Paloma Uría
Charles Dickens sigue vivo
(Página Abierta, 220, mayo-junio de 2012).

Este año se conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens (1812-1870). Desde hace algunos años han ido apareciendo en las librerías españolas nuevas traducciones de las principales obras del autor británico. Se trata de ediciones cuidadas y de traducciones modernizadas que acercan al lector a una expresión literaria más actual, aunque algunos sentimos nostalgia de aquella prosa de las traducciones anteriores, algo arcaizante y por lo tanto más fiel a la época; en todo caso, muchos lectores sin duda apreciarán las nuevas versiones.

Siempre es un placer leer a Dickens, probablemente el autor más completo de la novela decimonónica en lengua inglesa, de la llamada novela victoriana (1), y uno de los grandes representantes del realismo en la literatura, en su caso teñido a menudo por un toque sentimental e ingenuo. Uno de los rasgos característicos de sus relatos es el empeño reformista y la crítica de las injusticias sociales: denuncia la miseria de los suburbios, el trabajo infantil, la nefasta educación pública, la dura vida de las clases trabajadoras, la mala administración de la justicia. Fustiga también defectos morales, como la hipocresía, el afán de aparentar, la insensibilidad ante el dolor y la injusticia...

Sus personajes son, a veces, un tanto maniqueos, como es frecuente en la novela realista, pues representan la lucha entre el bien y el mal; pero sus novelas no son simples relatos moralistas: la complejidad de muchos de sus personajes, las evoluciones de la trama presentan una sociedad y unas historias absorbentes que provocan emoción e intriga y mantienen en todo momento la atención del lector. Por otra parte, el fino humor con el que aborda situaciones y personajes funciona a modo de técnica de distanciamiento.

Muchas de las novelas de Dickens fueron apareciendo por entregas. La novela de folletín fue muy característica de la narrativa decimonónica y Dickens fue un buen ejemplo de la utilización de este método. La novela por entregas facilitaba su difusión y servía para hacerla llegar a amplios estratos sociales, incluso a los más populares, y fue una de las causas del triunfo del género narrativo en el siglo XIX. Al mismo tiempo, hacía que el autor pudiese ir modelando la trama en función de los gustos o exigencias del público lector. Este hecho configura, para bien o para mal, algunos de los rasgos de la novela dickensiana: el moralismo, las no muy verosímiles coincidencias en la trama, el sentimentalismo y también las preocupaciones sociales en una época de intensa industrialización y profundos cambios sociales.

Uno de los objetivos de este artículo es animar a releer o a descubrir a Dickens. Valgan para ello unos breves comentarios de algunas de sus novelas.

«No ha habido tiempos mejores, no ha habido tiempos peores; fueron años de buen sentido, fueron años de locuras; una época de fe, una época de incredulidad; lapso de luz, lapso de tinieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; lo teníamos todo ante nosotros, no había nada ante nosotros; todos íbamos derechos al cielo, todos marchábamos en sentido contrario. Aquel periodo fue, en una palabra, tan semejante al actual que algunas de sus personalidades más vocingleras reclamaban para el mismo que le fueran aplicados, exclusivamente en lo bueno y en lo malo, los calificativos más extremos» (2).

Este espléndido párrafo da comienzo a una de las más conocidas novelas de Charles Dickens, Historia de dos ciudades (A Tale of Two Cities, 1859). Esta novela, escrita en su etapa de madurez, difiere, en algunos aspectos, del resto de su obra. La parte central de la trama se aleja de la sociedad contemporánea de la Inglaterra victoriana y sitúa la acción en la Francia revolucionaria: la Revolución francesa está, sin embargo, muy cerca de su tiempo y de la memoria de sus gentes. También se aleja de sus ambientes y personajes preferidos, los de personajes humildes, los niños, los barrios pobres, y coloca a los protagonistas británicos en un ambiente más acomodado y noble, mientras que, en Francia, la acción se desarrolla entre los sectores populares revolucionarios. Otra de las diferencias notables es la ausencia del humor tan característico del autor: no tenemos a esos personajes hilarantes, entrañables las más de las veces, que constituyen uno de los mayores atractivos de su narrativa; tampoco encontramos en su prosa ese tono sentimental, a veces lacrimoso, que abunda en su estilo; es una prosa realista, como es habitual, pero más sobria y contenida.

