Paloma Uría
La igualdad entre mujeres y hombres.
¿El vaso medio vacío?

(Página Abierta, 239, julio-agosto de 2015).

Nuevas formaciones políticas. Deteriorada situación social. Incierto futuro. Esperanzas y temores. Renovadas exigencias sociales… De vez en cuando conviene hacer un balance de la situación de las mujeres en esta un tanto arrugada  piel de toro. Este balance va a ser parcial y aproximado; más ideológico que estadístico, y se quiere centrar en la evolución de la igualdad entre hombres y mujeres y en lo que se ha dado en llamar “techo de cristal”.

Los datos demuestran que se mantienen las desigualdades salariales entre  hombres y mujeres. La discriminación está prohibida tanto por mandato constitucional como por las leyes positivas, pero la realidad camina por su cuenta, y las empresas, especialmente las privadas, pero también las públicas, mantienen esta discriminación valiéndose de medios  indirectos, como las catalogaciones de los puestos de trabajo, la selección de personal para puestos de responsabilidad o el abuso de las jornadas a tiempo parcial para las mujeres.

Mientras siga recayendo sobre las mujeres el mayor peso del trabajo doméstico y de los cuidados (niños, ancianos, familiares enfermos…), no será posible que las mujeres dediquen  el mismo tiempo y esfuerzo que los hombres a la promoción en el trabajo asalariado y profesional, y en este terreno es poco lo que hemos avanzado. Además, la dura y larga crisis económica y las medidas adoptadas por la UE y, en nuestro caso, por el Gobierno Rajoy suponen un fuerte ataque contra el bienestar de las personas, especialmente contra las que forman el eslabón más débil de la estructura social. En este marco, es de rigor reflexionar sobre el impacto específico que el desempleo y los recortes en el gasto social están suponiendo para las mujeres.

Por otro lado, perviven la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas y las expresiones más agudas de violencia sexual. Es cierto que se ha avanzado en la percepción social y en el rechazo del maltrato, pero se precisan mayores avances en la prevención, en los medios para abordar el problema y para reparar los daños (1).

Hay otros aspectos en los que se manifiesta el ataque a la libertad de las mujeres, especialmente a la libertad sexual, como la constante amenaza de retroceso en el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, la situación de alegalidad y de precariedad en la que desarrollan las trabajadoras del sexo su actividad –lo que, además, dificulta la lucha contra la trata de personas–, la homofobia, la marginación de las personas transexuales, con la patologización de la transexualidad y la rigidez del sistema de géneros (2).

Estas son algunas muestras que indican el todavía largo camino que queda por recorrer para la igualdad y el respeto a la libertad de las mujeres. Pero esto no debe impedirnos apreciar los avances logrados en muchos terrenos, porque ver siempre el vaso medio vacío –o casi sin agua– lleva al victimismo que, con frecuencia, desemboca en la impotencia. Por eso, el objetivo de este artículo es detenerse en algunos de estos avances que están contribuyendo a la visibilidad de las mujeres y a su papel cada vez más activo en el conjunto social, así como los obstáculos que dificultan dichos avances

Dos conversaciones oídas al azar en boca de sendos varones son indicativas de cierto desconcierto que están experimentando las personas más tradicionales: “La semana pasada tuve que sufrir una operación de cirugía menor y todos los cirujanos eran mujeres; no creas, que me dio un poco de vergüenza”. “Claro que perdí el pleito. ¡Si todas eran mujeres: la juez, la fiscal, mi abogada…! ¡Cómo no iba a perder!”.

Es innegable que la presencia de las mujeres en el mundo público y en el entramado social presenta un desarrollo impensable hace cuarenta años. La enseñanza infantil, primaria y secundaria es paritaria; en el bachillerato hay más chicas que chicos, aunque no en la formación profesional; el abandono escolar temprano es mayor en los chicos y el 54,81% de quienes aprobaron la selectividad en el curso 2012-2013 eran de las chicas. En las enseñanzas universitarias, el 54,3% de los estudiantes eran mujeres y el 57,6% de quienes obtenían la titulación. La distribución por ramas de estudio arroja una mayor proporción de varones en arquitectura e ingeniería (73,9%), proporción que se invierte en ciencias de la salud (70% de mujeres); en las carreras de ciencias sociales y jurídicas, el porcentaje de mujeres es del 62%.

