Miguel Rodríguez Muñoz

El incierto futuro

 

  El resultado de las elecciones asturianas es el punto de partida de las siguientes reflexiones de Miguel Rodríguez Muñoz; como se verá, van mucho más allá del ámbito político asturiano. Las reproducimos aquí por su interés.

 

- El éxito electoral de FAC (Foro Asturias Ciudadanos) es signo de que las condiciones para la irrupción y triunfo del populismo están reunidas: crisis económica y social (sin alternativas claras) y desprestigio de la política y de los políticos. En ese contexto ha encontrado su oportunidad un salvador de la patria que promete medidas simples y radicales.

 

- El PP alimenta el caldo de cultivo del populismo y es, en el conjunto de España, su gran beneficiario. Su descalificación sistemática del adversario y su actitud de bronca permanente, aunque erosionan la imagen de la clase política en su conjunto, dañan más a la izquierda, cuyos apoyos electorales son en una porción significativa de una contrastada volatilidad. Al PP le falta, no obstante, un líder carismático, pero lo compensa usando la crisis para hacer del PSOE y de la izquierda el chivo expiatorio.

 

- Al éxito de FAC contribuyeron los votos situados más a la derecha del electorado del PP junto a otros procedentes de la izquierda (PSOE e IU) y del nacionalismo asturiano. El enfrentamiento entre Álvarez Cascos y el PP diluyó en esos sectores de izquierdas toda resistencia ideológica a dar el voto a un personaje de tan marcada trayectoria derechista, como si la bronca con los suyos lo hubiera redimido de su pasado, volviéndolo políticamente incoloro, y la “eficacia” fuera un valor que se impone a todos los demás. Esa capacidad para atraer en muy poco tiempo una masa votos de procedencia heterogénea revela la fuerza del envite populista.

 

- ¿Se ha derechizado la sociedad española o, por el contrario, el resultado electoral trae su causa de la abstención de una parte del electorado de izquierdas? Parece que se dan ambos fenómenos: de un lado, hay un paulatino desplazamiento del electorado hacia el centro derecha (en la escala de autoubicación ideológica del electorado, donde el 1 es la extrema izquierda y el 10 la extrema derecha, se ha pasado del 4,75 en abril al 4,93 en mayo, siendo 4,76 la media de toda la legislatura), y de otro, una parte del electorado de izquierdas se abstuvo. Si el PSOE perdió millón y medio de votos, el PP ganó medio millón e IU y UPyD solo arañaron de ese botín unas decenas de miles, cabe concluir que el grueso de quienes no repitieron su voto a los socialistas optó por la abstención.

 

- La abrumadora hegemonía política e ideológica del PP empuja, junto a otros factores, hacia la derecha: 1) Va a gobernar en la mayoría de las Comunidades Autónomas y de los ayuntamientos, en particular los de las grandes ciudades. 2) Cuenta con el apoyo –de forma incluso militante– de los jueces, la Iglesia, los empresarios y los medios de comunicación. El hundimiento electoral del PSOE y el desprestigio de Zapatero no se explican solo por la crisis económica y los desaciertos en la labor de gobierno, sino también por el éxito de una pertinaz campaña de destrucción del adversario sostenida por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, algunos de ellos en manos de la extrema derecha. Ante esa trituradora, ningún liderazgo político puede resistir el paso del tiempo. 3) Hay un cambio de valores que prima lo individual sobre lo colectivo y hace que la gestión privada de algunos servicios –la enseñanza, por ejemplo– venga incrementando su prestigio frente a la gestión pública. 4) En el contexto de la globalización económica y financiera, con el neoliberalismo como única doctrina económica, solo la derecha dispone de un discurso propio y creíble.

 

- Parece evidente que el giro a la derecha de la política del Gobierno en materia económica y social y las alarmantes cifras del paro le han enajenado a una parte de su base social. Ese giro y sus consecuencias electorales dejan en el aire  algunas preguntas: 1) ¿Tenía margen de maniobra para resistirse a las presiones (UE, EEUU y “mercados”)? 2) Más allá de la obligada reducción del gasto público, ¿cabía hacer cosas de signo distinto en otros ámbitos, por ejemplo, en materia tributaria? 3) ¿Podía haber explicado mejor su cambio de rumbo? 4) ¿Cabe ofrecer una explicación razonable, sin con ello desplegar otros efectos perversos, del hecho de verse obligado, con clara merma de la soberanía nacional, a hacer una política antisocial impuesta desde fuera?

