elpais.com, 27 de diciembre de 2018
El consenso de 1978 no fue probablemente el resultado de un
ataque masivo de virtud democrática: fue también una reacción
de aversión al riesgo percibido sobre los daños que provocaría
un “no acuerdo”
A los 40 años de la vigencia de la Constitución, se contraponen las declaraciones de los
convencidos de su salud inquebrantable con las de quienes desearían someterla a una
revisión más o menos extensa. El hecho es que el texto de 1978 se ha convertido en una
de las constituciones más rígidas de nuestro entorno. Su rigidez no proviene solo del
complejo procedimiento exigido por su Título X para modificarla. Lo demuestra el dato
de que esta complicación es equiparable a la que existe en otras constituciones
repetidamente reformadas en otros países. La rigidez depende también de una
predisposición política a ignorar sus defectos originales y a ocultar problemas
sobrevenidos que la han hecho menos eficiente. En realidad, una predisposición fundada
en la convicción de que no hay razón ni alternativa para mejorar lo establecido en 1978.