Paloma Uría
Mujeres en los Nobel de Literatura
(Intervención en las XI Jornadas de Pensamiento Crítico, celebradas en Madrid los días 5 y 6 de diciembre de 2015).
(Página Abierta, 242, enero-febrero de 2016).

Los premios Nobel se instituyeron en 1895, cumpliendo la última voluntad de Alfred Nobel. Se otorgaron por primera vez en 1901 en las categorías de Física, Química, Medicina, Literatura y Paz. En 1968 se creó, además, el premio de Ciencias Económicas. El premio de Literatura lo decide por votación la Academia Sueca “a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. La elección depende, pues, de los gustos, conocimientos e inclinaciones de los dieciocho miembros de la Asamblea Sueca, pero siempre dentro de las personas propuestas. No es pues de extrañar que la inmensa mayoría de las personas premiadas pertenezca a la cultura occidental y a las lenguas mayoritarias o que hayan sido traducidas al sueco.

Catorce mujeres han ganado el Nobel de Literatura, lo que supone un 12,4% del total de premiados. Este dato no debe sorprendernos. Son muchos los factores sociológicos que han contribuido a la tardía participación de las mujeres en los ámbitos culturales, aunque esta participación sea muy superior a lo que habitualmente se reconoce, porque la historia de la cultura ha tendido a ignorar la participación femenina. Es, sin embargo, una presencia plagada de dificultades: la falta de independencia de las mujeres, el difícil acceso a la formación cultural y académica, el miedo al ridículo que ha llevado a algunas mujeres a ocultar su sexo utilizando seudónimos, la ausencia de reconocimiento o incluso el rechazo social. Algunas de estas circunstancias se han superado, pero pervive una mayor dificultad para publicar y darse a conocer y, por qué no reconocerlo, una persistente conciencia social de desconsideración de la capacidad literaria e intelectual femenina. A ello hay que añadir, en el caso del premio Nobel, el perfil de las instituciones encargadas de proponer y de decidir.

No obstante, se ha producido una sorprendente evolución en la concesión del premio. Si consideramos los primeros noventa años de su historia (desde 1901 a 1991), han recibido el Nobel seis mujeres y ochenta y un hombres, es decir, un 7% para ellas. Sin embargo, entre la década de los noventa y lo que va de siglo lo han recibido ocho mujeres y diecisiete hombres: un 32% de mujeres premiadas. El resultado es significativo y evidencia, por una parte, una cada vez mayor dedicación de las mujeres a la creación literaria y, por otra, probablemente un cambio de mentalidad social que alcanza, sin duda, a las instituciones culturales, cambio quizá no todavía suficiente, pero sí digno de consideración.

No me es posible analizar en conjunto la producción artística de estas escritoras. Son notables las diferencias de época, estilo y valoración literaria. Mi propósito es descubrir qué significado tiene para nosotros el evidente significante del hecho social de ser mujeres, escritoras, ganadoras del Nobel y, por lo tanto, de existencia relevante. Desde este punto de vista me propongo considerarlas desde diferentes perspectivas.

En primer lugar, aquellas mujeres que, en su tiempo, rompieron con las convenciones sociales que imponían a la mujer un papel determinado en la sociedad, el de esposa y madre, cuidadora y guardiana del bienestar familiar. En este grupo figuran al menos cuatro mujeres que nacen en el siglo XIX y realizan su labor en las primeras décadas del siglo XX: Selma Lagerlöf, Sigrid Undset, Peral S. Buck y Gabriela Mistral.

Mujeres que rompen moldes

Selma Lagerlöf (1858–1940) fue la primera mujer galardonada con un premio Nobel de Literatura. Nació en Marbacka, Suecia, en 1858 y falleció en 1940 tras una fructífera carrera literaria. Recibió el Nobel en 1905 “en reconocimiento al altivo idealismo, la vívida imaginación y la percepción espiritual que caracterizan a todas sus obras”. En 1914 ingresó en la Academia Sueca.

