Mikel Mancisidor

Los Derechos Humanos como realidad histórica
(Hika, 200-1zka, 2008ko iraila)

            A menudo presentamos los Derechos Humanos y el sistema internacional que los protege como una red formal de instituciones, normas y procedimientos cristalizados, como si hubiesen sido creados ya completos por un conjunto de sabios en Ginebra o Estrasburgo. Si así fuese, estaríamos hurtando uno de los enfoques más atractivos y propios de los Derechos Humanos: su esencia política e histórica.
            No es éste el lugar para hacer un recuento épico de la historia de los Derechos Humanos, pero sí me interesa para empezar la idea de que el hoy de los Derechos Humanos es el resultado de un ayer de disputas y conquistas, el resultado de un proceso histórico de ideas, sueños y duras luchas de pueblos, organizaciones e individuos.
            El enfoque histórico no debe llevarnos a la ficción de imaginar el presente como el punto final de una historia lineal. Los Derechos Humanos que conocemos no son un resultado predeterminado o el final de una historia que otros han vivido con la intención de hacernos disfrutar del escenario terminado, sino un momento contingente en un proceso histórico que podría haber llevado caminos muy distintos y, lo que es más importante, nos puede conducir en el futuro próximo por impredecibles y desconocidas sendas. La historia del siglo XXI no está escrita y puede estar plagada de sorpresas de cualquier signo.
            Y hablo del siglo XXI porque no es éste un artículo de historia, sino en todo caso de realidad histórica en el sentido que, heredero de Marx y Zubiri, defendía Ignacio Ellacuría: “La verdad de la realidad histórica no es lo ya hecho: eso es sólo una parte de realidad. Si no nos volvemos a lo que se está haciendo y lo que está por hacer, se nos escapa la verdad de la realidad”. Así la realidad histórica que son los Derechos Humanos habla de pasado, pero también de presente y de futuro, y sobre todo llama a nuestra participación en ese presente y en ese futuro. Es de este camino de construcción de la historia abierto a insospechadas posibilidades, es de esa realidad histórica en sentido ellacuriano, que queremos tratar en este artículo.

LA INTERNACIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

            El hoy de los Derechos Humanos se caracteriza, entre otras cosas, por su internacionalización: por un lado existe un Sistema Internacional de Promoción y Protección de los Derechos Humanos y, por otro, los Derechos Humanos están en la agenda de las relaciones internacionales (no cabe hablar de relaciones internacionales o diplomacia sin conocer el factor Derechos Humanos).
            Mucho se podrá discutir si ese sistema internacional de protección sirve más o sirve menos, pero el hecho es que existe y que nunca antes habíamos conocido algo parecido. Mucho se puede debatir sobre si la presencia de los Derechos Humanos en la agenda internacional es o no hipócrita, es más útil o menos útil, pero el hecho es que están presentes y que nunca antes lo habían estado.
            Pasaron años discutiendo si esa internacionalización tenía, a pesar de sus evidentes insuficiencias, entidad como para ser valorada y defendida o si, por el contrario, frente al horror del sufrimiento humano en que a veces convertimos el mundo, resultaba tan ineficaz (tanto para la prevención de las violaciones masivas como para su punición) que se convertía en un mecanismo despreciable y legitimador de unas relaciones internacionales fundamentalmente injustas. Quizá no fueran sino dos actitudes personales de ver las cosas... o quizá había detrás diferentes objetivos políticos. El caso es que en ese debate estábamos en los años 80 cuando de pronto nos encontramos ante una nueva era histórica.

LA HISTORIA TROCEADA

            Las eras no nacen de la noche a la mañana, no existe un instante inaugural a partir del cual una época terminó y otra comienza. Sin embargo, tomamos hechos simbólicos, a veces míticos, a los que les damos el significado de hito para mostrar que una época marcada por determinadas características termina y otra, con carácter en parte propio y en parte común, comienza. Asumimos la parcelación de la historia como convención a efectos prácticos, sin pretender que la vida de las personas o la vida social cambian de pronto.
            El historiador británico Eric Hobsbawm escribió una combativa historia dividida en eras. El siglo XIX es largo y está dividido en tres eras: la Era de la (doble) Revolución, política e industrial, que nace con la Francesa y termina con las de 1848; la Era del Capital nace en 1848 y termina en torno al año 1875, en que comienza la Era del Imperio que acaba en 1914. Ese año comienza el corto siglo XX que terminaría con la caída del muro de Berlín en 1989. ¿Qué comienza en 1989?; ¿cuáles son las características de esa nueva era en que vivimos?

¿LA NUEVA ERA COMIENZA EN EL 89?

            Esta pregunta no se puede contestar desde la ciencia histórica, sino desde el análisis político y, si se me permite, con un poco de juego prospectivo. Se ha dicho muchas veces que tras la caída del Muro de Berlín comenzaba una época de esperanzas e ilusiones. Y, sin caer en estúpidas ingenuidades, lo cierto es que en parte fue cierto. A pesar de los problemas, conflictos y sufrimientos de los años 90, decenas de Estados mejoraron sus estándares democráticos y de libertad, integraron en sus sistemas constitucionales mecanismos de defensa de los Derechos Humanos y se sumaron a los sistemas internacionales de protección, que pudieron así recibir un importante impulso. El nacimiento del Tribunal Penal Internacional sólo 10 años después fue otro hito importante.
            El fin del enfrentamiento ideológico Este-Oeste permitió que surgiera el debate Norte-Sur. La Cumbre del Milenio, con sus Objetivos 2015, fue uno de los mejores compromisos de la historia de las relaciones internacionales, tal vez su mejor momento. El dilema internacional más polémico de los 90 fue, significativamente, el de la intervención humanitaria que, aún con todos sus abusos y contradicciones, recogía una vieja esperanza humanitaria y tenía pretensiones de legalidad.
            Me dirán que idealizamos, en comparación con lo que vino después, el mundo nacido en el 89. Puede ser cierto, pero las bases de esa idealización, como se ve, no son del todo falsas y en tanto nos sirva para entender, por comparación, este mundo de hoy, la admitiremos.

