Paul Clavier

El Dios tapaagujeros
(Hika, 176zka. 2006ek apirila)

            Ante una laguna de la explicación científica, los creacionistas invocan una explicación de otro tipo que recurre, más allá de la intervención de entidades naturales, a entidades metafísicas.
            Algunas obras de teatro tienen un desenlace prefabricado fundado en la intervención milagrosa de un deus ex machina. Hay ciertos relatos científicos que parecen recurrir a parecidas soluciones.
            En su dominio, el científico se encuentra a veces ante uno o más agujeros. Estos agujeros, en un primer momento, pueden ser simplemente lagunas de los datos en la observación o en la interpretación de ciertas experiencias. Algunos de estos agujeritos han servido como lanzamiento de saque para la física del siglo XX: el problema de la radiación discontinua del cuerpo negro, inexplicable en aquel momento, o la imposibilidad de poner en evidencia la diferencia de velocidad de la luz en relación con el éter inmóvil.
            Esos agujeros pueden convertirse en paradas del proceso explicativo: la ley de la caída de los cuerpos de Galileo se explica por la dinámica newtoniana, que a su vez puede explicarse por la teoría einsteiniana de la realidad. Pero ¿más adelante?
            Cuando llegan al borde de uno de esos agujeros, algunos sabios, presa del vértigo, intentarán taponarlos, cueste lo que cueste. Por ejemplo, se inventarán ciertas observaciones o introducirán arbitrariamente una constante suplementaria en una ecuación; cosas así han sucedido hasta entre los mejores. O puede optar por invocar una explicación metafísica o sobrenatural. Ante una laguna en la explicación, se puede optar racionalmente por tres posibilidades.

1. No existe explicación en absoluto: estamos en presencia de un hecho irreductible, un brute fact que dirían los anglosajones. Imposible rellenar el hueco.

2. Existe una explicación natural, pero por el momento es inaccesible, a falta de mejores datos de observación o de una teoría más refinada. El hueco será llenado algún día.

3. Existe una explicación de otro tipo, que recurre a entidades metafísicas, que se sitúan más allá del campo de intervención de las entidades naturales. El riesgo reside en hacer intervenir un Dios tapaagujeros (God of the gaps).


            Lo propio de la investigación científica es recurrir a la segunda explicación. Muchísimos fenómenos han sido considerados inexplicables durante milenios: el rayo para los antiguos o el ordenamiento de los planetas del sistema solar para Newton. Pero al final, las explicaciones científicas han aparecido.
            Seguramente el estudio de la vida es el campo donde más frecuentemente se recurre a una explicación religiosa o metafísica. La complejidad de los mecanismos en juego y la sacralización de la vida, más si es la vida humana, favorecen el recurso a un dios tapaagujeros. La vida no puede ser más que un don divino; nunca un capricho de la naturaleza. Pero la autonomía del método científico se impone a todos como una reivindicación legítima.
            Percatados de que no se puede estar haciendo intervenir a Dios a cada paso, los creacionistas contemporáneos han cambiado de táctica. Recurren al manido argumento de la analogía: un objeto como un reloj, con tantas piezas tan perfectamente ajustadas y que produce un movimiento tan regular no puede ser más que fruto de una inteligencia que lo ha concebido (Intelligent Design) y no el resultado de un montaje aleatorio y espontáneo. Lo mismo debe suceder con esos sistemas de suma complejidad que son los organismos vivos. Se arguye que los sistemas vivos son tan irreductiblemente complejos que no pueden haber sido producidos gradualmente. De ahí a probar científicamente la existencia de un Gran Relojero no hay más que un paso.
            ¿Es verdad que los vivientes son unos organismos irreductiblemente complejos? Tal vez sea ir un poco demasiado rápido. Desde el punto de vista de la ciencia, todo lo más que se puede decir es si se ha llegado o no a reducir la aparición de tal organismo o de tal órgano, como por ejemplo, el ojo de una mosca, a una secuencia de acontecimientos naturales con probabilidad de haberse producido espontáneamente. En cuyo caso el diseño inteligente sobra.
            En todo caso, un tapaagujeros metafísico no tiene lugar dentro de la explicación científica. Y lo mismo sucede con sus competidores: el Azar Creador, la Materia, la Estrategia del Gene. Es más, el celo demostrado por ciertos especialistas de la evolución para imponer ese tipo de conclusiones ateas cumple la desdichada función de echar a los ingenuos en brazos del creacionismo seudo-científico.
            Hay que repetir que la investigación científica de los fenómenos de la vida no puede nunca legitimar conclusiones definitivas: la ciencia no explica la vida a partir de nada. Son los especialistas los encargados de enseñar en qué medida la aparición y la evolución de las especies se ajusta a un escenario que sólo invoca el azar de las mutaciones y las leyes físico-químicas que rigen la réplica de los genes y sus interacciones con el medio. Para decirlo en palabras de Guillaume Lecointre: “La ciencia practica una abstinencia metafísica que se corresponde con su condición metodológica”. Para el resto, el metafísico estará autorizado a tapar los agujeros si presenta razones válidas para pensar que la explicación naturalista no es suficiente o no es pertinente. Tendrá que cuidarse de no caer en lo irracional de tanto asomarse a los agujeros.