Realizó estudios superiores en una institución académica femenina, en una época en la que las universidades estaban vetadas para las mujeres. Ella misma nos cuenta que era muy aficionada a la lectura y muy poco a las faenas domésticas: “además de ser torpe en la cocina y peor en el bordado”, nos dice. Pertenecía a una familia acomodada, pero la ruina familiar le obligó a dedicarse a la docencia para ganarse la vida y ayudar a su familia. Simultáneamente, comenzó a escribir poemas y artículos de prensa. Durante la Segunda Guerra Mundial ayudó a los intelectuales y escritores a huir de la persecución nazi; entre ellos, a la judía alemana Nelle Sachs, quien a su vez recibirá el Nobel de Literatura en 1966. Y posteriormente, apoyará a los refugiados finlandeses de la Guerra de Invierno contra la invasión soviética.

Aunque al principio pasó desapercibida, su primera obra, La saga de Gösta Berling  (1891), novela de héroes y caballeros, llegó a alcanzar un gran éxito en su país. Es de destacar que el éxito de esta novela le llega a Selma a través de la Asociación Feminista de Lectoras de Dinamarca. Más conocido en España es El maravilloso viaje de Nils Holgerson a través de Suecia (1906–1907), una novela concebida para la infancia que enseña el amor por la naturaleza a la vez que la geografía, la cultura, la mitología y las costumbres del país escandinavo.

En la vida de Selma Lagerlöf destacan las amistades femeninas. En 1886 inició una estrecha colaboración con la principal figura del movimiento feminista sueco, Sophie Adlesparre, una periodista y activista por los derechos de la mujer que demandaba el derecho a la educación superior y el acceso a más profesiones para las mujeres (1).

Una amistad decisiva en su vida fue la que le unió a Sophie Elkan, también escritora, que se convertirá en su amiga y compañera hasta la muerte de Sophie en 1921. Con ella viajó por Europa, Egipto y Palestina. Además de una estrecha amistad, mantuvo con Sophie una interesante correspondencia, una selección de la cual fue recogida en el libro Tú me enseñas a ser libre (1992). Selma entabló también una duradera relación con una maestra, Valborg Ohlander, con la que mantuvo una larga correspondencia de la que se desprende, según algunas investigadoras, unos intensos sentimientos pasionales.

Selma Lagerlöf es, pues, un paradigma de mujer independiente, en una época en la que esto constituía una ruptura de moldes. Se gana la vida con la docencia y la escritura, mantiene firmes opiniones contra la discriminación y la pobreza, ayuda a refugiados y perseguidos, viaja acompañada de otra mujer. Sus estrechas amistades femeninas han llevado algunas investigadoras a insinuar un posible lesbianismo que ni fue público ni se refleja en su obra, pero tiene interés en cuanto expresión de una vida más libre, así como para la genealogía del movimiento lésbico.

Sigrid Undset (1882–1949) pertenece también a aquella primera generación de mujeres emancipadas que se ganaban la vida con su trabajo. Nacida en Dinamarca, su familia se trasladó a Noruega, donde realizó sus estudios pero no pudo acceder a la universidad a causa de la muerte de su padre. A los dieciséis años empezó a trabajar para mantener a su madre y a su hermana, mientras que durante la noche se sentaba en la cocina a escribir. Como diría Virginia Woolf, carecía de habitación propia. 

En 1909 y 1910 viajó por Europa gracias a una beca para escritores jóvenes. En Roma se casó con un pintor noruego, divorciado y con tres hijos; con él tuvo tres hijos más y formó un hogar en el que cuidaba a los seis niños. Se vio entonces totalmente absorbida por la atención de un hogar, y la escritura volvió al reducto nocturno. En 1919, el matrimonio se rompió y Sigrid se instaló en una tranquila finca campestre en Noruega, donde acometió su gran obra, la monumental trilogía Cristina, hija de Lavrans (1920–1922) ambientada en el siglo XIV; una novela histórica sobre el medievo y el espíritu del cristianismo como fuerza civilizadora. Concluida la redacción del libro, con 43 años, Sigrid se convirtió al catolicismo, lo que provocó una gran conmoción en aquel país firmemente luterano y antipapista.

Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1928, “principalmente por sus poderosas descripciones de la vida en el Norte durante la Edad Media”. El secretario del Comité del Nobel celebró, además, que el premio hubiese recaído en una mujer.

En sus primeras novelas, La señora Marta Ulia (1907) y Jenny (1911), las protagonistas son mujeres modernas, con una vida emancipada, que realizan actividades consideradas altamente impropias en la época, como ganarse la vida, viajar o mantener relaciones libres con los hombres, pero que acaban pagando cara su libertad.