Historia de dos ciudades es una novela notable. El narrador, subyugado por los acontecimientos históricos, oscila entre la emoción y el terror; entre la comprensión de las causas que provocan la revolución y el horror ante la crueldad del pueblo desatado: entre la justicia y la guillotina. La toma de la Bastilla es una de las páginas memorables de la furia del pueblo en armas, así como la impasibilidad de las tejedoras, quienes, después de tanto sufrimiento y opresión, no dejan lugar a la compasión y disfrutan de su venganza. Unas páginas que no juzgan, que tratan de comprender, pero que retroceden horrorizadas ante el sangriento desenlace.

Con la excepción de Historia de dos ciudades, todas sus novelas tienen como escenario la sociedad contemporánea del autor, preferentemente la vida londinense y, en especial, la de los barrios pobres y la dura vida de sus gentes. Los niños pobres, huérfanos o abandonados que luchan por subsistir protagonizan muchas de sus historias, y en ellas encontramos abundantes rasgos autobiográficos, ya que su propia infancia estuvo llena de dificultades, con una familia abrumada por las deudas, lanzado a ganarse la vida desde los doce años trabajando en una fábrica de betún y abriéndose camino duramente en monótonos trabajos periodísticos hasta que le llega el éxito con sus novelas y cuentos.

David Copperfield (1850) es la primera novela que escribe en primera persona. De carácter autobiográfico, recoge los difíciles años de aprendizaje de David Copperfield, su infancia en un internado a merced de la incompetencia y la crueldad de su director, el trabajo, siendo aún niño, en una fábrica de botellas. También autobiográficos son sus primeros encargos periodísticos recogiendo los debates de las sesiones parlamentarias, así como la publicación de las primeras novelas y el triunfo posterior como escritor reconocido.

Lo más atractivo de la novela reside, en mi opinión, en muchos de sus personajes secundarios, que retrata con fino humor. Su tía, la extravagante señorita Trotwood, en perpetua batalla con los burros que invaden su jardín; Mr. Dick, empeñado en escribir un memorial que nunca termina porque se introduce constantemente en sus escritos la cabeza del decapitado rey Carlos I; y, sobre todo, la familia Micawber, en cuya historia vuelca de nuevo rasgos de su propia biografía, pues Mr. Micawber, lo mismo que le ocurrió al padre del autor, no consigue salir de sus deudas y acaba en la cárcel de deudores con toda su familia. Narra con ironía teñida de simpatía y gracia los disparatados proyectos de este personaje y sus correspondientes fracasos; el tránsito del mayor optimismo a la suma desesperación, hasta la emigración a Australia huyendo de los deudores y en busca de nuevas perspectivas. Como muchas de sus novelas, expresa la dura lucha por la vida con un final que, aunque se presenta feliz, encierra, sin embargo, el fracaso de la amistad y la pérdida de las ilusiones juveniles.

Grandes esperanzas (Great Expectations, 1860-1861), publicada también por entregas y llevada varias veces al cine, es una de las novelas más apreciadas por la crítica. Al igual que David Copperfield, puede considerarse una novela de formación (bildungsroman), está escrita en primera persona y recoge también elementos autobiográficos. Dickens introduce en este relato un elemento de misterio con tintes de novela policiaca, muy al gusto de la novela de folletín (y quizá influido por su amigo, el también escritor Wilkie Collins, creador de las novelas de misterio). El protagonista es Pip, un niño huérfano y pobre. En el nudo de la trama está otro de sus personajes memorables, la señorita Havisham, que vive en una gran mansión ataviada con el traje de novia de una boda que no pudo contraer en épocas ya lejanas. El misterio se teje en torno a una imprevista fortuna que Pip recibe y que cambia su vida. Se traslada a Londres donde se educa y vive como un joven «con grandes esperanzas», pero el oscuro origen de su fortuna hace que su mundo y sus expectativas se hundan.  Es una novela más pesimista, melancólica y con un mayor aliento poético.