La medicina ha experimentado un grado acelerado de feminización en muy pocos años. Según datos del 2014, el 48,4% de los médicos colegiados son mujeres y la proporción avanza de año en año, siendo especialmente notoria en la atención primaria. En otras profesiones clínicas observamos la siguiente proporción de mujeres: el 93,65% de logopedas, 84,3% de enfermeras, 81,1% de psicólogas, el 67,1% de fisioterapeutas y el 53,6% de dentistas.

Por lo que se refiere a los profesionales del derecho, las mujeres representan ya el 62% de los miembros de la carrera judicial de menores de 51 años. Los datos indican que la presencia femenina en la carrera judicial sigue incrementándose y supone ya el 52% del total de los jueces y magistrados en activo. Las mujeres son mayoría en los juzgados de lo penal, de lo social, de vigilancia penitenciaria, de menores, de primera instancia, de instrucción y de violencia sobre la mujer.

Los hombres, por su parte, son mayoría en los juzgados de lo mercantil, de lo contencioso-administrativo. Las mujeres también son minoría tanto en los órganos colegiados –es decir, en las Audiencias Provinciales y los Tribunales Superiores de Justicia– como en los órganos centrales: Audiencia Nacional (36,2%)  y Tribunal Supremo (13,6%) [3]. A 31 de diciembre de 2010, había en España 125.208 abogados ejercientes, el 40,2% de ellos, mujeres. El peso de las mujeres en la abogacía es más alto cuanto menor es la antigüedad en la profesión. De hecho, entre los letrados que llevan ejerciendo menos de cinco años las mujeres son mayoritarias y suponen un 52,2% frente al 47,8% de hombres.

En el campo de la docencia, las mujeres representaban, en el curso 2011-2012, el 69,65% de la enseñanza del Régimen General (infantil, primaria, secundaria, bachillerato y FP). En la Universidad el avance es más lento: el 38,64% del personal docente e investigador son mujeres (39,68% de los titulares y tan solo el 20,29% de los catedráticos).

En el ámbito de la representación pública, las mujeres constituyen el 36% del actual Congreso de los Diputados, el 43% del porcentaje medio en los parlamentos autonómicos (antes de las elecciones de mayo) y el 41% de la representación española en el Parlamento Europeo. No se trata todavía de una representación paritaria y ha experimentado un cierto estancamiento. Se señala también que las mujeres permanecen menos tiempo en sus puestos de representación política, y su influencia es menor en la toma de decisiones, tanto en el legislativo como en el ejecutivo; sin embargo, su visibilidad es bastante notable (no siempre para bien, podríamos añadir): el peso político de Esperanza Aguirre, Dolores de Cospedal, Rita Barberá y Susana Díaz es innegable. Por otra parte, los resultados de las recientes elecciones han lanzado a la luz pública a dos figuras extraordinarias, Manuela Carmena y Ada Colau.

Hasta aquí los datos. Veamos algunas reflexiones. En los debates del feminismo, si bien se reconoce la creciente presencia de las mujeres que acabamos de exponer, se suelen destacar sus limitaciones, reflejadas, sobre todo, en la escasa representación femenina en los niveles más altos o reconocidos de la pirámide social.

Se señala la escandalosa casi ausencia de mujeres en las diferentes Reales Academias; la exigua presencia de mujeres en las jefaturas clínicas o en los órganos colegiados de la judicatura, el que solo haya seis rectoras de Universidad, la menor representación en los órganos directivos de la enseñanza secundaria en proporción a su número, las pocas mujeres que reciben premios importantes en el ámbito de la cultura o de la ciencia. La mayor dificultad con que se encuentran a la hora de publicar en las revistas científicas más prestigiosas o aparecer en las páginas literarias de las publicaciones periódicas o de publicar sus obras o de exhibir sus producciones artísticas. Se señala también el poco peso que tienen las mujeres en el poder económico y político, que, a pesar de algunas singularidades, sigue siendo ampliamente masculino y bastante impenetrable.

Cuando, en estos debates, se trata de elucidar las causas de esta situación, se suelen avanzar tres tipos de argumentaciones, todas ellas basadas en lúcidos razonamientos:

• La primera consiste en desvelar la pervivencia de una cultura, una mentalidad, una manera de pensar impregnada todavía de machismo, de desconfianza o prevención ante la capacidad de las mujeres y, probablemente también, de complicidad masculina, más o menos consciente. De esta manera, se preferirá elegir varones antes que mujeres para puestos de responsabilidad o de renombre, dando por hecho que lo van a hacer mejor, que se van a dedicar a ello más que las mujeres. Dicho de otra manera, las mujeres habrán de demostrar una capacidad excepcional que normalmente no se les exige a los hombres. Asimismo, a la hora de premiar la excelencia, se considerará antes la de un varón porque parecerá más genuina.

