Página Abierta
Entrevista con Alberto López Basaguren:
“Los errores seguirán marcando el futuro”

(Página Abierta, 240, septiembre-octubre de 2015).

 

En una conversación breve, telefónica, le preguntamos a este catedrático de Derecho Constitucional, experto en situaciones de procesos independentistas, como los de Escocia o Quebec, sobre las elecciones catalanas de 27 de septiembre, un día después de celebradas. Queremos conocer, por un lado, su valoración general de lo demostrado en esta tan particular convocatoria electoral. Y por otro, qué escenarios o panorama ve que se abre tras lo acontecido en ella. Estas fueron sus respuestas.

Creo que no se ha demostrado nada novedoso; se constata algo que ya sabíamos: la fuerza que ha cogido el movimiento por la independencia en Cataluña. Es verdad, no obstante, que si miramos su evolución con perspectiva histórica parece que, hoy por hoy, el independentismo ha tocado techo. Es más, se puede decir que ha tenido una pequeña pérdida –quizás al incrementarse la participación electoral– tanto en número de votos y porcentaje como en escaños, quedando sensiblemente por debajo de la suma de lo obtenido anteriormente por CiU y ERC.

Pero, en todo caso, se demuestra que el movimiento por la independencia, como ya he dicho, tiene una fuerza muy importante detrás y, sobre todo, que ha logrado movilizar a la parte más visible de la sociedad catalana. En este sentido, nos confirma algo que ya sabíamos, cuando menos desde hace tres años, y simplemente ahora se han puesto de manifiesto algunas cuestiones en relación a esos límites.

Pero sobre todo ha evidenciado cuáles son las consecuencias de la pasividad del sistema político español frente al problema planteado ya a partir de 2010 y, más específicamente, desde el 2012. Como decía Alistair Darling, el líder de Labour Party: cuando el adversario plantea un reto de este tipo y tú te quedas sentado a esperar, el adversario gana un terreno, de tal manera que a partir de ahí te pilla con el pie cambiado, y resulta, en consecuencia, muy difícil recuperar ese terreno. Un diagnóstico hecho sobre Escocia, plenamente válido para España.

En cuanto el panorama que se abre, pienso, en primer lugar, que lo que mejor nos permite entender el proceso seguido hasta aquí –o lo que lo ha condicionado–, más que los aciertos de unos, son los errores de otros. Tenemos, pues, que, de cara al futuro, prestar atención especialmente a los errores que unos u otros puedan cometer.

Los errores a los que está abonado el sistema político español han quedado ya claramente puestos de manifiesto: la incapacidad de plantear una alternativa que pueda contrarrestar el proyecto independentista, una alternativa que pueda luchar democráticamente por intentar ganar la voluntad de la mayoría de la sociedad catalana. Y ese, pues, es un defecto en el que parece que se puede seguir incurriendo.

Pero otro error en el que podría caer el sistema político español es el de intentar dar una solución precipitada, de prisa y corriendo, pretendiendo dar satisfacción al nacionalismo catalán, porque creo que, a largo plazo, eso volvería a ser negativo.

Los escenarios de futuro también pueden estar condicionados por los errores que cabe que cometa el independentismo.

Veremos en los próximos meses que efecto tiene para el proyecto independentista lo sucedido en estas elecciones. ERC y Convergencia han quedado debilitados respecto al anterior Parlamento. Ahora dependen de la CUP, la necesitan, y no sabemos qué condiciones va a exigir a cambio de su apoyo. En todo caso, como en su día ya se puso de manifiesto en el País Vasco –y en otros lugares–, cuando para una estrategia de estas características no hay una fuerza unificada que lo guíe y se depende, para su puesta en práctica, de un partido o un grupo como la CUP, las incógnitas abiertas son muy grandes.      

Y creo que el mayor error que podría condicionar muy claramente el futuro sería el que el independentismo cumpliese su promesa o amenaza –que cada cual la califique como quiera– de incumplir la legalidad.

Un proceso de este tipo exige mucha inteligencia y mucha paciencia política para ser guiado y hasta ahora el nacionalismo catalán ha demostrado que no la tiene (o no tiene al menos la paciencia necesaria que un proceso de este tipo, tan complejo, exigiría). Y, más bien, ha decidido acelerarlo en unas condiciones que ni en Quebec ni en Escocia parecían imaginables.

Si en esta coyuntura se lanzasen a una hipotética declaración unilateral de independencia, si llevaran a cabo su promesa de no cumplir la legalidad española y de incumplir las resoluciones del Tribunal Constitucional, yo creo que, en ese momento, el nacionalismo empezaría a perder la legitimidad que pueda tener en el exterior. Es muy difícil, desde luego, presentarse ante países que quieres que te reconozcan, o que avalen tu proceso frente a los errores del Estado español, con esas credenciales.

Aquí se ha repetido el mismo error que cometió Alex Salmond –uno de los pocos errores en que incurrió– en Escocia cuando dijo que si no llegaba a un acuerdo no pagarían la deuda. El nacionalismo escocés reconoció que había sido un grave error y, sin embargo, Artur Mas lo ha reproducido. Empezar con el incumplimiento de la legalidad lleva a un proceso cuyo control se escapa de las manos de las instituciones. Y a partir de ahí es muy difícil pretender que te respalden en el exterior.

[Cuando este artículo ya estaba en diseño llega la noticia de la imputación de Mas por parte del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Un error. Un hecho que victimiza a Mas, con lo que eso supone de posible cierre de filas de parlamentarismo independentista, y que insiste en la imprudencia, tal vez inducida por la torpeza del sistema político dirigido por Rajoy. A la par, Pedro Sánchez al hablar de la reforma constitucional regala perlas envenenadas a la opinión pública como: “En nuestra propuesta no irá el término nación para Cataluña”
(P. Abierta)].