En estas obras primerizas, así como en su ensayo Punto de vista de una mujer (1919), polemiza con el naciente movimiento feminista al hacer hincapié en los costes de la igualdad. En su opinión,  “el movimiento feminista se ha ocupado tan sólo de las ganancias y no de las pérdidas de la liberación”. “Y es que, en este arduo proceso hacia la igualdad, las mujeres hemos sufrido un enorme daño colateral, al dejar en el camino algo que nos es consustancial: la esencia femenina, la feminidad”. En realidad se ha producido en la autora una clara evolución que algunos críticos relacionan con la crisis espiritual que se produce en la conciencia europea a raíz de la Gran Guerra (2).

Pearl S. Buck (1882–973) fue una de las escritoras estadounidenses más leída y, paradójicamente, hoy día más olvidada. Su trayectoria vital se sale de la vida común de una mujer norteamericana. Hija de un misionero presbiteriano, su familia se trasladó a China y permaneció allí durante más de cuarenta años. Creció en un ambiente rural y feudal y se impregnó de su cultura milenaria; hablaba correctamente el mandarín. En China vivió la convulsa época de la caída del imperio de la dinastía Qing y los enfrentamientos entre el Kuomitang y el Partido Comunista, y sobrevivió a los trágicos sucesos de Nankin. Tuvo una hija de su primer matrimonio con un estadounidense del que acabó divorciándose.

En 1934 se trasladó definitivamente a EE. UU. con su segundo esposo; compraron una granja en la que establecieron su hogar y adoptaron a siete niños, algunos mestizos. Se convirtió, entonces, en una activa defensora de los niños más desfavorecidos, discapacitados, refugiados o rechazados por su raza, creando refugios y fomentando su adopción.

Tomó parte activa en el movimiento en pro de los derechos civiles, en una época en la que aún pocos intelectuales se habían comprometido en ello. Apoyó también activamente la lucha por los derechos de las mujeres, promoviendo el control de la natalidad y la planificación familiar. En su ensayo  Of Men and Women (1941) reclama el derecho de las mujeres a la educación y el trabajo: “Una mujer inteligente, enérgica y educada no puede esconderse entre cuatro paredes –ni siquiera paredes forradas de raso o revestidas con diamantes– sin descubrir, tarde o temprano, que está en la celda de una prisión”.

En sus primeras novelas retrata con un estilo realista la vida rural en una China todavía feudal, sin caer en el exotismo y con muestras de respeto hacia su religión y su cultura. La dura vida de las mujeres, sometidas y esclavizadas, pero al mismo tiempo pilares de la familia china, ocupa una buena parte de su narrativa. Obtiene el premio Pulitzer por La buena tierra (1931) y el Nobel en 1938. Escribió más de 70 obras entre novelas, relatos, biografías…, y gozó de una gran popularidad en EE. UU. y en Europa.

Gabriela Mistral, seudónimo de Lucila Godoy Alcayaga (1889–1957), nació en Chile y murió en Nueva York. Representa un modelo de mujer muy poco convencional, alejada del papel tradicional que era de esperar en su ambiente. Ejerció como maestra, profesora de secundaria y directora de escuela. Su vida se movió entre la literatura, la docencia y la carrera diplomática, lo que le permitió realizar numerosos viajes y pasar largas temporadas en ciudades europeas, norteamericanas y latinoamericanas.

Recibió el Nobel en 1945 “por su poesía lírica que, inspirada por poderosas emociones, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”. Tras ganar el premio, se estableció en Santa Bárbara (California). Fue entonces cuando conoció a una joven escritora estadounidense, Doris Dana –cuya personalidad le fascinó–, que fue su compañera inseparable durante veinte años. Criticada en su país por su supuesta sexualidad “desviada”, rechazó siempre la existencia de una relación amorosa. A pesar de eso, es innegable la pasión subyacente en versos y poemas de amor que le dedica la escritora en sus intercambios de cartas (Niña Errante, 2009).