• La segunda línea de argumentación se basa en causas más objetivables: las mujeres van a consagrar menos tiempo a su trabajo porque su asumido papel en la familia les va a impedir una mayor dedicación. Esto es en parte una realidad, pero a pesar de ello, se ha demostrado que las mujeres, incluso las que tienen familia que atender, cumplen con su trabajo o profesión en igual medida que los hombres y sólo utilizan las excedencias que les permite la ley por razón de maternidad.

Ahora bien, no se puede negar que la falta de un reparto equilibrado de las tareas de cuidado en la familia hace que las mujeres no puedan dedicar tanto tiempo a la promoción profesional, o si lo hacen, ha de ser a costa de enormes esfuerzos que en justicia no deberían hacer con un reparto más equilibrado del trabajo en la vida familiar y mayores facilidades de los servicios sociales dedicados a la infancia y a las personas dependientes.

• Tercera argumentación: las mujeres no quieren, en realidad, puestos de responsabilidad. Esta argumentación sale con frecuencia en los debates y, casi siempre, viene enunciada por un participante masculino y es rechazada, a veces con indignación, por parte de las asistentes.

Pues bien, una vez establecido el hecho de que, con frecuencia, las mujeres no pueden o no les dejan,  me parece de interés detenerme en esta afirmación: “las mujeres no quieren”. Porque yo creo que es cierto. Muchas mujeres no quieren, y tienen derecho a ello. Las mujeres que “no quieren” valoran más su tiempo libre que su éxito profesional: son las miles de mujeres que llenan las salas de conciertos, las tertulias literarias, las conferencias y exposiciones, que no dejan pasar las proyecciones cinematográficas del momento, que viajan solas o en grupo, que son grandes lectoras, que se reúnen con sus amigas a merendar o simplemente a hablar, a compartir experiencias, penas y alegrías. Y son las mujeres solidarias, porque es un dato fácil de contrastar que las ONG, especialmente las asistenciales, tienen un alto porcentaje de participación femenina, así como las asociaciones de vecinos o las APAs.

Estas mujeres que “no quieren” constituyen un valiosísimo acervo de cultura, de humanismo, en el sentido renacentista de la palabra, que debería recibir el mayor de los premios si no fuese porque ellas… no quieren. Y quizá deberían ser más imitadas por muchos varones.

Son admirables, no cabe duda, todas las personas que con su esfuerzo o su inteligencia, obtienen éxitos dignos de mención en sus -profesiones, investigaciones o producciones artísticas, y ojalá haya muchas mujeres entre ellas. También podemos celebrar el que haya personas cuya dedicación al poder, si es con honestidad y responsabilidad (¡decir esto con la que está cayendo¡), hagan que esta sociedad funcione un poco mejor. ¿Pero por qué  tenemos que hacer de ello nuestro único modelo o nuestro objetivo preferente?

El modelo de sociedad que se ha ido fraguando en esta sociedad capitalista y todavía bastante patriarcal es el de una sociedad sumamente competitiva. Se educa a las personas, ya desde la infancia, en la competitividad y en la búsqueda del éxito. La obsesión de nuestro ínclito exministro de Educación por “la excelencia” es una buena muestra. La búsqueda de la excelencia impregna el modelo: campus de excelencia, centros de enseñanza excelentes… y a los “mediocres” que les den dos duros. Vamos a ver: un país “excelentemente educado” sería un país con buen profesorado y buenos centros educativos para todos, lo que exige una buena dotación económica. 

En resumen. Se deben combatir todos los obstáculos ideológicos y objetivos que impiden la plena participación de las mujeres en todos los ámbitos del quehacer social y sus valores y sus éxitos deberán ser reconocidos como merecen.  Pero no midamos los avances sólo por lo que reluce. No olvidemos que el Aura mediocritas era para los griegos un  atributo de la belleza.
___________
(1) Cuestión a la que Página Abierta ha dedicado mucha atención. Véase, por ejemplo, un último artículo de Marian Caro en el número 236 de enero-febrero de este año.
(2) Temas también muy tratados en las páginas de esta Página Abierta. Por ejemplo, en varios números de 2103, 2014 y 2015 (entrevista a Cristina Garaizabal en el 20 aniversario del colectivo Hetaira).
(3) “Informe sobre la Estructura de la Carrera Judicial a 1 de enero de 2015”, de la Sección de Estadística del Consejo General del Poder Judicial.