 

- Si a la severa derrota sufrida por los socialistas en las elecciones municipales y autonómicas se suma, como es previsible, otro revés semejante en las legislativas, el PSOE quedará gravemente debilitado. El obligado desalojo de cargos y empleos públicos y la sustancial merma de ingresos llevarán al paro a una importante masa de cuadros. El carácter irremediable y traumático de esa pérdida de puestos de trabajo –El País hablaba de ERE– pone en riesgo su cohesión interna. Ese aparato partidista, hasta ahora muy poderoso, sufrirá, además, una notable quiebra. Al PSOE puede ocurrirle como a esos equipos de futbol que descienden de primera a segunda y, con el cambio de división, ven cómo su ruina se multiplica.

 

- La tímida subida de IU –menos de un uno por ciento– cabe interpretarla como el inicio de una lenta recuperación pero también como un signo de impotencia. Del millón y medio de electores perdidos por el PSOE, con un millón de abstencionistas descontentos por la derechización de su política, IU apenas se beneficia del incremento del voto de unas decenas de miles de ciudadanos (192.046). De todos las novedades arrojadas por las elecciones pasadas, uno de los asuntos más llamativos es ese tibio aumento. Aunque es pronto para saber su significado, si fuera señal de incapacidad para recoger el voto descontento del PSOE por su política económica y social constituiría muy mal síntoma. La falta de crecimiento puede deberse a la paulatina derechización de nuestra sociedad pero también a la dificultad de ofrecer un discurso que no aparezca oxidado a ojos de los electores.

La situación es un tanto pirandelliana: hay una considerable masa de electores descontentos con la política económica y social del Gobierno, incapaces de sentirse representados por ninguna de las opciones de izquierdas en liza.

 

- La incapacidad de algunas organizaciones del PSOE e IU para ponerse de acuerdo e impedir el gobierno de la derecha, más allá de lo fundado de sus respectivos agravios, resulta en este contexto suicida y recuerda a la orquesta del Titanic animando el baile mientras el barco se hunde. Uno de sus efectos es abundar aún más en el desprestigio de la política en general y de la izquierda en particular.

 

- El Movimiento 15-M es fruto de las mismas circunstancias que propician el populismo pero responde de forma distinta a las cuestiones suscitadas. Algunas de sus críticas a la política y a los políticos participan de los mismos lugares comunes que la ideología populista y quizás por ello su éxito social trasciende las fronteras ideológicas. Sin embargo, se diferencia en el manejo de valores democráticos en su discurso. El movimiento tiene más interés como expresión de un malestar que como abanderado de un programa, aunque muchas de sus reivindicaciones no por simplistas dejan de suscitar debates provechosos. Quizás por su irrupción en pleno proceso electoral, su acierto fue vincular los diversos motivos de malestar (crisis, paro, corrupción, etc.) a los límites de la democracia y a la necesidad de su regeneración. Esa ligazón entre los problemas económicos y sociales y la democracia pone de manifiesto que se trata de un movimiento no de parados o de estudiantes o de profesionales de una u otra suerte que enarbolan reivindicaciones sectoriales sino de ciudadanos, de individuos rebeldes ante el sesgo capitidisminuido de su condición de ciudadanos. No obstante, la concepción de la política que maneja el Movimiento 15-M peca de excesiva brocha gorda (“Que no, que no,/que no nos representan,/que no”; “PSOE y PP/la misma mierda es”). Si cabe hacer distinciones en ese ámbito, afina mucho más en sus objetivos Democracia Real Ya que el Movimiento 15-M. Las movilizaciones del 19 de junio contra el Pacto del Euro dieron en la diana. En cualquier caso, con todas las incertidumbres y a resultas de lo que puedan dar de sí la lucha de líneas en su interior y los diversos intentos de colonizar su rumbo, el Movimiento 15-M es el más esperanzador brote verde que asoma en nuestra sociedad.