Reclamó insistentemente el derecho de las mujeres a la educación para lograr la independencia del control masculino. En su ensayo La instrucción de la mujer (1906) afirma: “Instrúyase a la mujer; que no hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el del hombre… Tendréis en el bello sexo instruido menos miserables, menos fanáticas y menos mujeres nulas... Que pueda llegar a valerse por sí sola y deje de ser aquella creatura que agoniza de miseria si el padre, el esposo o el hijo no la amparan”.

Sin embargo, en sus poemas no hallamos expresión de estas ideas. En su poesía, tras un primer libro con influencias modernistas (Desolación), desarrolló una lírica intimista, con alientos religiosos, en la que tienen protagonismo aquellas personas a quienes la autora considera más débiles: las mujeres pobres, los niños, los obreros y los pueblos latinoamericanos. En sus poemas encontramos un reconocimiento de la vida sumisa y entregada de la mujer latinoamericana, esposa y madre abnegada; pero también reflejó a través de su poesía “las aflicciones, la pérdida del amor, la frustración y los límites de su sexo, aquellas cosas que impedían a la mujer acceder a una vida más equitativa, no en términos laborales, sino en términos humanos” (3).

Feminismo

En los años clave del movimiento feminista contemporáneo, es decir, la década de los setenta, no recibió el Nobel de Literatura ninguna mujer que pueda representar las aspiraciones de este movimiento emancipador. Hay que esperar al siglo XXI, cuando el movimiento ha perdido su fuerza, cuando las principales reivindicaciones han sido alcanzadas en Occidente, al menos formalmente, para descubrir a una mujer premiada que se declare abiertamente feminista.

Se trata de Elfriede Jelinek (1946), la novelista y dramaturga de nacionalidad austriaca, hija de padre judío checo y de madre vienesa. Jelinek estudió música en el Conservatorio de Viena. Militó en el Partido Comunista. Muy crítica con su país, al que reprocha que siga anclado en su pasado nazi, su obra es sumamente provocadora y la autora es aplaudida u odiada cordialmente. Recibió el Nobel en 2004, “por su flujo musical de voces y contra-voces en novelas y obras teatrales que, con extraordinario celo lingüístico, revelan lo absurdo de los clichés de la sociedad y su poder subyugante”. La concesión del premio fue controvertida y provocó la renuncia de uno de los miembros de la Academia en protesta por la distinción (4). Escribe novela, teatro, poesía, guiones cinematográficos, ensayos… Entre las novelas podemos citar Las amantes (1975), La pianista (1983) y Deseo (1989).

Jelinek se declara feminista y explica con rotundidad sus motivos: “Sí, soy una feminista. No creo que cualquier mujer capaz de pensar pueda ser otra cosa que una feminista. La lucha no es un mero combate contra la supremacía masculina y contra la negativa del hombre a dejar que la mujer participe de la vida pública, como debería ser, sino que es una lucha contra todo un sistema de valores patriarcal, al cual también yo estoy sometida, aun cuando, de alguna manera, haya podido ‘imponerme’ y ganar premios. En la sociedad patriarcal es el hombre quien tiene el poder de juzgar, y la mujer debe doblegarse ante su juicio porque no ha podido instalar su propio sistema de valores” (5).

Su feminismo no aparece bajo una óptica amable en su obra. Las mujeres de sus novelas son imágenes estereotipadas (Las amantes) o personas incapaces de realizarse en una sociedad patriarcal, dominada por el sexo (La pianista). Por ello Jelinek, comentando su novela Deseo, afirma: “El sujeto del deseo es el hombre, y cuando lo es la mujer no tiene –aún no tiene– un lenguaje para su deseo. Quiero añadir que si no he podido dar esta voz a mi personaje es porque tampoco he sabido encontrarla para mí misma”. Y añade: “He intentado construir el lenguaje femenino de lo pornográfico, pero he visto que es imposible dado que la óptica de lo obsceno es inevitablemente masculina”.

El lenguaje literario de Jelinek sorprende e hipnotiza. Afirma que su método tiene que ver fundamentalmente con la música, con la acústica, con el sonido de las palabras. Y así teje un estilo cargado de giros, metáforas, ironías, cambios de registro y citas textuales, creando un lenguaje denso que se convierte en verdadero protagonista de su obra.

Doris Lessing (1919–2013), feminista a su pesar, dijo no haber querido incluir ningún mensaje político en su obra y, sin embargo, fue el icono de causas marxistas, anticolonialistas, antisegregacionistas y feministas.

