero todavía mucho menos en política, puesto que las mujeres son solamente el 6% del total de diputados (elecciones de 1997). Este retraso político, que confina con la exclusión, es una especificidad francesa de larga data, pues este país, el de la Declaración de los Derechos del Hombre, ha necesitado mucho tiempo para conceder el voto a las mujeres (sólo en 1944). De allí la crítica de lo Universal y la reivindicación paritaria, que en verdad llegó primero de las instituciones europeas, pero que se expresó con fuerza en el libro de Françoise Gaspard, Anne Le Gall y Claude Servan-Schreiber, Aux urnes, Citoyennes, Le Seuil, 1992. Estas autoras no proponían ningún argumento diferencialista, sino pura y simplemente el derecho, y defendían la paridad para llegar a la igualdad. Y yo creo que muchas mujeres lo han entendido así, y así lo siguen entendiendo. Lo que ha complicado las cosas ha sido el Manifiesto de diez ex ministras, en L’Express, que defendía la idea de que, por su propia feminidad, las mujeres modificarían las prácticas de la política. Un poco más tarde, el libro de Sylviane Agacinski, la mujer del primer ministro, abundaba en el mismo sentido. Eso ha provocado la reacción hostil de las “universalistas”, cuya jefa de filas es Elisabeth Badinter (5), y debates que, por lo demás, han promovido la reflexión sobre la ciudadanía y el lugar de las mujeres en la ciudad. La reivindicación paritaria es al mismo tiempo mayoritaria (¿qué partido podría oponerse a ella?) y popular en la opinión pública.
Por mi parte, desde el primer momento he tomado partido a favor de la paridad, he firmado el manifiesto de las 577 (6) y he escrito en Le Monde en defensa de la idea de una “paridad universalista”. Lo universal es un objetivo, no una realidad, y la paridad es el medio para llegar a él. En consecuencia, me alegro de la reciente modificación de la Constitución, que toma nota de ello. Formo parte del Observatorio de la Paridad, del que es informante Dominique Gillot (diputada socialista), cuya función es proponer medidas concretas para hacer efectiva la paridad política y estimular la paridad en todos los dominios en Francia.

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(*) En el original, On est écrivain ou pas. Como el francés carece de forma femenina correspondiente a écrivain, es imposible reproducir en castellano toda la contundencia de esta expresión, que reduce un universo de significado esencialmente mixto a una forma gramatical exclusiva y no opcionalmente masculina. Para no traicionar esa circunstancia, me he abstenido de usar la forma “escritor/a”. [N. del T.]

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(1) El nombre de esta asociación alude a Marie-Claire, la revista mensual para mujeres.
(2) Cf. el reciente intento de establecer una suerte de inventario: GALSTER, Ingrid: “Positionen des französischen Feminismus”. En GNÜG, Hiltrud; MÖHRMANN, Renate (coords.): Frauen Literatur Geschichte. Schreibende Frauen vom Mittelalter bis zur Gegenwart. Metzler, 1999, p. 600.
(3) ARMENGAUD, Françoise: “Sarraute et Wittig: la contestation des conventions du discours”. Nouvelles Questions féministes, 19 (1998), 1.
(4) Cf. el dossier que apareció con este motivo en Le Débat, 87, noviembre-diciembre de 1995.
(5) BADINTER, Elisabeth et al.: Le piège de la parité. París: Hachette Littèratures, 1999, donde encontramos las diferentes contribuciones de las antiparitarias. Para una exposición histórica de conjunto, y en sentido contrario, es decir, favorable a la paridad, cf. MOSSUZ-LAVAU, Janine: Femmes/Hommes pour la Parité. París: Presses de Sciences Po, 1998. Cf. también DURAND, Béatrice: “La parité, entre nature et culture”. Lendemains, 91/92 (1998), 115-125.
(6) “Pour une démocratie paritaire”. Le Monde, 10 de noviembre de 1993.