Septiembre 2017
En España continúa existiendo una importante diferencia entre la actividad productiva de hombres y mujeres. Mientras que los hombres dedican la mayor parte de su vida activa a trabajos remunerados, las mujeres pasan más tiempo cuidando a los niños y a los mayores dependientes, además de gestionar la casa. En este estudio se presentan los perfiles por edad de consumo y producción remunerada y no remunerada diferenciados por sexo. Los resultados ponen de manifiesto la importancia que tienen los cuidados y las actividades no remuneradas en el bienestar de las personas, así como la necesidad de repensar el sistema de políticas públicas y sociales con el objetivo de reducir los costes de conciliar la vida familiar con el trabajo. Esta necesidad es evidente en el caso de las mujeres, que, cuando son madres, incrementan considerablemente sus horas de trabajo totales y, en muchos casos, quedan excluidas de la protección que supone tener un empleo remunerado.
1. Introducción
Hombres y mujeres trabajan dentro y fuera del mercado con distinta intensidad. Mientras que ellos dedican la mayor parte de su vida activa a trabajos remunerados en el mercado, las mujeres pasan más tiempo cuidando a los niños y a los mayores dependientes y gestionando la casa, actividades no remuneradas. Si bien es cierto que la situación es muy diferente desde hace décadas y cada vez más mujeres vienen accediendo a trabajos remunerados fuera del hogar, la brecha en España en lo que se refiere a tiempo dedicado a tareas domésticas por hombres y mujeres continúa siendo una de las mayores de Europa. Este patrón repercute en el bienestar de todos.
Por otra parte, dependiendo de la edad tenemos diferentes necesidades, lo que hace necesarias las transferencias de recursos entre individuos de diferentes edades. Así, por ejemplo, durante la infancia y la vejez los individuos no tienen capacidad para producir los recursos para cubrir sus necesidades y necesitan transferencias (tanto de dinero como de atención y cuidados) de otros grupos de edad. Las transferencias pueden articularse de varias maneras, a través de la familia, del sector público o del propio mercado, especialmente en el caso de los mayores, que pueden ahorrar mientras trabajan para consumir más tarde.
En este trabajo analizamos los flujos de recursos (monetarios y no monetarios) que se dan en la sociedad teniendo en cuenta las dos perspectivas: edad y sexo. Para ello construimos los perfiles por edad de consumo y producción, tanto para actividades remuneradas como no remuneradas, para hombres y mujeres por separado en España. Los resultados muestran importantes diferencias de género, ya que las tareas no remuneradas, como el cuidado de la casa y de los familiares son realizadas mayoritariamente por mujeres en edades adultas; en cambio, la presencia de los hombres es mayor en las actividades productivas remuneradas. Asimismo, el perfil productivo por edad es también diferente para hombres y mujeres: los hombres entran más pronto (y con mayores remuneraciones) y salen más tarde del mercado laboral, mientras que las mujeres participan antes y durante mucho más tiempo en la producción doméstica. Como consecuencia, concluimos que un concepto de dependencia económica que contemple únicamente el factor monetario es, a todas luces, incompleto, al no considerar el resto de las actividades productivas realizadas mayoritariamente por mujeres.
2. Cuentas nacionales de transferencias
Como hemos señalado, a lo largo del ciclo vital las personas atraviesan diferentes etapas con necesidades diversas. Así, si bien necesitan consumir y satisfacer sus necesidades a lo largo de toda la vida, solo durante la edad laboral tienen la capacidad de generar directamente recursos monetarios. Por ello se producen transferencias de recursos entre los individuos de las diferentes edades (transferencias intergeneracionales). El tamaño y la composición de dichas transferencias determinan en buena medida el bienestar de las personas y de la sociedad en general.