Aunque nacionalizada británica, nació en Irán, donde su padre estaba destinado. Su familia se trasladó a Rhodesia (Zimbabue); allí pasó su infancia y juventud hasta los 30 años y tomó conciencia de la discriminación racial. Se fue muy joven de casa, ganándose la vida con diversos empleos. En 1939 se casó y tuvo dos hijos, se divorció cuatro años después y se unió a un grupo de jóvenes de ideas comunistas; se volvió a casar con un judío alemán de formación marxista y tuvo a su tercer hijo. Sus inquietudes intelectuales y literarias chocaban con sus obligaciones de esposa y madre, por lo que se divorció de nuevo y, en 1949, con 34 años, decidió trasladarse al Reino Unido en busca de nuevos horizontes, llevándose sólo a su hijo pequeño.

Inició entonces una fructífera carrera literaria, sin abandonar su compromiso político y social. Militó en el Partido Comunista Británico hasta el profundo desengaño que sufrió a raíz de las revelaciones del XX Congreso del PCUS y de la represión de la revolución en Hungría. Mantuvo, sin embargo, su activismo contra el despliegue de armas nucleares en el Reino Unido y contra el apartheid en Rhodesia y en Sudáfrica.

Doris Lessing es, sin duda, una de las novelistas fundamentales del siglo XX, autora de obras tan interesantes como Canta la hierba (1950), la pentalogía Hijos de la violencia (1952–1969) o La buena terrorista (1985), y ha recibido prestigiosos premios literarios, principalmente en las décadas de los setenta y de los ochenta. Sorprende, por ello, la tardía concesión del Nobel en el 2007 (6), cuando podríamos afirmar que era ya una escritora parcialmente olvidada.

En su novela El cuaderno dorado (1962) salda cuentas con su pasado ideológico retratando a una generación de jóvenes comprometidos con unos ideales de justicia que fueron traicionados por la evolución de la URSS. El libro fue posteriormente recibido como una proclama feminista por el MF.

El cuaderno dorado no es una novela explícitamente feminista (no existía aún, en 1962, un movimiento feminista del que pudiese ser portavoz). Sin embargo, en la década siguiente de su publicación, el movimiento feminista británico se sintió representado en El cuaderno dorado. Y no es de extrañar, porque sus protagonistas (Anna Wulf y Molly) se han convertido en símbolo de las mujeres que, contra viento y marea, preservan su independencia de criterio, su autonomía, su capacidad para la creación artística, para el compromiso social y político, para la comprensión de las debilidades humanas, para el diálogo, sin por ello renunciar a las relaciones maternales o amorosas. Fracasadas, pero nunca vencidas, expresan su deseo de continuar, como dicen en la novela, empujando la roca hacia la cima de la montaña.

En sus últimos años, recordada como icono feminista, protesta contra esta clasificación y expone su visión del feminismo finisecular del que rechaza, dice, su constante confrontación con los hombres.

La vida de las mujeres

Las mujeres tienen una presencia relevante en muchas de las obras de las escritoras premiadas, unas veces formando parte del entramado social y algunas veces con ánimo reivindicativo o de denuncia de la discriminación o sumisión patriarcal. Hay también algunas escritoras que con su obra nos sumergen en el mundo femenino, crean un microcosmos en el que podemos penetrar y comprender la psicología, los sentimientos, las dificultades y logros, los amores y desamores, los ocios y los trabajos desde la perspectiva de las mujeres. Ese es el caso de Toni Morrison, Alice Munro y Svetlana Aleksiévich.

Toni Morrison, “quien en novelas caracterizadas por  su  fuerza visionaria y sentido poético da vida a un aspecto esencial de la realidad estadounidense” (Academia Sueca), recibió el Nobel en 1993: todo un acontecimiento al tratarse de la primera mujer negra premiada. Ya había ganado el Pulitzer en 1988 por Beloved y había publicado novelas de éxito, como Ojos azules (1970), Sula (1973) o La canción de Salomón (1977).

Nació en el Estado de Ohio en 1931 en una familia de clase trabajadora. Se graduó en Filología inglesa, fue profesora en diversas universidades de EE. UU. y editora en Random House. Es una entusiasta combatiente a favor de los derechos civiles, comprometida con la lucha contra la discriminación racial.