 

- ¿Hay políticas de izquierdas frente a la crisis actual? En el ámbito de la Unión Europea, ninguna experiencia de gobierno lo avala. Tal parece que los estados por sí mismos carecen del poder necesario para corregir la realidad en un sentido favorable a los intereses populares, pues la relación de fuerzas lo impide. Tras la globalización económica y financiera, son los “mercados”, ubicados en una especie de limbo extraterritorial, quienes imponen sus condiciones a la política y no al revés. El centro de gravedad de la política se ha desplazado de la defensa de los intereses generales a otro asunto distinto, dar confianza a los “mercados”, en el que adquiere total prioridad la garantía en el cobro de las deudas. Para ganar esa confianza se precisa una sustancial reducción del gasto público, lo que conlleva la introducción de severos recortes sociales y la renuncia a combatir el desempleo (es como si las haciendas públicas estuvieran embargadas por sus acreedores). Toda tibieza en el logro de ese objetivo primordial obliga a enfrentarse a la hostilidad de las instituciones europeas y a exponerse a sufrir una durísima penalización por parte de los “mercados”.

Cuestión distinta es la posibilidad de mejorar los ingresos gravando mejor las rentas del capital, los bonus, el patrimonio y las herencias, aunque en el manejo de la presión fiscal sobre el patrimonio y las sucesiones entra en juego la competencia con la derecha para ganar el apoyo de las clases medias. Con todas sus contradicciones, en la disputa por obtener ese apoyo y en la inclinación ideológica de algunos de sus sectores se juega el signo político del futuro. 

 

- Los pocos partidos socialdemócratas que gobiernan en Europa están atrapados, de un lado, por esa relación de fuerzas y, de otro, por su adhesión a la teoría económica neoliberal, con cuyos postulados sentaron las bases de la construcción europea. Desde hace décadas, el neoliberalismo se ha erigido en la ciencia económica por excelencia, tanto en el ámbito académico –hecha excepción de algunos economistas americanos discrepantes, Paul Krugman entre otros, y algunos europeos “aterrados”– como en el político, lo que significa que la ideología ha adquirido la autoridad de la ciencia -si es que la Economía fue alguna vez una ciencia, aunque, desde luego, nunca careció de autoridad. Hasta ahora los partidos socialdemócratas eran partidos neoliberales con sensibilidad social, matiz al que venían obligados por su tradición y sus apoyos electorales, pero la crisis los ha empujado a dejar en suspenso ese prurito.

 

- Por otra parte, la izquierda crítica con el neoliberalismo –caso, por ejemplo, de IU– ni es capaz ni puede oponer a esa deriva una alternativa realista y creíble. La reiterada voluntad de sus líderes de no arrodillarse ante los “mercados” no parece razón que convenza a una gran masa de electores. Si la diferencia con los partidos socialdemócratas se sitúa en la disposición subjetiva es que hay poco que hacer, pues la voluntad, aunque requisito básico, no parece, en este caso, condición suficiente para invertir el curso de las cosas. Esa encomiable llamada a la resistencia tiene un carácter más ideológico que político y su falta de solidez quizás sea percibida por los ciudadanos.

 

- La globalización económica y financiera ha dejado a la política democrática y a las protestas sociales arrinconadas en el interior de las fronteras nacionales, sumidas en la impotencia. Esa debilidad del estado y de las movilizaciones, esa carencia de instrumentos y de poder para influir en la realidad, quizás contribuyan a explicar la ausencia de un pensamiento de izquierdas que constituya una alternativa real al neoliberalismo y no se reduzca a un código de valores morales. La consecuencia es una situación de despotismo, una especie de versión posmoderna del totalitarismo. “Como se mide mejor el grado de esclavitud en el que una ideología mantiene a un pueblo es por la colectiva incapacidad de este para imaginar alternativas” (Tony Judt, El refugio de la memoria).

 

- El papel de la Unión Europea en este contexto es lamentable. Su construcción a medias como unidad política, su abismal déficit democrático, su condición de ariete del neoliberalismo puro y duro y la primacía de los intereses nacionales de sus miembros más poderosos –caso de Alemania- sobre los comunitarios están llevando a la ruina a sus socios más débiles. El maltrato propiciado al pueblo griego –víctima propiciatoria ofrecida en sacrificio a unos dioses insaciables– y de rechazo a los llamados países periféricos –pagadores de las subidas de intereses provocadas por los desacuerdos en el interior de la UE– resulta escandaloso e impulsa una dinámica viciosa que solo puede conducir al descalabro. En aras de garantizar el pago de unas deudas cuyo volumen crece de forma especulativa se impone la adopción de unas medidas que, además de ser socialmente insostenibles, impiden una recuperación económica que haga posible el cumplimiento de las obligaciones contraídas. La perspectiva de algún tipo de ruptura de la unidad europea empieza a ser creíble y hasta razonable.

 

- Mejorar la calidad de la democracia y luchar contra la desigualdad se vuelven hoy objetivos prioritarios.