La metodología de Cuentas nacionales de transferencias (National Transfer Accounts, NTA) permite construir los perfiles por edad de diferentes variables económicas (consumo, producción de mercado, transferencias públicas y privadas dadas y recibidas, entre otras) de manera coherente con la Contabilidad Nacional. En el gráfico 1 se presenta el perfil por edad del consumo y la renta laboral per cápita promedio de un conjunto de países del proyecto NTA representativos de diferentes regiones del mundo. Por renta laboral se entiende cualquier remuneración percibida como asalariado o trabajador por cuenta propia, mientras que el consumo recoge el valor monetario de todos los bienes y servicios, públicos y privados, consumidos.
Pueden observarse dos etapas perfectamente diferenciadas a lo largo del ciclo vital en las que se produce un déficit (Life Cycle Deficit, LCD), es decir, en las que el consumo es superior a la renta laboral. Ocurre desde el nacimiento hasta los 24 años, y a partir de los 59 años. Por el contrario, entre los 25 y los 58 años la situación es de superávit (la renta laboral es superior al consumo). Así pues, deben existir mecanismos que permitan articular transferencias de recursos desde las edades con superávit a los individuos con déficit. Estos son básicamente tres: 1) las transferencias privadas que se dan básicamente en el ámbito familiar, como las de padres a hijos para cubrir sus diferentes necesidades (hogar, comida, etc.); 2) las transferencias públicas que realiza el Estado, por ejemplo, proporcionando servicios de salud, educación o pensiones a los ciudadanos, y que financia mediante el cobro de impuestos y cotizaciones sociales; 3) los individuos pueden también acudir a los mercados de activos para redistribuir su renta laboral a lo largo de su ciclo de vida. Así, por ejemplo, los individuos pueden ahorrar y acumular activos durante la etapa de superávit para usarlos más tarde durante la vejez, o bien pedir préstamos para atender sus necesidades de consumo presente y devolverlos posteriormente.
Los datos que se usan para estimar las NTA en el caso de España provienen principalmente de dos encuestas de hogares: la Encuesta de Condiciones de Vida y la Encuesta de Presupuestos Familiares. La información contenida en las mismas –complementada con información sobre prestaciones públicas– permite construir perfiles por edad de consumo y renta laboral (similares a los que muestra el gráfico 1), así como de otras magnitudes como las transferencias monetarias públicas y transferencias monetarias privadas que se producen entre los miembros de un mismo hogar y entre diferentes hogares. Dichos perfiles se ajustan a los agregados de la Contabilidad Nacional de modo que sean consistentes con ellos (Lee y Mason, 2011).
3. Diferencias de género en la producción remunerada y no remunerada
Además de transferencias monetarias, los individuos también dependemos de otros recursos que pueden no proporcionarse a través del mercado y, por lo tanto, no están remunerados. Es el caso de las tareas del hogar, el cuidado de los hijos, personas enfermas o mayores, así como diferentes tareas de voluntariado. Este tipo de actividades son realizadas en gran medida por mujeres, pero al no proporcionarse a través del mercado, no son tareas remuneradas y por esto no aparecen contabilizadas en las Cuentas Nacionales. Con el fin de incluirlas en el análisis y dar visibilidad a la aportación real de las mujeres a la economía, este trabajo amplía el método de NTA para incorporar las actividades no registradas en el mercado, es decir, la producción doméstica. Dicha extensión metodológica, denominada Cuentas nacionales de transferencias monetarias y de tiempo (National Time Transfer Accounts, NTTA), se ha desarrollado en el marco del proyecto Counting Women’s Work(CWW). Para ello utilizamos la Encuesta de Empleo del Tiempo (EET), realizada por el INE en 2009-2010. En dicha encuesta, por medio de diarios, cada entrevistado recoge las tareas que realiza durante el día. Gracias a este tipo de encuestas se ha producido un aumento significativo de los estudios sobre actividades productivas no remuneradas (Folbre, 2004).