En sus obras habla de la dura vida de la comunidad afroamericana, especialmente en los tiempos de la esclavitud y de la fuerte opresión racial. Toni Morrison ha dicho que la presencia de lo femenino es esencial en su obra: la vida de las mujeres, sus sufrimientos y su fortaleza cobra especial protagonismo, aunque a veces entra en contradicción con algunas de las posiciones feministas contemporáneas.

Acerca de Beloved, dice su autora: “Puse una mujer como protagonista porque no estaba de acuerdo con alguna idea del feminismo en las grandes ciudades de los años ochenta. Una de sus banderas era el derecho a no tener hijos, a ser dueña de su propio cuerpo, y, bueno, mirando al pasado descubrí que las mujeres de entonces buscaban tener hijos como un derecho. Justo lo contrario. Buscaban el derecho de poder criarlos, cuidar de ellos. En Beloved hay una mujer que es tan dueña de sus hijos que hasta los puede matar y esa es una idea revolucionaria…”.

Alice Munro (Ontario, 1931) vivió de joven en una granja, en una época de depresión económica, y esta vida en un ambiente rural fue decisiva como transfondo en gran parte de sus relatos. Estudió en la Universidad de Western Ontario, donde trabajó para pagarse sus estudios. Se casó en 1951 y tuvo tres hijas. En 1963 se trasladó a Victoria, donde regentó con su marido una librería. Se divorció en 1972, se volvió a casar y se convirtió en una fructífera escritora-residente en su antigua universidad. Ha escrito doce colecciones de cuentos y dos novelas.Recibió el premio Nobel en 2013 aclamada como “maestra del cuento corto contemporáneo”, en palabras de la Academia Sueca.

En sus narraciones, el protagonismo de las mujeres es absoluto, ya sean niñas, ancianas o mujeres de mediana edad. Tomando sus relatos en su conjunto, nos encontramos con una visión del mundo desde una perspectiva femenina en el que las mujeres superan el peso de una educación tradicional, luchan por su independencia, aunque a veces no lo consigan, se enfrentan al abandono, a la decepción y al dolor. Algunos relatos son optimistas y esperanzadores: las mujeres revisan su pasado o se enfrentan a su futuro con determinación; otros, en cambio, están teñidos por el fracaso e incluso la tragedia, pero expresado todo ello con serenidad y aceptación.

No estamos ante una escritora feminista en el sentido habitual del término. No tenemos reivindicaciones explícitas de los derechos de las mujeres o abiertas denuncias de la discriminación o de la opresión femenina; sin embargo, la fuerte personalidad de sus personajes, su fortaleza, su lucha contra las convenciones sociales y su particular interpretación de la vida producen un efecto insuperable capaz de mostrar  el valor y “la vida de las mujeres”.

Svetlana Aleksiévich (1948), hija de dos maestros, él bielorruso y ella ucraniana, nació en la Ucrania soviética y se estableció en la república de Bielorrusia. Estudió periodismo. Su obra es una crónica personal de la historia de los hombres y mujeres soviéticos y postsoviéticos, a los que entrevistó para sus narraciones durante los momentos más dramáticos de la historia de su país. Enfrentada al régimen autoritario y a la censura del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, abandonó su país por un tiempo y en 2011 volvió a Minsk. Acaba de recibir el Nobel de Literatura de 2015 “por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo” (Academia Sueca).

Su narrativa pertenece a un género que podemos llamar novela colectiva. En sus textos, a medio camino entre la novela y el periodismo, recoge testimonios individuales. En Los muchachos de zinc (1989) hablan las madres de soldados rusos que participaron en la Guerra de Afganistán, en Voces de Chernóbil (1997) expone el heroísmo y sufrimiento de quienes se sacrificaron en la catástrofe nuclear de Chernóbil. En su última obra, Época del desencanto. El final del homo sovieticus, procura hacer un retrato generacional de todos los que vivieron la dramática caída del Estado comunista soviético.

En La guerra no tiene rostro de mujer (1983), su primera novela, recoge las voces de las mujeres que participaron de forma activa en la Segunda Guerra Mundial. En su introducción leemos: “La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana. En esta guerra no sólo sufren las personas, sino la tierra… Pero ¿por qué?, me preguntaba a menudo, ¿por qué, después de haberse hecho un lugar en el mundo que era del todo masculino, las mujeres no han sido capaces de defender su historia, sus palabras, sus sentimientos…? Se nos oculta un mundo entero. Su guerra sigue siendo desconocida… Yo quiero escribir la historia de esta guerra. La historia de las mujeres”.

