Paul Kennedy
Los liderazgos y el curso de la  historia
El País,  2 de junio de 2010.

¿Puede Obama cambiar Estados Unidos y el mundo como  desearían sus votantes? La experiencia nos enseña que, como ya observó Marx,  incluso los 'grandes hombres' están limitados por sus  circunstancias

            Ese cambio de liderazgo se ha considerado decisivo.  La opaca y deshonesta década de los años treinta había pasado; ahora era el  turno de "sangre, fatiga, sudor y lágrimas" y de una ardua victoria final.  Si algo podía demostrar el argumento de Thomas Carlyle sobre la importancia  del "Gran Hombre" en la historia, ahí estaba. Para esa teoría del liderazgo,  también había una sobrada muestra contemporánea en las figuras de Hitler, de  Stalin y de Roosevelt.

            El acceso de Churchill al poder realmente hizo que  cambiaran muchas cosas. Unió a la nación británica, incorporando a políticos  laboristas y liberales a su Gabinete de Guerra, unificando las distintas  estructuras de mando de la defensa y asumiendo amplísimos poderes  ejecutivos. Y no se trató de una simple cuestión de cambios constitucionales  y organizativos. Churchill trajo consigo sus extraordinarias dotes para la  retórica y el lenguaje, las mayores desde el propio Shakespeare, y de un  poder tan electrizante que si uno escucha todavía hoy las grabaciones de sus  grandes discursos de guerra resulta difícil no llorar un poco (yo desde  luego lo hago). El nuevo primer ministro movilizó a la lengua inglesa y la  envió al combate.

            Sus visitas a las casas bombardeadas del East London,  sus vuelos sorpresa para visitar a las tropas en Egipto, su increíble  interés por las nuevas armas, por las nuevas formas de hacer la guerra, por  los nuevos medios con que poder derribar a los enemigos fascistas  revitalizaron a la nación británica, y también a muchas naciones menores. No  tiene nada de extraño que encabece regularmente las encuestas  norteamericanas y británicas sobre la figura más significativa del siglo XX.  Fue un hombre que estampó su sello sobre los asuntos del mundo.

            ¿Pero  realmente fue él -o cualquiera de los otros Grandes Hombres- tan decisivo  como para alterar las corrientes de los asuntos del mundo? Esta es una  cuestión que no ha dejado de llamar la atención de historiadores, filósofos  y estudiosos de la ciencia política, y con razón, ya que plantea la  causalidad de los cambios a lo largo del tiempo: ¿qué es lo que, en  definitiva, cambia el curso de la historia?

            Curiosamente, el mayor  desafío a la teoría del liderazgo de Carlyle llegó de su contemporáneo  victoriano, de aquel inmigrante, el antiidealista filósofo de la historia y  de la economía política, Karl Marx. En los párrafos iniciales de su clásico  El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, nos ofrece estas famosas líneas:  "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como les gustaría  hacerla; no la hacen bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino  bajo circunstancias ya existentes, dadas y transmitidas por el pasado". Qué  imponente sentencia. Marx captura en ella la potestad de acción propia del  empeño humano al tiempo que nos recuerda cómo hasta los más poderosos están  limitados por la geografía y por la historia.

            Y así ocurrió con  Churchill. A pesar de todos los poderes que congregó bajo su autoridad, no  pudo impedir que la Blitzkrieg nazi (guerra relámpago) se extendiera  por Europa. No pudo impedir la impresionante conquista japonesa de gran  parte del Imperio Británico en el Extremo Oriente. No pudo impedir que el  Ejército Rojo engullera toda la Europa del Este. Y no pudo, a pesar de su  bravura, impedir el declive y la caída de su amado Imperio Británico.

            En  síntesis, los logros de Churchill como líder durante la guerra fueron  asombrosos, pero no pudo alterar las poderosas corrientes de la historia y  tuvo que ejercer su acción política dentro de los límites que había  heredado. En los años cuarenta existían ya unas profundas fuerzas en acción  -como las del surgimiento de Asia y el relativo encogimiento de Europa- que  estaban comenzando a cambiar el paisaje geopolítico del planeta y que hoy  prosiguen su avance. Realmente, la maravilla es que Churchill y su  relativamente pequeña isla-Estado consiguieran tanto, y durante tanto  tiempo.