El trabajo doméstico no remunerado, a pesar de su importancia social y económica, no se recoge en la Contabilidad Nacional. El Sistema de Cuentas Nacionales, que establece normas comunes para el cálculo de la renta nacional, considera actividades productivas solo las que se desarrollan a través de transacciones en mercados, excluyendo de esta manera otras fuentes de recursos muy relevantes en cuanto a su contribución al bienestar individual y social, como las actividades domésticas y de atención y cuidado de niños y personas dependientes. Como consecuencia, se subestima el valor de la producción total de la economía y, en particular, el valor de la producción aportada por las mujeres, que se encargan mayoritariamente de la parte no remunerada (Waring, 1999).
No obstante, contabilizar la producción no remunerada no es sencillo. En primer lugar, hay que determinar qué actividades no remuneradas son productivas. En nuestro estudio utilizamos el criterio de tercera persona, que identifica como actividad productiva la que puede ser realizada por una tercera persona y, por lo tanto, podría articularse a través del mercado. Así, por ejemplo, comer no es una actividad productiva, dado que nadie puede hacerlo por nosotros; sin embargo, cocinar sí lo es, puesto se puede contratar a un cocinero o bien pagar por comer en un restaurante. Posteriormente, una vez estimado el número de horas de producción no remunerada, se les asigna un valor monetario con el fin de hacerlas comparables a las actividades remuneradas. Nuestros resultados toman el salario de mercado de las profesiones de servicios domésticos (criterio del coste de reposición) que puede estar muy por debajo del salario que cobra la persona que realiza el trabajo (criterio del coste de oportunidad).
La EET nos permite construir un perfil por edad de horas dedicadas a la producción remunerada (mercado laboral) y no remunerada (trabajo doméstico) para hombres y mujeres por separado, como se muestra en el gráfico 2. En él observamos que hasta los 18-20 años aproximadamente los jóvenes dedican la mayor parte de su tiempo a la educación, y que las diferencias de género son poco relevantes. En la edad adulta, hombres y mujeres dedican su tiempo a actividades productivas. Claramente, los hombres se concentran en actividades remuneradas, mientras que las mujeres dedican menos tiempo a trabajar en el mercado y más del doble que los hombres a la producción doméstica. Cabe destacar que, una vez alcanzada la edad de jubilación, la producción remunerada desaparece tanto en hombres como en mujeres, mientras que la producción doméstica, aunque disminuye en ambos casos, continúa siendo mucho más alta en el caso de las mujeres.
En promedio, las mujeres en España trabajan 1,1 horas más al día que los hombres, aunque mayoritariamente lo hacen en actividades por las que no perciben ninguna retribución y por ende fuera de la protección que supone tener un empleo remunerado.
Si se tienen en cuenta todos los tipos de actividades (remuneradas y no remuneradas), las mujeres españolas entre los 21 y los 65 años trabajan de media 1,1 horas más al día que los hombres. Este resultado no se repite en otros países de Europa, donde hombres y mujeres trabajan un número de horas similar en total, aunque las mujeres también están más especializadas en actividades no remuneradas (Hammer et al., 2015). Esta desigualdad bien podría ser una de las consecuencias del escaso desarrollo en España de la provisión pública de servicios de cuidado infantil y de cuidados a largo plazo de personas en situación de dependencia. Nuestro país ha experimentado un rápido e importante cambio hacia un modelo económico de doble ganancia, en el que los dos miembros de la pareja trabajan jornadas completas –la tasa de empleo de las mujeres aumentó del 34,5% en 1992 al 53,8% en 2013–. Sin embargo, los ingresos laborales femeninos se reducen significativamente al tener hijos, y ello se debe sobre todo al abandono del mercado de trabajo, siendo la interrupción temporal menos frecuente (Anxo et al., 2007). Este hecho conduce a la precariedad de la mujer como trabajadora fuera del mercado, carente de protección y regulación (Durán, 2010).