Tres luchadoras por la libertad y una poeta genial

En la segunda mitad del siglo XX, la Academia Sueca concede el Nobel de literatura a tres escritoras que han dedicado su obra a denunciar la injusticia y la discriminación, y a una poeta genial.

Después de veintiún años sin mujeres, en 1966 obtuvo el premio la poeta alemana de origen judío Nelle Sachs (1891–1970). Sus poemas están dedicados a la tragedia de los judíos desaparecidos en los campos de exterminio, a la persecución y la fuga, al destino trágico del pueblo de Israel, que se convierte en símbolo de la existencia humana. Pasaron veinticinco años y en 1991 obtuvo el Nobel la sudafricana Nadine Gordimer (1923–2014). Todas sus novelas tienen la segregación racial como telón de fondo y los cambios sociales posteriores. Herta Müller (1953) nació en Rumanía, dentro de la minoría germana de los suabos del Danubio. Formó parte de un grupo de intelectuales que denunciaban la dictadura de Ceausescu. En 1987 se exilió a Alemania y vive en Berlín. Obtuvo el Nobel en 2009. En sus novelas denuncia la dictadura comunista y la persecución de la minoría alemana.

La poeta Wis?awa Szymborska (19232012) pasó toda su vida en Cracovia. Fue miembro del partido comunista polaco, del que con el tiempo se distanció (7). Recibió el Nobel de Literatura en 1996. Decía Szymborska que cuando escribía poesía huía de las grandes palabras. Su poesía interroga, más que afirma, en un tono coloquial cargado de ironía y sentido del humor con el que aborda tanto la cotidianidad como graves temas metafísicos. Su aparente levedad es engañosa pues nos enfrenta a preguntas sin respuesta. La solidaridad, la compasión, la emoción y la inteligencia recorren sus versos (8).
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(1) Desde el inicio de su labor como maestra, Selma Lagerlöf entabló amistad con una compañera, que se encargará de difundir su obra. Otra de sus amigas le contagió su interés por las cuestiones sociales: la pobreza, el alcoholismo, la discriminación de la mujer y la ignorancia, lo que dejarán huella en su carrera literaria.
(2) “La guerra y los años subsiguientes a la misma me confirmaron las dudas que yo tenía acerca de las ideas en las que había sido educada; empecé a pensar que el liberalismo, el feminismo, el nacionalismo, el socialismo, el pacifismo, fracasarían, porque se obstinaban en no considerar a la naturaleza humana tal como ella es en realidad. Partían del supuesto de que el género humano tenía que progresar, cambiándose en algo distinto de lo que era. Yo, que me había alimentado de prehistoria y de historia, no creía gran cosa en el progreso”.
(3) http://www.casamerica.es/contenidoweb/gabriela-mistral-modelo-feminista.
(4) Se trató de Knut Ahnlund, quien declaró: “El premio Nobel del año pasado no sólo ha causado un daño irreparable a todas las fuerzas progresistas, sino que ha confundido la visión general de la literatura como arte”. Poco tiempo antes, en mayo de 2004, Jelinek decía: “Nadie logrará hacerme renunciar a mis bromas estúpidas, a mi tono desengañado, ni siquiera por la fuerza; bueno, quizá por la fuerza. Cuando yo quiero decir algo, lo digo como quiero. Al menos quiero darme ese gusto, aunque no consiga nada más, aunque no logre ningún eco” (https://es.wikipedia.org/wiki/Elfriede_Jelinek).
(5) http://www.avizora.com/publicaciones/reportajes-y-entrevistas/textos-0002/0008-elfriedejelinek.htm.
(6) Por su “capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria”.
(7) “Después de la fuerte crisis de los años cincuenta, comprendí que la política no era mi elemento… No considero aquellos años totalmente perdidos. Me dieron una resistencia ante cualquier tipo de doctrina”, afirmaba posteriormente.
(8) Página Abierta recogía una semblanza y poemas de ella en el número 220 de mayo-junio de 2012.