            Ese punto de vista práctico acerca de las limitaciones naturales  de todo líder y de todo gobierno, ¿no es acaso válido para cualquiera de  nuestros Grandes Hombres de la Historia? Baste dar un repaso a los  principales candidatos del siglo precedente. Hitler atropelló a Europa en su  camino, pero cuando en 1941 entró en guerra contra la URSS y Estados Unidos  -mientras combatía aún contra el Imperio Británico- su "Reich de los Mil  Años" fue arrollado por fuerzas más numerosas. Mussolini afirmó a finales de  1943 que la historia había agarrado a Italia por el cuello; lo que realmente  había estrangulado a Italia eran los regimientos anglo-americanos curtidos  en el combate. Stalin sobrevivió a la Operación Barbarroja porque sus  ejércitos tenían el mejor armamento antitanques del mundo. Años más tarde,  Kennedy y Johnson perdieron en Vietnam porque luchar contra ejércitos de  guerrilleros en densas junglas resultaba inútil y porque Occidente estaba en  retirada de Asia.

            Cuatro siglos antes, el todopoderoso Felipe II de  España había enviado a su infantería castellana hacia el norte para sofocar  la revuelta de los protestantes holandeses. Pero las corrientes de la  historia iban en contra de una supremacía católica en Europa.

            ¿Qué  significa eso para la política de hoy día? Para mí, eso significa que  deberíamos renegar de nuestra patética obsesión con las personalidades  políticas y burlarnos del sensacionalismo de los tabloides y de los  talk-show por ser lo que son: un insulto a nuestra inteligencia. Por  supuesto que los medios tienen el deber de informar con rigor, pero también  el de poner las cosas en su contexto. ¿Anuncia la llegada de la coalición de  conservadores y liberal-demócratas en Reino Unido una nueva era? Uno lo  duda, ya que ellos, a su vez, tienen que lidiar con déficits masivos, con la  cuestión de la inmigración y la retorcida relación con Europa. ¿Es muy  diferente el papel de Putin en Rusia? Ciertamente sabe cómo meter a  banqueros en la cárcel, fastidiar a las compañías energéticas occidentales y  endurecer la actitud de sus fuerzas armadas; pero ¿qué puede hacer para  acabar con el alcoholismo generalizado, la desintegración demográfica, el  insoportable clima, los murmullos de las minorías y las incompetencias de un  orden social sin incentivos?

            Tales conclusiones nos llevan lógicamente a  algunas consideraciones acerca de la trayectoria de la reciente  Administración de Obama. Sus políticas han sido, en esencia, las del control  de daños y el reparar los mástiles del barco. ¿Cómo hubiera podido ser de  otro modo? Ocuparon sus despachos cuando el sistema bancario norteamericano  y el orden financiero internacional parecían próximos al colapso. Heredaron  una guerra imposible de ganar en el Hindu Kush y todavía tienen que calcular  cómo manejarla a largo plazo. También han heredado desastres  medioambientales, no causados pero seguramente agravados por regulaciones  poco exigentes y por el abusivo despilfarro de nuestros recursos naturales.  Gobiernan un país cuyo entramado social, especialmente en muchas ciudades  del interior, está gravemente dañado y carente de fondos para su  reparación.

            Y ellos, al igual que todos los que presenciaron maravillados  la impresionante campaña electoral de Obama, ocuparon ese agitado campo  político y económico demasiado influidos por expectativas excesivas y  promesas exageradas. Los poderes del presidente norteamericano y del  Congreso (si decide cooperar con él) son amplios y es mucho lo que se puede  hacer para mejorar los asuntos nacionales e internacionales. Pero todos esos  poderes están establecidos dentro de unos límites y los líderes nacionales  deberían ser humildes al respecto.

            Y, quién sabe, quizá esté llegando el  tiempo en el que incluso los ensimismados políticos norteamericanos puedan  leer algo del primer Karl Marx y meditar sobre su observación de que los  hombres "solo" hacen la historia bajo circunstancias ya existentes y  transmitidas por el pasado. Entonces podrían ser un poco menos charlatanes  con sus promesas de ir a transformar el mundo si fueran  elegidos.

Paul Kennedy ocupa la cátedra  Dilworth de Historia en la Universidad de Yale, donde es director de  Estudios de Seguridad Internacional.

Traducción de Juan Ramón Azaola. © 
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