En el gráfico 3 se muestran los resultados de nuestras estimaciones del valor total de la producción de hombres y mujeres. Como puede observarse, existen grandes desigualdades: mientras que los hombres son responsables del 61% de la producción de mercado, las mujeres realizan el 67% de la producción doméstica. Constatamos que el aumento del acceso al mercado de trabajo de las mujeres no implica necesariamente la igualdad de género dentro del hogar, a menos que culmine el proceso de cambio cultural acompañado de un esfuerzo para equilibrar el cuidado de la familia mediante políticas públicas.
Las mujeres realizan solo un 39% de toda la producción de mercado en España, pero en cambio se encargan del 67% de la producción no remunerada, fundamentalmente trabajo doméstico y cuidado de niños y familiares dependientes.
Así pues, en España predomina el modelo de estado del bienestar del Sur de Europa, denominado por Saraceno (1994) familismo sin apoyo, caracterizado por una baja dotación de servicios públicos para atender a niños pequeños y mayores dependientes. Ello está altamente relacionado con mayores diferenciales de tiempo observados entre hombres y mujeres en el ámbito de las tareas domésticas. En otros países europeos con mejores políticas de apoyo a la conciliación laboral y familiar, las mujeres tienen una participación en el mercado laboral más elevada y la posibilidad de ajustar mejor su tiempo familiar y productivo, tanto doméstico como de mercado.
4. Consumo y producción de hombres y mujeres a lo largo de la vida
El déficit del ciclo vital (LCD) o diferencia entre el consumo y la renta laboral para cada edad considerado por el proyecto NTA no incluye las actividades de fuera del mercado (los servicios y cuidados recibidos principalmente de otros miembros de la familia). Al introducir este tipo de actividades no remuneradas, puede definirse el LCD doméstico como la diferencia entre el consumo de servicios domésticos y su producción a cada edad. Ambos perfiles se muestran comparados en el gráfico 4 para hombres y mujeres en España. Nótese que en el caso del LCD no remunerado el superávit (déficit) se convierte automáticamente en transferencias dadas (recibidas).
Por una parte, el perfil de LCD de mercado muestra que los hombres empiezan su excedente a edades ligeramente más tempranas, lo que indica que se incorporan antes al mercado laboral y con salarios más elevados. Por otra parte, en el LCD no remunerado son las mujeres las que presentan excedente a edades más tempranas, dato indicativo de que proporcionan más cuidados y servicios domésticos de los que reciben desde edades más tempranas que los hombres (22 contra 28 años). Sin embargo, debido, en parte, a que el sueldo de los trabajadores domésticos utilizado para dar un valor monetario a estas actividades no remuneradas es muy bajo, las actividades de mercado de los hombres superan con creces el nivel de excedente respecto a las actividades de las mujeres. En las edades avanzadas, se observa que los hombres pasan a consumir más de lo que producen en el mercado a los 62 años, mientras que el déficit de las mujeres comienza a los 54 años. Pero de nuevo ocurre lo contrario con el LCD no remunerado: los hombres comienzan a presentar déficit a los 49 años, mientras que las mujeres continúan proporcionando más servicios y cuidados de los que reciben hasta más allá de los 80 años.
Las mujeres españolas realizan actividades no remuneradas prácticamente a lo largo de toda su vida adulta, mientras que los hombres lo hacen entre los 30 y los 50 años (cuando son padres de niños pequeños).
El gráfico muestra también dos resultados especialmente importantes. Por un lado, como era de esperar, quienes más actividades domésticas consumen y, por lo tanto, más transferencias de tiempo reciben, son los niños, y esta necesidad es mayor cuanto menor es la edad. De hecho, el valor de los cuidados recibidos durante estas primeras edades es superior al de los recursos monetarios necesarios para cubrir las necesidades materiales. Por otro lado, las mujeres adultas son donantes netas de trabajo doméstico y cuidados prácticamente durante toda su vida adulta y hasta edades muy avanzadas, mientras que los hombres se convierten en receptores netos antes de los 50 años. Los hombres únicamente presentan un excedente en su LCD no remunerado coincidiendo con las edades en las que comúnmente son padres (30-50 años) de hijos jóvenes, lo que se confirma cuando separamos las actividades no remuneradas entre actividades del hogar y cuidado de otros familiares, ya que entonces puede observarse que la mayor parte del tiempo de producción doméstica de los hombres se concentra en el cuidado de los hijos.