De un lado, todo hace temer que se va a abrir en España una era –mucho más que una etapa– de dominio de una derecha con una concepción reduccionista, meramente instrumental, de la democracia, como régimen político que permite acceder al gobierno sin las servidumbres de un golpe de estado. Parafraseando a Gil Robles, bien puede decirse que el PP es “accidentalista” en cuanto al sistema de gobierno. Del conjunto de normas y valores en que se encarna una democracia, la derecha solo comparte una regla: la necesidad de ganar las elecciones para poder mandar. Sobre el resto de las instituciones, tan importantes o más que el juego de las mayorías y las minorías electorales, mantiene una concepción perversa. El proyecto político del PP no se limita a obtener el gobierno; a lo que en realidad aspira es a conquistar el estado y a bascular en su favor el ya de por sí descompensado equilibrio de poderes. Su idea del liberalismo puede resumirse así: estado mínimo, gobierno máximo. Los medios de comunicación de titularidad pública, el Consejo de Estado, el Tribunal de Cuentas, el poder judicial, el Tribunal Constitucional y los servicios públicos, si su mayoría parlamentaria lo permite, van a ser pasto de su voracidad y de sus concepciones sectarias. Por si no le bastara con la influencia que ya tiene, tratará de ahondar todavía más su hegemonía ideológica. Los derechos ciudadanos serán objeto de interpretaciones restrictivas. El deterioro económico y la gestión del PSOE servirán de coartada para acentuar los recortes sociales. La merma de derechos laborales y un modelo económico basado en la construcción volverán a ser los pilares del crecimiento. Aunque no cabe descartar la intervención de factores imponderables que cambien el rumbo de las cosas -un ahondamiento de la crisis, por ejemplo-, lo previsible es un período de gobierno que supere varias legislaturas. Si los centenares de miles de abstencionistas no lo remedian, a la izquierda quizás la espere una larga travesía del desierto.

Las cuestiones de orden democrático planteadas por el Movimiento 15-M  (separación entre representantes y representados, corrupción, falta de participación política, régimen electoral, etc.) sumarán nuevos motivos y no parece que vayan a tener fácil solución. En todo caso, el despliegue por parte del PP de políticas populistas que oculten en su interior dosis suplementarias de autoritarismo puede contribuir a desplazar el interés sobre esos asuntos.

De otro, la insuficiente unidad europea, su asentamiento en los postulados del neoliberalismo y su funcionamiento oligárquico constituyen un grave problema democrático. A lo largo de la crisis, los acuerdos de la UE no dieron pasos en la regulación de los mercados financieros y han sido por el contrario una persistente amenaza para los derechos sociales. La globalización económica y financiera, al debilitar la soberanía de los estados, hace necesaria la construcción de unidades políticas supranacionales, pero, al mismo tiempo, el desplazamiento de los centros de poder suscita problemas democráticos de enojosa solución. La democracia surgió sobre la realidad de los estados nacionales y está por ver que pueda funcionar cuando se trascienden sus fronteras. A la difícil construcción de un demos que rompa la barrera de las identidades nacionales se suma un aumento de la complejidad institucional y una incontrolable variabilidad de las opciones políticas. En el mundo actual parece razonable aspirar a una mayor unidad política europea, construida sobre bases democráticas, pero no sería descartable, entra dentro de las posibilidades del juego, que estuviera sometida a un dominio conservador. En todo caso, lo que a día de hoy resulta inaceptable es que un entramado institucional sustancialmente oligárquico sirva de pretexto para derruir conquistas sociales alcanzadas por vías democráticas.

No es de esperar la desaparición de la democracia pero sí cabe temer –se está produciendo ya– su vaciamiento en aras de ese eufemismo que se conoce por “gobernanza”. Sería deseable que el Movimiento 15-M no quedara reducido a un fenómeno local y el brote verde germinara con fuerza en otros huertos europeos. Si no fuera así, corre el riesgo de resultar estéril.

Si algo se echa en falta es el surgimiento de un pensamiento político renovador que acierte a integrar en su discurso la complejidad del mundo actual y sepa trazar caminos para su superación. Con todos los respetos para quienes piensen lo contrario, el marxismo sirve para distinguir entre buenos y malos pero no arroja luz para salir del atasco, sirve para interpretar el mundo pero resulta inhábil para  transformarlo. Aunque también es cierto que en el deseo de un nuevo relato late la añoranza de un marxismo sin las limitaciones del marxismo.