¿LA NUEVA ERA COMIENZA EN EL 2001?

            Hubo otro acontecimiento, pocos años después del 89, que alcanzó una fuerza simbólica y un impacto visual comparables a la caída del muro de Berlín. Un acontecimiento que reclama, como la caída del muro, su condición de hito. Todos sabemos que me refiero a la mañana del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.
            Corrigiendo al viejo maestro Hobsbawm, muchos pensadores atribuyeron a este 11 de septiembre la condición de hito que marcaba el verdadero final del siglo XX y el nacimiento de una nueva era. Lo hemos oído y leído tantas veces que resulta fatigoso recordarlo. Pero si fuera cierto que con ese evento referencial comienza una nueva era, de nuevo deberíamos hacernos las mismas preguntas, ¿qué empieza en 2001?, ¿cuáles son las características de esta nueva era?
            Su contenido diferenciador estaría pivotando sobre una serie de conceptos que monopolizan hoy las relaciones internacionales: el terrorismo internacional, la seguridad, el cuestionamiento de las Naciones Unidas, la confusión entre lo público y lo privado, y el uso preventivo de la fuerza, entre otros.
            Es evidente que estas preocupaciones no aparecen de la noche a la mañana en el 2001. Las características de la era post 11-S venían de atrás y se habían ido haciendo fuertes durante los 10 años anteriores. Cierto, pero no menos cierto es que su momento llega cuando la pareja Bush-Cheney se hace con el poder en los EE.UU. de una forma tan irregular que obliga al novelista-historiador norteamericano Gore Vidal a referirse a ellos como la Junta Bush-Cheney.
            El 11-S permite a la Junta Bush-Cheney desplegar toda su batería ideológica aprovechando primero una reacción de solidaridad, justificada pero acrítica, de la comunidad internacional y abusando posteriormente de esta solidaridad para imponer sus intereses y su agenda bajo el nefando “conmigo o contra mí”.
            Lo que la Junta Bush-Cheney viene a defender es que el equipo del presidente Clinton fue incapaz de comprender la misión y el destino de la superpotencia que dominaba el mundo unipolar tras la caída del muro de Berlín. El multilateralismo, el concepto mismo de comunidad internacional, era ilusorio y debía servir al cumplimiento de esta misión. En tanto el derecho o la comunidad internacional o sus instituciones no sirvieran, los EEUU debían hacer prevalecer su ley, su derecho, su realidad de única superpotencia. El ilusorio derecho convencional que surge de la comunidad internacional no puede limitar ese otro real derecho natural que da la fuerza, que da concebirse a uno mismo como cabeza del eje del bien. Ni las Naciones Unidas, ni el Derecho Internacional podían ser un obstáculo que se interpusiese en esa misión histórica concretada en la política exterior norteamericana que puede sintetizarse en: El terrorismo como justificación; el desprecio a las normas internacionales; cuestionamiento de las Naciones Unidas; confusión de lo público y los intereses privados; el conflicto político se remodela como conflicto entre civilizaciones o religiones.

LOS RETOS

            Concretando, ¿cuáles son los retos específicos que en materia de Derechos Humanos se nos presentan para escribir con cierta dignidad esta historia del siglo XXI?
            Hay muchos retos, pero yo quiero aquí llamar la atención sobre cuatro. Los dos primeros (DESC e impunidad) me parecen avances que el sistema internacional de los Derechos Humanos estaba consiguiendo y que quedaron truncados con la llegada al poder de la Junta. Retomarlos resulta perentorio. El tercero (derecho e instituciones) exige recomponer un campo y unas reglas de juego que han sido cuestionadas y debilitadas. El cuarto (seguridad) me parece relativamente nuevo y en él nos jugamos mucho. Veámoslos.
            1.- La exigibilidad de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC). Los DESC son Derechos Humanos y como tales deben tener sus mecanismos de exigibilidad, de denuncia y de obtención de remedios eficaces. Es momento de recuperar el consenso sobre los DESC y avanzar hacia su perfeccionamiento como Derechos Humanos protegidos (el proyecto de Protocolo Facultativo al Pacto DESC es uno de los objetivos inmediatos).
            2.- La lucha contra la impunidad. El Tribunal Penal Internacional fue, con todas sus limitaciones, uno de los grandes avances de la dignidad humana. Otras formas de lucha contra la impunidad desde la Jurisdicción Internacional (caso Pinochet) adolecen de carencias aún mayores y distan mucho de ser perfectas, pero aún así han cubierto importantes huecos del sistema de punición internacional y pueden seguir cubriéndolos en el futuro cercano en tanto se consoliden remedios mejores.
            3.- Defensa del Derecho Internacional y de las Instituciones Internacionales. Las organizaciones de Derechos Humanos debemos ser críticas con la ONU y debemos trabajar por su reforma.
            4.- Articulación de un concepto válido de Seguridad. La seguridad es una demanda social real, justa y razonable. Los Estados tienen no sólo el derecho, también la obligación, de procurarla. Aunque no pocos países han aprovechado la demanda de seguridad para recortar derechos y libertades (paradigmática es la política de seguridad democrática de Uribe en Colombia). No se debe dar la sensación de que al defender los Derechos Humanos se menosprecia la seguridad. Sin seguridad no hay Derechos Humanos y los defensores de los Derechos Humanos son los primeros interesados en un clima de seguridad.

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Mikel Mancisidor de la Fuente es jurista y director de UNESCO en País Vasco.