Nuestro común amigo (Our Mutual Friend, 1865) es la última novela acabada de Dickens y quizá la más ambiciosa y compleja. El río Támesis se erige en protagonista en un primer capítulo impresionante. Una barca faena en sus aguas: «No llevaba red, ni anzuelo, ni sedal, y no podía ser un pescador; su bote no tenía cojín para pasajeros, ni pintura, ni inscripción, ni más accesorio que un oxidado bichero y un rollo de cuerda, y él no podía ser marinero… La marea, que había cambiado hacía una hora, ahora iba a la baja, y sus ojos observaban cada remolino y cada fuerte corriente de la amplia extensión del agua a medida que el bote avanzaba ligeramente de proa contra la marea…». Y así termina el capítulo: «Lo que llevaba a remolque embestía contra el bote de mala manera cada vez que se detenía, y a veces parecía intentar soltarse, aunque lo más habitual era que lo siguiera de manera sumisa. Un neófito podría haber fantaseado que las olas que pasaban por encima del bulto eran, de un modo espantoso, como leves cambios de expresión en una cara sin vida; pero el Jefe no era un neófito, y no tenía fantasías»(3). La faena consiste en la pesca de cadáveres para robar lo que puedan llevar consigo de algún valor.

El autor elabora varias líneas narrativas, aparentemente independientes, que acaban convergiendo. Los ambientes en los que se desarrolla son más variados que en otras obras. Los barrios bajos londinenses, el mundo de la abogacía (el Temple, Lincoln´s Inn), la sociedad elegante, los nuevos ricos, la política y la Cámara de los Comunes…, por lo que puede leerse como un análisis crítico de la sociedad victoriana. Su humor es ahora más amargo, lo que acentúa el distanciamiento con respecto a sus personajes.

Es interesante la reivindicación que hace de los judíos, en una época en la que el antisemitismo se extiende por Europa (pocos años más tarde estallará el caso Dreyfus en Francia). El judío Riah es un anciano venerable, digno y compasivo que sufre el acoso y el desprecio de los cristianos y que, en lugar de practicar la usura, destaca por su espíritu generoso, mientras que el verdadero usurero y prestamista es su empleador, cristiano y de la buena sociedad londinense. A pesar de su mayor pesimismo en la pintura de la sociedad, el autor recoge todas las líneas argumentales en un final feliz en el que triunfan los buenos sentimientos  y se castiga a los malvados. Quizá este desenlace puede parecer un tanto ingenuo al lector actual, pero es, probablemente, una de las exigencias de un público lector popular así como de las intenciones reformistas de Charles Dickens. No olvidemos que «No ha habido tiempos mejores, no ha habido tiempos peores»: quizá lo mismo podemos decir de tiempos los actuales.

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(1) La reina Victoria reina en Gran Bretaña entre 1837 y 1901.
(2) Charles Dickens, Historia de dos ciudades, Madrid, Aguilar, 1951, pág. 1003.
(3) Charles Dickens, Nuestro común amigo, Barcelona, Mondadori, 2010, págs. 9 y 14.

Principales novelas

· Los papeles póstumos del Club Picwick (The Pickwick Papers), 1837
· Oliver Twist  (Oliver Twist),1839
· Nicholas Nickleby (Nicholas Nickleby), 1839
· Cuento de Navidad (A Christmas Carol),1843
· La tienda de antigüedades (The Old Curiosity Shop), 1840-1841
· Martin Chuzzlewit(Martin Chuzzlewit),1844
· Dombey e hijo (Dombey and Son), 1846-1848
· David Copperfield(David Copperfield),1850
· Casa desolada (Bleak House),1852-1853
· Tiempos difíciles (Hard Times),1854
· La pequeña Dorrit (Little Dorrit),1855-1857
· Historia de dos ciudades (A Tale of Two Cities),1859
· Grandes esperanzas (Great Expectations),1860-1861
· Nuestro común amigo (Our Mutual Friend),1865