5. Conclusiones
Si bien es difícil medir el bienestar económico individual y social, es indudable que hay que tener en cuenta, además del nivel de renta monetaria, la producción fuera del mercado (trabajo doméstico, cuidado de niños y personas mayores o dependientes). Si concluimos que dicha producción no remunerada es llevada a cabo fundamentalmente por las mujeres, un análisis correcto nos llevaría a una nueva definición de dependencia económica más allá de consideraciones meramente monetarias.
Este estudio muestra los perfiles por edad de consumo y producción remunerada y no remunerada diferenciados por sexo. Las estimaciones se refieren al año 2009-2010 en España, por ser el último año para el que se dispone de la Encuesta de Empleo del Tiempo realizada por el INE. Este tipo de análisis es crucial para visibilizar el papel de las mujeres no solo como trabajadoras de mercado, sino también en el trabajo no remunerado cuya contribución es vital para el bienestar social.
Nuestros resultados muestran que las mujeres son donantes netas de recursos no remunerados (trabajo doméstico y cuidado) a otros grupos de edad a lo largo de toda su vida adulta. Los hombres, en cambio, solo son donantes netos de este tipo de recursos entre los 30 y los 50 años, cuando se dedican mayoritariamente al cuidado de sus hijos.
Sin embargo, si se consideran los resultados como una fotografía de la situación observada en 2009-2010, los patrones diferenciados entre hombres y mujeres jóvenes y mayores reflejan también un cambio de comportamiento entre las generaciones más jóvenes en relación con las que nacieron hace más de 50 años. Por otra parte, el año de referencia de los datos se refiere justo al inicio de la crisis económica, y sabemos poco de cómo ésta ha influido en los roles de género a través de los cambios en los patrones productivos y de la nueva configuración de las transferencias públicas y privadas.
Nuestro estudio pone de manifiesto la importancia de los cuidados y las actividades no remuneradas para el bienestar de las personas, así como la necesidad de repensar el sistema de políticas públicas y sociales con el objetivo de reducir los costes de la conciliación familiar con el trabajo. Esta necesidad es evidente en el caso de las mujeres cuando son madres, ya que incrementan de forma muy desigual respecto a los hombres el número de horas de trabajo totales o quedan excluidas en muchos casos de la protección que supone tener un empleo remunerado.
6. Referencias
Anxo, D., L. Flood, L. Mencarini, A. Pailh, A. Solaz y M.L. Tanturri (2007): «Gender differences in time use over the life course in France, Italy, Sweden, and the US», Feminist Economics, 17(3).
Durán, M.A. (2010): Tiempo de vida y tiempo de trabajo, Bilbao: Fundación BBVA
Folbre, N. (2004): Family time: the social organization of care, Nueva York: Routledge.
Hammer, B., A. Prskawetz e I. Freund (2015): «Production activities and economic dependency by age and gender in Europe: a cross-country comparison», The Journal of the Economics of Ageing, 5 [DOI: 10.1016/j.jeoa.2014.09.007].
Lee, R., y A. Mason (2011): Population aging and the generational economy: a global perspective, Northampton: Edward Elgar.
Rentería, E., R. Scandurra, G. Souto y C. Patxot (2016): «Intergenerational money and time transfers by gender in Spain: who are the actual dependents?», Demographic Research, 34(24).
Saraceno, C. (1997): «Family change, family policy and the restructuring of welfare», en OECD (ed.): Family, market and community: equity and ef?ciency in social policy, París: OECD.
Waring, M. (1999): Counting for nothing: what men value and what women are worth, Toronto: University of Toronto Press.